miércoles, 7 de octubre de 2020

Al final de la entrevista.


Al finalizar la entrevista nos llevaron a una especie de gimnasio y nos pidieron armar un mueble.

Uno cada uno, de esos importados que vienen embalados y que hay que armar con las piezas incluidas.

Según nos dijeron, en el trabajo se podía conseguir bonos armando de esos muebles.

Luego del horario, como un ingreso extra.

Dependía de la voluntad del cliente, en todo caso.

Si el cliente lo quería armado pagaba una cifra a la tienda y luego la tienda nos pasada el 30% de esa cifra a nosotros, por hacer todo el trabajo.

No era justo, por supuesto, pero nada era justo así que lo consideramos bien.

Entonces nos asignaron una zona a cada uno y nos entregaron las cajas con las piezas.

Éramos 12, recuerdo, los que estábamos ahí, y a todos nos tocó un mueble distinto.

Nos dijeron que evaluarían lo correcto del armado y el tiempo empleado.

Eso último me pareció absurdo porque no nos pagaban por tiempo, y lo señalé.

Como única respuesta me entregaron el mueble más grande para armar.

Era una especia de closet de tres cuerpos con varios cajones.

Recuerdo que, a una chica, le tocó apenas un velador, pero no alegué.

Me concentré en hacer el mueble, únicamente, y me esmeré en hacerlo de buena forma.

Aún así me demoré bastante en terminar.

Terminé casi de los últimos, pero mi mueble era el más grande y complejo y había quedado impecable.

Entonces pasó un revisor, anotando cosas en una libreta.

Miraba cada mueble y anotaba algo, que no se me ocurrió qué podía ser.

Luego nos dirigió unas palabras de cortesía y dijo que nos fuéramos, agregando que nos llamarían dentro de diez días para dar los resultados.

Fue entonces que creí darme cuenta que estábamos siendo engañados y me acerqué nuevamente al mueble que había armado.

-¿Qué está haciendo? -me preguntaron.

-Voy a desarmar el mueble -les dije-. Ya vieron que lo sé armar, ahora voy a desarmarlo.

-No es necesario -insistieron.

-No se preocupe -dije yo-, tengo tiempo.

-Quise decir que está prohibido -dijo uno de los tipos, alzando la voz, lo que hizo que los otros se devolvieran a mirar qué ocurría.

-¿Necesitaban armarlos? -les pregunté-. ¿Se trataba de que trabajáramos gratis?

Ellos se quedaron en silencio. 

Mientras desatornillaba una de las bisagras un tipo me agarró de un brazo y me torció la muñeca.

Luego me sacó del lugar.

Nadie más hizo nada, por supuesto.

Forcejee un poco con el guardia, pero solo lo suficiente para parecer digno.

-Todos están locos por acá -me dijo el guardia, tras dejarme en la calle, aunque no entendí a qué se refería.

-Ningún hombre está cuerdo totalmente -le dije yo, para equiparar las cosas.

Luego caminé hasta mi hogar.

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