martes, 19 de mayo de 2020

Un retrato.


Me habían encargado un retrato.

Un tipo de dinero,
dueño de una constructora.

Yo no pintaba desde hacía años,
pero me ofreció una buena suma
y yo quería, en el fondo,
volver a pintar.

Así que, en resumen,
le tomé unas fotos
para trabajar en base a ellas.

Durante varios días,
fui a tomar las fotos.

Luego pinté el retrato.

Varias veces lo pinté
y luego volvía a empezar.

Un par de meses después
se lo llevé, terminado.

Él me dijo entonces
que las cosas habían cambiado.

Yo escuché y señalé 
que estaba de acuerdo:
las cosas siempre cambian,
creo que le dije.

Pero él insistió en explicarme
que habían cambiado para peor.

Hablo de cosas económicas,
me dijo.
¿No has visto noticias este último tiempo?

No, dije yo.

Pues está el tema de la recesión,
agregó.
Es raro que no hayas escuchado nada de eso.

¿No va a querer el retrato?
le pregunté luego de un rato.

Sí lo quiero, me dijo,
pero hay recesión.

Entonces me quedé en silencio
hasta que él sugirió otra cifra.

Yo, en tanto,
escuché el número y calculé
que ni siquiera cubría los costos.

Era poco menos de un octavo
de la cifra original.

Si no aceptas la vas a perder,
me dijo,
¿quién va a querer comprar
alguna vez
un retrato mío?

No respondí a sus palabras.

Me puse de pie, simplemente,
y tomé el retrato
para irme del lugar.

Puedo hacer un esfuerzo
y ofrecerte el doble,
dijo entonces.
¡O el triple…!

Él se refería, claro está,
al triple del octavo
del monto original.

¡Dime tú un monto, si quieres!
gritó cuando ya me iba.

Esto es innecesario, le dije,
mientras salía del lugar
sin voltearme.

Camino a casa,
minutos después,
boté el retrato.

Me sentí aliviado
cuando lo hice.

Alegre, incluso.

Y es que estaba limpio, 
comprendí.

Profundamente limpio.

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