viernes, 22 de mayo de 2020

Para no decir lo obvio.


Para no decir
lo obvio
digo acá
lo que digo.

Me aguanto.

Me muerdo
la lengua
y dejo a un lado
lo que es hoy
el mundo.

No le doy
la espalda.

Lo enfrento.

Lo atravieso
día a día.

Y es por eso,
justamente,
que no decir
lo obvio
se vuelve cada vez
más difícil.

Dejar la mierda
a un lado
para hablar.

O para hablar
aquí
por lo menos.

Me canso,
sin duda,
más de lo que creen.

Entierro
los cadáveres
del día.

Recojo las palabras
desde el barro.

Masticadas
por bocas
inmundas.

Llenas
de mentira,
de egoísmo
y de intereses
bajos.

Hoy mismo,
si se fijan,
están demasiado
heridas
para usarlas
de otra forma.

Han sido
mancilladas.

Corrompidas.

De verdad
provoca náuseas
observar
cómo las usan…

Cómo las llenan
de mierda
sin que el pulso
del que habla
se altere
en lo más mínimo.

Duele,
sinceramente,
aunque no lo crean.

Y le doy tiempo
al dolor
y al silencio,
porque siento
a veces
que les permito
descansar,
de esa forma.

Un día,
sin embargo,
se rebelarán.

Y llenarán
de sangre
la boca de quien
las usó
de esa forma.

Se atragantarán
entonces
con su propia
carne,
los que hoy día
hablan
y cifran
aquello que no valoran
ni comprenden.

Y el silencio
volverá a ser
el estado natural
de la verdad.

Y la palabra brotará,
si brota,
pura
viva
y necesaria.

Como agua viva
desde una
piedra.

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