domingo, 31 de mayo de 2020

Teníamos un plan.


Teníamos un plan.

Averiguaríamos lo que las chicas querían de una manera ingeniosa.

Inventamos una historia.

Les dijimos que el del patio era un pozo mágico.

Un pozo al que podías gritarle aquello que deseabas y se conseguía.

Un pozo al que podías hacerle preguntas y las contestaba.

Un pozo al que podías gritarle aquello que odiabas y de alguna forma lo resolvía.

Algo así, más o menos, fue lo que inventamos.

Entonces, nos ofrecimos a dejarles esa noche el lugar, para que pudiesen gritar tranquilas, junto al pozo.

Ellas se mostraron de acuerdo y nosotros nos comprometimos a acampar lejos.

Yo, sin embargo, no me fui con los demás.

Y es que, por sorteo, salí escogido para quedarme escondido al fondo del pozo.

Los demás, antes de irse, me ayudaron a bajar con una larga cuerda que habíamos encontrado en un granero.

Había un olor asqueroso y el suelo estaba húmedo, con trozos de ramas y otros desperdicios que prefiero no detallar.

Pasé todo el día ahí, sin moverme, esperando a las chicas que gritarían en la noche.

Estaba más oscuro de lo que había imaginado y ya me había arrepentido de todo, cuando las chicas comenzaron a llegar.

Venían de a una, tal como le habíamos dicho que hicieran, y se ubicaban junto al pozo.

Luego, supuestamente, debían gritar.

Casi ninguna lo hizo, por cierto.

No me pareció que sospecharan, pero sí que no sabían qué decir, al estar junto al pozo.

Escuché, de todas formas, unas cuántas cosas.

Pero no distinguí aquello que querían, de aquello que odiaban o de lo que querían preguntar.

También recibí un escupo, de una, que que lo lanzó sin decir siquiera una palabra.

Recuerdo que no dormí esa noche, y que las galletas y el agua se me acabaron antes de lo presupuestado.

Apenas amaneció, por suerte, unos chicos fueron a buscarme.

Arrojaron la cuerda y tras varios intentos, me ayudaron a subir hasta el brocal.

Se rieron porque tiritaba y pensaron que fingía hasta que vomité un par de veces.

Entonces me duché, me puse ropa seca y recuerdo haber pasado el resto de esos días en cama.

De vez en cuando venían los otros y me preguntaban por lo que habían dicho las chicas, junto al pozo.

Y yo les contaba la historia, de manera torpe y fragmentaba, de la misma forma como lo estoy haciendo ahora.

Por eso, ellos pensaron que lo hacía para ocultar lo que realmente había descubierto.

Yo, por supuesto, no lo niego ni lo afirmo.

Y mejor lo dejo hasta acá.

sábado, 30 de mayo de 2020

Al final es como tú dices.


Al final es como tú dices,
pero antes te equivocas en todo.

Como ese perro chico, ¿te acuerdas?,
ese que tenía una chasquilla que le tapaba los ojos,
y se golpeaba con las cosas,
pero al final llegaba donde quería ir.

Siempre has sido un poco como ese perro.

Y si viviésemos siempre en el final,
o eso compensara todo,
tal vez estaría bien.

Pero resulta que ahora mismo, por ejemplo,
somos parte del momento en que te equivocas en todo
y vas botando cosas mientras avanzas
con la chasquilla sobre los ojos
y lo cierto es que me importa cada vez menos
que al final llegues donde querías,
o coincidamos incluso en un mismo final,
o lo que sea.

Disculpa que te lo diga así,
pero no puedo ocultar que me molesta.

Y es que no eres consciente que esto
es en verdad el antes.
No el presente como tú dices,
sino el antes del momento en que todo estará bien.

Y casi siempre es antes, si lo piensas.

Casi siempre es el momento
en que te equivocas en todo.

Nuestra vida entera
se hace antes del final.

No sé si te has dado cuenta,
pero lo que quiero decir,
para cerrar,
es que el final apenas
es esto.

viernes, 29 de mayo de 2020

Entre uno y otro risco.


I.

Entre uno y otro risco
hay un puente.

Frágil e inestable,
pero un puente
al fin y al cabo..

Yo lo observo
y me pregunto
quién querría cruzarlo.

¿Quién se arriesgaría
a subir hasta él?

¿Por qué alguien
querría,
en definitiva,
ir desde un risco
a otro risco?

Esas cosas
me pregunto.


II.

En ocasiones
cae nieve
sobre esos riscos.

Y no me refiero
a un fenómeno suave,
sino a fuertes tormentas
que asolan el lugar.

El peso de la nieve,
entonces,
suele debilitar
aún más
aquel puente,
que ya ni sé
cómo resiste,
allá en lo alto,
entre uno y otro
risco.


III.

Nada hay,
bajo el puente,
salvo rocas.

A cientos de metros
bajo el puente
ellas están.

Cuando alguien
lo atraviesa,
suele mirar
hacia abajo
en uno o dos
momentos
del trayecto.

También,
en ocasiones,
buscan fijar
con la mirada
los dos extremos
del puente,
volteándose
a mirar
hacia un extremo
y otro.

Nadie,
sin embargo,
mira hacia lo alto,
mientras cruza
el puente.


IV.

Si no hubiese un puente
que uniera
aquellos riscos,
dudo que alguien
quisiera subir,
hasta alguno de ellos.

Tampoco imagino
a nadie,
por cierto,
construyendo un puente
desde un risco,
para dirigirse luego
a otro lugar igual.

Por esto
a veces imagino
que el puente
incluso estuvo antes
que los riscos
y que su aparente
fragilidad
es manifestación,
en realidad,
de una fuerza
más pura.

Tal vez usted mismo
está,
en este momento
sobre el puente,
sin saberlo.

A un paso de llegar
al otro risco.

Si es así,
al menos ahora usted
ya lo sabe.

Y eso es más,
sin duda,
de lo que podemos
esperar.

jueves, 28 de mayo de 2020

Una foto junto a la torre Eiffel.


Tiene una foto antigua, junto a la torre Eiffel.

La foto está enmarcada y puesta sobre un piano antiguo, que ni siquiera suena.

Lo molestamos por la foto porque el tipo de la foto no se le parece.

Entonces él se defiende y muestra otras fotografías donde aparece en esa época, incluso una en la que lleva puesta la misma chaqueta.

Ante esto, debimos aceptar que era él, pero luego de su triunfo atacamos nuevamente.

De todas formas, la torre parece sobrepuesta, le dijimos.

Mira las proporciones, agregamos. No calzan.

Se nota que es falsa.

Lo hacíamos por molestar, ciertamente, pero él aparentemente se lo tomaba en serio.

Se dedicó entonces a buscar otras pruebas.

Lo vimos revisar en cajones, buscando alguna otra foto tomada en Francia.

Igual si encuentras otra no significa nada, continuamos.

Podrías haber falsificado varias… hay gente que hace eso.

Algunos hasta consiguen imanes y los pegan en el refrigerador, dije yo.

Él dejó de buscar y se acercó donde estábamos.

Estaba tan serio que incluso parecía triste.

Igual eres nuestro amigo, le dijimos. Pero debes aceptar la verdad.

Tus fotos son falsas, tu piano no suena…

La lámpara esa de la esquina no prende...

Y tu perro no ladra, dije yo.

La lámpara esta buena, intentó defenderse, puedo cambiarle la ampolleta y demostrarlo.

Igual una ampolleta no es la torre Eiffel, le dijimos.

Él se calló.

Nosotros también callamos y seguimos con nuestra actitud, hasta que nos levantamos para irnos.

Tratemos de olvidar lo que ocurrió esta vez, si volvemos a juntarnos, dijo uno de nosotros.

Él asintió, desganado.

Estaba de pie, junto al perro que no ladraba, sujetando la puerta.

Me dio pena verlo ahí, mientras nos íbamos, pero era extraño cambiar la actitud en ese momento.

Tal vez ni siquiera estabas hoy en casa, le dije, al despedirme.

Él no contestó.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Distinto.


Cuando terminó el verano llegó distinto. Había hecho algunos viajes y entonces nos reunimos para hablar, con unos amigos. Apenas indagamos un poco nos dijo que se encontró con Jesucristo. Pensamos que bromeaba, pero estaba serio. Lo dejamos hablar. Sus viajes habían estado bien, señaló, pero no tenían que ver con aquello que quería contar. A Jesucristo se lo había encontrado de regreso, mientras hacía cosas comunes en la casa. Tres veces se lo había encontrado. O quizá más, explicó, pero solo tres veces lo había reconocido.

La primera ocurrió mientras se cepillaba los dientes. Mientras lo hacía, Jesucristo había aparecido en forma de una araña, que lo observaba desde el lavamanos. Como en principio pensó que era una araña común abrió la llave y trató de mojarla y hacer que se fuera por la cañería. Ya mojada, pero sin irse todavía, la araña se habría revelado. No nos explicó bien cómo, pero según él, había sido algo evidente. Milagroso y evidente, señaló. Lamentablemente, esa vez la araña -o Jesucristo-, terminó de igual forma metiéndose por el desagüe sin haberle entregado un mensaje claro.

La segunda vez Jesucristo se le habría presentado en un plato de tallarines. O en los restos, más bien. Nos contó que había volteado un vaso de agua sobre los pocos que quedaban, accidentalmente, mientras almorzaba. Entonces, mientras buscaba secar y recoger el vaso se percató que Jesucristo estaba ahí, en el plato. Apenas lo supo, bajó los ojos y sintió su presencia. Tan clara y fuerte la percibió que también se dio cuenta cuando el plato dejó de ser Jesucristo, minutos después. Buscando entender la situación le preguntamos si los tallarines habían formado la barba o algo así, pero lo negó rotundamente. Jesucristo es otra cosa, nos dijo.

La tercera vez le había ocurrido esa misma mañana, mientras se preparaba el desayuno. Jesucristo, según él, se le había aparecido en el hervidor. Se dio cuenta por la demora en apagarse, del aparato. El agua ya hervía dentro, pero el hervidor no se apagaba. Entonces, acercándose, él habría reconocido esta nueva manifestación. Respetuoso, inclinó su cabeza y esperó. Mientras lo hacía, el agua se evaporó y se esparció por la cocina. Luego el hervidor, ya seco, se detuvo. Y el milagro se apagó también, al mismo tiempo.

-¿No sacaste fotos? -le preguntó uno de nosotros, cuando terminó de hablar.

-No podría haberse visto, en las fotos -contestó, sin explicar.

Se hizo un silencio incómodo hasta que otro de nosotros lo rompió.

-Y de tus viajes… -le dijo-, ¿tienes fotos?

martes, 26 de mayo de 2020

Sin ganadores.


I.

Aparcaba autos en el casino.

En el estacionamiento oficial,
todos los fines de semana.

Pagaban el mínimo,
y no había siquiera
bus de acercamiento,
pero todo se compensaba,
me dijeron,
con las propinas que te daban
cuando alguien se llevaba
un premio grande.

No fue así,
por supuesto.

Lo comprendí pasadas
tres semanas.

Y es que si bien no se ganaba tan mal
lo cierto es que nunca nadie se llevaba
un premio grande.

Unos perdían más
y otros perdían menos,
pero no fui testigo de nadie
que pudiese considerarse un ganador
al salir de aquel sitio.

Esto fue lo que aprendí:

No había ganadores.


II.

A final de cada mes, mi superior
me daba a elegir entre recibir el sueldo
o recibir un sueldo y medio
en fichas del casino.

Acepté el sueldo y medio
los dos primeros meses,
pero debo admitir que jugué
y lo perdí completamente.

Debido a esto,
el tercer mes le dije al encargado
que prefería el efectivo,
pero entonces él me ofreció
incluso dos sueldos por uno,
si lo aceptaba en fichas.

Caí nuevamente esa vez,
y a pesar que en un momento
llegué a ganar
más de veinte veces mi sueldo,
lo cierto es que lo perdí todo
apostando sin pensar,
tras decidir que, aunque ganase,
aquello no cambiaría
verdaderamente nada.


III.

Abandoné el trabajo
a mediados del cuarto mes.

Bruscamente,
en mitad de la noche,
sin ninguna razón
que quisiera explicar.

Esa vez,
dejé mi puesto
y me metí al casino.

Cambié el dinero que llevaba
e incluso compré, a crédito,
todas las fichas que pude
hasta que mi tarjeta
ya no aceptó más.

Me acerqué entonces a la ruleta
y puse mis fichas
en un número cualquiera.

Poco antes que la giraran
me di media vuelta
y caminé hacia la salida.

Mientras lo hacía,
escuché que llamaban a alguien
pero no me voltee a mirar.

Si hubiese escuchado mi nombre
tal vez,
hubiese regresado.

Pero nadie nunca,
ciertamente,
ha conocido mi nombre.

lunes, 25 de mayo de 2020

Una última matrioshka.


I.

Ella era pequeña y estéril
como una última matrioshka.

Nada podía gestarse
en su interior.

Más bien,
no había diferencia
entre interior y exterior
pues ella era
una sola.

Pequeña y estéril
como una última matrioshka.


II.

Su expresión era una
también,
como pintada a mano.

Invariable y hermosa
como la estatua de un dios.

Como una máscara que no se hizo
para ser vista.

Como una máscara que se hizo
para ser usada
bajo otras máscaras.


III.

No podía huir de sí misma
de ninguna forma.

Nada salía de ella
y nada podía entrar.

Su alma de madera
dormida
en su cuerpo de madera.

Y aunque la amaran
nadie sabía distinguir
ciertamente,
entre una y otra.


IV.

Ella era pequeña y estéril
como una última matrioshka.

Ni nosotros
ni ella misma
teníamos acceso
a algo más.

Una casa sin entradas
nos parecía.

Incorruptible y hermosa.

Inhabitable y pura.


V.

Pudo ser triste, es cierto,
pero no lo fue.

Después de todo
un mundo sin vida
es también,
de cierta forma,
un mundo vivo.

Y ella
pequeña y estéril
como una última matrioshka,
se reveló entonces
como la única verdadera.

La que no era envoltorio
de algo más.

Incorruptible y hermosa.

Inhabitable y pura.

Mientras nosotros pasamos
por el mundo.

Mientras nuestra voz se escucha
y deja de escucharse.

domingo, 24 de mayo de 2020

Un hombre con los zapatos al revés.


I.

Nos contaron de un hombre
que se ponía los zapatos al revés.

El izquierdo en la derecha
y viceversa.

Entonces esperamos para verlo
mientras hablábamos
y bebíamos cerveza
para matar el tiempo.

Esperábamos reír
cuando lo viéramos pasar,
pero lo cierto es que el hombre transmitía
más angustia que otra cosa.

Y es que al verlo caminar
podía notarse claramente
que le causaba dolor andar así.

¿Alguien ha hablado con él?,
preguntó uno de nosotros.
¿Alguien sabe por qué está haciendo eso?


II.

Había varias versiones,
pero lo cierto es que todas coincidían
en que el hombre
decía tener una razón para hacerlo.

Que hacía magia negra,
que debía pagar una manda,
que tenía una malformación en los pies…

La que parecía más probable
-o tenía más adeptos por lo menos-,
era aquella que señalaba que lo hacía
como una forma de pagar culpas,
aunque las versiones tampoco concordaban
sobre cuál era el hecho concreto
por el que se sentía culpable.


III.

Para salir de la duda,
semanas después,
uno de nosotros fue a hablar con él.

Sorteamos quién iría
y le tocó finalmente a un amigo
quien grabó el audio
de ese encuentro.

Escuchamos así
cómo nuestro le preguntaba
titubeando
el porqué de los zapatos de esa forma.

Le pregunto porque se nota que le incomoda,
dijo mi amigo,
se detiene cada cierto tiempo,
hace gestos al caminar…

De verdad disculpe que lo moleste,
pero pregunto por si puedo
además, ayudar en algo…

Luego, por supuesto,
venía la respuesta del hombre
que no comprendimos, ciertamente,
aunque la escuchamos
en varias ocasiones.


IV.

Uno de nosotros, tiempo después,
compuso incluso una canción
sobre aquella historia.

La letra es prácticamente igual,
a lo que está escrito
en la primera parte de este texto.

En lo personal,
la considero una bonita canción,
aunque parezca más profunda
de lo que realmente era.

Y es que lo cierto es que nunca
comprendimos nada
de todo aquello.

Y el hombre con los zapatos revés
no llegó a formar parte,
finalmente,
de quiénes éramos nosotros.

sábado, 23 de mayo de 2020

Mientras llovía.


Conseguimos quedarnos en un lugar que alguna vez fue un colegio. Gran parte del edificio estaba dañado y sin techo, pero logramos encontrar un par de salas que servirían para aguantar unos días. La tormenta había comenzado hacía dos noches y se esperaba que durase al menos hasta cuatro o cinco días más. Teníamos poca comida, pero calculamos que podía alcanzarnos hasta que terminasen las lluvias, aunque lo ideal era arrancarse un par de horas hasta un negocio que habíamos visto en la carreta y comprar alguna otra provisión. Buscando restos de madera, para encender el fuego, encontramos ratones que se alejaban rápidamente de nosotros. También encontramos una especie de bodega tras forzar una puerta, donde estaban apiladas varias cajas que contenían cuadernillos, llenos de tierra, que prácticamente se desarmaban al tocarlos. Mientras los encendíamos, horas después, nos dimos cuenta que todos eran cuadernos de caligrafía. Si intentábamos hojearlos podían verse los trazos escritos de forma ordenada y tratando de seguir un patrón. A veces los patrones solo repetían letras, o sílabas, pero también encontramos algunas frases. Durante los días que estuvimos ahí mantuvimos el fuego casi todo el tiempo. Quemamos madera y arrojábamos de vez en cuando los cuadernos de caligrafía, para avivar las llamas. Cuando la tormenta terminó nos alistamos para partir. Mientras decidíamos dónde ir me fijé que quedaba un último cuaderno de caligrafía. Pensé en llevármelo, como recuerdo, pero al final no lo hice. Y es que me pareció un recuerdo triste, aquel cuaderno. No por los días que estuvimos ahí, sino por el origen mismo del cuaderno. Por lo que pudo significar en un inicio. O tal vez porque nunca tuvo un real significado.

viernes, 22 de mayo de 2020

Para no decir lo obvio.


Para no decir
lo obvio
digo acá
lo que digo.

Me aguanto.

Me muerdo
la lengua
y dejo a un lado
lo que es hoy
el mundo.

No le doy
la espalda.

Lo enfrento.

Lo atravieso
día a día.

Y es por eso,
justamente,
que no decir
lo obvio
se vuelve cada vez
más difícil.

Dejar la mierda
a un lado
para hablar.

O para hablar
aquí
por lo menos.

Me canso,
sin duda,
más de lo que creen.

Entierro
los cadáveres
del día.

Recojo las palabras
desde el barro.

Masticadas
por bocas
inmundas.

Llenas
de mentira,
de egoísmo
y de intereses
bajos.

Hoy mismo,
si se fijan,
están demasiado
heridas
para usarlas
de otra forma.

Han sido
mancilladas.

Corrompidas.

De verdad
provoca náuseas
observar
cómo las usan…

Cómo las llenan
de mierda
sin que el pulso
del que habla
se altere
en lo más mínimo.

Duele,
sinceramente,
aunque no lo crean.

Y le doy tiempo
al dolor
y al silencio,
porque siento
a veces
que les permito
descansar,
de esa forma.

Un día,
sin embargo,
se rebelarán.

Y llenarán
de sangre
la boca de quien
las usó
de esa forma.

Se atragantarán
entonces
con su propia
carne,
los que hoy día
hablan
y cifran
aquello que no valoran
ni comprenden.

Y el silencio
volverá a ser
el estado natural
de la verdad.

Y la palabra brotará,
si brota,
pura
viva
y necesaria.

Como agua viva
desde una
piedra.

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