miércoles, 14 de octubre de 2020

Cubrir con tela algunas cosas.



Cubrías con telas algunas cosas.

A veces también con plásticos.

Ya sabes… cuando te ibas por un tiempo.

Tenías las cosas claras.

Podías enumerar, incluso, tus razones.

Para que no se llenen de polvo.

Para que no pierdan valor y estén intactas.

Para que no reciban, en resumen, daño alguno.

Incluso apagabas el reloj, antes de alejarte.

Como si de esa forma pudieses protegerlas del tiempo.

Luego repasabas otras cosas. 

Las ventanas cerradas.

Las cortinas.

Pegabas incluso papeles en los vidrios, antes de marcharte.

Todo con tal que la luz tampoco ingrese.

Supongo que era, en el fondo, una cuestión de principios.

Que nada toque las cosas.

Que nada las envejezca.

Que al regresar retornes al ahora de este sitio.

Al ahora de este sitio, pero después.

Ahora, mientras regresas piensas que eso mismo hacen con los cadáveres.

En las películas al menos, cuando muestran cuerpos bien sellados.

Guardados incluso en congeladores para retrasar la descomposición.

Por un momento imaginas que, al llegar, descubrirás que estabas tú, junto a las cosas.

Bajo una de esas telas… de esos plásticos.

Como un faraón que ingresa a su propia pirámide y observa su sarcófago.

Sonríes ante esa idea.

La sacudes, digamos, para que caiga de ti, mientras abres la puerta.

Dejas que entre la luz y observas el lugar.

Todo está como lo dejaste.

No sabes si eso bueno.

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