sábado, 24 de octubre de 2020

Se detuvo un momento. Luego siguió.



Se detuvo un momento.

Luego siguió.

Si no lo hubiese visto en ese momento, hubiese pensado que nunca se detuvo.

Pero se detuvo, ya está dicho, en ese momento.

No sabemos por qué.

No sabemos a qué.

No sabemos para qué.

Pero sabemos, al menos, que se detuvo.

Él, probablemente, ni siquiera supo eso.

Me refiero a que se detuvo sin saberlo.

Sin consciencia de un por qué.

Sin consciencia de un para qué.

Ni menos sabiendo a qué se detuvo.

Lo comprobamos después, cuando hablamos y él no sabía nada en absoluto.

Hablamos de cosas generales.

Luego, él contó sobre sí mismo.

Hechos, me refiero.

Direcciones, sucesos, números y cosas.

Y nada de sí mismo, en el fondo.

En ese contexto fue que le comentamos que lo habíamos visto.

A lo lejos, por supuesto.

Avanzar y detenerse, le dijimos.

Detenerse y seguir, poco después.

Él nos miró extrañados y nos pidió el contexto.

Lugar, momento, elementos del entorno.

Parecía no recordarlo, así que insistió con aquello.

Nos preguntó incluso si sabíamos a qué se había detenido.

O por qué.

O para qué.

Y como le dijimos que eso no podíamos saberlo él negó que lo hubiésemos visto a él, en lo absoluto.

Ese no era yo, nos dijo.

Nos observamos y le dimos la razón, sabiendo que se equivocaba.

Que mentía sin saberlo.

Que de cierta forma su mentira también era detenerse un momento sin tener consciencia.

Luego de esto él se fue y nosotros nos fuimos.

Todo cordial, por supuesto.

Él se alejó y nosotros nos alejamos.

A lo lejos, lo vimos detenerse y luego seguir.

Finalmente, olvidamos el asunto.

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