jueves, 30 de noviembre de 2023

Combustión espontánea.


Ella creía en la combustión espontánea.

Así me lo hizo saber.

-Creo en la combustión espontánea -me dijo un día.

Hablábamos de otra cosa, por supuesto, pero ella cambió de golpe el tema del que hablábamos.

Incluso el tono de voz, lo cambió.

Siempre hacía eso un par de veces por semana.

Así era ella.

Un poco extraña, tal vez, pero al mismo tiempo simple y directa.

Esa vez -la de la combustión espontánea-, recuerdo que además levantó uno de sus dedos y me lo mostró.

No había nada extraño, en principio, pero luego de unos segundos de la punta del dedo comenzó a surgir una pequeña llama.

Una llama muy azul, alcancé a ver, antes que se apagara.

Hubiese sido simplemente una milagrosa anécdota, pero lo cierto es que ella comenzó a hacer gestos de dolor.

Y es que, al parecer, la combustión seguía quemando su dedo -y su mano-, por dentro.

Pensé que bromeaba, en un principio, pero lo cierto es que con el dolor ella no bromeaba nunca.

De hecho, puedo afirmar que ella no sabía reaccionar, con el dolor.

Con ningún tipo de dolor. aclaro.

Fuimos entonces de urgencia a un hospital que había cerca.

Al ingresarla, yo intenté explicar lo de la combustión espontánea, pero nadie me creyó.

De igual forma la atendieron en todo caso.

No sé bien lo que le hicieron, pero entre otras cosas, le dieron una serie de calmantes

Estaba extraña, cuando salió.

Extraña de una forma distinta a la habitual.

Ella no lo reconocía, pero era cierto.

Seguimos viéndonos un tiempo, pero nada volvió a ser como antes.

Por mi parte, yo no sabía si culparme a mí, a ella, a los calmantes o a la combustión espontánea.

Ella -supongo-, eligió culparme a mí.

Y como no sabía lidiar con el dolor decidió -sin decirlo-, que era mejor alejarnos.

Así lo entendí, al menos, y lo acepté.

A pesar de todo, sin embargo, debo confesar que aún no creo en la combustión espontánea.

Y es que no soy bueno para creer, finalmente.

Sí, es cierto…

No soy bueno para eso.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

La locura se manifestó en forma de elefante.


La locura se manifestó en forma de elefante.

No siempre, claro.

Me refiero a que no lo digo como un hecho histórico o permanente.

Digo más bien que entonces, la locura se manifestó de esa forma.

O yo la vi así, al menos: gris, de gran tamaño y con trompa, paseándose en cuatro patas de un lugar a otro y mirando a algunos hombres a los ojos.

El entonces en que ocurrió es bastante lejano, pero lo recuerdo con claridad.

Catorce años atrás, casi exactos.

Y uno de los hombres a los que miró fui yo, que estaba sentado en una banca, comiendo algo parecido a un mousse de chocolate.

Entonces, cuando me miró, supe que era cierto aquello que dicen sobre los elefantes y su buena memoria.

Y es que me pareció que el elefante me estaba reconociendo.

Y hasta pensé que –a partir de su expresión-, estaba incluso contento de verme.

De esta forma, contento también por aquel encuentro, no percibí que el elefante aquel era en realidad una manifestación de algo distinto al mismo animal.

Con lo anterior, por supuesto, hago referencia a la locura y a la manifestación que mencionaba ya en la primera línea de este texto.

Finalmente -pido disculpas desde ya, pero lo cierto es que no quiero alargarme-, el elefante de ese entonces no volvió a aparecer por largo tiempo.

O yo, al menos, no lo he reconocido, desde entonces.

De igual forma, hay que recordar que nada es permanente, y el elefante bien podría andar por ahí.

Después de todo, ya no los ejecutan con electricidad, como antaño.

martes, 28 de noviembre de 2023

Valiente.


Una vez, de pequeño, buscando entre las piedras, encontré un chanchito de tierra que entonces creí valiente.

Esto, ya que a diferencia de los otros que había visto, no se “hacía bolita” cuando lo tocabas o lo llevabas de un lugar a otro, cargándolo en tus manos.

Sorprendido -y orgulloso del descubrimiento-, recuerdo que se los mostré a otros chicos y adultos, quienes lo sometieron a un gran número de pruebas para corroborar mi primera apreciación.

El chanchito, por cierto, superó estoicamente cada una de esas pruebas.

Por lo mismo, decidí conservarlo en un improvisado terrario que dejé en mi cuarto, sobre el velador, a un costado de mi cama.

Esa misma noche, sin embargo, una idea distinta comenzó a darme vueltas.

¿Y si no es valiente sino estúpido?, me dije.

¿Qué pasa si lo que ocurre es simplemente que no comprende cuando activar su mecanismo de defensa?

Así, algo decepcionado, a la mañana siguiente quise comprobarlo.

Entre otras cosas, recuerdo que le acerqué un fósforo encendido, y el chanchito, por supuesto, ni siquiera se inmutó.

No llegué a quemarlo, por supuesto, pero lo cierto es que no tuvo reacción alguna.

Recuerdo que me decepcioné en ese instante, y decidí simplemente dejar ir al chanchito, que se alejó por la tierra del jardín, hasta que lo perdí de vista.

Con el tiempo, sin embargo, comprendí que la prueba realizada no había sido del todo concluyente.

Después de todo, ¿qué debió haber hecho si en realidad era valiente y no estúpido?

El día que resuelva lo anterior iré a buscarlo nuevamente.

Con suerte, todavía lo encuentro.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Porque es hora.


Te sientas porque es hora.

Porque te han llamado varias veces.

Porque eres el único que falta y los otros ya están ahí.

Por eso vas.

Por poco más, dirá alguien, que no sepa.

Siempre hay uno, de esos, en la mesa.

Esta vez a tu derecha.

Un hombre viejo.

Absurdamente viejo.

Bien pudo haber muerto aquel en vez de la que han velado hace unas horas.

Es el único que puede bromear, pues tiene ya la muerte cerca.

Observas sus manos, sobre la mesa.

Resultan extrañas.

Carga carne muerta bajo la piel reseca, te dices.

Entonces hablan, antes de comenzar.

En orden se ceden la palabra.

La tercera voz que habló parecía más honesta que las otras.

Levemente más honesta.

Igual no dijo nada, pero parecía saber que nada decía.

Tú no puedes hablar, pues eres pequeño, todavía.

Solo te sientas, con ellos, porque ellos te han llamado.

Ni siquiera vistes como ellos.

Ojalá nunca vistas como ellos.

Piensas eso mientras te llenan en plato.

A todos, por cierto, se los llenan.

Dentro de poco, piensas, vamos a tener dentro las mismas cosas.

Entonces, una de las hermanas de la muerta toma la primera cucharada.

Luego la siguen los otros.

Pasan los minutos.

Pronto van a arrepentirse, comentas.

Nadie parece escucharte.

La sopa te observa desde el plato.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Piensa el perro, cuando muerde.


I.

Piensa el perro, cuando muerde.

Piensa con los dientes, entonces.

Afortunado él que desgarra cuando piensa.

Que lo hace y no distingue.

Afortunado él, decía.


II.

Afilados son sus dientes.

A veces aprieta y no suelta.

Una vez vi a uno que se aferró al cuello de una oveja.

Era un perro salvaje, eso sí.

Lo persiguieron varios días hasta que lograron dar con él.

Entonces lo mataron.

Un hombre apunto con su escopeta y disparó.

El perro aulló e intentó huir, pero cayó unos doscientos metros más allá.

Estaba herido, por supuesto.

Luego el hombre se acercó y le dio el tiro de gracia.

Finalmente, cubrió el cuerpo, con un montón de piedras.


III.

Ladran en la noche porque no muerden.

Eso hacen los perros.

Si mordieran, en cambio, estoy seguro que ya no ladrarían.

Ladran entonces por no pensar.

Eso podría decirse.

Como resultado de esa carencia, es que ladran.

Así, sus ladridos rebotan con otros ladridos y hasta cierto punto se reconocen.

Solo hasta cierto punto, en todo caso.

Y es que, como no muerden, poco pueden concluir sobre aquello que escuchan.

De esta forma, son filosos para nadie, sus colmillos.

Eso es lo que ocurre, finalmente.

¡Pobres perros!

Todos ladran en la noche porque no muerden.

viernes, 24 de noviembre de 2023

Hice caso.


Hice caso.

Hice caso y fui donde me dijeron.

Seguí las rutas, incluso, que me indicaron para llegar ahí.

Acepté sus condiciones.

Avancé al ritmo recomendado.

Hice caso en todo… no miento.

Fui donde me dijeron que podía verle.

Llegué hasta el lugar, no sin esfuerzo.

Llegué, sin duda, pero entonces no vi nada.

Nada de aquello que me dijeron podía encontrar en aquel lugar.

Ni siquiera un sucedáneo.

Todo estaba vacío, simplemente.

Vacío de aquello que buscaba, al menos.

Vacío de aquello que creía necesitar.

¡Les juro que es cierto!

Hice caso en todo.

Absolutamente en todo.

Paso a paso, hice caso en todo.

Es por eso que no puedo, esta vez, reprocharme nada.

Tampoco culpo a nadie, pero lo que quiero decirles es que no fui yo.

A eso vengo, si me preguntan.

Humildemente, vengo a decirlo.

Y es que no fue un error mío, en definitiva, lo que desencadenó aquel resultado.

No provoqué la ausencia, en otras palabras.

Ni siquiera hubiese sabido cómo hacerlo.

Tal vez simplemente se trató de una confusión.

Un engaño menor, digamos, que no estaba destinado a dañar a nadie.

¡Pero vaya a saber uno a qué estaba destinado, finalmente…!

¡Vaya uno a saber!

jueves, 23 de noviembre de 2023

Nunca hay hielo.


Nunca hay hielo.

Vas al refrigerador, abres la puerta y nunca hay hielo.

No importa si te preocupaste antes.

No importa si recuerdas haber llenado la hielera.

Igualmente nunca hay hielo.

Y la evidencia es la que manda.

Por si fuera poco, como se considera un mal menor, no puedes andar por ahí culpando a otros.

Entonces, debes conformarte con aquello.

En medio del calor, debes conformarte.

Con la ausencia del hielo, me refiero.

Ponerte en duda, incluso, es lo que haces.

Reconocer faltas que no has hecho.

Culparte a ti mismo del olvido, en definitiva.

Y claro… vivir con eso.

Con eso que se traduce en que no hay hielo, pero en el fondo es algo más.

Siempre es algo más, a fin de cuentas.

Algo que tiene un peso específico, aunque sea menor y no te encorve.

Algo que parece no tener importancia, pero que igualmente la tiene y tú lo sabes.

Porque hoy es el hielo, es cierto, pero mañana nadie sabe qué será.

Y nadie quiere saberlo, tampoco.

Después de todo -te dicen-, es preferible de esa forma.

Y la ausencia de hielo es un costo menor, si lo piensas.

Dicho esto… ¡qué importa si no hay hielo!

¡Y qué importa si nunca más hay hielo!

Cierra desde dentro, mejor, eso es lo que te dicen.

No cuestiones por qué.

Es más seguro, simplemente, de esa forma.

¡Qué importa si no hay hielo!

¡Qué importa si no hay hielo!

En una charla.


Estoy en una charla.

Sentado en la última fila, junto a otros que (si mi interpretación es correcta) tampoco quieren estar acá.

Debí venir porque me pidieron algo así como una nota referida al contenido de esta charla.

Y como yo debía un favor, me vi obligado a hacerlo.

Por cierto, la charla empezó hace más de una hora y yo me perdí los treinta minutos iniciales.

Afortunadamente, aclaro, me los perdí.

Está hablando un tipo que tiene una camisa lila.

De vez en cuando cambia el tono y todos ríen, como si hubiese dicho algo ingenioso.

Como llegué tarde y no manejo bien el inglés, ni siquiera sé bien de qué se trata.

A los que llegaron a tiempo les entregaron unos audífonos por donde se escucha a una traductora.

Yo puedo ver a la traductora (está a unos metros del tipo de camisa lila), pero no llego a adivinar lo que dice.

De entre lo poco que entiendo me parece escuchar una referencia a Platón.

No sé bien cómo se relaciona con la charla, pero el de camisa lila dice que Platón y Aristóteles plantearon que el infinito era algo imperfecto.

O menos perfecto que lo finito, al menos.

La gente ríe, tras escuchar esto, y luego el hombre sigue hablando.

Por un momento dudo si reír también, pero lamentablemente lo pienso a destiempo.

Casi siempre me pasa.

Si río ahora, me digo, la situación será extraña y probablemente incómoda.

Justo entonces, involuntariamente, lo hago.

Me río, me refiero, importunando al resto.

Varios me miran, con expresión molesta.

Allá ellos, me digo.

Mi perfección es otra.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Cálculos.


I.

Hago cálculos.

Cuando me aburro hago cálculos.

Calculo, por ejemplo, cuál sería mi peso en cada uno de los planetas del sistema solar.

En todos menos en Plutón, porque dicen que ya no es planeta.

Mentalmente, por cierto, hago esos cálculos.

Igualmente me aburro, cuando los hago, pero así al menos pasa el tiempo.

De hecho, calculo también cuánto tiempo pasa mientras realizo dichos cálculos.

Cuánto me demoro en hacerlos, me refiero.

Sé, por supuesto, que si no calculara el tiempo pasaría igual, pero prefiero decirlo así.

Permítanme eso, al menos, y no discutan.

Después de todo, funciona igualmente de esa forma.


II.

Los cálculos sobre el propio peso son extraños.

No por los resultados, sino porque tienen implicancias distintas a otro tipo de cálculos.

Esto, ya que al realizarlos, comienzas a cuestionar si ese peso que creías propio es realmente tuyo.

Y eso es peligroso, de cierta forma.

No saber qué tan tuyas son tus propiedades o qué tanto dependen del entorno, me refiero.

Es decir, puede que solo sean números distintos, es cierto… pero resulta levemente inquietante que lo indeterminado sean justamente esos números.

Signos que creías contener, o que pensabas eran tus medidas, en principio.

Así, como ves, resulta que descubres nuevas cosas con tus cálculos.

Igual te aburres, por supuesto, pero ya no sabes de qué.

Permítanme decirlo, al menos, de esa forma.

martes, 21 de noviembre de 2023

Monstruos sin culpa.


I.

Sin culpa no son monstruos.

O no deberían serlo, al menos.

Esa es mi postura al respecto.

Una postura intuitiva, por cierto, y no muy elaborada.

Una postura surgida de una mirada rápida a aquellos a quienes llaman monstruos.

Una forma de ver, entonces, pero no la verdad.

En absoluto es la verdad.

Eso es lo que digo.

La verdad sí que es un monstruo.


II.

Tiempo antes una escena.

Alguien grita en la calle y yo volteo.

No me grita a mí, pero volteo.

Así comienza todo.

La palabra que grita es “Monstruo”.

El tono me pareció desesperado, así que volteé.

Luego, sin embargo, comprendí que era alguien que bromeaba.

O eso me pareció.

Nadie más se había volteado y vi a dos chicas empujándose y riendo junto a una esquina.

Segundos después una cae hacia atrás y resulta tendida de espaldas en plena calle.

Se golpea la cabeza en el piso, pero no parece ser muy grave.

Un auto debió frenar, para no atropellarla y dos personas intentan ayudar.

La chica caída y su compañera siguen riendo.

Entonces dejo de ver lo que ocurre y sigo mi camino.

No hago nada más.


III.

No hay monstruos donde crees que hay monstruos.

Pero hay, sin embargo, en otros sitios.

Si haces un corte, por ejemplo, y levantas la piel, sabrás de lo que hablo.

Por supuesto, de nada servirá, si lo haces a partir de lo que digo.

Olvida mejor, por lo tanto.

Deja pasar algunos años.

Ríe, grita y empuja mientras vienen a ti los monstruos sin culpa.

Esos que no son monstruos, en el fondo, como decía en un inicio.

Pronuncia adecuadamente tus palabras.

Cuídate de la verdad.

lunes, 20 de noviembre de 2023

No lo explico.


No lo explico, le dije. Insista si quiere, pero igualmente no lo explico. No quiero hacerlo y además no tengo por qué. Me basta con decirlo y eso ya es mucho. Sin decirlo, incluso, ya es mucho. El resto es suyo. Su tarea, me refiero. Por supuesto, solo si es de su interés. Le recuerdo en este sentido que nadie obliga. O yo, al menos, no lo hago. Ni explico ni obligo, entonces. Y nadie que conozca, por cierto, lo hace. A lo más unas secuencias. Eso entregan, a lo más. Y yo me sumo, de vez en cuando, a esas entregas. Un par de sustantivos. Un par de verbos. Poca cosa, al fin y al cabo. Apenas, algo que pueda asimilarse con una historia. No son pistas, si me entienden. No son indicios, me refiero. Solo extremos de algo que bien puede ser considerado como una historia. “Comenzó un lunes”, por ejemplo. Eso puede decirse. O “Fue de esta forma que terminó el domingo”. Dicho esto (da lo mismo en qué tono), nada más debiese agregarse. Ni explicarse, por cierto, nada más. Así, hasta el orden en que se ubican esas frases debe usted negarse a revelarlo. Manténgase en silencio, aunque insistan. Se molestarán, por cierto, pero eso no es malo. De todas formas, no saben ni gritar. Eso fue lo que les dije.

domingo, 19 de noviembre de 2023

Pago por algo que no sé.


I.

Pago por algo que no sé.

Lo compro en una tienda y no lo reconozco.

Solo sé que no es para mí.

Intuyo, además, que es pequeño, pues cabía antes en una de mis manos.

Poco después, se lo entrega a una vendedora que ingresa códigos y luego menciona cifras.

Yo pago, por cierto, la cifra que a mí me entrega.

Es entonces cuando me preguntan si quiero que aquello que compré sea envuelto para regalo.

Y yo me escucho decir que sí, que muchas gracias, pero que me lo envuelvan en lenguaje, por favor.

En esdrújulas si es posible.

No, no quiero nada más, concluyo.


II.

Afuera de la tienda hay policías.

En un principio pensé que me esperaban, pero paso junto a ellos, finalmente, sin problemas.

De hecho, se trata de policías ensimismados en su labor.

Policías que hacen preguntas, en principio.

Luego, incluso, la situación se complejiza un poco:

Y es que se trata de policías que hacen preguntas a otros policías.

Eso es lo que descubro cuando paso junto a ellos y presto atención.

Acusaciones extrañas.

Tonos algo amenazantes.

Conversaciones que no llevan, en el fondo, a ningún sitio.

No se preocupen, les digo mentalmente, mientras me alejo.

Yo también pagué por algo que no sé.

Un rayo entonces y luego un trueno.

Todo está en orden, me digo.

No hay necesidad de esdrújulas.

sábado, 18 de noviembre de 2023

Buceo, pero no el tradicional.


Buceo, por cierto, pero no el tradicional.

Imagínate más bien un segundo buceo.

Una experiencia ante todo más profunda que la habitual.

Más verdadera, incluso.

Imagínate… ¡diez años buceando para venir de pronto a descubrir aquello!

Sin aire un día, bajo el agua.

Buceando tradicionalmente, por supuesto.

Un día normal, digamos, solo que sin aire.

Sin luz, como siempre, pero ahora también sin aire.

Cómo sea… lo importante es que comencé a bucear recién entonces.

Ese bucear que mencionaba en un inicio como un segundo bucear.

Y es que, para ser sincero, ya no sé cómo llamar a aquello que hacía antes.

Diré mejor -para salir del paso-, que antes chapoteaba.

Sí, eso es… antes apenas chapoteaba.

Y así, confundido, me frotaba sin fuerza contra la piel del agua.

Nótese que no he hablado aquí de profundidad, sino de piel.

Es decir, dejo de lado esa profundidad que los más ingenuos han de medir en metros.

Y es que, recién hecho esto, puede llegar a comenzar el segundo buceo.

Ese que haces ya sin aire y hasta sin fe.

Ese que realmente te saca de tu espacio para llevarte a un sitio ajeno.

Un segundo buceo que es en realidad el único buceo.

Ese del que vuelve un tú distinto, si es que vuelve.

Ese es el buceo, decía, del que volví yo.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Tres cosas no pueden ser opuestas.


I.

Tres cosas no pueden ser opuestas.

No todas, me refiero.

Puedes pensarlo y comprenderlo por ti mismo, estoy seguro.

Por lo mismo, voy a evitar la explicación.

Ese es, sin duda, un principio a tener en cuenta.

Tres cosas no pueden ser opuestas, repito.

Ese es el primer principio.

Aclaro, sin embargo: no todas entre sí.


II.

Otro principio importante es reconocerse siempre como una de esas cosas.

Como uno de los elementos, me refiero, presentes en cada principio.

Un elemento de ese sistema en que no existe la oposición total, aunque sí la diferencia.

Y ser medido, entonces, a partir de la proporción que entre los otros (y uno mismo) se establece.

Eso es lo que ocurre, y nuevamente va a ocurrir.


III.

Tómenlo como un ejemplo si quieren, pero yo lo veo más bien como una historia.

Una historia que refleja el funcionamiento (mal que mal) de un sistema.

Un sistema, por supuesto, formado esencialmente por tres elementos:

Un niño pequeño, un balancín y uno mismo.

Y entre todo aquello un diálogo extraño.

Así, mientras el niño está en lo alto, te comenta de pronto que su hermana está en un asilo de ancianos.

En tanto, tú que lo observas, haces cálculos y dudas.

-¿Es muy mayor tu hermana? -preguntas.

Él entonces, mientras baja, te dice que solo tiene un año más que él, pero que ha ido al asilo a visitar a su abuela.

Y claro, tú piensas, de inmediato, que la incomprensión se debió simplemente al uso del lenguaje.

Pero te equivocas, por supuesto.

Ese es, digamos, el tercer y último principio.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Esaa sensación... ya sabes.


Tuve esa sensación… ya sabes. Una sensación como de aviso. No sabría describirla bien, pero era clara. Estaba seguro de sentirla, me refiero. Si me hubiesen obligado a decir algo habría dicho que aquella era una sensación que existía, sin duda. No sabía nada más, pero de eso, al menos, estaba seguro. Ni siquiera podía localizarla, pero estaba seguro. Eso en primer término, al menos.

En segundo término, debo recalcar que se trataba de una sensación premonitoria. Una advertencia, casi. No sabía bien de qué me avisaba, pero claramente estaba avisando algo. Algo iba a pasar, me refiero. Por lo mismo, detuve aquello que estaba haciendo para dedicarme a sentir, únicamente. Para tratar de entender, digamos. Largo rato esperé, pero nada ocurría. Y la sensación me resultaba indescifrable. Es decir, tuve la sensación de que iba a pasar algo, pero, finalmente, no ocurrió nada. Ese es el resumen, más o menos.

Así y todo -más allá del resumen-, igual uno suele quedar con la impresión de que algo ocurre, cuando no ocurre nada. Me refiero a que nos decimos que algo pasó, pero no lo percibimos bien. Por esto, confundidos, buscamos en nosotros, como en un cajón vacío. Hurgamos dentro, más bien. Revolvemos algo que no vemos ni menos comprendemos. Todo con tal de justificar esa primera sensación. Esa sensación como de aviso, que mencionaba en un inicio. Sin éxito, por supuesto, pero al menos lo intentamos. Ya sabes…

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Reyes en pijamas.


Uno de mis sueños más extraños es encontrarme en un salón, bastante amplio, lleno de reyes en pijamas.

Todos dignos, a su manera, reyes y reinas caminando y conversando por el lugar, pero todos en pijamas de distinto tipo, sin importar el tiempo o la región de donde provengan.

Así, ya sea vestidos de pulcra seda o en polares de unicornio, se sientan en grandes sillones hablando de cosas no muy trascendentes, cada uno con un tono de voz distinto, aunque comprendiéndose entre ellos sin dificultad.

Yo me paseo entre ellos, y los escucho.

Sin intervenir, los escucho.

-¿Viste la película esa de las tres historias? -comenta una que puede ser María Antonieta.

-¿La japonesa? -le pregunta a su vez un rey joven, aunque algo demacrado.

-Sí, esa de Hamaguchi… -aclara ella-. Yo lloré con las tres, claro que con llantos distintos.

Luego voy hacia otro lado.

Una reina con una alarga trenza está frente a una ventana.

Nada puede verse, tras la ventana.

Ni siquiera la luz permite adivinar qué momento del día es.

-No sé desde cuándo que no me da sueño -dice la reina de la trenza.

-A ninguno de nosotros nos da -comenta otro, sin mirarla.

-De igual forma no estamos cansados -vuelve a decir la primera-, ¿alguien sabe que debe sentirse cuando esto sucede?

Nadie le responde.

Yo sigo caminando por el lugar.

Nadie parece verme, por cierto.

Nadie salvo una chica con pelo claro, de lentes gruesos, que se ve demasiado joven, entre las otras.

-No voy a mirarte pues ya sabes qué significa -me dice, cuando paso junto a ella.

Yo la observo.

Me parece que sonríe.

No sé si está con una niña pequeña o jugando con una muñeca.

Despierto entonces, levemente sobresaltado.

No soy, por supuesto, un rey.

martes, 14 de noviembre de 2023

Ícaro nunca, realmente, se acercó al sol.


I.

Digan lo que digan sabemos que no es cierto.

Ícaro nunca, realmente, se acercó al sol.

No significativamente, al menos.

No si tenemos en cuenta la distancia que nos separa y el ínfimo avance que Ícaro realizó.

Todo lo que pueda agregarse a ello son solo palabras.

Ruido para hacer más digna una muerte absurda.

Tan absurda como cualquier otra, es cierto, pero absurda al fin y al cabo.

No me digan que se trata solo de un mito o una leyenda y que hay que entenderla como tal.

A fin de cuentas, ocurre siempre así:

Todo es siempre algo más de lo que parece, me refiero.

Y todo puede llegar a ser mito leyenda, al fin y al cabo.

Ícaro nunca, realmente, se acercó al sol.


II.

Por otro lado, está el asunto ese de dónde cae.

Construyan la imagen:

Dédalo buscando e Ícaro pensando que se acerca a aquello que en realidad nunca se acercó.

Entonces, la cera de sus alas se derrite e Ícaro, abruptamente, cae.

Dicen que al mar Egeo, pero pudo ciertamente caer en cualquier sitio.

Su propio peso lo arrastra.

Lo empuja hacia el sitio exacto donde ha de caer.

Al centro del laberinto.

Sobre el cuerpo de su padre.

Dentro de ti, incluso, pudo caer Ícaro.

Lo único seguro, a fin de cuentas, es que nunca se acercó al sol.

lunes, 13 de noviembre de 2023

Mercadería dañada.


Mercadería dañada.

Cajas llenas de mercadería dañada.

Las dejaban a un costado de la última de la última zona de pago, minutos antes de cerrar el supermercado.

Todas a un precio rebajado, por supuesto.

Menos de la cuarta parte de su precio inicial.

Yo vivía por ese entonces al lado de aquel supermercado.

En un departamento que formaba parte de un conjunto viejo de edificios.

Así, apenas supe de la existencia de esas cajas con mercadería dañada, comencé a comprar únicamente de lo que en ellas se ofrecía.

Latas de comida abollada, alimentos próximos a vencer, productos cuyos envoltorios habían sido dañados por la manipulación de los clientes… cosas de ese estilo.

Ninguna de ellas, por supuesto, en una condición que llegase a resultar perjudicial para la salud.

Un año y medio viví así.

Alimentándome de esas cosas, me refiero.

Incluso, debo confesar que a veces compraba más de lo necesario.

Sobre todo cuando el producto era de gran calidad y el precio demasiado bajo.

Entonces, mi improvisada despensa comenzó a llenarse de mercadería dañada.

Doblemente dañada, incluso, puesto que caducaron rápidamente y yo no me animaba a botarlas.

A veces, observaba esos productos al regresar a casa.

Me refiero a que habría las puertas de esa improvisada despensa, y observaba.

Lo que más había dentro eran latas importadas.

De bellos diseños, todas ellas, aunque vencidas.

Resultaba extraño mirarlas, debo confesar.

Pero me acostumbré a aquello, en ese entonces.

De hecho, cuando dejé ese lugar, meses después, fui incapaz de botarlas.

Incluso, debo reconocer que lloré un poquito cuando me fui definitivamente de ahí.

Así, todo el departamento quedó vacío salvo por esa mercadería dañada.

Y yo casi, pensando en ella, me convertí en sal.

domingo, 12 de noviembre de 2023

Soñé que era un pinball y que hacía tilt.


I.

Soñé que era un pinball y que hacía tilt.

A cada rato hacía tilt.

No era exactamente así, pero digamos que en mi pecho se encendían unas luces con esa palabra.

En la superficie de mi pecho, eso sí.

Me refiero a que la sorpresa venía de la luz, de la parte externa.

De mi interior nada sabía, en mi sueño.

El tilt, entonces, era algo así como una alerta de un peligro que no reconocía.

Una alerta que se encendía una y otra vez.

Incluso estando quieto, se encendía.


II.

Al mismo tiempo que se encendía el tilt, por cierto, una bola de acero rodaba por mi cabeza.

Bajo la frente giraba y rebotaba de un lado a otro.

No muy profundo eso sí.

Hubiese podido percibirla, incluso, si apoyaba mi mano sobre la piel.

Así y todo, prefería no moverme, para que el tilt no apareciese todavía más seguido.

Aunque igual aparecía.

Nadie más estaba en el sueño.

Solo yo, digamos, y el tilt.


III.

Ahora que lo escribo, admito que puede sonar extraño eso de soñar que uno es un pinball.

Pero en el fondo, he llegado a la conclusión que lo extraño es hablar de lo que hemos soñado, nada más.

Y es que hablamos de nuestros sueños, en el fondo, como si hablásemos de una vieja vida.

Y por añadidura, hablamos de esa vieja vida como si hubiese existido una muerte entre aquella y la que ahora llevamos, tras despertar.

Tilt, dijo entonces mi pecho, encendiéndose como una luz.

Luego se apagó, simplemente y no se ha encendido más.

Fue entonces que me escuché decir en voz alta:

No hay necesidad de ser bueno.

Afortunadamente nadie, que yo sepa, escuchó aquellas palabras.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Perdí el control, pero lo encontré.


Perdí el control, es cierto, pero lo encontré.

Sin buscarlo, incluso, lo encontré.

Eso es lo que ocurrió.

Luego, sin embargo, ya no supe qué hacer con él.

Donde dejarlo, me refiero.

Y es que cargarlo -luego de perderlo y encontrarlo-, se siente un poco extraño.

No por el peso, digamos.

No por la forma, tampoco.

Tal vez lo más conveniente sería decir que resulta incómodo, en el fondo, de una forma extraña.

Extraña y cómoda, incluso, aunque la contradicción parezca juego.

Y no juego, por cierto.

Nunca juego.

Lo que ocurre simplemente es que, tras haber encontrado el control, me ha desbalanceado un poco.

Y claro… supongo que mi extrañeza se debe a qué ahora soy consciente que lo cargo.

Que lo llevo puesto.

Que sé que mi peso real es otro cuando no lo llevo encima.

En definitiva: ahora soy consciente que puedo prescindir de él.

Y sé también que la verdad parece otra cuando el control se ha extraviado.

Los colores.

La intensidad.

El mundo entero.

Y es que todo el mundo es otro cuando el control se te olvida por ahí.

El amor, incluso, es doloroso de otra forma.

De una forma quizá más viva y verdadera.

Profundamente verdadera.

Hasta que lo encuentras nuevamente, lo percibes así.

Es así, incluso.

¿No lo entiendes?

Todo el resto es inexacto.

viernes, 10 de noviembre de 2023

Solo voz, si quieres.


Solo voz, si quieres.

Solo voz.

Un tono reconocible y poco más.

Tener voz y que con eso baste.

Poder oírnos desde lejos.

No distinguir palabras necesariamente, pero reconocer al otro.

Alegrarnos porque esa es la voz de F.

Tener esperanza porque esa es la voz de T.

Que las voces viajen libres y que tal vez se encuentren.

Como luces, las voces.

Como pájaros ciegos.

Tan tranquilos, como ciegos.

Solo voz, si quieres, te digo.

Sin palabras, solo voz.

La voz de tu padre, cuando niño.

La vez de tu madre, cuando te creía especial.

Otro ejemplo:

Una vez, si recuerdas, la nieve tapó los caminos.

Primero nos asustamos, pero luego no hubo mayor problema.

Fuimos donde debíamos ir.

Llegamos de igual modo.

Así ha de viajar la voz, te digo ahora.

La voz despojada de su carga.

La voz hecha luz y hecha sombra.

La voz hecha nieve y hecha escarcha.

Solo voz, si quieres.

Eso vengo a decirte.

Solo voz.

Voz como un espacio abierto.

Como una mirada que todo lo acepta.

Voz que es también aliento.

Proyección de ti.

Comunión con aquello que está entre nosotros.

Reconoce mi voz.

Recíbela sin temor, con la tuya.

Como dos miradas que se encuentran.

Como un comienzo, en definitiva.

Y como un fin.

jueves, 9 de noviembre de 2023

Todo lo que sé.


I.

T. me compartió una carpeta de archivos y me dijo que observara con atención las imágenes. Casi al mismo tiempo me llamó por teléfono y me dijo que no las compartiera ni lo comentase con nadie, pues se trataba de algo serio. Como nunca la había escuchado decir algo en ese tono le hice caso. Poco después, abrí la carpeta con los archivos. Había cerca de trescientas fotos. Todas estaban numeradas y su nombre correspondía a un lugar y a la fecha en que había sido tomada. Abarcaban al menos setenta años y estaban tomadas en distintas partes del mundo. De hecho, creo que ninguno de los lugares se repetía. Aunque no podría asegurarlo.

II.

Las vi con seriedad y detenimiento. Después de todo, T. nunca me pedía favores y era lo bastante sensata como para no hacerme perder el tiempo. Intenté buscara conexiones, cosas comunes, pero no lograba conectar nada. Ni personas, ni lugares, ni elementos contenidos en las imágenes. La llamé poco después y así se lo hice saber.

-Las he mirado varias veces, pero no descubro nada -confesé-. Salvo que todas están tomadas en exteriores.

-Fíjate en a nubes -dijo ella, y colgó. No agregó nada más.


III.

Las observé de nuevo y comprendí entonces. Y es que vi las mismas nubes en cada imagen. No tenían formas especiales ni nada, pero sin duda eran las mismas. Extrañamente no atribuí el mérito del fenómeno a las propias nubes sino al momento exacto en que habían sido tomadas esas fotos. O las nubes eran falsas o las fotos esas la había tomado Dios, me dije, jugando un poco con el absurdo.

Días después, cuando me junté con T. la encontré extraña. Hablamos de las fotos, por supuesto, pero ya sin tanta gravedad. Ella cambiaba el tema y reía y parecía querer realmente hacerme olvidar aquello.

-Nos observan -dijo con voz baja, entre risa y risa-. No nos oyen, pero nos observan.

-¿Quiénes? -pregunté.

Ella rio, como si yo hubiese dicho un chiste.

-Son distintos a nosotros -concluyó-. Eso es todo lo que sé.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Decir eso es decir esto.


Alguien dijo que decir eso es decir esto. Yo lo escuché de chico y estuve por años intentando entender qué era aquello que quiso decir. Incluso pensé que cómo él dijo eso en realidad también había querido decir algo distinto al señalar aquella frase. Fue así que di con un libro titulado “Formas de decir una cosa diciendo otras”. Lo leí entero -más de una vez, incluso-, pero al final el título hacía referencia solo a un pequeño artículo de no más de dos páginas publicado en una revista universitaria en la década del 70 del siglo pasado. Creo que en la UNAM. Los otros artículos hablaban de cosas variadas, la mayoría asociadas a la investigación académica, aunque con una fuerte mirada crítica, asociada a problemas sociales y realidades políticas que aquejaban México en ese entonces. Ese entonces que sigue siendo este, por supuesto. Y que nunca ha dejado de serlo. En el articulo recuerdo que se hablaba también de la libertad de expresión. No recuerdo muy bien el sentido, pero se decía que, por ejemplo, si bien existía esa libertad, de todas formas no podías gritar ¡Fuego! o ¡Bomba! en un avión o en un teatro lleno. Yo encontré aquello bastante sensato, por supuesto. Por lo mismo, como eso del teatro era en el fondo también esto, adopté esa recomendación como un fundamento de vida. No vamos a morir, no te preocupes, dije siempre, desde entonces. Y prácticamente, no he tenido conflictos con nadie.

martes, 7 de noviembre de 2023

¿Zapatos?


Era un local grande, muy organizado, aunque extraño.

Como cualquier tienda de ropa, digamos, salvo que en esta todo estaba en vitrinas, y no tenías contacto directo con ningún producto.

En el lugar, por cierto, solo se vendían saldos.

Y entre los saldos, dispuestos en filas, había zapatos.

Probablemente, calculé, doscientos o trescientos pares.

Muchos de estos zapatos eran de marcas caras, algunos incluso parecían de diseño exclusivo.

Y todos, sorpresivamente, a un único precio.

Extremadamente baratos.

El problema sin embargo es que solo podías verlos a lo lejos, no probártelos.

Es más, ni siquiera saber los números o las tallas.

Ninguna información, salvo un precio único y un número para solicitarlos luego a alguno de los vendedores.

Estos vendedores, por cierto, también atendían tras largos mesones y no tenían mayor interacción con los compradores, salvo buscarles el producto y anotar sus pedidos, nada más.

Tras ellos, un gran cartel que indicaba que no se aceptaban devoluciones ni se recibían reclamos.

A pesar de estas dificultades, los precios eran tan bajos que terminé comprando cuatro pares.

Dos pares formales, unos deportivos y otros un tanto más altos, como botines.

Ninguno de ellos, lamentablemente, me quedó bien.

Hice esfuerzos por calzármelos, pero por una u otra razón no me terminaban quedando.

Tiempo después, conversando con un amigo que también compró en esa tienda, me confesó que le había ocurrido exactamente lo mismo.

Incluso, me contó de varios otros casos.

Mientras hablábamos, recuerdo que yo observaba mis pies, y comprendí que los desconocía.

Por último, algo asustado, observé fuera de mí y me sentí observado.

No saben lo que miran, quise decirles.

Pero en realidad, no estaba seguro, de que aquello fuese cierto.

lunes, 6 de noviembre de 2023

Algo no funciona.


Lo admito: algo no funciona.

Este fin de semana, por ejemplo, gasté cerca de diecisiete horas viendo dos temporadas de una serie sobre un detective ciego.

Era una serie antigua, alemana, con un pequeño aire a una de un perro policía que se llamaba Comisario Rex.

Muy serio, por cierto, la vi.

Solo la noche del domingo, mientras terminaba el último capítulo de la segunda temporada -son cuatro, por cierto-, tuve un pequeño destello que me reveló lo absurdo de la serie.

Dicho destello, ocurrió justo después de una escena en que el detective sigue por entre enrevesadas calles a un asesino que huía en plena noche, hasta lograr capturarlo.

-La noche nos igualó -dice el detective ciego, explicando cómo logró realizar la captura.

Y claro… fue entonces cuando vi todo -por un momento-, desde otra perspectiva y tuve que admitirlo sin más:

Algo no funciona, fue lo que admití.

Lo primero que hice, luego de esto, fue apagar la tele.

Luego me reí, a solas, mientras repetía la frase una y otra vez:

Algo no funciona.

Eso me decía, mientras reía.

Algo no funciona.

Por otro lado, pensar que había sido justamente un detective ciego quien me había descubierto aquello, me hacía reír, todavía, un poquito más.

Fue de esta forma que terminó el domingo.

Ya hoy, sin embargo, a minutos de terminar el lunes, pienso en cuál habrá sido el núcleo, esta vez, de la tercera temporada.

En cuanto lo averigüe, les cuento.

domingo, 5 de noviembre de 2023

Sangre pública, tal vez.


Lo juro. Yo no sé de quién es. Supongo que es pública, pero en realidad no sé. Sangre pública, me refiero. Indistinta. Sangre de masa. Debe coincidir un poco con la de todos… yo que sé. Apenas la veo, igual que ustedes. A lo más la huelo un poco, pero no la he analizado. Ya se los dije… Cuando llegué ya estaba ahí. Siempre que llegamos ya está ahí. Y también cuando nos vamos permanece. Probablemente lo olvidaron, pero ustedes ya la deben de haber visto. Sin verla, incluso, ya la han visto. No comprendo ahora cuál es la gravedad. Es sangre pública, nada más. Sangre sobre la acera. Siempre hay, si se fijan. Pequeñas manchas. Salpicaduras. Sangre que botamos sin darnos cuenta, tal vez. Igual que un auto cuando va goteando aceite. Igual y hasta un poco menos grave. No cae por heridas ni cortes, creo yo. No puedo asegurarlo, es cierto, pero eso es lo que creo. Aunque no me cierro, por supuesto, a otra posible opción. Por ejemplo, podría pensarse que, en una de esas, la sudamos. No esforzándonos, me refiero, pero es probable que, de una forma parecida, se nos arranque por los poros. Y sale de nosotros, justamente, para volverse pública. De verdad puedo jurarlo. No que eso sea cierto, pero al menos que no sé. Si la analizan verán que nos pertenece a todos y tendrán que soltarme de inmediato. Será algo incómodo, se los advierto. Para ustedes y para mí, será algo incómodo. Mejor anoten ahí que es sangre pública y yo hasta les firmo, si quieren. Eso puedo ofrecerles. Más no puedo. Además ya es tarde, y debo volver a trabajar.

sábado, 4 de noviembre de 2023

Hay que llamarles la atención a aquellos niños.


I.

Hay que llamarles la atención a aquellos niños.

Es por su bien, después de todo.

Hay que hacerlo, aunque sabemos que no agradecerán.

Aunque no escuchen, hay que hacerlo.

Y aunque no sepamos, incluso, qué decirles.


II.

Vamos ya, que se hace tarde.

Vamos juntos, esta vez, para que no nos dé vergüenza.

Organicémonos para que no se escapen.

Cubramos la ruta.

Cerquemos el lugar.

Intentémoslo al menos, aunque no resulte.

Tengamos fe.

No todo es siempre una salida de emergencia.


III.

¿Qué ocurre…?

¿No son niños?

¿Es eso lo que dices?

No es que lo discuta, en todo caso, pero me vale igual.

Me refiero a que van por esa ruta, caminan a destiempo, hablan idioteces…

Si no lo son, eso representan.

Con eso a mí me basta.

Aquí están.


IV.

Me acerco.

Interrumpo su camino.

Queridos jóvenes, niños o hasta ancianos… les digo.

Etcétera.


V.

Tres golpes recibí, es cierto.

Tres golpes, pero dos de ellos no dolieron.

No hay de qué preocuparse, en lo absoluto.

El daño es más bien superficial.


VI.

Probablemente no eran niños, lo admito.

Pero ese no era el punto.

¿Que cuál era?

Pues ya casi no lo sé.

Y es que, si lo piensas, la culpa no es el pez sino el anzuelo.

O en otras palabras:

Tuve una certeza y la perdí.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Enterró sus pistolas, es cierto (canción*)


I.

Enterró sus pistolas, es cierto, pero alguien luego las disparó bajo tierra.

Escuchó los tiros y entonces recordó.

Entonces, fue con una pala y comenzó a cavar en varios sitios.

Finalmente, cuando él las encontró, olían aun a pólvora quemada.


II.

Era cierto, aunque imposible: cada una había sido percutada.

No encontró señales de los tiros, pero era innegable que alguien disparó.

No supo quién ni contra quién, aunque de todas formas descubrió algo.

Él debía cargar con las pistolas.

Después de todo, la tierra no formaba parte de este asunto.


III.

Mucho antes, es cierto, él también había disparado.

Seis veces disparó, en contra de una chica.

Ninguna de las balas dio en el blanco, sin embargo, y la chica partió.

Él sabía dónde, pero hizo lo imposible por no seguirla.

Fue entonces que enterró las pistolas bajo tierra, como si quisiera enterrar sus propios pies.


IV.

Poco después, lleno de culpa, quiso un día entregarse al sheriff.

Le contó que disparó contra una chica, seis veces, pero que no le dio.

Otros hombres se burlaron y le dijeron que estaba, por mucho, en el sitio equivocado.

Fue entonces que en el bar, mientras bebía, un borracho que lo oía, le compuso esta canción.


Coro:

Seis tiros sin un blanco
Y una vida percutada
Olor a pólvora en el aire
Y plomo en el corazón

¿No lo saben o lo olvidan?
Ella se fue por donde vino
Sus ropas sucias por el polvo
Y en el plomo un corazón 


**Traducción

jueves, 2 de noviembre de 2023

Todo termina, cuando comienza.


Todo termina, cuando comienza.

No es en ese instante, me refiero, pero se condena a terminar.

Linda condena, en todo caso, no me quejo.

Ocurre igual con el amor o con las piedras.

Con tu hijo y con tus padres.

Con tus palabras, incluso.

Y con lo que no te atreves a nombrar.


Lo sabes, sin embargo.

Nadie lo pone en duda.

Así, por ejemplo, algunos evitan dar el primer paso.

Comenzar a creer, es lo que evitan.

Incluso dicen que no es miedo, pero es miedo.

Y está bien.


Una vez -otro ejemplo-, vi un buitre en una jaula.

Amplia, sin duda, pero jaula al fin y al cabo.

Estaba sobre unas rocas, en lo alto.

Extremadamente quieto.

Como si fuese una roca nada más.


No hablamos de esto, por supuesto.

Y es que no sabemos decir desde cuándo.

O preferimos no saberlo.

Desde el barro, dijo alguien.

Pero lo dijo tan bajito, que ni ella misma se escuchó.


En cuanto al buitre, del que hablaba, parecía confundido.

Como si no supiese qué comer.

O como si todo fuese, en el fondo, engullirse a sí mismo.

No lo hizo, por supuesto, pero al menos se movió.

Bajó hasta mi altura y me miró directamente.

Soy todo oídos, me dijo.

Pero yo no supe hablar.

Y comencé.

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