miércoles, 31 de enero de 2018

El gran cero.


-Yo no hablo de una religión de esas -me dijo, mientras me sujetaba de un brazo-. Yo le vengo a ofrecer una religión distinta. Una que prepara para la nada… para la muerte… para el cero.

-¿Y no todas hacen eso? –pregunté.

-No –me contestó-. Las religiones que usted conoce lo preparan para la vida, finalmente… No para esta vida, tal vez, pero sí para una después de la muerte…

-¿Y usted está seguro que yo no conozco una religión de las que usted ofrece?

-Yo no ofrezco una de un grupo o un tipo… -intentó aclarar-. Lo que yo le ofrezco es algo único… singular…

-Singularmente oscuro, querrá decir –le corregí-. Usted me ofrece en el fondo una forma de morir… una manera singular de cerrar los ojos…

-Una razón más para creer en no lo que le ofrezco –insistió-. Acaso no ha escuchado… la visión más oscura es siempre la correcta…

-…

-Por otro lado –continuó-, no creo que nadie pueda ofrecerle una forma de morir, como usted dice, esas son cosas que no se eligen… yo simplemente le ofrezco poder prepararlo para la nada… una religión cuyo único dios es la ausencia final de todo…

-¿El gran cero? –pregunté.

-Sí –me dijo-. El gran cero. Veo que usted nos conoce.

martes, 30 de enero de 2018

Hormigas.


Apenas me descuido nos invaden las hormigas.

Al principio era exclusivamente por comida.

Largas filas hacia algún plato sucio o hacia restos que hubiesen quedado sobre la mesa.

También se dirigían al azucarero y más filas hacia el tarro de basura.

Entonces hicimos inmediato el lavado de la loza y nos preocupamos de no dejar restos de comida en ningún sitio.

Sacábamos dos veces al día la basura y comenzamos a guardar absolutamente todo en el refrigerador.

Creímos que eso sería suficiente, pero lo cierto es que nos equivocamos.

Y es que hoy, a pesar que no nos invaden por comida, las hormigas han cambiado sus gustos y transitan por la casa de igual forma.

Sus objetivos, por cierto, resultan del todo inverosímiles.

Por ejemplo, es posible observar largas excursiones hacia algún objeto con el cual no puedo reconocer algún vínculo lógico: un reloj de pared, una lámpara de mesa, una pequeña figura de madera y otras cosas de ese estilo.

De hecho, en los últimos días, ya las hemos encontrado en el segundo piso, introduciéndose en la biblioteca.

Subían y bajaban por las repisas y de pronto parecían interesarse por algún libro y atacarlo directamente.

Así, pude percatarme de su predilección por Endo, Mo Yan y Kazantzakis.

Al menos tienen buen criterio, me dije.

No hice nada por alejarlas esta vez y descubrí así que tenían lectura veloz, pues al par de horas se habían cambiado a Tolstoi, Cheever y Alice Munro.

Más tarde sería una novela antigua de la Lessing, Todos los hermosos caballos, de McCarthy y uno de poemas, de Cohen.

Y claro, creí entender lo que buscaban.

Por lo mismo, me llamó la atención que algunos fueran hacia El vino del estío, de Bradbury.

Esperé así a que terminaran y fui hasta él.

Lo había comenzado alguna vez y no lo había terminado.

No me explico todavía por qué no lo había terminado.

Al llegar al final, esta vez, descubrí que una hormiga había decidido quedarse ahí, en el libro.

De alguna forma, a mí también, me hubiese gustado quedarme.

lunes, 29 de enero de 2018

¿A dónde podría ir hoy una certeza?


I.

Hace unos días, mientras acampábamos con mi hijo y veíamos una película de Roy Andersson, tuve de pronto una certeza tan real, clara y concreta, que logré atraparla en un solo movimiento y desde entonces ha permanecido a resguardo en una de mis manos.

-Es una certeza –le dije a mi hijo.

-¿Qué cosa…? –preguntó mi hijo-. ¿La película?

-No –le dije-. Lo que tengo en mi mano.

Entonces cerré el notebook y en medio de la oscuridad, y del sonido de la lluvia cayendo fuera de la carpa, ambos pudimos ver cómo la certeza, al interior de una de mis manos, resplandecía suavemente.


II.

Para que no se me escapara, esa misma noche sujeté con cinta adhesiva mi mano y logré dormir un poco.

Mi hijo, que no me toma muy en serio, durmió a un costado, pensando que bromeaba

En la mano se sentía como si tuvieras algo vivo, aunque no luchaba por salir de ahí.

Por otro lado, ¿a dónde podría ir hoy una certeza’, me preguntaba a mí mismo.

O me excusaba.


III.

Dejó de brillar por la mañana.

De moverse hace algunas pocas horas.

Tengo un dolor en la mano a partir de no moverla y hasta se me ha traspasado al pecho.

Vi toda la filmografía de Andersson, pero no hubo caso.

Tal vez hasta fue peor.

Ahora, tecleo esto con mi mano izquierda y en cuanto termine abriré la derecha y supongo que tendré que hacerme cargo de lo que encuentre dentro.

No tengo, por cierto, mayores expectativas.

domingo, 28 de enero de 2018

Unos niños rompiendo vidrios.


Por estas calles pasan unos niños rompiendo vidrios, de vez en cuando.

O rompiendo ventanas, más bien.

Es el único problema que tenemos.

Me refiero a que no hay robos, ni violencia, ni grandes problemas de droga, por ejemplo.

Solo tenemos a esos niños.

Creo que son tres.

Yo los vi correr una vez, tras romper los vidrios de un vecino.

Llamamos a la policía esa vez, pero no  quisieron venir.

Y es que dos veces ya habían venido, pero no se toman en serio lo de los vidrios.

Además nunca hemos tenido un herido y nadie puede describirlos de manera clara.

Algunos vecinos pusieron cámaras y hasta se consideró la posibilidad de contratar guardias, pero después de todo es más barato volver a comprar vidrios.

De hecho, creo que a nadie le ha tocado todavía dos veces.

A mí, de hecho, ni siquiera me ha tocado.

Por lo mismo, a veces siento que sospechan de mí, o de los pocos que quedamos con los vidrios intactos.

Tanto es así que incluso he considerado romper mis ventanas.

Quebrar mis propios vidrios, como dice una canción no hecha de los Dug Dug´s.

Espero no hacerlo, de todas formas.

Además, es posible que me toque esta semana, o tal vez la próxima.

Saber cuándo es el único problema real que tengo.

Cambiar los vidrios es sencillo, después de todo.

Puedo permitírmelo, digamos.

Puedo permitírmelo.

sábado, 27 de enero de 2018

Dos pastillas blancas.


I.

-No puedo dormir si no me tomo al acostar dos pastillas blancas –me dijo.

-¿Qué tipos de pastillas blancas? –pregunté.

-Cualquiera –contestó-, lo importante es que sean blancas.

-Ya –dije yo, sin creerle en lo más mínimo.


II.

Como a la quinta noche comencé a sospechar que lo que decía era cierto.

Y es que la había visto sacar, aparentemente al azar, pastillas desde un tarro, de diferentes tamaños, formas e inscripciones, pero todas blancas.

Sin decirle nada me puse a investigar en las pastillas y encontré aspirinas, ibuprofeno, paracetamol y bastantes otras que no tenía forma de adivinar qué eran.

-Al menos no parecen ser pastillas muy peligrosas –le dije, luego de revelar mi investigación.

-Sí –afirmó-. Si son blancas y no son más de dos, no hay problema.


III.

Esa misma noche, para demostrarle que aquello podía ser peligroso yo mismo le entregué dos pastillas blancas con fuertes dosis de cafeína.

Ella se las tomó, confiada, y se preparó para dormir.

Extrañamente, no pareció recibir efecto alguno y se durmió tranquilamente, a los pocos minutos.

Complementariamente, también despertó por la mañana, sin ninguna perturbación.


IV.

-No sé por qué te preocupas tanto –me dijo anoche-. Yo creo que también están necesitando un par de las blancas.

-¿Lo dices en serio? –pregunté.

-Da lo mismo cómo lo diga –me dijo-. No tienes la fe necesaria, para que surja efecto.

viernes, 26 de enero de 2018

Piedras en los bolsillos.


Ese tipo fue a nadar con piedras en los bolsillos.

Lo vimos meterse al agua luego de cargarlas y ni siquiera se quitó la ropa.

A los diez minutos seguía nadando y sus zapatillas habían regresado, con las olas.

Cuando apenas se veía llegó otro hombre y nos preguntó por el hombre de las piedras.

Entonces le dijimos lo que sabíamos, que es lo que está escrito allá arriba.

Además, le indicamos donde estaban las zapatillas y el hombre que había llegado se acercó, las tomó y las observó con cuidado, como si tuviesen algo escrito.

Luego gritó hacia el hombre de las piedras, que apenas se veía.

Y le gritó.

Solo fue un nombre repetido varias veces.

Un nombre común, que tal vez alguno más, de los que estaban junto al mar, tenía.

El hombre de las piedras no miró y en vez de eso, llegaron a la orilla varios curiosos que comenzaron a llamar por teléfono, y pedir ayuda.

Entonces fue cuando un policía que llegó nos preguntó lo que sabíamos y también se lo dijimos, y él pareció molestarse, porque no hubiésemos hecho nada.

-Todos estamos aquí en la orilla –le dije-. Y ninguno hace nada.

Poco después una lancha comenzó a andar por el lugar y terminó por sacar al hombre, ante los aplausos de quienes estaban en la orilla.

El hombre de las piedras llegó a la orilla aparentemente en buenas condiciones, y fue atendido un momento por un par de policías, que finalmente se retiraron del lugar.

A partir de entonces quedó tendido sobre la arena, junto al primer hombre que nos había preguntado por él.

El hombre que habían rescatado se veía cansado, tenía todavía la ropa puesta, pero no encontraron piedras en sus bolsillos.

Cuando nos fuimos los dos hombres ya se habían levantado y tomaban un café.

El hombre al que habían rescatado estaba empuñando sus manos.

jueves, 25 de enero de 2018

Lo que tú nunca dijiste (canción)


Ella me dijo
lo que tú nunca dijiste,
y solo por decirlo
me quedé a su lado.

Una noche, apenas,
sangre seca en las venas
y la mujer que había callado
por dos años, me lo dijo.

Junto a ello una historia
y una foto que maldijo
alguien muerto tal vez
y una pena transitoria.

Pero ella me dijo
lo que tú nunca dijiste,
y solo por decirlo
me quedé a su lado.

Esa noche, abrazados,
nadie vino, tras los vidrios,
la muerte está distante, me dijo,
nada es hoy, todo es antes.

Luz azul, un lago,
tus caricias
si existe todo eso
el amor no es importante.

Entonces ella dijo
lo que tú nunca dijiste,
y solo por decirlo
me quedé a su lado.

No hubo llanto ni alegría,
no hubo muertos en las vías
solo paz
y dos verdades.

Fue entonces que ella
comenzó a cantar una canción,
contó su historia y su dolor
parecía débil y marchito.

Hay quien reniega la tristeza
buscando la belleza
en el lugar equivocado
yo no quiero esa salida.

Eso dijo, en su canción,
con sabor a despedida,
mas ahora canto yo,
para afirmar que eso es cierto.

Y es que ella me dijo
lo que tú nunca dijiste,
y solo por decirlo
me quedé a su lado.

Y si no lo viste
allá tú,
te lo perdiste.

No estábamos enamorados,
pero estábamos tristes.

miércoles, 24 de enero de 2018

Un dios que levanta los hombros.


Fui a verlo porque me contaron la historia y llamó mi atención.

Se trataba de la figura de un Cristo, en una iglesia pequeña, que luego de un terremoto se quebró y quedó clavado en la cruz, pero con la impresión de que estuviese levantando los hombros.

Tras lo ocurrido, varios parroquianos pidieron inmediatamente que cambiaran la figura –o al menos la quitaran mientras llegaba una nueva-, pues no era posible que incluso Dios levantara sus hombres ante nuestras consultas o peticiones.

El padre de ese entonces, sin embargo, se sirvió de la posición de la figura para sus sermones, destacando la idea de que éramos nosotros mismos los encargados de resolver nuestras preguntas, buscando las respuestas en el corazón del hombre, donde habitaba también Dios, quien respondía por nuestra propia boca, si así lo permitíamos.

Esas mismas ideas fueron escritas en un cartel que quedó en ese entonces bajo el Cristo, junto a una serie de mensajes, agradecimientos y peticiones que fueron llevando los fieles hasta los pies de la figura.

De esta forma, la figura ha ido cobrando cada vez más adeptos, algunos de los cuales aseguran que incluso han sucedido unos cuantos milagros a partir de las peticiones al Cristo que se levanta de hombros.

Uno de ellos dice relación con la recuperación de la voz de una  mujer que la había perdido. Ella es, por cierto, quien me cuenta detalles de la historia y me hospeda en su casa, por estos días.

martes, 23 de enero de 2018

Una obra vista.

“A veces parece una obra de teatro.
No sé si muy buena o muy mala.
Pero sí muy vista”

En ese taller preparan siempre la misma obra de teatro. Año tras año, hace al menos seis. Cambian los integrantes del taller, por supuesto, pero nada más cambia. En mi caso, como viajo siempre a ese lugar he visto la obra cinco de las seis veces que la han montado. Es una obra de Ibsen, no muy conocida, de siete personajes. Hablé con los encargados del taller y me contaron que la repetición se debía al proyecto a partir del cual obtenían los recursos. Y es que siempre postulaban a partir de los mismos documentos. En estos, argumentaban la necesidad de montar esa obra por la temática y el aporte que podría suponer tanto para quienes participaban activamente en ella, como para los posibles espectadores. Seis semanas de preparación. Dos funciones. Siempre es lo mismo. Funciona durante el tiempo de verano y al taller asisten aquellos jóvenes y adultos que no saldrán en la temporada. El único requisito que imponen los talleristas es que no se repitan los participantes del taller, por lo que cada vez les ha costado más ir llenando los cupos entre los posibles interesados. De hecho, este año han permitido a una chica repetir el taller aunque no el papel que representa. Al parecer, hace dos años fue la protagonista y en esta temporada le tocó ser la hermana mayor de su antiguo personaje. En mi caso, para no ser menos, suelo sentarme siempre en el mismo lugar, para presenciar la obra. Además, compro una jarra de vino y unas sopaipillas que vende siempre la misma señora. Junto a mí se sentaba un hombre mayor que según me cuentan murió este año, solo hace algunas semanas. Veamos si algo cambia esta vez, me dice la persona que se sentó en el lugar del viejo, justo antes que empiece la obra.

lunes, 22 de enero de 2018

Una máquina que (no) funciona.


-Me compré una máquina que no hace nada –me dijo-. O tal vez hace algo que no percibo, no sé. O sea, funciona el botón de encendido y se ilumina una luz, pero con el otro no sé… lo apretó y no percibo nada…

-¿Tiene solo dos botones? –pregunté.

-Sí, dos…

-¿Y para qué te la compraste si no sabías?

-No sé… se veía grande, bonita… además la cambié por puntos, no era dinero real…

-¿Y por qué no la llevas a la tienda y preguntas?

-Porque me da vergüenza, no sé… -contestó-. A veces pienso que es una especie de máquina placebo… que en realidad no hace nada, pero uno puede pensar que hace algo… entibia el ambiente, o lo enfría, o purifica el aire…

-Pues tal vez el problema no esté en la máquina –le dije.

-¿Y entonces?

-No sé… Tal vez el problema está en las cosas que hacemos y no hacemos… O en eso que no sabemos que hacemos, que no se percibe… como con la máquina… -intenté explicar.

-No entiendo… ¿Qué el botón no sea un botón, dices tú…?

-Olvídate de eso. No pienses en la parte, me refiero… piensa en la máquina… piensa incluso que tú eres esa máquina…

-¿Quieres que sea empático para que la entienda? –preguntó.

-Te hablo en serio… Piensa que si eres esa máquina… al menos deberías simular que funcionas… que tienes alguna función…

-¿Aunque no sirva para nada?

-Claro… haría un ruido… no sé… Para que no me destruyan, al menos… Sí… Yo haría eso si fuese una máquina…

-Si fueras una máquina funcionarías… el problema es mi máquina…

-Bueno, si fuera esa máquina fingiría que sirvo para algo, más allá de una simple luz y un botón placebo…

-¿Y cómo se hace para simular que sirves para algo? –volvió  a preguntar.

-¿Cómo máquina?

-No... como humano –me dijo-, como uno que no funciona y finge que funciona…

-Pues mira… -le dije-. Así:

domingo, 21 de enero de 2018

Cadáveres en el armario.

“Requiere cierta técnica estar contento 
con la vida que uno lleva. 
Hay que practicar mucho 
para no inquietarse por las cosas”
I. B.

I.

La tía Rosa confesó en la cena haber llegado a tener catorce cadáveres en su armario.

En tanto, su madre, la abuela Ana, no dio cifras exactas, pero señaló que nunca llegó a sobrepasar los diez.

-Tal vez tú limpiabas el armario más seguido, mamá –le dijo Rosa.

-Puede ser –admitió Ana-, casi todo es cuestión de limpieza.


II.

Mateo que apenas alcanzaba los ocho años era el menor en aquella conversación y no entendía bien a que se referían.

Menos aun cuando Ricardo, su padre, batiese el récord y dijese que en su armario tuvo hace unos años veintisiete cadáveres y medio.

-Y no tuve más porque no cabían más –agregó finalmente.

-Pudiste elegirlos más pequeños, -dijo entonces Sofía, su esposa, casi como un reproche.

Y todos rieron ante esa frase.


III.

Mateo no se atrevía a preguntar, pero sabía al menos que parte de la conversación estaba sucediendo en clave.

Lo preocupante fue que en un primer momento él pensó que la palabra que designaba otra cosa era cadáveres, pero luego, al escuchar a su padre y recordar que no tenían armario, supo que era esta última palabra la que designaba otra cosa.

Y es que cuando se habla en clave, pensaba Mateo, solo se debía transformar una palabra.


IV.

Sofía, la madre de Mateo, le preguntó a su hijo si iba a querer postre, pero este se negó.

Entonces Ricardo y Sofía se miraron y dieron a entender que tampoco comerían postre, pues debían irse pronto.

-Tal vez tantos cadáveres le quitaron el apetito –les dijo Rosa.

-Es al revés –dijo Sofía-. Si no fuera por los cadáveres Ricardo y yo no tendríamos nada en común.

Ricardo asintió y le hizo un gesto amable a su esposa.

Minutos después se despidieron y recogieron sus cosas para irse.

-Nunca te acerques al armario de tus padres –le dijo la abuela Ana a Mateo, mientras le pellizcaba una mejilla.

Mateo sonrió pues no se le ocurrió hacer otra cosa. 

sábado, 20 de enero de 2018

Una rodilla fuera de su sitio.

“Pero el mundo irreal era mucho más grande
que el mundo real, y había en él sitio más que suficiente
para ser uno mismo y para no ser uno mismo a la vez”
P. A.

I.

Me llevaron donde una vieja para que me viera la rodilla.

Un par de horas antes, caminando por una especie de bosque, cerca de un lago, metí una pierna en un agujero, y la rodilla de esa pierna se salió de su sitio.

Traté de acomodarla yo mismo, pero no pude, o lo hice mal, pues la rodilla siguió en un lugar que no era el que le correspondía.

Mientras estaba así, en el suelo, mi hijo, que me acompañaba en la caminata, fue por ayuda.

Media horas después, más o menos, llegó con un hombre que me ayudó a ir donde la vieja.


II.

La vieja miraba todo el tiempo hacia el suelo y me hizo tender en un catre, que parecía militar.

Estaba tomando mate y se sentó a un lado.

Poco después comenzó a palpar la rodilla.

-Si no duele es que está muerto –me dijo, luego de que me quejara un poco.

-Una vez atendí un muerto –agregó-. Le acomodé la cabeza en su sitio y hasta le arreglé la columna porque le había caído un árbol encima.

Fue al terminar esa última frase que me volvió la rodilla a su sitio, estirándola hacia un costado y cargándose bruscamente sobre ella.

Luego nos preparó un mate y nos sentamos con mi hijo, en su mesa.


III.

Me parecía extraño que la rodilla no doliese en lo absoluta aunque de todas formas, por resguardo, trataba de no moverla demasiado.

-Camine tranquilo –me dijo-, en este mundo su rodilla siempre estuvo bien.

Mi hijo me miró y yo no dije nada, pues la experiencia nos ha enseñado a no indagar en asuntos extraños.

-No iba a quedar bien así que dejé a ese usted en otro mundo –agregó, mientras servía más mate-. Mañana vaya y tape bien el agujero, si quiere que su otro usted no regrese.

No le dijimos que sí abiertamente, pero asentíamos mientras tomábamos el último mate. Luego nos fuimos del lugar.


IV.

Como viajamos esa misma noche, no pude cumplir con lo que me dijo.

Fue entonces que, mientras leía un libro de Auster, di con la frase que está en el epígrafe y se la mostré a mi hijo.

-Si este es el mundo irreal no habrá problema alguno –me dijo.

-Esperemos que así sea –dije yo.

viernes, 19 de enero de 2018

Formas de retomar el sendero (I)


Estaba medio dormido cuando sentí que bajo la carpa se deslizaba algo vivo. Lo cierto es que no me detuve a pensar qué podía ser, pero intenté presionarlo con mi peso. Me moví rápidamente aún dentro del saco y lo aplasté con la pierna. Entonces, por la forma de moverse comprendí que ello no podía ser un ratón u otro animal similar, sino que debía ser una culebra, lo bastante grande y fuerte como para no conseguir detenerla ni atontarla, aun cuando la golpee fuertemente desde el interior de la carpa, buscando ante todo aplastar su cabeza. Y claro, fue recién entonces, entre un golpe y otro que me hice consciente del asco que me daba todo aquello y de lo fuera de mí que me encontraba, dando golpes de puño en el piso sobre esa cosa que estaba bajo la carpa tratando con todas sus fuerzas de escapar hacia algún sitio. Fue en ese instante que debo haber dejado ir al animal, que logró escabullirse y alejarse del lugar, deslizándose rápidamente.

No pude dormir esa noche.

A la mañana siguiente mientras guardaba mi carpa y me alistaba a retomar el sendero, pude apreciar que a unos pocos metros, tras unas rocas, estaba la culebra. Tenía a un costado de la cabeza una larga herida, como si su cuerpo se hubiese descosido en esa parte, revelando su interior.

Así que de esta forma entra el pecado en el hombre, me dije, luego de un rato.

Por último, minutos después, debo reconocer que simplemente le di la espalda y retomé el sendero, aunque sin recordar hacia dónde me llevaba.

jueves, 18 de enero de 2018

Un gato rondaba la casa del inventor.


Un gato rondaba
la casa del inventor.

Estaba en busca de un ratón,
que había visto dentro,
al mirar por la ventana.

Fue así que una mañana
con semblante muy siniestro
el felino fue al encuentro
del avistado roedor.

Y el gato entonces entró
a la casa del que inventaba.

Buscó en la cocina y no lo halló
también buscó en los armarios…
donde podía él escarbaba.

Por fin, cuando nada hallaba
no vio un ratón, sino varios
y frío como un sicario
a matarlos se dirigió.

Y el gato ahora cazaba
en casa del inventor.

De un golpe atrapó un ratón
que estaba sobre una manta
caminando despistado.

Se lo comió de un bocado
pues tenía hambre tanta
que en mitad de su garganta
el ratón se le atoró.

Y el gato casi se ahogó
en casa del que inventaba.

Por suerte escupió al ratón
al primer o segundo intento
y se quedó sobre la alfombra.

Al verlo el gato se asombra
pues el plato tan suculento
era un robot… ¡no miento!
que ahora se destruyó.

Y el gato se cuestionaba
en casa del inventor.

Al final el gato salió
del lugar muy confundido
casi haciendo filosofía.

Y si él mismo no existía
se dijo medio perdido,
si tal vez hasta sus latidos
están hechos por un reloj.

Y el gato así descubrió
quién era el que lo inventaba.

miércoles, 17 de enero de 2018

El hombre que leía los manuales (Formas de vida I)


Ayer se cumplió un año desde que desapareció el hombre que leía los manuales.

No escribiré su nombre, porque nunca lo llamamos así, y sería falso comenzar a hacerlo ahora.

Fue pareja de una prima, que trabajó con él en la misma empresa, lugar donde justamente le pusieron ese apodo.

Era una empresa que vendía distintos productos importados, por lo general artículos eléctricos de cocina u otros similares, casi siempre al por mayor.

Y claro, el hombre que leía los manuales, además de vender, era justamente quién hacía lo que su nombre indicaba.

Esto consistía en leer detalladamente cada uno de los manuales que acompañaban los productos, para luego explicar a los otros vendedores, de manera práctica y más breve, cómo era su funcionamiento.

Mi prima lo presentó como pareja en una cena de navidad, donde justamente el hombre que leía los manuales leyó las instrucciones de unos productos que nos habían regalado esa misma noche.

Recuerdo que lo leyó de forma seria, profesional incluso, detallando cada uno de los pasos e indicaciones y hasta haciéndonos una pequeña demostración.

En ese momento creímos que bromeaba, pero luego comprendimos que ese era realmente su carácter y tratamos de evitar las burlas u otros comentaros que pudiesen hacerlo sentir mal.

De todas formas, solo volvimos a ver al hombre que leía los manuales un par de veces más, pues pronto mi prima lo dejó por otro compañero de trabajo, y solo nos enteramos que desapareció por un comentario al pasar, dicho por mi prima en una reunión familiar, hace un par de días, como algo sin importancia.

-Mañana se cumplirá un año desde que la empresa necesita a alguien que lea y resuma los manuales… -fue lo que ella dijo.

Y claro, luego nos contó que el hombre aquel desapareció sin más. Dejando todas sus cosas en el lugar donde vivía y sin enviar una carta o una explicación a alguien.

-La empresa –dijo finalmente mi prima-, puso por meses un anunció que si bien era para contratar a alguien, nosotros lo leíamos como uno de esos para personas perdidas: “Se busca hombre que lea manuales”, decía el anuncio. Nunca nadie apareció.

martes, 16 de enero de 2018

Inflar globos (Educación sentimental III)

“La naturaleza sabe lo que hace”
Clarice Lispector

Inflo globos, pero no los sé anudar.

Más allá de eso, creo ser bueno en lo que sé.

Es decir, el inflado es rápido y reconozco el momento exacto en que hay que dejar de soplar, para que el globo no reviente.

Más allá de eso, no me preocupo mucho más.

Es decir, no me preocupa para qué usen los globos.

Tampoco me interesa que reconozcan mi labor.

Simplemente los inflo y busco entonces alguien a quien pasarlo que lo anude o vea qué hacer con aquello que he hecho.

Entonces, entregado el globo comienzo de inmediato a inflar otro.

No me mareo, al hacerlo.

Tampoco me cansa en demasía.

De hecho, suelen cansarse antes los que anudan.

Por lo mismo, en ocasiones no encuentro a quien entregar y trato yo mismo de anudarlos.

Gran error, lo confieso.

Y es que no soy bueno para eso.

Y debiese no olvidar, que no soy bueno para eso.


Una vez alguien que me vio inflar globos me dijo que lo hacía de forma extraña.

Que no parecía tomar aire para inflarlos, fue o que me dijo.

No le di importancia en ese instante, pero luego me di cuenta que era cierto.

Debo tener reservas de aire dentro, he concluido con el tiempo.

En compensación por la ineficacia en los nudos.

Creo que era Clarice quién decía, que la naturaleza sabe lo que hace.

Linda, Clarice.

lunes, 15 de enero de 2018

La última uña (Educación sentimental II)


Sinceramente no lo entiendo, me dijo. Ayer asaltaron a un vecino y lo torturaron para que dijese dónde tenía dinero oculto. Es un vecino que abrió un negocio de importación de automóviles y al parecer había llevado una gran suma de efectivo a la casa. Según dijeron en el noticiario, lo golpearon varias veces, le fracturaron ambas piernas y le arrancaron las uñas. Diecinueve uñas, dijo el periodista. Y es que al parecer mi vecino confesó dónde estaba el dinero justo antes que le arrancaran la última uña. Y claro, más allá de la violencia empleada, eso es lo que no entiendo. Me refiero a que he intentado reconstruir la escena y no comprendo. Sé que no soy muy empático, pero de verdad lo he intentado. Es decir: entran hombres a mi casa y me exigen les diga dónde tengo cierto dinero; me niego; entonces me golpean en numerosas ocasiones, me fracturan las piernas, me arrancan una a una las uñas de manos y pies y entonces, recién entonces, justo cuando queda la última uña yo confieso... Sinceramente no lo entiendo... ¿Es acaso un dolor distinto perder la última de las uñas? ¿Por qué se esperar hasta ese entonces…? Sinceramente no lo entiendo, repitió. ¿Hay acaso esperanza en esa última uña…? Sinceramente no lo entiendo…

domingo, 14 de enero de 2018

Un sombrero (Educación sentimental I)


X se pone un sombrero que ha utilizado durante varios años.

No es un sobrero especial, pero ha resistido varias temporadas así que X ha terminado por tomarle cariño.

Esta vez, sin embargo, al ponerse el sombrero, X lo ha sentido más ajustado que otros años.

De hecho, ha debido forzarlo para poder ubicarlo a la altura que le gusta.

Y claro, como X no ha lavado el sombrero, y este ha permanecido todo el tiempo en la sombra, la única razón que explicaría la dificultad sufrida es que a X le haya crecido la cabeza, durante el último periodo.

Convencido de esa situación X se preocupa y comienza a investigar lo que le ocurre.

Se mira largas horas al espejo e intenta tener otra referencia que respalde su apreciación, pero lamentablemente no tiene otro sombrero y, si bien al ponerse camisetas siente que estas se traban un poco al pasar por su cabeza, no le parece aquella una prueba precisa.

Por lo mismo, durante varias semanas, X no ha dejado de medirse la cabeza, pero salvo variaciones de un par de milímetros –a favor y en contra-, no ha encontrado nada anómalo.

Junto con esto, X visitó a tres médicos distintos, pero tras enviarlo a hacerse algunos exámenes y ante la falta de mediciones previas que validaran la tesis propuesta por X, lo han despachado dando a entender –indirectamente por supuesto-, que todo es fruto de una conducta psicopática del paciente.

-Así son a veces las cosas –le dijo el último doctor que lo atendió-, nos defraudan un poco, sin motivo. No se haga usted más exámenes y cómprese un sombrero nuevo y siga con su vida justo donde la dejó antes de todo esto…

Y claro, si bien X no se fue conforme con la atención, con el tiempo comenzó a darle vueltas a la idea dada por el médico, y hasta se compró un nuevo sombrero, lo más similar que pudo a aquel que lo había defraudado.

-No es un buen final, pero es lo que hice -me dijo el otro día, mientras me contó la historia.

Y tenía razón.

sábado, 13 de enero de 2018

Varias cosas, pero al final nada.

"Dime, amigo mío, dime, amigo mío,
dime la ley del mundo subterráneo que conoces"
Poema de Gilgamesh

Ella le cuenta a su amiga algo que le sucedió en el solárium.

No sabes, le dice.

El otro día fui al solárium y estuve dos horas en la máquina, pero olvidé encenderla.

Lo peor es que me cobraron igual las horas y no pude utilizar otra pues estaban reservadas todas las máquinas hasta el comienzo de la otra semana.

¿Y qué hiciste?, le pregunta la amiga.

Varias cosas, contesta la primera.

Primero intenté que alguien me cediera sus horas. Ofrecí el doble de dinero y expliqué que era una urgencia, que tenía un casamiento y mi vestido era muy abierto… pero todas fueron unas insensibles.

Luego busqué otros lugares, pero la suerte fue la misma, todas las horas tomadas y nadie que quisiera venderme su cupo… pasé toda la tarde así y hasta el otro día en la mañana, pero no hubo caso.

Incluso llamé a la M., no sé si te acuerdas… El caso es que la llamé pues ella había contado que tenía una máquina para broncearse en casa y entonces le expliqué mi situación… Tú sabes le dije… soy demasiado blanca… transparente casi… y no quiero ir así al matrimonio… yo creo que hasta se ve el interior de una con mi piel…

¿Y ella sí te la prestó?, interrumpió su amiga.

No... Es que no estaba en Santiago… creo que andaba de viaje, en Villarrica, y no tenía cómo hacer para que yo la usara… Así que como ves, tuve que ir toda blanca, aunque al final no ocurrió nada salvo los típicos comentarios a tus espaldas…

Pues eso hubiese ocurrido igual de todas formas, dijo su amiga.

Sí, eso pensé también, para calmarme... Cómo sea, ya ves que hice todo lo que pude y al final no se pudo.

Así veo, dijo su amiga. Varias cosas, pero al final nada.

Guardaron silencio por un momento.

Y a ti, ¿te ha pasado algo en estos días?, preguntó entonces la primera.

Nada especial, contestó la segunda. O sea, igual que a ti… varias cosas, pero al final nada.

Ambas rieron brevemente en ese instante, con cortesía.

Luego se despidieron, y no hay más.

viernes, 12 de enero de 2018

Un lugar donde nevó durante quince años (canción)

"A singer must die
for the lie in his voice"
L. C.

Me dijo que existía un lugar donde nevó durante quince años.

Pero nevaba tan suave, que la gente del lugar podía limpiar y seguir viviendo.

No se caían los techos, no se bloqueaban las calles.

La nieve era suave y limpiarla era como sacudirse el sueños, al despertar.


Me dijo que existía un lugar donde nevó durante quince años.

Y yo creí quince años también aquella historia.

Imaginé los hombres sacudiendo la nieve, al comenzar el día.

Y también imaginé a los hombres sacudiendo la nieve, antes de irse a acostar.


Pero al llegar el año dieciséis te das cuenta que te mienten.

Igual como si en la ciudad, de pronto, hubiese dejado de nevar.

Y entonces la nieve se vuelve agua sucia y no puedes caminar sin mancharte.

Y además vas manchando el camino, por tener que avanzar.


Me dijo que existía un lugar donde nevó durante quince años.

Hoy quien me lo dijo ha muerto, y no asistiré al funeral.

En cambio iré a la montaña y buscaré verdad en el engaño.

Y desde lo alto cantaré esta canción, hasta que logre reír, o llorar.


Pero al llegar el año dieciséis te das cuenta que te mienten.

Igual como si en la ciudad, de pronto, hubiese dejado de nevar.

Y entonces la nieve se vuelve agua sucia y no puedes caminar sin mancharte.

Y caminar se vuelve amargo, pero tienes que avanzar. (x2)

jueves, 11 de enero de 2018

Un muñeco de mis mismas proporciones.

“Los que duermen y los que están muertos se asemejan.
El noble y el vasallo no son diferentes
cuando han cumplido su destino”.
Poema de Gilgamesh

I.

Alguien hizo un muñeco.

Un muñeco de mis mismas proporciones.

Lo dejaron junto a la puerta con la cabeza entre las piernas.

Y yo lo entré a casa, para que escapase del calor.


II.

Lo senté en un sillón y parecía cómodo.

Me senté a su lado y vi una película de Chabrol.

Como se mostró indiferente puse un documental antiguo, de Herzog.

Al terminar bajé a cocinar unos fritos de pollo al pimentón.


III.

Cuando volví a mirarlo el muñeco había cambiado de pose.

Fue como si se acomodase en el sillón y se hubiese quedado dormido.

Tal vez se cayó hacia un lado y de alguna forma tomó esa actitud extraña.

Lo dejé así y fui a comprar unas cuantas cosas, al supermercado.


IV.

Mientras estaba en el pasillo de los yogurts pensé recién en lo extraño del asunto.

Pues no tenía idea en realidad, de quién podría haber llevado ese muñeco.

Por otro lado era indudable que había sido hecho como un doble.

Si hasta las ropas que tenía, se parecían a unas mías, que usaba hace unos años.


V.

Al volver a casa no encontré el  muñeco.

Todo estaba tal cual y no parecía que nadie hubiese entrado a casa.

Por lo mismo, me puse a buscar dentro de casa al muñeco, pues no era lógico que se lo hubiesen llevado.

Aunque claro, tampoco era lógico que se hubiese cambiado de lugar, así sin más.


VI.

Busqué por horas, pero no encontré al muñeco en ningún sitio.

Así, finalmente, me senté en el sillón, donde antes había sentado al muñeco.

Entonces vi una película de la Cavani y escuché un disco de Bjork.

Tras esto, me dormí en el mismo sillón, en una posición extraña.

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