jueves, 2 de noviembre de 2023

Todo termina, cuando comienza.


Todo termina, cuando comienza.

No es en ese instante, me refiero, pero se condena a terminar.

Linda condena, en todo caso, no me quejo.

Ocurre igual con el amor o con las piedras.

Con tu hijo y con tus padres.

Con tus palabras, incluso.

Y con lo que no te atreves a nombrar.


Lo sabes, sin embargo.

Nadie lo pone en duda.

Así, por ejemplo, algunos evitan dar el primer paso.

Comenzar a creer, es lo que evitan.

Incluso dicen que no es miedo, pero es miedo.

Y está bien.


Una vez -otro ejemplo-, vi un buitre en una jaula.

Amplia, sin duda, pero jaula al fin y al cabo.

Estaba sobre unas rocas, en lo alto.

Extremadamente quieto.

Como si fuese una roca nada más.


No hablamos de esto, por supuesto.

Y es que no sabemos decir desde cuándo.

O preferimos no saberlo.

Desde el barro, dijo alguien.

Pero lo dijo tan bajito, que ni ella misma se escuchó.


En cuanto al buitre, del que hablaba, parecía confundido.

Como si no supiese qué comer.

O como si todo fuese, en el fondo, engullirse a sí mismo.

No lo hizo, por supuesto, pero al menos se movió.

Bajó hasta mi altura y me miró directamente.

Soy todo oídos, me dijo.

Pero yo no supe hablar.

Y comencé.

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