jueves, 29 de octubre de 2020

Un árbol falso.



Descubrimos un árbol falso.

En un bosque lo descubrimos.

Uno más, entre otros, solo que este era falso.

No se le acercaban los pájaros.

Tampoco encontrabas hormigas, en su tronco.

No tenía olor a árbol.

Es difícil explicar cómo lo descubrimos.

Pero de cierta forma nos atrajo.

Llegamos hasta él y nos apoyamos en su corteza.

Nada sospechábamos, en un inicio.

Su apariencia era perfecta.

Su sombra era la misma, digamos, que los árboles verdaderos.

Su textura incluso, era igual, salvo por la ausencia de hormigas.

Eso fue lo que lo delató, en principio.

Fue entonces que lo observamos y analizamos en detalle.

Incluso escarbamos en el suelo para ver sus raíces.

Todo estaba en orden, pero el árbol era falso.

Estaba vacío de la esencia del árbol.

Cortamos una rama y la comparamos con unas verdaderas.

Lo mismo hicimos con sus hojas.

Y salvo la ausencia de olor, todo era idéntico e indistinguible.

Dentro de estos experimentos, se nos ocurrió encender una de sus ramas.

Tomamos algunas ramas y nos movimos hacia un lugar con menos árboles.

Lo intentamos varias veces, pero no logramos que encendiera.

En cambio, encendimos una pequeña fogata con ramas verdaderas, sin mayor problema.

Las ramas falsas, sin embargo, incluso arrojadas a ese fuego, permanecieron intactas.

Mentalmente, entonces, concluí cuáles eran las diferencias entre lo falso y lo verdadero.

Todavía las recuerdo.

Eran tres.

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