jueves, 22 de octubre de 2020

Bach, en el vecindario.



Por alguna razón, supongo, alguien escucha un concierto para órgano, de Bach, a las tres de la madrugada. 

Ya me vencía el cansancio cuando lo comencé a oír sonar, y pensé que era parte de mi sueño. 

Pero yo no sueño con Bach. 

Me gusta, puedo escucharlo por mi cuenta y hasta admiro la composición de sus fugas, supuestamente, menos logradas. 

Pero yo no sueño con Bach. 

Mis sueños se componen, digamos, de elementos muy distintos a alguno de sus conciertos. 

Por lo mismo, me sobresalté al escucharlo a las tres de la madrugada, sonando a gran volumen, en algún lugar cercano. 

Volví a sentarme en mi cama. 

Puse atención e identifiqué el concierto. 

Me acerqué a la ventana para tratar de descubrir desde qué dirección venía. 

No podía distinguir bien, pero todas las casas estaban a oscuras, sin señal de movimiento. 

El concierto de Bach, sin embargo, venía desde una de aquellas casas a oscuras. 

No concluí algo exacto, pero lo reduje al menos a tres posibilidades. 

Seguía intentando reconocer desde qué casa venía cuando caí en cuenta que había dejado de escuchar a Bach. 

Me refiero a que seguía sonando, pero tan concentrado estaba en otras cosas que había dejado de percibirlo. 

Ya comenzaba, de hecho, su etapa final. 

Volví a la cama, dejé abierta la ventana y me dispuse a disfrutar de esos últimos minutos. 

Cerré los ojos. 

Justo al terminar, en algún lugar cercano, sonó un disparo.

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