domingo, 23 de abril de 2023

Berberova.


En un sueño me habla Berberova.

Nina Berberova.

Lamentablemente, como me habla en ruso, no la entiendo.

Igual finjo que sí, pues ella parece entusiasmada.

Mientras habla, mueve las manos y de pronto saca una libreta en la que empieza a hacer dibujos y líneas y una gran cantidad de cifras para complementar su explicación.

Por un momento pienso que le debo dinero así que le indico con gestos que disculpe, pero que no tengo.

En mis sueños, por cierto, también soy pobre.

Ella, por supuesto, rechaza mis gestos y me hace notar que no la entiendo.

Entonces apunta a mis orejas y hace gestos como para que me quite algo.

No uso aros, le digo. Nunca he usado.

Ella entonces estira su mano y siento un pequeño desgarro en una de mis orejas.

Creo que fue en la izquierda.

Poco después, ella me muestra lo que ha arrancado de ese sitio.

Es un pendiente con una piedra dentro.

Nunca antes lo había visto.

Diría incluso que se trata de un truco y que no lo llevaba puesto, pero lo cierto es que siento el leve goteo de la sangre ahí donde el aro fue arrancado.

Poco después, sobre la hoja llena de signos, ella ubica el pendiente, como si fuese un signo más.

Luego, de alguna forma extraña, me pide que mire dentro de la pequeña piedra que está en el pendiente.

No sé por qué me niego a hacerlo, en primera instancia, pero finalmente lo hago.

Veo entonces el interior de una piedra lisa, luminosa, pero sin nada que me pareciese particular.

Cuando dejo de verla y vuelvo a mirar a Berberova, ella sonríe.

Ahora lleva una bata, como de doctora, y me dice en ruso que no hay peste.

Que todavía no hay peste, me dice.

No sé cómo ahora entiendo el ruso, pero me alegro de entenderla y de que no exista, todavía la enfermedad.

O que no se manifieste, al menos.

Para celebrarlo, ambos bebemos un pequeño vaso de vodka.

Ella misma los ha servido, en vasos de vidrio, desde una petaca que escondía al interior de un libro falso.

Finalmente, ella toma el vaso vacío y lo arroja contra la pared.

El vaso se rompe estruendosamente y Berberova sonríe.

Nina Berberova, sonríe.

Yo, por mi parte, lanzo mi vaso hasta la pared, pero en vez de romperse rebota y choca de regreso con mi cabeza que se rompe en mil pedazos.

Nina Berberova sonríe.

Desde uno de mis ojos miro una de mis orejas que está en el piso, junto a otros restos.

En esa oreja todavía hay un pendiente, como el que antes he observado.

No hay sangre en el lugar, pero sí restos de mi cabeza por todos lados.

Entonces despierto, por supuesto.

Y no hay más historias, que contar.

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