domingo, 26 de noviembre de 2023

Piensa el perro, cuando muerde.


I.

Piensa el perro, cuando muerde.

Piensa con los dientes, entonces.

Afortunado él que desgarra cuando piensa.

Que lo hace y no distingue.

Afortunado él, decía.


II.

Afilados son sus dientes.

A veces aprieta y no suelta.

Una vez vi a uno que se aferró al cuello de una oveja.

Era un perro salvaje, eso sí.

Lo persiguieron varios días hasta que lograron dar con él.

Entonces lo mataron.

Un hombre apunto con su escopeta y disparó.

El perro aulló e intentó huir, pero cayó unos doscientos metros más allá.

Estaba herido, por supuesto.

Luego el hombre se acercó y le dio el tiro de gracia.

Finalmente, cubrió el cuerpo, con un montón de piedras.


III.

Ladran en la noche porque no muerden.

Eso hacen los perros.

Si mordieran, en cambio, estoy seguro que ya no ladrarían.

Ladran entonces por no pensar.

Eso podría decirse.

Como resultado de esa carencia, es que ladran.

Así, sus ladridos rebotan con otros ladridos y hasta cierto punto se reconocen.

Solo hasta cierto punto, en todo caso.

Y es que, como no muerden, poco pueden concluir sobre aquello que escuchan.

De esta forma, son filosos para nadie, sus colmillos.

Eso es lo que ocurre, finalmente.

¡Pobres perros!

Todos ladran en la noche porque no muerden.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales