sábado, 20 de enero de 2018

Una rodilla fuera de su sitio.

“Pero el mundo irreal era mucho más grande
que el mundo real, y había en él sitio más que suficiente
para ser uno mismo y para no ser uno mismo a la vez”
P. A.

I.

Me llevaron donde una vieja para que me viera la rodilla.

Un par de horas antes, caminando por una especie de bosque, cerca de un lago, metí una pierna en un agujero, y la rodilla de esa pierna se salió de su sitio.

Traté de acomodarla yo mismo, pero no pude, o lo hice mal, pues la rodilla siguió en un lugar que no era el que le correspondía.

Mientras estaba así, en el suelo, mi hijo, que me acompañaba en la caminata, fue por ayuda.

Media horas después, más o menos, llegó con un hombre que me ayudó a ir donde la vieja.


II.

La vieja miraba todo el tiempo hacia el suelo y me hizo tender en un catre, que parecía militar.

Estaba tomando mate y se sentó a un lado.

Poco después comenzó a palpar la rodilla.

-Si no duele es que está muerto –me dijo, luego de que me quejara un poco.

-Una vez atendí un muerto –agregó-. Le acomodé la cabeza en su sitio y hasta le arreglé la columna porque le había caído un árbol encima.

Fue al terminar esa última frase que me volvió la rodilla a su sitio, estirándola hacia un costado y cargándose bruscamente sobre ella.

Luego nos preparó un mate y nos sentamos con mi hijo, en su mesa.


III.

Me parecía extraño que la rodilla no doliese en lo absoluta aunque de todas formas, por resguardo, trataba de no moverla demasiado.

-Camine tranquilo –me dijo-, en este mundo su rodilla siempre estuvo bien.

Mi hijo me miró y yo no dije nada, pues la experiencia nos ha enseñado a no indagar en asuntos extraños.

-No iba a quedar bien así que dejé a ese usted en otro mundo –agregó, mientras servía más mate-. Mañana vaya y tape bien el agujero, si quiere que su otro usted no regrese.

No le dijimos que sí abiertamente, pero asentíamos mientras tomábamos el último mate. Luego nos fuimos del lugar.


IV.

Como viajamos esa misma noche, no pude cumplir con lo que me dijo.

Fue entonces que, mientras leía un libro de Auster, di con la frase que está en el epígrafe y se la mostré a mi hijo.

-Si este es el mundo irreal no habrá problema alguno –me dijo.

-Esperemos que así sea –dije yo.

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