domingo, 30 de abril de 2023

Carbón sintético.


I.

Carbón sintético, compré.

Un poco por probar, pues ni siquiera resultó ser más barato.

La llama era escasa.

No tenía olor a carbón.

Era de color gris y venía en cubos pequeños.

Tampoco manchaba.

El calor que desprendía, sin embargo, era intenso.

Esas eran, digamos, sus principales características.


II.

Cocinamos, por cierto, con ese carbón.

Carne no sintética, fue lo que cocinamos.

Sobre una parrilla, igualmente como hacíamos con el carbón natural.

Aunque en esta oportunidad, para ser justos, se nos presentaron algunas dificultades.

La primera, era calcular la intensidad del calor.

La segunda, era saber qué tan consumido estaba el carbón, y calcular el tiempo restante.

Y es que, por su apariencia, no podías saber si los cubos de carbón sintético estaban o no apagados.

Tampoco, además, se consumían o reducían su tamaño.

Solo perdían su calor, lentamente, hasta convertirse en cubos apagados.

De más está decir, por cierto, que no logré comprender cómo funcionan.

Solo observé lo que sucedía, y ahora doy cuenta de ello.


III.

Comimos esa vez, como muchas otras veces.

El sabor de la carne no tenía nada especial.

Probablemente, nos demoramos en asarla un poco menos que de costumbre.

De todas formas, fue solo una impresión, pues no tomamos el tiempo que empleamos.

El carbón sintético se volvió blanco, al final, y debimos recogerlo en bolsas.

Me pareció que pesaba lo mismo que antes de ser encendido.

Tampoco había cenizas.

El fuego y el calor no estaban dentro de este carbón, me dije.

Pero claro… admito que puedo, sin duda, estar equivocado.

sábado, 29 de abril de 2023

Fui, dijo Lázaro.


Fui, dijo Lázaro.

Directamente me lo dijo, pero no lo entendí.

Venía tomando un café con vainilla, probablemente demasiado dulce.

A mí, por lo menos, me pareció que no tenía expresión de disfrutarlo.

El aroma de la vainilla me molestaba, no así el del café.

La voz de Lázaro, por otro lado, me resultaba indiferente.

Llegó a mi lado con intención de conversar.

O de contarme al menos, algunos hechos.

Me contó, por ejemplo, que se había inscrito en un grupo de juegos de mesa.

También me dijo que la noche anterior observó una pelea entre gatos.

Por último -de lo que recuerdo, al menos-, comentó que estaba durmiendo un par de horas menos, los últimos días.

Qué extraño, dije yo, a mí también me ha estado ocurriendo lo mismo.

Él no tomó en cuenta mi observación.

Caminamos luego, durante un par de cuadras, en la misma dirección.

Esta vez, lo hicimos en silencio.

Yo iba en dirección al metro, luego del trabajo.

Él se dirigía a un supermercado, que estaba cerca del lugar.

Nos despedimos en la entrada del metro, donde yo debía descender.

Nada especial, un gesto, apenas.

No nos engañemos, pensé, mientras bajaba las escaleras, también las hojas que han caído se levantan con el viento.

Junto a las boleterías, abajo, un hombre tocaba una canción con una armónica.

No supe reconocer, sin embargo, qué canción interpretaba.

viernes, 28 de abril de 2023

Seis agujeros en la tierra.


Seis agujeros en la tierra.

Seis agujeros que me hablaban.

Seis agujeros que tenían voz.

Seis agujeros como bocas.


Bocas rasgadas de tanto gritar hacia lo alto.

Bocas partidas y resecas y marchitas.

Bocas llenas de rocas como dientes partidos.

Bocas extrañas y amargas que no tienen qué morder.


Morder muertos podrían esas bocas.

Morder interiormente sus propias mejillas.

Morder incluso las palabras que aparecen ya partidas.

Morder la mano de aquel que arrojó dentro de ellas un madero.


Madero viejo y gastado, lleno de nudos.

Madero que tal vez, quien sabe, fue parte de una cruz.

Madero con marcas pequeñas que ya nada significan.

Madero que es parte de otros seis, que están en contacto con la tierra.


Tierra que ahora se aferra al madero y no lo suelta.

Tierra que lo abraza y lo absorbe quién sabe para qué.

Tierra que es parte de una boca que se ha cerrado nuevamente.

Tierra que muerde y se entierra en el madero como un clavo.


Todo queda así más o menos ordenado.

Seis agujeros como bocas y en ellos seis maderos, aferrados por la tierra.

Eso es simple, dirá alguien, queriendo de pronto abandonar.

Y observará entonces el óxido en el clavo, como si nada quedase por hacer.

jueves, 27 de abril de 2023

El tiempo de las cosas con ojos.


I.

¿El tiempo en que las cosas tenías ojos?

No. No sé qué tiempo es.

Tampoco sé si puede llegar a saberse.

De todas formas, aunque las cosas tuviesen ojos, y observasen,
supongo que no podían verse a sí mismas.

Es decir, sus ojos, apenas les servirían para saber que eran miradas
por otras cosas con ojos,
que no sabían tampoco, por cierto, verse a sí mismas.


II.

¿Objetos con ojos?

No. En realidad, no me cuesta creerte.

Y es que haciendo a un lado la sangre,
no observo en realidad,
mucha diferencia.

Después de todo, el modo de aguantar ser, sin saberse,
es a fin de cuentas siempre el mismo.


III.

¿La forma de mirar, de los objetos?

Pues no sé.

Sinceramente no estoy seguro de haber entendido del todo lo que dices.

Pero si algo entendí,
supongo que te refieres al hecho de saberse otro,
tras mirar a los otros.

Si es así, en todo caso,
mi respuesta seguirá siendo “no sé”.

Y mi explicación, invariablemente,
seguiría basándose en el cuestionamiento que surge
tras saberse observado.

¿No me entiendes?

Entonces te lo diré más claro,
aunque con otra voz:

Una de esas puertas, como ves,
(dijo el presentador del concurso)
puede ser la puerta de salida.

miércoles, 26 de abril de 2023

Ella dijo que quería un conejo.


Ella dijo que quería un conejo. Vivir con un conejo. Tenerlo de mascota y cuidar de él, al llegar a casa. Quería esto desde que, siendo pequeña, había tomado uno y le había parecido encantador.

-Me imagino de noche… -dijo ella-, después de un día de trabajo… Llegar a casa y sentarse un rato a acariciarlo…. Luego limpiar sus cosas por supuesto, dejarle comida, agua… No lo veo como un juguete, sabes… pero estoy segura que tenerlo me produciría buenas sensaciones.

-¿Y por qué no consigues, entonces, un conejo? -le pregunté.

Ella guardó silencio y me miró a los ojos. Parecía molesta.

-Tú no entiendes nada -me dijo.

La observé de regreso y acepté que era cierto. Nunca comprendo nada. Para mí lo que decía podía transformarse a una ecuación sencilla. Ni siquiera había una incógnita por descifrar.

Luego de eso, no volvió a hablar del conejo.

En cambio, tomó una actitud más distante, aunque alegre, y comenzó a contarme anécdotas del trabajo.

Por lo general, se trataba de injusticias cometidas por su jefe. Algunas incluso me parecieron derechamente malos tratos. Y le comenté que podrían denunciarse.

-Claro -dijo ella, otra vez molesta-. Y por eso voy a denunciarlo mientras acaricio el conejo que quieres que consiga, para no estresarme… De verdad no entiendes nada.

Nuevamente, sin decirlo, consideré que era cierto.

Me fui del lugar poco después, mientras ella estaba en el baño, para no tener que dar explicaciones.

Me hubiese gustado al salir, encontrarme de pronto con un conejo, para darle un mejor final a esta historia.

Pero no sería cierto.

martes, 25 de abril de 2023

¿Y tú?


-¿Y tú?

-¿Y yo qué?

-No sé…

-¿No sabes?

-No. Es que tú sabes, yo creo.

-¿Saber qué…? De verdad no te entiendo.

-Saber sobre ti, por supuesto… Solo te digo que tú debieses saber.

-¿Saber qué cosa? ¿No puedes explicarte mejor…?

-Pues ya sabes… te pregunto por ti… eso es todo. Tú debieses saber sobre ti misma.

-¿Y quieres que yo comparta contigo aquello que sé sobre mí misma?

-Sí… pero creo que me malentiendes… Yo no hablo sobre un saber absoluto, o esencial… solo un estado… Nada que te complique, digamos.

-No me complica eso, pero sí la forma.

-¿La forma de qué?

-La forma en que te expresas, por supuesto… ¿Acaso no te escuchas?

-Pero si solo te pregunté por ti… eso es todo…

-Ese es el contenido… Recuerda que yo estoy cuestionando tu forma…

-¿Mi forma?

-Sí, tu forma de indagar sobre eso.

-¿Qué tiene mi forma?

-Resulta molesta.

-¿Y de qué forma podría haber preguntado por ti, para que no te resultara molesto?

-No voy a responder aquello… Cada uno debe comprender y analizar sus propias formas de vincularse con el otro, de averiguar quién es, cuál es su estado o lo que sea…

-Ok. Entiendo. Dejémoslo así entonces.

-Espera… ¿Dejarlo así… nada más? ¿Ves a lo que me refiero?

-Lo veo. De verdad lo veo.

-Pues lo que yo veo es que eres una mierda egoísta, nada más.

-Pues de acuerdo. Eso es lo que soy... ¿Y tú?

lunes, 24 de abril de 2023

Plátanos.


Como estaban baratos compré plátanos.

Pero no me los comí.

Creo que compré dos kilos de esos plátanos.


Así, en la frutera, los plátanos no comidos comenzaron a oscurecer.

Antes que se echasen a perder, sin embargo, preferí sacar la juguera.

Compré una caja de leche y poco después, tenía casi dos litros de leche con plátano.


Como no quería, en el momento, guardé la mayor parte en una botella de vidrio.

El resto, no sé por qué, lo serví en un par de vasos.

Pensaba tomármelo durante el día, mientras hacía otras labores, en la casa.


No tomé nada, por supuesto, y perdí entonces lo que había servido.

Algo en mí sabía, desde antes, que era eso lo que iba a ocurrir.

Pero ese algo suele tener la voz bajita, y nadie nunca lo ha escuchado.


Días después, por si fuera poco, decidí botar también lo que había guardado en la botella.

No sé realmente si ya estaba malo, pero sin duda no iba a probarlo.

Se habían formado grumos y el líquido estaba más espeso, de lo que recordaba.


Esa misma noche, decidí pensar en todo, para explicarme algunas cosas.

Decidí pensar en todo, me refiero, como si hubiesen sido plátanos.

Hoy, sin embargo, decido ir a comprarlos nuevamente.


Y es que, sin duda, no es culpa de los plátanos.

domingo, 23 de abril de 2023

Berberova.


En un sueño me habla Berberova.

Nina Berberova.

Lamentablemente, como me habla en ruso, no la entiendo.

Igual finjo que sí, pues ella parece entusiasmada.

Mientras habla, mueve las manos y de pronto saca una libreta en la que empieza a hacer dibujos y líneas y una gran cantidad de cifras para complementar su explicación.

Por un momento pienso que le debo dinero así que le indico con gestos que disculpe, pero que no tengo.

En mis sueños, por cierto, también soy pobre.

Ella, por supuesto, rechaza mis gestos y me hace notar que no la entiendo.

Entonces apunta a mis orejas y hace gestos como para que me quite algo.

No uso aros, le digo. Nunca he usado.

Ella entonces estira su mano y siento un pequeño desgarro en una de mis orejas.

Creo que fue en la izquierda.

Poco después, ella me muestra lo que ha arrancado de ese sitio.

Es un pendiente con una piedra dentro.

Nunca antes lo había visto.

Diría incluso que se trata de un truco y que no lo llevaba puesto, pero lo cierto es que siento el leve goteo de la sangre ahí donde el aro fue arrancado.

Poco después, sobre la hoja llena de signos, ella ubica el pendiente, como si fuese un signo más.

Luego, de alguna forma extraña, me pide que mire dentro de la pequeña piedra que está en el pendiente.

No sé por qué me niego a hacerlo, en primera instancia, pero finalmente lo hago.

Veo entonces el interior de una piedra lisa, luminosa, pero sin nada que me pareciese particular.

Cuando dejo de verla y vuelvo a mirar a Berberova, ella sonríe.

Ahora lleva una bata, como de doctora, y me dice en ruso que no hay peste.

Que todavía no hay peste, me dice.

No sé cómo ahora entiendo el ruso, pero me alegro de entenderla y de que no exista, todavía la enfermedad.

O que no se manifieste, al menos.

Para celebrarlo, ambos bebemos un pequeño vaso de vodka.

Ella misma los ha servido, en vasos de vidrio, desde una petaca que escondía al interior de un libro falso.

Finalmente, ella toma el vaso vacío y lo arroja contra la pared.

El vaso se rompe estruendosamente y Berberova sonríe.

Nina Berberova, sonríe.

Yo, por mi parte, lanzo mi vaso hasta la pared, pero en vez de romperse rebota y choca de regreso con mi cabeza que se rompe en mil pedazos.

Nina Berberova sonríe.

Desde uno de mis ojos miro una de mis orejas que está en el piso, junto a otros restos.

En esa oreja todavía hay un pendiente, como el que antes he observado.

No hay sangre en el lugar, pero sí restos de mi cabeza por todos lados.

Entonces despierto, por supuesto.

Y no hay más historias, que contar.

sábado, 22 de abril de 2023

La pausa.


Creamos en la pausa.

Por un momento creamos en la bondad de la pausa.

Es decir, dejemos de no creer en ellas, hagamos una pequeña y depositemos en ella nuestra fe.

Un pequeño depósito, digamos.

Sin esperar intereses, por supuesto, pero con la seguridad de que al menos estará allí si es que el creer luego no funciona.

El otro día, por ejemplo, pensaba en ello.

Y depositaba en ello la poca fe que quedaba.

En Edipo y en una pausa, para ser exacto, depositaba mi poca fe.

Es difícil de explicar, lo admito, pero digamos que deposité esa fe en la pausa que no hace Edipo mientras se arranca un ojo y luego el otro.

En otras palabras: introduzcamos entre ambos actos, una pausa.

No nosotros, en todo caso, sino Edipo.

Y en esa pausa, posteriormente, ahora sí nosotros, depositemos nuestra fe.

Háganse la imagen si pueden.

Ordénenla.

Edipo con un ojo arrancado, justo antes de arrancarse el otro, hace una pausa.

Les pregunto ahora, ¿qué es lo que hace, en ese instante, Edipo?

No se apuren.

Piénsenlo un poco.

Y advierto desde ya que la respuesta no es “una pausa”.

Lo que les pregunto en el fondo es qué hace o qué decide hacer Edipo en esa pausa.

Y desde donde lo hace, por supuesto.

Y claro, finalmente, les digo que antes de responder intenten creer -levemente incluso-, en esa pausa.

En ese extraño Edipo tuerto detenido.

En ese momento que ahora existe para que nosotros depositemos en algo, nuestra fe.

No se apuren, les digo, pero háganlo.

Creamos en la pausa,  en definitiva.

Nada más.

viernes, 21 de abril de 2023

Nieve gris.


Esa noche cayó nieve gris.

Plateada, casi.

Nos dimos cuenta a la mañana siguiente, por supuesto, pues esa la noche solo la sentimos caer.

Estábamos en una cabaña que habíamos arrendado por un par de noches.

Yo me levanté primero y preparé el desayuno mientras observaba la nieve.

Debo haber estado pensando en otra cosa, pues sinceramente no me percaté que era gris, hasta que ella se levantó poco después y observó por la ventana.

Esa nieve es gris, fue lo que dijo.

Entonces abrimos la puerta para verla directamente, pues pensamos que tal vez tras el vidrio se veía de esa forma.

Puede ser un efecto de la luz, comenté, mientras tomaba un poco de nieve entre mis manos.

Incluso llevamos nieve al interior de la cabaña, pero seguía siendo igual de gris, no importa a qué luz la sometieras o desde qué ángulo la mirases.

Igual no es un gris sucio, dijo ella.

Yo asentí.

Se ve limpia… incluso un poco plateada, agregó.

Nos miramos.

La situación era extraña.

Supongo que no sabíamos cuánto debíamos asombrarnos.

Tal vez se trataba de un fenómeno normal para la gente que vivía ahí.

No lo dijimos abiertamente, pero supongo que eso fue lo que pensamos.

Sacamos algunas fotos, pero enfocando más el paisaje que el detalle de la nieve.

Almorzamos en la cabaña.

Tuvimos sexo.

Vimos una película.

Luego volvió a nevar.

Esta vez salimos a comprobar el color de la nieve.

Era la nieve blanca, tradicional.

Tanta que cubrió toda la nieve gris (o plateada) que estaba debajo.

Nada más pasó, que fuese memorable.

Según recuerdo, nos fuimos al otro día, tal como habíamos planeado.

No sé si ella habrá investigado sobre esa nieve gris, pero lo cierto es que yo nunca lo hice.

Debe haberse derretido, supongo, de igual forma que las otras.

jueves, 20 de abril de 2023

Un mono como mascota.


Cuando vivió en Ecuador tuvo un mono como mascota.

Probablemente no era algo legal, pero en ese entonces nadie se preocupaba de aquello.

Era un mono pequeño, de todas formas, y no daba mayores problemas de cuidado.

El mono tenía un nombre, por supuesto, pero G. comenta que lo ha olvidado.

Lo que no olvida es que el mono sabía fumar.

Tiene la imagen grabada del mono sacando cigarrillos del padre de G. y encendiéndolos en una estufa.

También tiene recuerdos del mono ofreciéndole a él mismo un cigarrillo y fumando junto a él sentados en la mesa que había en la cocina.

G. acepta, sin embargo, que estos últimos recuerdos pueden no ser tan exactos -incluso a él le parecen extraños-, y acepta que tal vez su memoria lo lleva a mezclar algunas cosas.

-De todas formas, lo del mono de mascota es seguro -nos dice-. Tengo fotos y nadie pone en duda eso…

-¿Y lo de los cigarros? -le pregunto.

-De que el mono fumaba, claro que fumaba… -dice G.-. Lo que pongo en duda son algunos recuerdos en que el mono hacía figuras con el humo y la forma en que me enseñó a fumar… ahí supongo que mezclo cosas…

-¿Recuerdos de tu padre…? -lo interrumpo.

-No -dice él-. Estoy seguro que mi padre no… Pero debe haber sido alguien más…

Mientras reflexiona sobre aquello, sin resultados positivos, por supuesto, G. enciende un cigarrillo y juega haciendo figuras con el humo, en el aire.

Son círculos de humo, nada más, pero quedan tan bien hechos que parecen ventanas por los que puedes ver algo así como un mundo paralelo, mientras se desvanecen.

-¿Les conté que mi padre mató al mono? -dice entonces G., como si fuese lo más natural del mundo.

Luego de esto, permanece un rato en silencio, mientras acaba el cigarrillo.

Nosotros, por supuesto (en medio del humo), esperamos que G. nos cuente aquella historia.

miércoles, 19 de abril de 2023

Intenté jugar mis cartas.


Intenté jugar mis cartas, pero no lo conseguí.

Es decir, logré jugar algunas… pero no sirvió de mucho.

Una cantidad ínfima, digamos, considerando la cantidad de ellas que tenía en mano.

Por otro lado, debo confesar que mis jugadas, no afectaron en absoluto el desarrollo del juego.

Ni el desarrollo, decía, ni tampoco su resultado.


Así y todo, al menos, intenté jugar mis cartas.

Sin entender el juego, incluso, intenté jugarlas.

Lamentablemente, mis jugadas solían llegar tarde.

Por lo que ni siquiera podía comprobar si hubiese sido o no (de haber llegado a tiempo), una jugada acertada.

No sé bien por qué, si me preguntan, ocurría todo esto…

Pero si ahora intentase contestar, solo podría decir que yo jugaba, más bien, en otro ritmo.


No me extraña, ahora, lo que ha ocurrido: apenas caben en mi mano, las cartas que no jugué.

No sé ya de qué sirven, lo admito, pero sí sé que me niego a abandonarlas.

No es que las guarde para una futura oportunidad ni mucho menos…

Pero supongo que, con el tiempo, me he ido encariñando de ellas.

Son como tickets sin revisar de un sorteo que ya pasó…

O como cartas, decía, de un juego al que intenté jugar, sin lograr mayores éxitos.


Intenté jugar mis cartas, es cierto… pero no lo conseguí.

Hoy, sin embargo, son parte de mí, aquellas cartas no jugadas.

Jugar correctamente, de aquí en más, se lo dejo a otros.

Otros como usted, si se anima… pero ciertamente no más yo.

Y es que yo intenté jugar mis cartas, pero no lo conseguí.

Por años intenté jugarlas, sin más logro que el orgullo.


No pretendan, ahora, quitarme aquello.

martes, 18 de abril de 2023

No comprendí bien sus palabras.


No comprendí bien sus palabras. Pero discutí igualmente. Férreamente discutí. En otras palabras -lo confieso-, me opuse firmemente a aquello que no entendía. Esto último lo hice con tanta convicción que llegué a emocionarme e incluso lloré cuando terminé mi discurso. Es más, me atrevo a decir que muy sinceramente, lloré. Podrán discutirme esto último, están en su derecho, pero puedo asegurarles que es posible llorar sinceramente por algo que no entendemos. Por experiencia propia, al menos, puedo asegurarlo. En este sentido, me atrevo también a decir, con orgullo, que al menos sé comprender cuando mis acciones o reacciones -el llanto en este caso-, son sinceras, por más que las palabras que motivaron aquello, no me hayan quedado del todo claras. Dicho esto, me gustaría resaltar la reacción espontanea de aquellos quienes escucharon mis palabras (y mi llanto), atreviéndose a creer en mi sinceridad y respaldando mi postura, aunque no entendiesen totalmente, mis palabras. Asimismo, aprovecho esta instancia para agradecer la férrea defensa que hicieron cuando aquel que expresó en un inicio aquellas palabras que no comprendí del todo, me acusó de no tener argumentos y de intentar enrarecer el ambiente para evadir el tema y desviar la atención del punto que, supuestamente, era central y que no podía ser rebatido. A pesar de su prepotencia al decir esto, y de lo molesto de aquel emplazamiento, quiero dejar muy en claro que no respaldo la desmesurada violencia con que algunos de mis espontáneos partidarios agredieron a aquel que me acusaba. Por último, si llegase a ser cierto que sonreí (o reí, como dicen algunos) cuando esto último ocurría, fue solo porque entre tanta gritería no entendí del todo aquella situación, y me regocije entonces por mi sincera ingenuidad, no menos pura, por cierto, que la le de un pequeño y frágil niño… Esperen... Discúlpenme si me emociono… No puedo evitarlo...

domingo, 16 de abril de 2023

Siempre que hacías una fogata.


Llegaba siempre que hacías una fogata.

No directamente, digamos, pero pasaba cerca.

Podías verlo a lo lejos, gracias a la luz de la fogata.


Era un hombre grande, cargando una escalera.

O la silueta de ese hombre, más bien.

Sobre su cabeza, por cierto, el hombre cargaba la escalera.


Resulta extraño, ahora que lo pienso, que no nos hayamos asustado.

Después de todo, veías al hombre aparecer en medio de la noche.

Cualquier otro en esa instancia -estoy seguro-, se habría asustado.


Nosotros en cambio, nos sentíamos seguros, junto a la fogata.

Discutíamos incluso, hacia dónde llevaría la escalera.

De habernos escuchado, tal vez el hombre aquel, se habría asustado.


Una noche, para dejar de preguntarnos, lo seguimos en silencio.

Nos escondimos tras los árboles, tratando de no ser vistos.

El hombre avanzaba entre las sombras, en medio del silencio.


Pobre hombre, pienso ahora, cuando recuerdo sus palabras.

Gritadas en medio de los árboles, como si inflase un globo y lo quisiese reventar.

Así, tras reventarlo, quedarían en el piso otros signos: verdaderas palabras.


Dejen ordenarme: y es que nunca sé bien, en realidad, si bien me explico.

Las palabras zumban como abejas en torno a un panal sin miel.

Lo sé. Hablo y hablo entonces de otra cosa. Y juego a que no me explico.


La cuerda la vimos tarde, es cierto, y de todas formas no rompimos el silencio.

Yo lo intenté en principio, pero no encontraba las palabras.

Desde la rama más fuerte de un árbol el hombre colgó la cuerda y no explicó.


Llegaba siempre que hacías una fogata.

O al menos en las fogatas, siempre lo reconocías.

Hoy, sin embargo, dejamos de hacer fogatas.


Pronto, sin duda, otro hombre colgará en el bosque.

Una caña de bambú.


Soñó que era una caña de bambú.

Sentía el día a su alrededor, desde el amanecer hasta la noche, aunque no observaba nada.

Sentía que crecía rápidamente, que pasaba a ser algo más de lo que era antes, en cuestión de horas, o minutos.

También sentía la luz del sol, sobre ella, y luego el frío de la noche.

Cuando sintió que otro día amanecía, supo que algo la masticaba.

Debe ser un panda, se dijo.

Estaba relativamente consciente de que todo aquello era un sueño.

Ayer leí un cuento sobre pandas, debe ser por eso.

Luego, de un momento a otro, sintió que comenzaba a ser una nueva caña de bambú.

Muy pequeña, nuevamente, en un inicio.

Y poco a poco, otra vez, durante un día, comenzó a crecer.

Esta vez, se fijó que la comprensión del entorno también crecía.

O se transformaba, más bien.

No sabía con seguridad si era una comprensión mayor a la del día anterior, pero al menos sabía que era mayor a la que tuvo aquella mañana, cuando había vuelto a ser un brote.

Pasó así todo un día, en su sueño, y una noche, y por la mañana volvió a sentir en ella los dientes del panda.

Sin dolor sintió los dientes.

Como una forma de comprensión, más bien.

Probablemente, incluso, como la forma más alta.

Poco después, en su sueño, había vuelto a ser un pequeño brote y la situación comenzaba a repetirse.

Una caña de bambú, se dijo entonces, mientras salía del sueño.

He estado soñando que soy una caña de bambú.

Tres veces dijo esto.

Y sin darse cuenta de qué forma, despertó.

sábado, 15 de abril de 2023

Se insoló jugando al golf.


Se insoló jugando al golf.

Nunca antes había jugado.

Sabía las reglas porque había visto el deporte en tv, pero nada más.

Lo invitó un tío que había viajado desde Estados Unidos, y jugaba habitualmente.

Por supuesto, su tío tenía el dinero suficiente para viajar sin problemas, comprar unas cuantas membresías para el club e incluso pagarle el taxi que lo llevó hasta aquel predio.

Casi dos horas anduvo en taxi, por cierto, para poder llegar allá.

Una vez ahí, el tío le entregó un conjunto de ropa adecuada, que había comprado en la tienda oficial del club.

Luego, le dijo que subiera al carrito, para recorrer el lugar antes de comenzar a jugar.

Ya en el carrito, el sobrino comentó que el vehpiculo era pequeño y se sentía frágil.

Su tío aprovechó de bromear, diciendo que cada uno proyecta en esos carros sus propias inseguridades.

Después del recorrido, su tío le enseñó las técnicas básicas y lo instó a que comenzaran a jugar.

El sobrino lo intentó, pero jugó pésimo.

Tanto así que el tío, molesto, le dijo que se quedara practicando golpes en el predio, mientras él iba un rato a descansar.


Estuvo dos horas practicando, bajo el sol, mientras el tío estaba en el club, almorzando con un antiguo conocido que encontró en el lugar.

Fue durante ese par de horas, que el sobrino se insoló.

Esperaba que su tío volviese en cualquier momento, pero no lo hacía.

Además, se había llevado el carrito donde estaban sus cosas, por lo que se había quedado sin agua y sin celular.

Incómodo, esperó lo que más pudo hasta que decidió ir al club a buscar a su tío.

Mientras lo hacía sintió que lo observaban extraño.

Fue al baño y observó que su rostro estaba rojo, quemado por el sol.

Sin saber por qué, decidió irse del lugar, sin siquiera haber encontrado a su tío.

Como salió caminando por un lugar en el que todos llegaban en vehículo, un guardia se acercó a preguntarle quién era.

El sobrino, sin embargo, siguió caminando simplemente, sin saber qué contestar.

viernes, 14 de abril de 2023

De qué forma llegó ahí.


I.

Ella descubre un caballo en el patio de su casa.

Un caballo café, de gran tamaño, sin ningún signo en particular.

Su patio es pequeño por lo que el caballo apenas puede dar unos pasos y luego debe volver sobre sí mismo.

Así y todo, el animal se ve tranquilo.

Al parecer, ha comido las plantas que estabas en las macetas.

Ella lo observa desde la ventana, mientras piensa de qué forma el caballo llegó ahí.

Después de todo, la reja es alta y está cerrada.

Además, por donde vive nunca pasan caballos.

Piensa que deberá hacer algo, pero decide hacerlo después.

Como cuando suena el despertador, por las mañanas, y decide no levantarse de inmediato.

Ahora, por un par de minutos, decide simplemente observar aquel caballo.


II.

Como desde hace un tiempo vive sola no hay en casa a quien llamar para enseñarle aquel caballo.

Tampoco se le ocurre a quién llamar, para preguntarle qué hacer.

Por lo pronto, saca el celular y se dedica a grabar al caballo.

Se acerca a la ventana, para no captar el reflejo del vidrio y graba desde ahí.

Tras varios segundos, no sabe cuándo detener la grabación.

Luego, tras detenerla, tampoco sabe a quién enviársela.

Puede que esté bloqueada, por supuesto, ante lo extraño del suceso.

O puede también que lo que ocurre simplemente, lo ocasiones la falta de respuestas a otras interrogantes.

¿Qué hace ella dentro de la casa?, por ejemplo.

¿Qué es lo que siente?

Y ¿de qué forma llegó ahí?

jueves, 13 de abril de 2023

Sombreros.


M. tenía varios sombreros. Algunos de ellos, incluso, con la misma forma. Dos de ellos -aunque en tonos distintos-, estaban guardados uno sobre otro. Entonces, como llevaban harto tiempo guardados de ese modo, un sombrero se atoró en el otro. Ocurrió así que M. se puso aquel sombrero sin darse cuenta que llevaba atorado el otro. Y claro, M. anduvo entonces con dos sombreros, en vez de uno, durante todo un día.

No es algo grave, por supuesto.

El punto aquí es que M., aquella misma tarde, cuando ya en casa se percató que había usado dos sombreros, creyó ver en eso algo así como un símbolo, y se quedó largo tiempo observando aquellos sombreros encajados uno el en otro, preguntándose cuál era el significado oculto tras todo aquello.

No lo descubrió, es cierto. Pero por momentos sintió que se acercaba a comprenderlo y no le gustó aquello que parecía acercarse a comprender.

Eso intentó explicarnos, al menos, días después, cuando nos habló de aquel asunto con los sombreros y lo que les contaba más arriba.

-Si me hubiese ocurrido con guantes u otra prenda habría sido distinto -nos dijo-, pero ya saben como soy yo cuando me obsesiono con el tema de los pensamientos…

-¿De los pensamientos? -lo interrumpí- ¿Qué mierda de tema es ese…?

Y entonces M., mirándome fijamente, nos explicó.

miércoles, 12 de abril de 2023

No invenciones, me dijo.


¿Invenciones?

No invenciones, me dijo.

Invenciones, ¿para qué?

Mejor hablemos de otras rutas.

Más sólidas, ante todo, para que sostengan nuestros pies.

No escuches lo que dicen por ahí: nadie camina sobre el agua.

Ni en la luna tampoco, por supuesto, ha quedado huella alguna.

No invenciones, repitió.

Nunca más invenciones.

Lo que necesitamos son mapas.

Textos claros, concretos y precisos que nos permitan salir de este lugar.

Si es que queremos alejarnos, por supuesto.

Textos como mapas.

No invenciones.

Palabras como minerales extraídos de la corteza real.

Piedras que lanzarnos por motivos verdaderos.

Y que produzcan, si nos golpean, daños verdaderos.

No más invenciones.

No más metáforas ni alegorías ni otras formas insustanciales.

No más evasiones para no decir.

No más palabras como bucles.

No invenciones, en definitiva.

Nunca otra historia de un ser cuya sangre no haya de caer sobre la tierra.

Eso dijo, y esperó.

Observándome, esperó.

Sinceramente, no sé decir qué es lo que esperaba.

¿Escuchaste?, me preguntó, luego de un rato.

Yo asentí.

Quiero un mapa, dijo entonces.

De acuerdo, dije yo.

Hice uno en una en blanco que estaba entre nosotros.

Se lo entregué.

Antes de irse, me observó fijamente y preguntó para qué.

¿Para qué las invenciones?, fue exactamente su pregunta.

Las invenciones son para que existas, le contesté.

Para hacerte hablar y callarte cuando se me antoje.

Él me observó y observó su entorno.

Luego, como por arte de magia, dejó de observar.

martes, 11 de abril de 2023

Un nombre que nadie escuchó.


Dijo un nombre que nadie escuchó.

Yo no lo oí, por supuesto.

Algunos dicen -por simple conjetura-, que fue el suyo.

Eso plantean, al menos, cuando se refieren a aquel hecho.

Señalan que logró decir su nombre para que alguien la llamase.

Y para aclarar, digamos, que esa era ella, y no otra.

A mí, en todo caso, eso me parece absurdo.

Además, como decía en inicio, nadie escuchó realmente aquello que dijo.

Por lo mismo, pienso que aquello que gritó pudo ser cualquier cosa, menos un nombre.

Y es que si hubiese sido un nombre, alguien, probablemente, se habría volteado.

O ella misma, incluso, hubiese manifestado una actitud distinta.

Es decir, aceptando incluso que fuese un nombre, la clave aquí es que era un nombre que nada nombraba.

Un nombre, tal vez, para algo todavía inexistente.

O para algo ya extinto… quién sabe.

El punto aquí es que dijo un nombre, pero nadie escuchó.

Y la culpa no fue de ella ni de nadie, pero podía sentirse igualmente.

Yo no oí sus palabras, por cierto, pero soy testigo del revuelo que causó.

Y pude ver también, tras seguirla por un instante, qué ocurrió con ella, luego de entonces.

Pueden no creerme, por supuesto, pero sé que es cierto.

Dije un nombre entonces, y esperé que alguien respondiera.

Todavía espero.

lunes, 10 de abril de 2023

Hay una hilera de casas en esa calle.


Hay una hilera de casas en esa calle.

Una hilera de casas como si fuesen cosas.

Cosas puestas en fila, unas al lado de otras.

Cosas que son casas, por supuesto, y todas similares.

Al menos en apariencia, ratifico, similares.

Ella, por cierto, vive en una de esas casas.

Yo la visito, de vez en cuando.

A veces, cuando estoy al interior de la casa, observo las cosas que hay dentro.

No en detalle, en todo caso.

Solo observo, sin establecer mayores distinciones.

Ni siquiera las cuento, de hecho.

Supongo que observo, simplemente, la naturaleza de cosas, de esas cosas.

Ella en tanto, se pasea entre las cosas y habla de vez en cuando de otros temas.

A veces, mientras habla, me acusa de no prestarle la atención suficiente.

Estás pensando en otras cosas, me dice.

En hileras de cosas, le digo yo.

Y tus palabras están atrás de esas hileras.

Ella ríe y me cuenta que a veces sueña también con hileras.

Pero no de cosas, sino de casas.

Como si las observase desde arriba, me dice.

Como un dron.

¿Sueñas con la hilera a la que pertenece esta casa?, le pregunto.

¿Qué casa?, me pregunta ella, a su vez.

Espero que sonría, pero no lo hace.

Nos miramos.

De todas formas, está bien.

Hay una hilera de casas en esa calle.

domingo, 9 de abril de 2023

Una alarma en la noche.


Desde hace unas semanas suena una alarma por la noche.

Parece ser la alarma de un auto, que se enciende una y otra vez y no para de sonar, salvo unos pocos minutos como si simplemente tomase un respiro para volver a reactivarse.

Ocurre cada noche, cuando ya todo está un poco más tranquilo y uno está retrasando el dormirse mientras hace algunas últimas actividades del día.

Es entonces cuando empieza a sonar, durante horas, y uno no puede sino intentar ignorarla, hasta que una u otra forma te quedas dormido.

Comentábamos esto el otro día en un almacén con otros vecinos.

Todos parecían molestos con la situación, aunque nadie sabía decir exactamente desde dónde venía el sonido de la alarma.

De hecho, un par de ellos quedaron de pasar por unas casas averiguando sobre el asunto, para buscarle una solución definitiva.

Ellos, por cierto, reclamaban que la alarma los despertaba y que luego (al seguir sonando) les resultaba muy difícil retomar el sueño.

Y por mi parte, mientras los escuchaba, pensaba que era el único de ellos a quien la alarma me encontraba todavía en pie, y que incluso, de cierta forma, me recordaba que tenía que acostarme.

Finalmente, la alarma resultó ser del auto de un anciano de la calle contigua, que vive solo y que al parecer está internado hace justamente un par de semanas luego de sufrir un accidente vascular.

Un vecino que es carabinero dijo que iba a solicitar autorización para entrar en la casa y desconectar la alarma del vehículo.

Nadie quiere, por supuesto, ese tipo de molestias.

sábado, 8 de abril de 2023

Dos cactus.


De improviso y sin motivo alguno, en el jardín comenzaron a crecer dos cactus.

Al costado de la muralla, en un pequeño trozo descuidado, en el que no había nada plantado.

Cuando se percató, ya tenían varios centímetros de altura y se veían firmes.

Y es que, por su ubicación, recibían mucha luz del sol durante gran parte de la tarde.

Los cactus, por cierto, no tenían nada especial.

Nada extraordinario, digamos.

Salvo, eso sí, que ambos cactus eran exactamente iguales.

Comenzaron a crecer al mismo tiempo y, debido a su apariencia, era imposible diferenciarlos.

Al principio no se notaba mucho, pues eran pequeñas y todo cactus pequeño debe tener similitudes con otro; sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, su crecimiento, sus ramificaciones y hasta el más mínimo de sus detalles, se repetía tanto en uno como en otro.

Una vez, incluso, se percató que ciertos fenómenos externos también se repetían, en torno a ellos.

Por ejemplo, si un pájaro se posaba o caminaba cerca de uno, otro pájaro similar se posaba o caminaba cerca del otro.

De hecho, en una ocasión, llegó a tomar una fotografía en que ambos cactus eran visitados por una lagartija (una lagartija al lado de cada uno, por supuesto), y podía apreciarse en esa imagen la perfecta simetría de aquel hecho.

-Es llamativo, pero supongo que de cierta forma es normal -comenté esa vez, sin pensar mucho en aquello que decía-. De todas formas, la fotografía tiene buena luz… está perfectamente enfocada…

-No es eso lo que te mostraba -me interrumpió-. Pero está bien… hablemos de otra cosa.

Así lo hicimos, por supuesto.

Aunque no recuerdo, exactamente, de qué hablamos.

Meses después, durante una visita que hice a su casa, quise romper la simetría y me acerqué a dejar una moneda junto a uno de los cactus.

No sé bien por qué lo hice, pero traté que la moneda se distinguiera desde lejos, y marcara una diferencia entre ambos.

Tampoco es que le diera mayor importancia a aquel hecho, solo fue algo que hice en un momento en que pasé por el lugar.

Lo que vino después, si quieren saberlo, por supuesto que no me lo esperaba.

Y es que el caos, a diferencia de lo que dicen por ahí, no es simplemente un orden por descifrar.

Espero que ustedes, ciertamente, puedan comprenderlo.

viernes, 7 de abril de 2023

La mayoría de los loros.


La mayoría de los loros son normales.

Todos ellos son verdes y la mayoría (de esos loros verdes) son normales.

Ahora bien, ¿qué significa “la mayoría”?

Pues la mayoría en este caso significa todos menos ese.

No sé si lo ven bien.

Ese de ahí, digo yo.

Ese que está entre los normales, como si fuese uno de ellos, infiltrado.

¿No lo ven?

¿No lo distinguen?

Igual si no lo diferencian no importa realmente.

Lo que importa acá son los otros.

No “ese” que diferenciaba hace un momento,
sino la mayoría de los loros, como decía en un inicio.

Bien podrían, si quisieran, acorralarlo entre todos.

Desenmascararlo incluso, tras unos cuantos picotazos.

De algo que valga ser la mayoría…

¡Alguna utilidad que tenga!

No sé bien.

Tantos loros hoy en día y hace años no veías ninguno.

Salvo, por supuesto, en cautiverio.

Una tía, por ejemplo, tenía uno.

Era un loro grande y viejo que incluso se parecía un poco a ella.

Una vez me dejó alimentarlo y yo lo hice.

Lamentablemente, eso sí, olvidé cerrar la jaula.

El loro escapó, poco después, pero solo hasta la cocina.

Ya ahí, se subió al refrigerador y se puso a picotear lo que encontraba.

Quise tomarlo desde ahí, encaramándome a una silla.

Pero el loro me atacó y de un solo picotazo, me arrancó un jirón de piel.

¡Pobre loro…!

Se atragantó con mi piel y en su desesperación, se fue volando por la ventana.

Ese loro, digo yo, por ejemplo.

Verde como la mayoría de los loros.

Lo busco y no lo encuentro, desde entonces.

Solo la mayoría es evidente y ese otro, del que hablaba antes.

Ese otro que no es él, por supuesto.

Y tampoco es (hasta donde sé) parte de los otros.

Un día, tal vez, logre reunir por un momento a todos.

Entonces los tendré frente a mí, y ellos, por supuesto, serán mayoría.

Y ya sabrán qué decidir o intuirán, tal vez, qué es necesario.

Todos menos yo, en ese instante, será la escena.

Así será, estoy seguro.

Hasta entonces.

jueves, 6 de abril de 2023

Torpe.


Ella decía que era torpe.

Lo decía seriamente, como si fuese el elemento esencial de una tragedia.

Yo en principio intentaba consolarla, pensando que exageraba, sin tomar demasiado en serio sus palabras, pues de todas formas parecía sobrellevar de buena forma el elemento trágico.

-No eres torpe -le decía-. Ya ves que en tus palabras no hay torpeza… Al menos te sabes explicar.

Ella entonces recogía mi argumento, pero no se convencía.

De hecho, para convencerme que era torpe pasaba luego a contarme historias.

Yo pensaba que las inventaba, pero luego supe que eran ciertas.

En una de esas historias ella está insistiéndole a un hombre que baile con ella.

Están en un salón, en un matrimonio, me parece, mientras suena una hermosa y delicada música de un piano que la invitaba al enamoramiento, y a bailar.

-Recuerdo haber estado largo tiempo insistiéndole a aquel hombre ara que bailáramos -me cuenta ella-. Realmente afligida y ansiosa por poder bailar con él… Durante la conversación, sin embargo, sentía que él me miraba extraño, como si estuviese pensando que yo no hablaba en serio…

-¿Y entonces? -le pregunto-, ¿dónde está la torpeza?

-Pues yo estaba junto a él -dijo ella-, y solo me di cuenta realmente que el hombre era el pianista cuando me dijo que debía decidirme… si bailaba con él no habría música para bailar…

Pensé que bromeaba, por supuesto, pero con el tiempo comprobé que era cierto.

Y es que, así como esa tenía muchas historias.

De hecho, con el paso del tiempo, llegué a enterarme de varias más.

La último que supe, fue que se subió a un crucero equivocado y debió bajarse en una isla polinésica.

Ahí conoció a un turista belga y se casó con él.

Ahora vive en Chipre, donde trabaja como maestra en una escuela.

Una amiga que tuvimos en común me contó aquello.

También me dijo que por largo tiempo ella intentó decirme algo.

Algo que nunca dijo, por supuesto.

O tal vez, pienso ahora, sí lo dijo...

Y yo nunca comprendí.

miércoles, 5 de abril de 2023

No exageres.


Ahora llega de noche desde el trabajo.

No cuando es noche cerrada, aclaremos, pero de todas formas llega cuando ya está oscuro.

A otros puede no importarles, es cierto, pero a él la situación le angustia.

Cuando lo comentó, esa tarde, todos lo tomaron a broma.

Le dijeron que en el fondo es la misma hora, solo que está un poco más oscuro.

Solo fue un cambio de hora, le dicen, no exageres.

Ya todo volverá a estar en su sitio.

Él lo sabe, por supuesto, pero aquello no lo calma.

Todo lo resume a que antes llegaba cuando todavía había luz solar y ahora llega cuando ya ha comenzado la noche.

Lo comentó también en su casa, pero tampoco lo tomaron en serio.

Pensaron que lo que él estaba planteando era un comentario banal, no un conflicto.

Por lo mismo, comenzó a tratar de resolverlo solo.

Buscó en internet, leyó notas en una revista, y hasta consultó informalmente con un amigo que era sicólogo.

No le sirvió de tanto, pero al menos logró reconocer que la noche, si bien no le daba miedo, le daba siempre la impresión de estar perdido.

De hecho -pensó-, desde que oscurecía más temprano hacía comenzado a tomar otras rutas, y posiblemente hasta a caminar más despacio pues además de la hora de cambio estaba llegando unos minutos más desfasado a su casa.

Cuando sientas que está oscuro busca elementos en el contexto que te ayuden a recuperar la seguridad, le dijo el amigo sicólogo, cosas que te ayuden a saber dónde te encuentras: letreros, edificios… ojalá cosas luminosas.

Él creyó entender.

Incluso lo anotó en un papel y lo escribió varias veces, antes de salir del trabajo.

Se despidió de todos esa tarde, un poco más tranquilo.

Por el camino, ya a oscuras, buscó en el cielo la luna, pero no la encontró.

martes, 4 de abril de 2023

Sobre un colchón de aire.


Dormí dos años sobre un colchón de aire.

Inflado precariamente y apegado a una pared en un piso pequeño.

Resulta extraño, pero mientras dormía ahí sentí que todo era un poco menos real.

Como si aquello que ocurría no estuviese pasando “de forma seria”.

No fue mi caso, pero me atrevería a decir que, si engañas a tu pareja sobre un colchón de aire, ese engaño no cuenta.

Me refiero a que no vale lo suficiente como para constituir una falta grave.

Es decir: lo que se hace sobre un colchón de aire resulta precario.

Y por lo mismo, no llega a producir un daño importante.

Esto a modo de ejemplo, por supuesto.

Solo lo digo para darme a entender.

En esta misma línea, si una chica queda embarazada sobre un colchón de aire y llega a dar a luz, sin duda ese niño nace también distinto.

No digo peor, pero sí distinto.

Tampoco vacío, necesariamente.

Solo distinto.

O “menos de verdad”, digamos.

Menos real que otros hijos.

Disculpe -advertiría la madre, tras algún inconveniente-, es que lo engendramos sobre un colchón de aire.

Y claro, también a veces he pensado que yo mismo pude ser uno de esos hijos fabricados sobre un colchón de aire.

De todas formas, si me detengo a pensar, aquello no resulta muy probable.

Por el tiempo, más que nada…

Me refiero a que ni siquiera sé si en esos tiempos existían ya los colchones de aire.

Entonces, pienso que mis sensaciones se deben únicamente al hecho de haber dormido durante dos años sobre uno de ellos.

Haber dormido, precariamente, como dije en un inicio.

Sin soñar siquiera, o con sueños que estaban doblemente sobre el aire, y que apenas se distinguían de la vigilia.

Dos años sobre un colchón de aire y ya me echaron al olvido, quise quejarme una vez.

Pero no encontré, finalmente, ante quién quejarme.

lunes, 3 de abril de 2023

Los dejé hablar, digamos.


Lo digo con orgullo:

Nunca rayé un libro.

No subrayé frases.

No escribí anotaciones en los márgenes.

Los dejé hablar, digamos, sin atreverme a interrumpirlos.

Fue mi opción, por cierto, no cobardía.

Yo simplemente me dediqué a escucharlos.

Atentamente me dediqué a escucharlos.

No me importó siquiera la supuesta grandeza del autor.

Traté de darles, en este sentido, una oportunidad a cada uno de ellos.

Dejé hablar, por ejemplo, a aquellos que no tenían nada que decir.

También a otros que solo pretendían escucharse a sí mismos.

Y claro… yo los dejé hablar, decía, como si fueran Dostoievskis.

Y sus libros -al igual que los grandes libros-, permanecieron impolutos.

Puedo asegurarlo cuantas veces quieran:

No escribí en ellos dedicatorias ni comentarios finales.

No dejé papeles, entre sus páginas, con palabras escogidas.

No doblé la esquina de ninguna de sus páginas.

Pasé por ellos, digamos, sin dejar rastros.

Si hasta abrí poco sus páginas al leer su contenido.

Me comporté como si visitase un lugar, solo entreabriendo puertas.

Así, a pesar de recorrerlos, no quedaron finalmente mis pisadas en ellos.

No hubo indicio alguno, en sus cuerpos, de mi presencia.

Lo digo con orgullo:

Me acerqué a cada uno, ciertamente, pero al mismo tiempo estuve fuera.

Siempre actuando desde mis propias páginas.

Temeroso, tal vez, de abandonar mis tierras, pero no de entrar en las suyas.

Amarrado a mi carne, digamos, y en permanente formación.

Los dejé hablar, decía, en definitiva.

Los dejé ser.

Y entonces los observé del mismo modo en que se observa, desde lejos, a quien amas.

Lo digo con orgullo.

Ciertamente lo digo con orgullo:

Nada mío quedó en ellos.

Y aquí estoy.

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