lunes, 12 de octubre de 2020

El hijo de M. quiere ser zombi.



I. 

Estamos cenando cuando todos ríen porque el hijo de M. contestó que quería ser zombi, luego que le preguntaron que quería ser en el futuro. El hijo de M. es pequeño, por supuesto, y corretea en torno a la mesa, persiguiendo a un gato. 

-Pero zombi serías cuando te mueres… -le dice F.-, nosotros te preguntamos por qué quieres ser antes… como doctor o ingeniero o… 

-Zombi… -vuelve a decir el hijo de M., con un tono más serio-. Yo quiero ser zombi. 

M. nos hace un gesto para que lo dejemos jugar, simplemente, y nosotros lo hacemos, por supuesto, mientras abrimos una nueva botella de vino y conversamos de otras cosas, para ponernos al día sobre lo hecho en el último tiempo. 


II. 

Como el gato rasguñó al hijo de M., él ahora está llorando y yo debo limpiarle la herida y hacerle unas pequeñas curaciones. 

Mientras lo hago, para que deje de llorar, trato de llevarlo hacia el tema de los zombis nuevamente. 

-Tienes que ser valiente… -le digo, sin pensar-. Tienes que ser valiente si quieres ser un zombi. 

-Los zombis no son valientes… -me contesta. 

-Claro que lo son… -le digo yo-, ya ves que si se hacen daño siguen caminando, como si nada… 

-No les duele -dice él-. Como no tienen sangre no les duele… 

-¿Y qué tienen dentro? -le pregunto. 

-Otras cosas -dice él-, cosas de muerto… cosas que no son sangre… 


III. 

Como hay toque de queda y ya hablamos lo fundamental, poco a poco comenzamos a despedirnos y volver a nuestras casas. 

Nos deseamos buena suerte, por supuesto, y hablamos sobre una nueva reunión, tal vez el próximo mes, quién sabe. 

Mientras cada uno toma un rumbo distinto, yo me quedo pensando en el niño que quería ser zombi. 

De hecho, en un momento llego a considerar la idea de hacerme un pequeño corte, o un pinchazo, para ver salir la sangre. 

Sin embargo, como eso suena a algo irracional, o a una conducta enferma incluso, decido eliminar esa opción, y solo lo confieso por acá, que al parecer es algo más sano.

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