martes, 26 de mayo de 2020

Sin ganadores.


I.

Aparcaba autos en el casino.

En el estacionamiento oficial,
todos los fines de semana.

Pagaban el mínimo,
y no había siquiera
bus de acercamiento,
pero todo se compensaba,
me dijeron,
con las propinas que te daban
cuando alguien se llevaba
un premio grande.

No fue así,
por supuesto.

Lo comprendí pasadas
tres semanas.

Y es que si bien no se ganaba tan mal
lo cierto es que nunca nadie se llevaba
un premio grande.

Unos perdían más
y otros perdían menos,
pero no fui testigo de nadie
que pudiese considerarse un ganador
al salir de aquel sitio.

Esto fue lo que aprendí:

No había ganadores.


II.

A final de cada mes, mi superior
me daba a elegir entre recibir el sueldo
o recibir un sueldo y medio
en fichas del casino.

Acepté el sueldo y medio
los dos primeros meses,
pero debo admitir que jugué
y lo perdí completamente.

Debido a esto,
el tercer mes le dije al encargado
que prefería el efectivo,
pero entonces él me ofreció
incluso dos sueldos por uno,
si lo aceptaba en fichas.

Caí nuevamente esa vez,
y a pesar que en un momento
llegué a ganar
más de veinte veces mi sueldo,
lo cierto es que lo perdí todo
apostando sin pensar,
tras decidir que, aunque ganase,
aquello no cambiaría
verdaderamente nada.


III.

Abandoné el trabajo
a mediados del cuarto mes.

Bruscamente,
en mitad de la noche,
sin ninguna razón
que quisiera explicar.

Esa vez,
dejé mi puesto
y me metí al casino.

Cambié el dinero que llevaba
e incluso compré, a crédito,
todas las fichas que pude
hasta que mi tarjeta
ya no aceptó más.

Me acerqué entonces a la ruleta
y puse mis fichas
en un número cualquiera.

Poco antes que la giraran
me di media vuelta
y caminé hacia la salida.

Mientras lo hacía,
escuché que llamaban a alguien
pero no me voltee a mirar.

Si hubiese escuchado mi nombre
tal vez,
hubiese regresado.

Pero nadie nunca,
ciertamente,
ha conocido mi nombre.

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