sábado, 31 de octubre de 2020

Los escuchó atentamente.



Los escuchó atentamente.

Por horas los escuchó.

Analizó sus palabras, aunque casi todas le parecieron absurdas.

Tomó apuntes.

Fingió interés mientras lo hacía, pero sin esforzarse demasiado.

Después de todo, ellos no se fijaban, mayormente en sus reacciones.

Se escuchaban a sí mismos, más bien.

Cuando terminaron de hablar, él corroboró sus anotaciones.

Repasó las ideas principales.

Confirmó con ellos que no había tergiversado sus palabras.

Intentó alabarlos mientras leía sus apuntes.

Ellos escuchaban con atención, pues era otra forma de seguir escuchándose.

No era una mala síntesis, comentaron.

Pero claro… de todas formas intentaron corregir cosas.

No eran solo las ideas, después de todo, había que transmitir la fuerza.

Eso le decían cuando él les ofreció numerarlas.

No jerarquizarlas, necesariamente, pero presentarlas más bien como un reglamento.

A ellos les gustó la idea.

Hicieron entonces una lista de 30 indicaciones.

Luego bajaron a 20 y finalmente a 10.

Las leyeron varias veces, en voz alta, cuidando que la entonación fuese la correcta.

Si hubiesen podido las habrían escrito en piedra, pensada él.

Su apreciación era exacta, por cierto, aunque él no lo sabía.

Pasaron finalmente el documento en limpio y estamparon sus firmas debajo.

Todos menos, él, por supuesto, pues su firma no importaba.

Extrañamente, le pidieron su opinión, antes de bajar y llevar el documento ante los otros.

Él, sin embargo, prefirió no hablar y se limitó a seguir sus primeras instrucciones.

Guardó silencio, porque tenía razón.

viernes, 30 de octubre de 2020

¿Puedo pasar?



No contesté, pero pasó igual. Entró, digamos, de improviso. Miró alrededor y dio unos pasos, tomando las cosas que estaban en la superficie. Las observaba bien y volvía a dejarlas más o menos en su sitio, mientras hablaba de cualquier cosa y evitaba darme espacio para comentar algo o pedirle, sin más, que se fuera de aquí, cosa que sentía necesidad de decir, por supuesto, pero que intentaba evitar para no iniciar un conflicto. 

Fue entonces que, por descuido, dejó una figura en la orilla de la superficie y esta se cayó de pronto, quebrándose. Segundos después, como si nada, buscó con qué recogerla y mientras seguía hablando me indicó que la pagaría sin problemas. Parece que era cara, me dijo, pero tú solo dime y yo te pago, el punto es no enemistarnos por este tipo de cosas. No alcancé a contestar cuando abrió el refrigerador y sacó un par de cervezas. Me dijo que las sumara a la figura rota y me ofreció una. No acepté, por supuesto. Pero como acto reflejo, le di las gracias. 

Se fue como entró, de improviso. Luego de beber las dos cervezas y romper, de paso, una figura más. Mientras se iba escuché algunas palabras de mayor peso. Tiempo, muerte… cosas de ese estilo. Finalmente, dijo que le mandara un mensaje… que bastaba con que pusiera un número. La cifra de las figuras y las cervezas y si quería agregar algo más no había problema. No contesté. El cero no es un número, lanzó al final, mientras cerraba la puerta, tras de sí.

jueves, 29 de octubre de 2020

Un árbol falso.



Descubrimos un árbol falso.

En un bosque lo descubrimos.

Uno más, entre otros, solo que este era falso.

No se le acercaban los pájaros.

Tampoco encontrabas hormigas, en su tronco.

No tenía olor a árbol.

Es difícil explicar cómo lo descubrimos.

Pero de cierta forma nos atrajo.

Llegamos hasta él y nos apoyamos en su corteza.

Nada sospechábamos, en un inicio.

Su apariencia era perfecta.

Su sombra era la misma, digamos, que los árboles verdaderos.

Su textura incluso, era igual, salvo por la ausencia de hormigas.

Eso fue lo que lo delató, en principio.

Fue entonces que lo observamos y analizamos en detalle.

Incluso escarbamos en el suelo para ver sus raíces.

Todo estaba en orden, pero el árbol era falso.

Estaba vacío de la esencia del árbol.

Cortamos una rama y la comparamos con unas verdaderas.

Lo mismo hicimos con sus hojas.

Y salvo la ausencia de olor, todo era idéntico e indistinguible.

Dentro de estos experimentos, se nos ocurrió encender una de sus ramas.

Tomamos algunas ramas y nos movimos hacia un lugar con menos árboles.

Lo intentamos varias veces, pero no logramos que encendiera.

En cambio, encendimos una pequeña fogata con ramas verdaderas, sin mayor problema.

Las ramas falsas, sin embargo, incluso arrojadas a ese fuego, permanecieron intactas.

Mentalmente, entonces, concluí cuáles eran las diferencias entre lo falso y lo verdadero.

Todavía las recuerdo.

Eran tres.

miércoles, 28 de octubre de 2020

El sabio del pueblo.



El sabio del pueblo vivía en la parte más lejana del pueblo. Tenía una casa modesta y unos cuantos animales, al igual que la mayoría de los habitantes del lugar. La gente iba a pedirle consejo, cada cierto tiempo, y a veces aprovechaba de llevarle comida o ayudarlo en alguna labor, que le fuese más dificultosa. 

Como era muy mayor -la mayoría aseguraba que tenía cerca de 100 años-, ya apenas se movía, aunque siempre escuchaba atentamente y daba algún consejo que los demás agradecían e interpretaban, suponemos, de buena forma. 

La primera vez que no lo encontraron en su casa, dieron aviso incluso a la policía de la ciudad, que envío a dos hombres para ayudar a buscarlo. Lo encontraron, por suerte, sano y salvo, durmiendo bajo un níspero, lo que muchos interpretaron como una señal de reproche hacia los habitantes del pueblo. 

Luego de esa ocasión, se hizo más común encontrarlo en otros sitios, aparentemente extraviado: en la cueva que había en un cerro cercano, caminando por la carretera que daba a la ciudad, en el gallinero de un vecino y hasta arriba de un árbol de ciruelas, aunque nadie supo explicar cómo logró subirse ahí. 

Sin embargo, todos seguían llevándolo a la casa y le pedían igualmente consejo, aunque las respuestas del sabio eran cada vez más crípticas y difíciles de interpretar. 

Fue así, al menos, hasta que lo encontraron desnudo intentando poseer a una oveja, que parecía estar acostumbrada a ese trato pues lo dejaba acercarse sin alterarse en lo más mínimo. 

Luego de eso, en una reunión de los vecinos del pueblo, hablaron sobre el asunto y decidieron que el sabio del pueblo ya no era tan sabio, y que tal vez lo mejor sería avisar en el Hospital de la ciudad, para que se lo llevaran, pues podía terminar haciéndose daño o realizando un espectáculo poco adecuado para los niños. 

Quedaron de votar la semana siguiente, pero finalmente no fue necesario, ya que el sabio del pueblo cayó a un pozo, quebrándose el cuello, y muriendo, según decían, de manera instantánea. 

Vinieron entonces policías y hasta periodistas de la ciudad, quienes entrevistaron a los vecinos quienes contaron maravillas del sabio, declarando que al parecer bajaba siempre al pozo a meditar, sobre los males de la humanidad. 

Desde entonces, la casa del sabio está vacía, igual que su puesto en la comunidad, pues no ha aparecido otro al que llamen de esa forma. 

De vez en cuando pienso en la posibilidad… pero por lo general me distraigo, y luego pienso en otra cosa.

martes, 27 de octubre de 2020

Formas de orden (2)



Hablábamos sobre formas de orden, de organización, hasta que en medio de la conversación F. dijo algo que me llamó la atención. No era algo que le sucediese a ella, directamente, pero ella fue quien lo contó, al menos, y no recuerdo otro nombre. 

-No es que numere los libros -dijo F.-, pero los sintetiza en números, a partir de su contenido… 

-¿Te refieres a la cantidad de páginas? -le pregunté. 

-No -dijo ella-. Es un poco más absurdo, por eso te lo cuento… 

Entonces, F. nos contó que esa otra persona cuyo nombre no recuerdo, luego de leer un libro, le asignaba un número… o “descubría su número”, más bien. 

-¿Y cómo descubre ese número? -preguntó P., que también estaba con nosotros. 

-Se lo pregunté varias veces -dijo F.-, pero songo que era una especia de descubrimiento trascendental… no era un resultado lógico, me refiero… Los Hermanos Karamazov, por ejemplo, recuerdo que tenían el número 311… y ese número no era resultado de ninguna operación matemática, numero de personajes o algo parecido… ningún otro libro, por supuesto tenía ese número… 

-¿Solo eran números enteros? -siguió preguntando P. 

-No eran solo enteros -contestó F-, recuerdo que había números decimales… incluso irracionales… pero esos estaban agrupados a un costado. Los otros estaban ordenados por número, pero no eran números consecutivos, por supuesto… y los que no había leído no tenían numero y estaban apilados en el piso, simplemente, supongo que al azar… 

-¿Recuerdas algún otro número? -pregunté. 

-¿Cómo? -dijo F. 

-¿Te acuerdas del número que asignó a otro libro, como el 311 a Los Hermanos Karamazov

-Sí, por ejemplo… 

-Dime solo el título -le interrumpí-, deja ver si encuentro el número. 

-Me acuerdo de La música del azar, porque ese me lo prestó y tenía el número escrito… y Frankenstein, que ayudé a repararlo, porque era edición antigua, con grabados… 

-214 y 86 -le dije-, casi sin pensarlo. 

F. me miró, asombrada, y por un momento dudó si yo también conocía al tipo ese… pero lo cierto es que yo, como ya les dije, ni siquiera sabía su nombre.

lunes, 26 de octubre de 2020

Ordena las siguientes oraciones.



La forma en que ciertas cosas no envejecen.

El sonido del agua cuando avanza entre las rocas.

La manera en que el viento afecta a la lluvia mientras cae.

El artificio por el cual la luna brilla, siendo oscura.

El peso de la nieve que se junta sobre las ramas. 

El crujir de las hojas bajo las pisadas en un bosque.

El murmullo de alguien mientras reza en una iglesia.

El ruido que hacemos cuando no queremos hacer ruido.

El sabor de los damascos, todavía tibios, bajo el sol.

El grito con que un niño anuncia que llegó al mundo.

El olor del pasto húmedo cuando apenas fue cortado.

El silencio del universo, cuando le exigimos respuestas.

La caída de algo que creímos firme y permanente.

La violencia con que aquel animal aferra a su presa.

El temor de aquellos que se esconden, sin saber de qué.

El crepitar del fuego que se ha encendido solo.

El eco de una voz que no logramos comprender.

La insistencia de los ojos por ser siempre los mismos.

El camino que seguiste sin saber dónde llevaba.

El alivio que sientes, finalmente, cuando te dejas ir.

domingo, 25 de octubre de 2020

Dejé la luz encendida.



Dejé la luz encendida, pero la luz se apagó de pronto. Trabajaba todavía cuando de pronto ocurrió. Pensé que era un corte de luz, pero finalmente solo se apagó la luz que estaba sobre mi cama, donde estaba sentado, trabajando. Lo supe porque me levanté y comprobé las otras, por supuesto. Todo estaba en orden salvo la luz que estaba sobre mi cama. Me inquieté por un momento, pero la luz de la pantalla del computador ayudaba así que avancé un poco más. Me costaba pues de vez en cuando miraba otros documentos y eran difíciles de ver. Por otro lado, como el lugar estaba más oscuro, el cansancio también estaba más presente que en otras ocasiones. La posibilidad de cambiar la ampolleta por otra, extrañamente, no era una opción. Chocaba con mis principios digamos, aunque ahora sería largo de explicar. Tras darle vueltas al asunto y como el trabajo no rendía y era muy tarde y además estaba el cansancio, decidí simplemente dejar a un lado el computador y levantarme un poco antes para retomar el trabajo. Extrañamente dormí mejor que otras veces y cuando desperté, casi al mismo tiempo en que afuera salía el sol, la ampolleta volvió a encenderse, como si acá dentro, también amaneciera.

sábado, 24 de octubre de 2020

Se detuvo un momento. Luego siguió.



Se detuvo un momento.

Luego siguió.

Si no lo hubiese visto en ese momento, hubiese pensado que nunca se detuvo.

Pero se detuvo, ya está dicho, en ese momento.

No sabemos por qué.

No sabemos a qué.

No sabemos para qué.

Pero sabemos, al menos, que se detuvo.

Él, probablemente, ni siquiera supo eso.

Me refiero a que se detuvo sin saberlo.

Sin consciencia de un por qué.

Sin consciencia de un para qué.

Ni menos sabiendo a qué se detuvo.

Lo comprobamos después, cuando hablamos y él no sabía nada en absoluto.

Hablamos de cosas generales.

Luego, él contó sobre sí mismo.

Hechos, me refiero.

Direcciones, sucesos, números y cosas.

Y nada de sí mismo, en el fondo.

En ese contexto fue que le comentamos que lo habíamos visto.

A lo lejos, por supuesto.

Avanzar y detenerse, le dijimos.

Detenerse y seguir, poco después.

Él nos miró extrañados y nos pidió el contexto.

Lugar, momento, elementos del entorno.

Parecía no recordarlo, así que insistió con aquello.

Nos preguntó incluso si sabíamos a qué se había detenido.

O por qué.

O para qué.

Y como le dijimos que eso no podíamos saberlo él negó que lo hubiésemos visto a él, en lo absoluto.

Ese no era yo, nos dijo.

Nos observamos y le dimos la razón, sabiendo que se equivocaba.

Que mentía sin saberlo.

Que de cierta forma su mentira también era detenerse un momento sin tener consciencia.

Luego de esto él se fue y nosotros nos fuimos.

Todo cordial, por supuesto.

Él se alejó y nosotros nos alejamos.

A lo lejos, lo vimos detenerse y luego seguir.

Finalmente, olvidamos el asunto.

viernes, 23 de octubre de 2020

Te sorprende el amanecer.



Te sorprende el amanecer.

Despierto, me refiero.

Pensando que es medianoche.

Pensando en dormirte en un rato más.

Por eso te sorprendes.

Porque el tiempo no alcanzó.

Porque algo pasa, tal vez, con el tiempo.

Entonces miras en tu entorno.

Como si hubieses perdido algo.

Como si existieran huellas que encontrar.

Pisadas de alguien que se robó la noche.

O rastros que revelen que dormiste, tal vez, sin darte cuenta.

Nada encuentras, por supuesto.

Las cosas de siempre, simplemente.

Las cosas donde las dejaste.

Por eso te sorprende el amanecer.

Ya ha pasado antes.

En otra época, que creías atrás.

Pasa el tiempo y no pasa, te dices.

No hay nada más que calcular.

Lo dejas entonces, como un problema hecho con signos que no comprendes.

Respiras hondo.

El cansancio existe, pero también existen otras cosas.

Las cosas son simples.

El amanecer esta ahí.

No debiese sorprenderte.

jueves, 22 de octubre de 2020

Bach, en el vecindario.



Por alguna razón, supongo, alguien escucha un concierto para órgano, de Bach, a las tres de la madrugada. 

Ya me vencía el cansancio cuando lo comencé a oír sonar, y pensé que era parte de mi sueño. 

Pero yo no sueño con Bach. 

Me gusta, puedo escucharlo por mi cuenta y hasta admiro la composición de sus fugas, supuestamente, menos logradas. 

Pero yo no sueño con Bach. 

Mis sueños se componen, digamos, de elementos muy distintos a alguno de sus conciertos. 

Por lo mismo, me sobresalté al escucharlo a las tres de la madrugada, sonando a gran volumen, en algún lugar cercano. 

Volví a sentarme en mi cama. 

Puse atención e identifiqué el concierto. 

Me acerqué a la ventana para tratar de descubrir desde qué dirección venía. 

No podía distinguir bien, pero todas las casas estaban a oscuras, sin señal de movimiento. 

El concierto de Bach, sin embargo, venía desde una de aquellas casas a oscuras. 

No concluí algo exacto, pero lo reduje al menos a tres posibilidades. 

Seguía intentando reconocer desde qué casa venía cuando caí en cuenta que había dejado de escuchar a Bach. 

Me refiero a que seguía sonando, pero tan concentrado estaba en otras cosas que había dejado de percibirlo. 

Ya comenzaba, de hecho, su etapa final. 

Volví a la cama, dejé abierta la ventana y me dispuse a disfrutar de esos últimos minutos. 

Cerré los ojos. 

Justo al terminar, en algún lugar cercano, sonó un disparo.

martes, 20 de octubre de 2020

Alguien duerme...



Alguien duerme en mi habitación mientras yo trabajo.

Mientras hago cosas que a nadie importan, alguien duerme en mi habitación.

Su sueño es profundo y no se inmuta ante los ruidos que realizo.

De vez en cuando voy hasta la cocina por un café y él no se mueve en lo más mínimo.

Si no lo oyera respirar, podría incluso pensar que ese alguien está muerto.

Pero lo oigo respirar.

Así, mientras él duerme avanzo en mis tareas.

Avanzo en mis deberes, más bien.

El ritmo que me impongo.

El absurdo, digamos.

El absurdo que me sostiene de la misma forma en que la tierra se sostiene sobre la nada.

De pequeño me preguntaba eso.

¿Por qué la Tierra no se cae?, me refiero.

Me decían que era por la atracción de otros cuerpos.

Por la atracción de otros cuerpos que también están sujetos a la nada, completaba.

¿Por qué no se vienen todos abajo?

¿No se caen porque no hay abajo?

¿Acaso eso no es más absurdo que hacer lo que siento mis deberes, mientras alguien duerme en mi habitación…?

Nadie responde, por supuesto.

Terminaré este último deber y dormiré cansado.

Y mientras duerma alguien estará despierto en mi habitación.

Su vida será breve, por supuesto, y no tendré acceso a ella.

Nadie podrá culparme de aquello.

Afeitarse frente a un cuadro en movimiento.



Afeitarse frente a un cuadro en movimiento.

Un cuadro en que hay un hombre que también se afeita.

Un programa de tv, digamos, en que aparece siempre el mismo tipo.

Y cuyo capítulo cumbre fue un episodio donde se hizo un corte.

Diez temporadas, veinte temporadas, treinta o cuarenta…

Renovándose siempre en honor a ese único espectador.

¿No habrá un momento de duda?

¿No será, sano, me refiero, que exista un momento de duda?

Un mirar directamente a cámara y cambiar un poco el guion.

Una trama oculta, digamos que se incluya poco a poco en la pantalla.

Lo pregunto sin ánimo de ofender, o de atacar, por si acaso.

Ni siquiera he dicho que la serie es mala.

Me refiero a que no la estoy calificando con medida estrella.

Ni tampoco he propuesto su cancelación.

Solo digo que hay que darle una vuelta.

Una o dos, tal vez.

Hacerse consciente de la trama.

Del contenido de la emisión.

O del género al menos.

¿Ciencia ficción o épica?

¿Comedia o drama…?

Haga usted, si quiere, la reseña.

Escriba el guion.

Hágase cargo, poco a poco, del contenido de los capítulos.

Un vuelco de trama.

Algo de suspenso.

Esas cosas nunca están de más.

No para subir el rating, por supuesto.

Eso no variará, al fin y al cabo.

El objetivo es otro.

Es otro, decía… y es suyo.

lunes, 19 de octubre de 2020

Ulises.



I.

Los que son Ulises.

O los que lo fueron.

O los que siendo Ulises no lo saben.

O los que siéndolo nunca lo supieron.

Todos regresaron, sin saberlo, a un lugar equivocado.

No porque el lugar, digamos, no fuese el que buscaban.

Sino porque el saber, al regresar, funciona más bien de forma extraña.

Me refiero, a que buscaron el sitio en el recuerdo.

En el recuerdo de un lugar de antaño.

El hogar, digamos.

Un hogar al cual volver.

Un hogar que ya no existe.


II.

Los que son Ulises.

O los que lo fueron.

O los que siendo Ulises no lo saben.

O los que siéndolo nunca lo supieron.

Todos ellos, trazaron un mapa sobre el agua.

Olvidaron el frente.

Creyeron ser parte de un ciclo.

Nobles propósitos, pensaron.

Recordar es volver a traer al corazón, se dijeron.

Pero ocultaron la verdad incluso, de su propia vista.

Y las palabras fueron miel, sobre una herida.



III.

Los que son Ulises.

O los que lo fueron.

O los que siendo Ulises no lo saben.

O los que siéndolo nunca lo supieron.

Todos ellos viajaron en el fondo con un muerto a cuestas.

Cargaron con el peso de volver.

Subieron la cumbre ya pensándola en bajar.

Amaron incluso, de la forma equivocada.

¿Por qué?

¿De verdad alguien pregunta por qué…?

Pues porque no supieron, tal vez.

Porque el regreso es imposible.

Y porque Ulises era el modelo equivocado.


domingo, 18 de octubre de 2020

Te dijeron qué hacer.



I.

Te dijeron qué hacer.

Y pensaste que era eso lo que querías hacer.

Luego lo hiciste.

Por años lo hiciste.

Ahora no le des más vueltas.

Esa es toda la historia.


II.

No te juzgo.

Tampoco me juzgo yo mismo.

Son los hechos lo que llenan la habitación.

Los adjetivos se pierden, se vuelven pegajosos.

Se secan, con el tiempo.

Son los verbos, finalmente, los que hacen bulto.

Los que no dejan lugar, para ti mismo.


III.

Puedes deshacer el camino, solo hasta cierto punto.

A lo sumo un par de pasos.

Más atrás todo es incierto.

Oscuro.

Donde piensas que hay camino ahora hay, tal vez, un barranco.

O todo es plano, pero la naturaleza borró el camino.

O nunca hubo camino.

Y todo ha sido siempre un paisaje.


IV.

Puedes subir, si quieres, esa cumbre.

Subir y clavar en ella, tu bandera.

Pero ya hay cientos de banderas, en esa cumbre.

Y no son muy distintas, unas de otras.

Todo es indistinto en esa cumbre.

Falta oxígeno, tal vez, allá arriba.


V.

Al final todo se reduce a lo mismo.

Te dieron qué hacer y pensaste que debías.

No esperes eso de mí.

Yo no dirijo acción alguna.

Me limito a cruzarme en el camino.

sábado, 17 de octubre de 2020

Quería batir el récord.


Quería batir el récord, del tiempo en que podía estar bajo el mar. Con un traje especial, provisto de tanques de oxígeno, pero sin salir a la superficie y manteniéndose siempre a un mínimo de 20 metros bajo el nivel del agua. 

Diseñó para ello un conducto por el cual alimentarse, otro que facilitaba la eliminación de desechos y hasta un singular tipo de anclaje, para poder dormir bajo el mar, sin que las corrientes lo llevasen hasta otro sitio o poder subir accidentalmente a la superficie. 

Instaló cámaras en su propio traje, contrató a un equipo que lo ayudase a lograr la hazaña y promovió su acción en distintas redes sociales, en las que se comprometió a transmitir en vivo su permanencia bajo el mar. 

Ya antes había hecho trabajos especiales para los problemas provocados por la presurización, pero más allá de ciertas molestias él pensaba que podía estar abajo sin problemas hasta que su hazaña llamara la atención de los grandes medios, y había provisto todo lo necesario para permanecer bajo el agua incluso dos meses, si eso era necesario. 

Lamentablemente, para él, si bien contaba con seguidores y de vez en cuando recibía apoyo de alguno de ellos, los canales de televisión solo señalaron que les avisaran cuando saliera, para realizar alguna entrevista, pero sin mostrarse realmente interesados al respecto. 

Esta información él la recibía bajo el agua, por supuesto, a través de códigos que había dispuesto con otros colaboradores, ante quienes seguía mostrándose paciente, aunque se notaba en él siento agotamiento, pues ya apenas recorría distancias durante el día y permanecía mayormente anclado, bajo el mar, la mayor parte del tiempo. 

Tuvo algunos problemas, al parecer, que casi obligan a sacarlo en varias ocasiones, pero finalmente lo sacaron a la superficie a los 84 días, aparentemente en muy malas condiciones, pues las imágenes muestran que debió ser llevado en ambulancia y conectado a un respirador artificial durante varios días. 

Así, en el hospital, aunque ya repuesto, dio su primera y única entrevista a un canal europeo de tv, quien le hizo algunas preguntas y emitió una nota de no más de tres minutos. 

Como no tenía hijos ni familiares directos que lo extrañaran o en quienes notar cierto cambio físico, cuando salió del hospital, días después, el mundo le pareció exactamente el mismo. 

Sorpresivamente, dos meses después, murió como resultado de una trombosis, mientras organizaba su próxima hazaña.

viernes, 16 de octubre de 2020

Un nombre, pero no una firma.



Tenía un nombre, pero no firma.

Ponga una mosca, le decían, una simple mosca ahí abajo.

Pero no solo no ponía ahí mosca alguna.

Hasta el nombre era algo que se negaba a escribir por sí mismo.

Un nombre no debe ser dicho ni escrito por su propio dueño, decía.

Tu nombre es para los otros, nada más.

Quien no lo conozca por tus actos no sabe nada de ti.

Y no te busca a ti realmente.


Cundo lo decía me pareció que estaba dando lecciones.

Nadie las seguía, por supuesto, pero eso es lo que suele ocurrir con las lecciones.

El resto del tiempo era, de cierta forma, como todos.

Me refiero a que todo aquel que lo viera andar, no sabía realmente nada suyo.

Todo normal hasta que alguien pretendía nombrarlo y no podía.

Y la pregunta iba de uno en otro y entonces descubrían que no sabían cómo nombrarlo.

Y entonces comenzaba el rumor, las historias…

El testimonio de aquellos que lo vieron negarse a firmar o a escribir su nombre.

En mi caso, conocí su nombre y pude llamarlo, aunque no lo hice.

Por eso afirmo que tenía un nombre, pero no una firma.

Y ustedes, no tendrán acceso a él, al menos por mi boca.

jueves, 15 de octubre de 2020

Un pequeño monstruo.



Tuve jardín, pero un pequeño monstruo se comió las flores. 

De a poquito, se las comió, como si las disfrutara. 

Primero lo capté en una cámara, y luego, me dediqué a observarlo por la ventana, cuando anochecía. 

No sé de dónde viene ni adónde va, pero se sentaba tranquilamente y elegía alguna. 

Siempre en raciones pequeñas, sin destruir nada más, tomando la escogida con la delicadeza que le permitían sus garras. 

Entonces, con cuidado, para que no dudaran de mi cordura, conté lo sucedido a algunas personas de confianza. 

Todos me hablaron sobre medidas de protección. 

Ramas con espinas sobre el pasto, poner ciertos elementos sobre los muros o hasta venenos que eran, según me contaron, bastante efectivos. 

Yo no quería eso, por supuesto, pero escuché las recomendaciones y las fui desechando una a una pues si había un problema, estoy seguro que no se solucionaba de esa forma. 

En vez de eso, seguí plantando nuevas flores, y debo reconocer que hasta me alegraba ver como el pequeño monstruo se comía las más hermosas. 

Si la belleza es para nadie, mejor planto zanahorias, me dije, durante aquel tiempo. 

Lamentablemente, tras un par de semanas en que debí estar fuera de casa, algo pasó y las flores desaparecieron por completo. 

Yo había calculado que durarían hasta bastante después, pero al regresar encontré el jardín sin flor alguna, y hasta con el pasto seco. 

Le pregunté a una amiga, que se quedó cuidando la casa y me dijo sorprendida: 

No vas a creerlo, pero un monstruo se comió las flores de tu jardín. 

Yo la escuché mientras miraba ese espacio seco, sin entender qué era lo que había pasado. 

Incluso le puse pesticidas, a las flores, agregó, por si servía de algo, pero al parecer volvió igualmente y acabó con todas. 

Estoy seguro que no era un monstruo, le dije, simplemente. 

Días después, luego de comprobar que el monstruo no volvía, decidí irme de aquel lugar. 

Algunos dicen que todo ocurre por algo, pero yo puedo afirmar, que aquello no es cierto.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Cubrir con tela algunas cosas.



Cubrías con telas algunas cosas.

A veces también con plásticos.

Ya sabes… cuando te ibas por un tiempo.

Tenías las cosas claras.

Podías enumerar, incluso, tus razones.

Para que no se llenen de polvo.

Para que no pierdan valor y estén intactas.

Para que no reciban, en resumen, daño alguno.

Incluso apagabas el reloj, antes de alejarte.

Como si de esa forma pudieses protegerlas del tiempo.

Luego repasabas otras cosas. 

Las ventanas cerradas.

Las cortinas.

Pegabas incluso papeles en los vidrios, antes de marcharte.

Todo con tal que la luz tampoco ingrese.

Supongo que era, en el fondo, una cuestión de principios.

Que nada toque las cosas.

Que nada las envejezca.

Que al regresar retornes al ahora de este sitio.

Al ahora de este sitio, pero después.

Ahora, mientras regresas piensas que eso mismo hacen con los cadáveres.

En las películas al menos, cuando muestran cuerpos bien sellados.

Guardados incluso en congeladores para retrasar la descomposición.

Por un momento imaginas que, al llegar, descubrirás que estabas tú, junto a las cosas.

Bajo una de esas telas… de esos plásticos.

Como un faraón que ingresa a su propia pirámide y observa su sarcófago.

Sonríes ante esa idea.

La sacudes, digamos, para que caiga de ti, mientras abres la puerta.

Dejas que entre la luz y observas el lugar.

Todo está como lo dejaste.

No sabes si eso bueno.

martes, 13 de octubre de 2020

Un pequeño hombre sobre el muro.



Es de noche. 

Salgo al patio, simplemente a respirar. 

Mientras miro alrededor descubro a un pequeño hombre sentado sobre una pared.

Está sentado de costado, con una pierna en mi patio y la otra en el patio de la casa contigua. 

-Oiga -le digo-. Usted está sentado sobre el muro. 

-Sí -me dice él. 

No se inmuta cuando le hablo y la verdad es que no tiene apariencia amenazante, así que me tranquilizo antes de hablar. 

-¿Vive al lado? -le pregunto. 

-¿Al lado de qué? -me pregunta de vuelta-. Todos vivimos al lado de algo. 

A pesar de lo extraño de su respuesta lo cierto es que lo dice con un tono amistoso, así que no me molesta en lo absoluto. 

-Le pregunto si está viviendo en la casa de al lado… -intento explicarme-. La que está al lado de la pared sobre la que está sentado. 

-No -me dice-. Aunque en este momento podría decirse que estoy viviendo en ambos espacios... tal como ve… un tercio del cuerpo en cada lado y el otro tercio sobre la pared. 

-Es cierto -digo yo. 

Entonces me acerco unos pasos al hombres y nota que además de pequeño el hombre parece tener una joroba, que lo obliga a estar algo inclinado. 

-Sí -dice entonces, notando que lo observo-. Tengo una joroba. 

-No miraba su joroba -digo yo, incómodo. 

-¿Miraba todo menos mi joroba? -me pregunta. 

-Lo miraba en general -miento-. No me interesa su joroba. 

Él se queda callado un momento. Entonces saca un cigarro y comienza a fumar. 

-Le ofrecería, pero solo me quedan quince -me dice. 

-No fumo -le contesto. 

Lo observo mientras termina tranquilamente su cigarro. 

-¿Se va a ir pronto? -le pregunto entonces, mientras hago ademán de entrar a la casa. 

-No -me contesta-. No puedo hacerlo todavía. 

No sé a qué se refiere, pero finalmente lo dejo estar, y evito preguntarle más cosas. 

Finalmente, desde la ventana de mi cuarto observo que todavía sigue en el lugar 

Mientras escribo, parece que el hombrecito atrapó algún tipo de animal, que ahora acerca a su boca. 

Lo último que veo es que muerde fuertemente, como arrancando trozos de carne, mientras se escucha una especie de chillido, que no logro identifar. 

Ahora, afortunadamente, ya casi no se oye ruido alguno.

lunes, 12 de octubre de 2020

El hijo de M. quiere ser zombi.



I. 

Estamos cenando cuando todos ríen porque el hijo de M. contestó que quería ser zombi, luego que le preguntaron que quería ser en el futuro. El hijo de M. es pequeño, por supuesto, y corretea en torno a la mesa, persiguiendo a un gato. 

-Pero zombi serías cuando te mueres… -le dice F.-, nosotros te preguntamos por qué quieres ser antes… como doctor o ingeniero o… 

-Zombi… -vuelve a decir el hijo de M., con un tono más serio-. Yo quiero ser zombi. 

M. nos hace un gesto para que lo dejemos jugar, simplemente, y nosotros lo hacemos, por supuesto, mientras abrimos una nueva botella de vino y conversamos de otras cosas, para ponernos al día sobre lo hecho en el último tiempo. 


II. 

Como el gato rasguñó al hijo de M., él ahora está llorando y yo debo limpiarle la herida y hacerle unas pequeñas curaciones. 

Mientras lo hago, para que deje de llorar, trato de llevarlo hacia el tema de los zombis nuevamente. 

-Tienes que ser valiente… -le digo, sin pensar-. Tienes que ser valiente si quieres ser un zombi. 

-Los zombis no son valientes… -me contesta. 

-Claro que lo son… -le digo yo-, ya ves que si se hacen daño siguen caminando, como si nada… 

-No les duele -dice él-. Como no tienen sangre no les duele… 

-¿Y qué tienen dentro? -le pregunto. 

-Otras cosas -dice él-, cosas de muerto… cosas que no son sangre… 


III. 

Como hay toque de queda y ya hablamos lo fundamental, poco a poco comenzamos a despedirnos y volver a nuestras casas. 

Nos deseamos buena suerte, por supuesto, y hablamos sobre una nueva reunión, tal vez el próximo mes, quién sabe. 

Mientras cada uno toma un rumbo distinto, yo me quedo pensando en el niño que quería ser zombi. 

De hecho, en un momento llego a considerar la idea de hacerme un pequeño corte, o un pinchazo, para ver salir la sangre. 

Sin embargo, como eso suena a algo irracional, o a una conducta enferma incluso, decido eliminar esa opción, y solo lo confieso por acá, que al parecer es algo más sano.

domingo, 11 de octubre de 2020

En Alaska lo buscan hace años.


En Alaska lo buscan hace años. No lo pueden encontrar, según ellos, porque se convierte en iglú. Es parte de una leyenda que lo emparenta incluso con seres más antiguos, que han cargado con el mismo destino. Según la leyenda, antiguamente le ocurría al hombre que abandonaba a su familia, sin haberlos proveído para sobrevivir hasta su regreso. Por lo general, la mujer era encontrada muerta, junto al cadáver de un bebé recién nacido o con poco tiempo de vida, lo que explica que no pudiese salir e intentar mejorar su situación. Entonces, la comunidad decretaba encontrar al hombre y castigarlo, pero las búsquedas realizadas siempre resultaban infructuosas: cuando creían haberlo encontrado solo encontraban un iglú, vacío, oculto en un lugar alejado de la comunidad, sin rastros de haber sido ocupado por alguien. Así, con el tiempo, surgió la leyenda que el hombre perseguido por esta causa puede convertirse en iglú. Frío para combatir el frío, pero esta vez sin nada dentro. En eso se convierte el hombre. A pesar que de esa forma evita ser capturado la situación es vista más como una maldición que como un poder o una habilidad. Ser un iglú, digamos, pasa a ser entonces el castigo. Un iglú vacío. Hace años buscan al último, por cierto, en una de las pocas comunidades tradicionales que quedan en el ártico. Leo un reportaje en el que se critica a escasa labor de la justicia norteamericana para intentar detener al hombre que ha causado, indirectamente, la muerte de su familia. Y claro, es entonces que el reportaje cuenta sobre la leyenda del hombre-iglú de la que yo hablaba más arriba. Luego de esto, poco más dice el reportaje y poco más agrego yo, pues no sé qué más se puede decir al respecto. Después de todo un iglú vacío es solo un iglú vacío. Y un hombre… bueno… ¿alguien sabe acaso lo que es un hombre?

sábado, 10 de octubre de 2020

Xocolatl.


La gente de la heladería me cuenta que ahora disponen de un total de 60 sabores. Lo hacen a través de un tríptico que llega junto al encargo que he realizado. Con la entrega, de hecho, han incluido una pequeña muestra de los últimos 12 sabores que incorporaron y me piden colaborar respondiendo una encuesta luego de probarlos. A mí, sin embargo, no me interesan sus nuevos sabores. Solo pago el desorbitante precio de sus productos por el especial de Chocolate Azteca, que suelo pedir cada cierto tiempo. Una mezcla extraña de chocolate amargo y especias picantes que se recomienda consumir en pequeñas cantidades. Tampoco me interesa, por cierto, hacer caso de esas recomendaciones. Como al comerlo pienso en el mundo azteca, suelo terminar leyendo, horas después, algún libro relacionado con el tema. Extrañamente, no recuerdo mucho lo que leo en esos libros, pero sí me queda el sabor del chocolate, que comprendo no tiene que ser necesariamente el que consumían ellos, por más que el producto destaque la presencia de cacao sobre el 85% y asegure que la preparación contiene los productos originales que estaban en la bebida (caliente eso sí) del propio Moctezuma. Por mi parte, sin reino, sin súbditos y sin la amenaza constante de otros que quieran atacar mis escasas posesiones, disfruto el producto lo más que puedo antes de tomar decisiones que suelen alterar bastante mi futuro. Hace años que prefiero no hablar de esas decisiones, directamente, en este espacio.

viernes, 9 de octubre de 2020

La bella indiferencia del mundo.



La bella indiferencia del mundo.

¿Cómo enojarse por eso?

Puedes estar o no estar.

Alegrarte o sufrir.

Respirar o dejar de respirar.

Nada le afecta en lo más mínimo.

Todo es libertad cuando lo piensas de esa forma.

No le importas, pero eso es bueno.

Ni el universo ni el mundo son tus padres.

No llorarán tu partida.

No festejaron tu llegada.

Tú le eres, repito, indiferente.

Bella indiferencia.

El amor verdadero debiese ser la indiferencia.

La forma que toma el amor verdadero, me refiero.

No requerir nada del otro.

Libertad plena que nunca descubriste.

La montaña no era un desafío.

La tormenta no te castiga.

Las flores no brotaban, de colores, para tu goce estético.

Siempre le has sido indiferente.

Agradece esa indiferencia.

Ni el árbol ni las piedras conocen tu nombre.

Las estrellas no te observan.

El universo no vendrá alguna vez a pedirte cuentas.

Tu dolor no lo daña.

Tu alegría no lo engrandece.

Siempre fuiste indiferente para el mundo.

Incluso el mundo es, sin duda, indiferente para el universo.

El sol brilla y después se apaga.

Las galaxias desaparecen.

Todos éramos libres y no lo supimos.

Los corazones son solo piedras que palpitan.

La bella indiferencia del mundo.

¿Cómo enojarse por eso?

jueves, 8 de octubre de 2020

Hce años que no ves un nido.


Hace años que no ves un nido.

Hay menos árboles, es cierto, pero con mayor razón debieses encontrarlos, si los buscas.

Pájaros, además, siguen habiendo.

Los escuchas a diario, digamos.

Por lo mismo, la pregunta que te haces es válida.

Pueden cuestionar la importancia que tenga, pero sin duda es un cuestionamiento lógico.

La primera vez que lo notaste, pensaste que era culpa tuya.

Que habías dejado de mirar, y que ahora había otras cosas importantes.

Sonaba bien, pero comprobaste que no era cierto.

Buscaste y no encontraste, en realidad.

Seguiste pájaros, incluso, con la vista, para ver donde se dirigían.

Sin resolver nada, por supuesto.

Eso no es, ciertamente, culpa tuya.

Entonces investigaste.

Leíste el estudio de Wingarden en el que habla del canto remanente.

Todo eso sobre el sonido de pájaros que escuchaste, generalmente en tu infancia, y que sigues oyendo, aunque no estén.

Leíste estudios completos.

Había evidencia científica.

Una reacción inconsciente, digamos, que le ocurría a más del 80% de las personas.

Pero claro, acá el tema central no era el sonido, sino algo más concreto.

Dónde están los nidos.

Intuiste que ahora los hacían en las construcciones, tal vez.

En los aleros, por ejemplo.

Pero también buscaste y no encontraste.

Y la información disponible hablaba incluso de un mayor número de pájaros.

Y nada decía, sobre los nidos.

Lo conversaste entonces con algunos más, pero nadie pareció interesarse.

Una impresión tuya, fue lo más largo que dijeron.

Luego dejaste de hablar.

Sigues mirando, por supuesto, pro no has vuelto a hablar del tema.

Deben estar en algún sitio, te dices.

Alguien sabe algo que yo no sé.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Al final de la entrevista.


Al finalizar la entrevista nos llevaron a una especie de gimnasio y nos pidieron armar un mueble.

Uno cada uno, de esos importados que vienen embalados y que hay que armar con las piezas incluidas.

Según nos dijeron, en el trabajo se podía conseguir bonos armando de esos muebles.

Luego del horario, como un ingreso extra.

Dependía de la voluntad del cliente, en todo caso.

Si el cliente lo quería armado pagaba una cifra a la tienda y luego la tienda nos pasada el 30% de esa cifra a nosotros, por hacer todo el trabajo.

No era justo, por supuesto, pero nada era justo así que lo consideramos bien.

Entonces nos asignaron una zona a cada uno y nos entregaron las cajas con las piezas.

Éramos 12, recuerdo, los que estábamos ahí, y a todos nos tocó un mueble distinto.

Nos dijeron que evaluarían lo correcto del armado y el tiempo empleado.

Eso último me pareció absurdo porque no nos pagaban por tiempo, y lo señalé.

Como única respuesta me entregaron el mueble más grande para armar.

Era una especia de closet de tres cuerpos con varios cajones.

Recuerdo que, a una chica, le tocó apenas un velador, pero no alegué.

Me concentré en hacer el mueble, únicamente, y me esmeré en hacerlo de buena forma.

Aún así me demoré bastante en terminar.

Terminé casi de los últimos, pero mi mueble era el más grande y complejo y había quedado impecable.

Entonces pasó un revisor, anotando cosas en una libreta.

Miraba cada mueble y anotaba algo, que no se me ocurrió qué podía ser.

Luego nos dirigió unas palabras de cortesía y dijo que nos fuéramos, agregando que nos llamarían dentro de diez días para dar los resultados.

Fue entonces que creí darme cuenta que estábamos siendo engañados y me acerqué nuevamente al mueble que había armado.

-¿Qué está haciendo? -me preguntaron.

-Voy a desarmar el mueble -les dije-. Ya vieron que lo sé armar, ahora voy a desarmarlo.

-No es necesario -insistieron.

-No se preocupe -dije yo-, tengo tiempo.

-Quise decir que está prohibido -dijo uno de los tipos, alzando la voz, lo que hizo que los otros se devolvieran a mirar qué ocurría.

-¿Necesitaban armarlos? -les pregunté-. ¿Se trataba de que trabajáramos gratis?

Ellos se quedaron en silencio. 

Mientras desatornillaba una de las bisagras un tipo me agarró de un brazo y me torció la muñeca.

Luego me sacó del lugar.

Nadie más hizo nada, por supuesto.

Forcejee un poco con el guardia, pero solo lo suficiente para parecer digno.

-Todos están locos por acá -me dijo el guardia, tras dejarme en la calle, aunque no entendí a qué se refería.

-Ningún hombre está cuerdo totalmente -le dije yo, para equiparar las cosas.

Luego caminé hasta mi hogar.

martes, 6 de octubre de 2020

Así.


Como una masa que grita.

Como una anomalía.

Como un niño sedado en un avión.

Como un muñeco de nieve sobre un auto.

Como el hambre cuando tienes doce años.

Como una enciclopedia leída por completo.

Como una alarma sonando en una casa vacía.

Como el saludo con alguien que no recuerdas.

Como un grillo en una caja.

Como sombras derramadas por la luz.

Como una barba dispareja.

Como cosas escondidas bajo el sillón.

Como un lunar benigno.

Como una foto sin luz.

Como un pulpo con tres corazones.

Como un actor en paro.

Como un semáforo de tres tiempos.

Como una extracción de muelas.

Como Dostoievski en ediciones de bolsillo.

Como una herida que olvidaste.

Como el vino en caja.

Como una venta de garaje.

Como el daño.

Como un ex hijo único.

Como alguien que olvida su nombre.

Como Plutón.

Como alguien que pregunta por la dirección equivocada.

Como las obras de Hamsun.

Como una cicatriz que renace con el frío.

Como la comida recalentada.

Como un hombre extraviado entre sus cosas.

Como Houdini recibiendo un golpe antes de tiempo.

Como bichos viviendo bajo las piedras.

Como algo que dices, sin nombrarlo.

Como una mentira piadosa.

Como el dolor que no existe.

Como un final.

lunes, 5 de octubre de 2020

Volver al auto viejo.


Chocó el auto nuevo así que se llevó el viejo.

Se había subido a la acera, y se estrelló luego contra un árbol.

Iba a poca velocidad, por cierto, por lo que no tuvo lesiones graves.

Y el auto nuevo regresaría, después de todo, en poco más de tres semanas.

Solo se trataba de tomar el auto viejo y manejar hasta el trabajo.

Veinte minutos, calculó, si no había congestión.

Dar algunas explicaciones, contarlo de una forma amena… eso era lo mejor, había pensado.

Entonces abrió el auto viejo y descubrió que tenía olor a viejo.

No un mal olor, solo olor a cosas que ya habían pasado.

Abrió las ventanas y se dispuso a manejar hasta el trabajo.

Lo único que le preocupaba era que no se le impregnara el olor del auto viejo.

Se sintió como en una máquina del tiempo.

Había sustituido a su yo de hace un año y la reemplazaría en el trabajo.

Probablemente nadie se iba a dar cuenta.

Pensó en las diferencias que podía evidenciar y finalmente determinó que todo se centraba en el auto.

Y claro, probablemente, en el olor del auto.

Mientras estacionaba pensó en esto, y se sintió triste.

No acostumbraba sentirse así.

Cerró la puerta y pensó en contar que chocó por esquivar a un perro, o algo así.

Para evitar arrollar a un ser vivo.

Por evitar dar muerte a un ser vivo había chocado el auto.

Nada más debía pensarse, ni ser dicho.

domingo, 4 de octubre de 2020

Salió a pasear el perro y volvió sin el perro.


Salió a pasear el perro y volvió sin el perro. 

Borracho y sin el perro, para ser exacto. 

Luego le gritaron durante varios minutos. 

Incluso le arrojaron algo que escuché quebrarse. 

Él explicaba que el perro se le soltó y salió persiguiendo a otro perro. 

Antes de beber, repetía, se me escapó cuando estaba sobrio… 

Entre acusaciones, él parecía querer dejar en claro que el alcohol no era el problema. 

Yo arrendaba en ese entonces el departamento continuo. 

Solía escuchar sus discusiones y ya estaba acostumbrado. 

Ambos trabajaban, pero él bebía demasiado. 

Tanto que una vez ella le gritó que lo había engañado para hacerlo reaccionar. 

Él, en tanto, reconocía que era alcohólico, pero solía argumentar que aquello les servía más a los otros que a él mismo. 

Eso me lo dijo una vez que hablamos sobre el tema, luego de encontrarnos en una botillería que estaba a un par de calles de nuestro edificio.

Si algo no funciona dicen que es porque yo bebo, me explicaba. 

Si no vendemos en el trabajo, es porque yo bebo. 

Si el mundo va mal, es porque yo bebo. 

Al final resulta que mientras beba nadie es culpable de nada, así que en el fondo les estoy haciendo un bien, señalaba. 

Los dejo libres de culpa… me trago los pecados de todos, cuando tomo. 

Yo lo escuchaba mientras nos acercábamos al departamento. 

Vivíamos en el segundo piso de un edificio de cuatro, sin ascensor. 

El llevaba una botella de ron y una coca cola. 

Yo unas cuantas latas de cerveza. 

Nos despedimos y ambos entramos al mismo tiempo en nuestros hogares. 

Las puertas, al cerrarse, sonaron como una sola.

viernes, 2 de octubre de 2020

Lo que dicen de ese pueblo.


Dicen que en ese pueblo
los gatos se han vuelto indiferentes,
duermen o caminan sin rumbo
mientras las ratas se cruzan con ellos
sin provocar en los felinos
reacción de ningún tipo
ni animosidad
ni instinto alguno.

Los perros de ese pueblo, por cierto,
tampoco lo hacen mejor,
ya no menean las colas,
tampoco persiguen a los gatos
ni se escuchan en el pueblo
sus carreras y ladridos.

Por esto, en gran medida,
más de la mitad del lugar
está cubierto
por animales echados sobre el piso,
que apenas se mueven unos pasos
si es que alguien los apremia.

Animales cada vez más flacos, ciertamente,
famélicos algunos
con los huesos asomándose
desde debajo de la carne.,
y ojos lechosos que no demuestran interés
de fijar la vista en ningún sitio.

Y es que todos, de alguna forma,
sufren de hambre en ese pueblo,
aunque parezcan no saberlo
y no importarles ese asunto;
o tal vez confunden ese sufrir,
sencillamente,
con cualquier otro dolor
y no perciben diferencias.

Ratas, en resumen,
gatos y perros cuyo hedor
comienza poco a poco
a apoderarse del lugar…
ese es el panorama.

O eso es, al menos,
lo que me dicen que ocurre
en ese pueblo.

¿Y los hombres? les pregunto,
cuando detienen su relato,
¿qué sucede con los hombres?

Ellos se miran y luego me hablan al unísono:
¿los hombres…?
mejor no hablemos de los hombres.


Eso es lo que me dicen.

Regular hombre mediano (canción). *Traducción libre.


Ni tan pequeño como para ser jockey
ni tan alto como para dedicarme al básquetbol,
me quedé sin pistas claras sobre mi futuro
sin indicios, digamos, que me permitieran resolver
a qué dedicar mi vida en este mundo.

Ni tan bello como para ser modelo
ni tan feo como para resultar una atracción,
me pegunté mil días frente al espejo
qué utilidad tenía ese rostro
para qué servía el diseño común
y cuál era mi sitio, en este mundo.

Oh, regular hombre mediano…
tú no buscas, solo encuentras
te tropiezas y al caer
piensas que eso es el dolor.

Oh, regular hombre mediano
tú no encuentras, solo chocas
con seres extraviados
que se inventan el amor.

Ni tan rico como para vivir de mis rentas
ni tan pobre como para morir de inanición
decidí mantenerme en esa línea
sin preocuparme en lo absoluto
por el principio de equilibrio de las cosas.

Ni tan desarrollado como para ser actor porno
ni con el talento para ser simplemente actor
busqué de vez en cuando un guion interesante
fácil de seguir, sin mucho parlamento
pero lo cierto es que nunca supe actuar
ni siquiera de mí mismo.

Oh, regular hombre mediano…
tú no buscas, solo encuentras
te tropiezas y al caer
piensas que eso es el dolor.

Oh, regular hombre mediano
indiferente como el mundo
tal vez debas preguntarte
si naciste, para la revolución.

jueves, 1 de octubre de 2020

Los que aman a Van Gogh.

“Sin predicado, sin adjetivos: 
una obra pura” 


Los que aman a Van Gogh.

Los que aman tardíamente a Van Gogh.

Los que dicen que aman a Van Gogh.

Los que no ven diferencias entre decir que aman y amar a Van Gogh.

Los que aman la obra de Van Gogh.

Los que aman a Van Gogh como extensión del amor a sus obras.

Los que aman las obras de Van Gogh como extensión del amor a Van Gogh.

Los que aman de forma extensiva creyendo que es cuestión de contacto.

Los que aman los girasoles como extensión a la obra de Van Gogh.

Los que aman el amarillo, la noche y hasta a los cuervos por amor a Van Gogh.

Los que aman a Van Gogh dejando de amar lo cercano.

Los que aman a Van Gogh porque entrega parte de una oreja.

Lo que aman a Van Gogh sin percatarse de los trozos de orejas que reciben.

Los que aman a Van Gogh sin ver en esto mis trozos de oreja.

Los que me amarán así, tardíamente.

Los que dirán alguna vez que me amaban.

Los que dirán que amaban mi obra.

Los que dicen que aman a Van Gogh sin observar al prójimo.

Los que amarán tardíamente al mundo.

Los que dirán alguna vez que yo era un genio.

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