miércoles, 31 de marzo de 2010

En un país inventado.

Me mintieron, me llevaron a un país inventado..., dice el personaje de Jemmy Button, hacia el final de una obra de teatro que acabo de ver. Y es que vengo llegando de una puesta en escena interesante que se presenta en el Teatro de la Universidad Católica donde se muestra, de forma un tanto simplificada, la historia de este yagán "rescatado" por marinos ingleses quienes intentan civilizarlo, y llegan incluso a conseguirle una audiencia con los reyes de Inglaterra de ese entonces (Guillermo IV, me parece).
Más allá de extrañar una profundización en el personaje del Capitán Fitz Roy, (cuyos diarios y cartas, algo difíciles de encontrar, resultan asombrosas), o de lamentar que apenas se mencionen las circunstancias de su muerte y ni siquiera se refieran a la del anterior capitán del Beagle... más allá de la caricaturización de Darwin y algunas alteraciones en la historia, esta obra tiene una puesta en escena interesante, decía, principalmente por la utilización de la música y la ejecución de ésta por parte de los mismos actores quienes en escena, no sólo como aporte musical, van y vienen con los instrumentos de un lado a otro, transformándose éstos también en parte de la escenografía y sólo falta que salgan con los actores al final a recibir los aplausos, pues son sin duda, protagonistas de esta representación.
Pero entrar a criticar o desarrollar a fondo alguna idea respecto a la obra no es aquí mi intención. Además que no tengo tiempo y mi cabeza anda por varios lados.
Un lado que no se aleja mucho de esto es acordarme de Robinson Crusoe, pero no del personaje de Defoe que todos conocemos en su primera estadía en la isla hasta ser rescatado, sino en el segundo Crusoe, cuando luego de volver a la civilización decide volver a la isla, pero ya nada es igual por supuesto. También en el caso de Jemmy Button, éste es devuelto a su pueblo, "civilizado" ya y con el deber de entregar y difundir, la civilización entre los suyos. Cosa que por supuesto fracasa.
Recuerdo entonces al personaje encorvado de Jemmy Button, en la obra teatral, su corte de pelo, sus lecciones, y recuerdo el colegio en que trabajo, los uniformes, las comunicaciones por el largo del pelo, y también, en definitiva, la civilidad que hemos decidido inculcarles. O que hemos aceptado y otros han decidido por nosotros.
La función a la que asistí hoy, de hecho, era sólo para profesores, pero dudo que muchos nos hayamos cuestionado realmente a partir de este concepto.
Después de todo, nosotros ya hemos sido civilizados, hemos aprendido normas y conductas correctas. Podemos enumerarlas, cuestionarlas, clasificarlas... En fin, podemos reconocernos en ellas.
Sin embargo, supongo que esa civilización, ha de quitarle espacio a algo, ha de dejar fuera parte de nosotros. Y eso es lo que me preocupa. Algo se debe ir perdiendo y desgastando en ese proceso y ese algo es hoy día algo desconocido. Es cierto, podemos intentra rescatar algunos aspectos (¿podemos?) pensemos que podemos, al menos. ¿Pero qué veremos entonces? ¿Cuál será ese país inventado? ¿Qué cosas somos capaces de poner en duda? ¿Pondremos en duda a nuestros padres, o a la racionalidad de nuestras parejas o a las necesidades de nuestros hijos, que nos obligan, nos decimos, a mantenernos alineados...?
O peor aún, qué hay del país que me he inventado yo mismo, cuál es el mundo que he inventado y en el cuál mi existencia se justifica y es útil y tiene un sentido. ¿Cuánto de real tiene aquel país?
¿Estoy realmente dispuesto a cuestionarlo?
Pero la verdad es que hoy quiero dormir un poco. Prácticamente no he podido estas dos últimas noches y veo venir otra noche parecida. Mientras tecleo juego a que me olvido de alguien o que algo me afecta menos o lo que sea, y quizá sea esta la forma de inventarme mi propio país o de civilizar mis afectos, porque el dolor es absurdo cuando debo preparar y revisar pruebas, o... bueno, dejémoslo en que es absurdo. Pero sin dormir se me va un poco la claridad y no quiero confundirme (como le está pasando a Chile justo ahora en un partido pésimo con Venezuela...)
Y tampoco quiero escribir esto por cualquier razón, o por compromiso. Recuerdo que era para buscar certezas y no llenarme de dudas, el que comencé a escribir esto, y espero no torcer el camino.
Mejor regreso a La soledad de los números primos, para devolver mañana ese libro. (No, no es de mi biblioteca, ni pertenece a su orden que ya ha empezado a quedar fuera de esto).
Y sí, hay días algo planos, donde cuesta sacar cosas en limpio, o lo que sacas en limpio es también un estancamiento. Justamente eso:
Como un empate 0 a 0.
Sin goles y sin gracia.
Y en un país inventado.
Y justo escucho que se cumplen los 90 minutos y comienzan los descuentos. Y yo al menos voy a tratar de sacarle algo de provecho a los míos.

martes, 30 de marzo de 2010

Ser grieta.

Un amigo me dice que necesita un texto para ver si se publica un un semanario y me da dos días. Empiezo a escribir uno. Veo que sale mal, y no se lo envío. Pero lo dejo aquí. Pa que no se pierda.
Perdonen si se repite:
Me cuesta decir que trabajo en un colegio particular perteneciente a la Cámara Chilena de la Construcción. Me da un ataque de tos en la última parte de la frase o justo vibra un celular que dejé de usar hace casi dos años. Prefiero decir que soy un infiltrado, un virus, o una grieta en la estructura de esta organización. Similares a esas que se taparon con pasta muros en este mismo establecimiento para tranquilizar a los apoderados.
Y es que los apoderados deben estar tranquilos. Deben ir a trabajar y encontrar a su hijo feliz y avanzando hacia una ruta soñada. Y los quieren sentir sólidos. Para que luego sus nietos puedan treparse sobre ellos y así hasta que el montón de cuicos y aspirantes llegue al cielo, o se derrumbe. No ven más opciones. Y la verdad es que yo tampoco: Yo quiero ser la grieta.
Y a veces no me da, asisto los sábados a las cicletadas o a las corridas por las villas vecinas y me digo que debo vigilar. Estar atento a todo ese espectáculo que busca posicionar al establecimiento entre casas que se distinguen por el coste en valor UF. Porque así se diseñan las rutas. Y se evitan por supuesto el sector de edificios en liquidación o las casas pareadas que existen hacia el otro lado de la calle.
Pienso que me eligieron porque soy un gran actor, porque al ser grieta sé revestirme y parecer cualquier otra cosa. Y a veces me siento orgulloso porque los he engañado. Y finjo que lo disfruto. Igualito como lo hizo Ricky Martin todos estos años. Claro que con menos seguidores. Y un poquito menos de pinta.
El punto es que entré. Di a entender que me interesaba asegurar el futuro de mis hijos y el mío propio. Que sí, que estaba de acuerdo con el lucro y el sistema. Y los entrevistadores vieron en mí a un ser apto para la vida social. Codicioso y por lo tanto confiable. Uno de ellos en definitiva. Puedes llegar alto en esta empresa, me dijeron. Y sentí como en mis hombros trepaba otro tipo y otro, y me hundí un poco más en la oficina.
Faltaba algo más, sin embargo. Antes de entrar frente a los alumnos, viene el momento de la inducción. Nos citan en un colegio de la red y comienzan a contarnos una historia que todos seguimos, mientras un tipo con la voz de Bonvallet intenta darle un tono de cuenta cuentos:
Había una vez un grupo de empresarios bienintencionados, nos dice, que querían hacer un mejor país y entonces se juntaron y decidieron crear un grupo, una Cámara, desde la cual una nueva visión de Chile pudiese despegar. Sólida, nueva, en base a otros valores que aquellos ya oxidados.
Yo miro las caras de mis colegas, y lo peor es que asienten, sonríen por la expresividad del pseudo-Bonvallet y hasta uno se atoró con la tapa de un lápiz, pensando que eran cabritas, mientras disfrutaba del 3D.
Y estos hombres pensaron, por ejemplo, ¿por qué no les damos una alternativa a la forma en que nuestros compatriotas se pensionan? Y crearon la primera AFP... Luego pensaron en un alternativo sistema de salud, y crearon Consalud, y así, hasta el día de hoy… Ahora, queremos posicionarnos también como educadores, y ser un referente, para lo que contamos con ustedes…
Entonces nos da una cifra espeluznante de la cantidad de gente en Chile que se vincula con la Cámara Chilena, y todo parece hasta cierto punto una película de ciencia ficción. Aunque lamentablemente no lo sea.
Nos hablan de proyectos de liderazgo, de emprendimiento, y nos señalan como una gran meta que podemos dejar de ser profesores algún día, si seguimos en esta empresa. Hasta quien sabe, pueden llegar a dirigir alguno de nuestros establecimientos, o hasta uno propio, ¿se imaginan?
A quién le interesaría, o para sus hijos, a ver, levanten la mano aquellos que les gustaría que su hijo fuera un gran empresario… y veo que todos levantan la mano. Todos los profesores, aquellos que educan este país, es más, aquellos, se supone, que son como yo. Que supuestamente queremos lo mismo.

¿Y dónde está el Estado?
No. No es una nueva comedia gringa como esas de los 80. Es hasta una pregunta sensata cuando pensamos en cómo este grupo de empresarios bienintencionados, han llevado sus buenas intenciones por todo Chile y son paradigma y referente en prácticamente todos los ámbitos posibles. Y ahora también, por supuesto, en la educación.
Pero el Estado no aparece. Sólo lo encuentras en los sellos de los billetes, o en el nuevo logo que ya aparece en todos lados para intentar justificarse. El Estado es como el viejo profesor de religión en un colegio donde todos se han eximido, y sólo busca no hacerse problemas. Congraciarse con la mayor cantidad de alumnos, apoderados y directivos para que su permanencia esté asegurada.
Por usar mis ejemplos más cercanos.

Y de pronto me siento tan ridículo como si fuese una grieta dentro de otra grieta. Y quién sabe si está también está dentro de otra. Donde nuestra acción es cada vez más infructuosa y un colapso es una palabra demasiado grande, y hasta te avergüenza soñar con eso, porque no sabes o no recuerdas ya qué era aquello que debía existir debajo. ¿Cuáles eran los valores? ¿Qué era aquello que estaba antes de que el dinero se instaurara y el lucro fuera el objetivo vital de todo esto? O incluso: ¿Hubo algo antes?
Y es que nos han enseñado a dudar. A tener miedo. A pensar que lo único sólido son aquellos proyectos que no llevan a ningún sitio: al liderazgo, al emprendimiento, ¿pero hacia qué?

Hace unos días asistí a una conferencia de Vivianne Robinson, que se realizó en la Universidad Católica. Una especialista en liderazgo que trabaja actualmente en la Universidad de Auckland. Una conferencia con el logo del gobierno por supuesto, en cada una de las hojas que conformaban el programa. Era sobre la formación de líderes educacionales en Nueva Zelanda. Y donde se veía, al tope de la primera diapositiva y encaramado sobre el título, una figura levantando los brazos, feliz de haber llegado. Por entre las letras y hasta la parte baja del telón de proyección había otras figuras desperdigadas. Abatidas.
A excepción de una. Estaba en la parte más baja del telón sobre una O de no recuerdo cuál palabra. Pero era una figura tranquila. No parecía aspirar a nada. Era, en definitiva, una nueva clase de grieta. Una mucho más certera, y que ya está instalada.
Y entonces pienso, ahí en medio de todos ellos, que más que grietas que derriben todo esto, lo que necesitamos en verdad son nuevos pilares. Firmes. Nuevos viejos valores, o directamente nuevos, de paquete, como le dirían a don Francis. Después de todo, estos chicos no van a durar, me digo. No así.
Y hay que tenerles algo preparado en qué creer para cuando caiga todo esto. Hay que estar firme.
Taparse las grietas uno mismo. Y que se venga abajo esta hueá, compañero.

lunes, 29 de marzo de 2010

Eso también es como es en cada corazón


¿Les conté que tengo un hijo hermoso?

No había contado antes porque en verdad he andado un poco trabado y bueno, un hijo es pa hablarlo de mejor forma. No se vaya a entender que es sólo hermoso a medias cuando es hermoso completo.

Hoy día hablamos un poco y ya lo extraño de nuevo. Me ha visto un poco raro estos días, pero de todas formas hemos hecho hartas cosas juntos: fuimos al teatro, vimos alguna peli, estudiamos, y me contó algo que les cuento de ahí.

Mientras, me vienen a la mente algunas escenas o momentos juntos, que espero no se me olviden nunca, y se sumen obviamente a otras que vayan viniendo.

Por ejemplo me acuerdo de la primera vez que vimos el mar juntos, (era la primera de él, más allá de alguna cuando era demasiado pequeño) el punto es que se alejó un poquito y se quedó pegado, en silencio. No es fácil sacarle palabras serias a mi hijo. Pero en sus ojos es fácil ver aquello que le impresiona. Tanto nos quedamos así (el mirando el mar y yo mirándolo a él mientras miraba el mar) que tuvimos que correr de pronto porque no nos dimos cuenta y una ola nos mojó a pesar de que arrancamos y hasta terminamos cayéndonos juntos, mojándonos de noche ahí en medio de la playa.

Otra cosa que hace, supongo que lo hacen muchos niños, es asomarse por los vidrios cuando viajamos y quedarse mirando. No sé que piensa en verdad, pues siempre me cambia el tema si le pregunto, y prefiere quedarse así. O cuando fuimos al ballet, que yo pensé no le iba a gustar y en cambio descubrí que tenía los ojos gigantes y brillosos y tuvo que reconocer que le gustó aunque no quería hacerlo porque decía que era algo de gay, o de niña, en un inicio.

Obviamente es mucho más alegre que lo que pueda parecer en lo anterior. Además de mirar por la ventana, a veces jugamos (generalmente él, pero yo tb he participado) en poner caras raras para la gente de afuera: hacerse el muerto o poner caras chistosas simplemente. O entre nosotros. Hasta ver quien se ríe primero. Y la verdad, no me atrevería a poner esas caras ante otra persona.

Y cuando mira las olas, o un bosque, o cuando nuestras miradas se juntan entre un juego y otro o en medio de un rato de estudio… no saben cómo me alegro de reconocerlo ahí, de comprender aquello que no me dice y que es también alegre, aunque quizá por razones distintas que las mías.

El otro día nos quedamos solos en casa de su abuela y mientras hacíamos tareas le quise contar que no andaba muy bien… que había terminado (o que me patearon literalmente pa que le fuera más chistoso) para que entendiera un poco por si andaba raro, o lo que sea.

Él me dijo que lo sabía, que me escuchó un poquito el otro día cuando se quedó a dormir en la pieza de al lado mientras hablaba por Skype.

-¿Y qué escuchaste?

-¿Que terminaron po? que tú no queríai...

Luego seguimos pasando en libro un cuaderno de música.

-¿Y por qué no me dijiste nada? O no sé, al otro día estuviste igual po, ¿no te dieron ganas de preguntar?

-No... además andabay triste...

Entonces cambia de tema y me recuerda que en cambio a él le acaban de decir que la niña que le gusta lo quiere a él. Y está contento de verdad. Hace por lo menos 3 o 4 años que le gusta la misma niña. Nunca otra. (Aunque es medio mirón como el papá) Si hasta a la chanchita de la alcancía le había puesto su nombre, porque era valiosa, y siempre me contaba, a modo de chiste alguna historia de ella. Me cuenta como se enteró y que se hizo el leso, como que no hubiera escuchado.

Y siento que se está haciendo grande, que pronto querrá salir solo con sus amigos o hasta se juntará con una chica. Y de puro egoísta me da un poco de miedo y piesno cómo será el querer de mi hijo, ¿qué será aquello que siente él por su Camila, y que ha durado tanto tiempo? Pero mientras lo pienso el me mira se reojo y ahora practica en flauta una canción andina cuya última frase dice "si no me quieres deja en paz mi corazón", o algo así. Y suena bien.

Entonces, a punto de terminar estas palabras me fijo por primera vez que sale arriba en la edición la opción de adjuntar una foto y empiezo a buscar aquella en que miraba el mar. Si la ven abajo es porque la pillé (también tengo un video casual de cuando arrancamos de la ola y nos caímos, pero no sé si estará a mano)

En fin, le digo, me alegro por lo de la Camila. Después de todo, eso también es como es en cada corazón.

domingo, 28 de marzo de 2010

Excusas y otra voz: Las cosas vivas

Algo que me propuse cuando empecé este blog, fue no incluir mis textos literarios, y no trabajar ni arreglar ni preparar todo aquello que escribiese acá, principalmente porque quería ser honesto y entenderme y compartir y hacer más conscientes algunas cosas que de pronto pasan y se pierden ahí sin ser ni siquiera esbozadas. Sin embargo, pensándolo bien, todo lo que escribo, por más que la voz cambie y el estilo, mantienen una misma postura y si bien pueden ser entendidos de distinta manera y a algunos les choque mi corriente “sensiblera” o alguna más “agresiva”, por llamarlos de la forma más estúpida que se me ocurre, creo que dando cuenta de ambas es que puedo también dar mejor cuenta de mí mismo.
Después de todo uno también se agota yendo por un mismo camino, o al mismo ritmo siempre. Creo que con mis escritos varío a veces el camino, pero me dirijo al mismo sitio todo el tiempo. No deja de gustarme Tarkovsky cuando veo las películas de Peckinpah, ni se aleja de mí el gusto por Céline cuando leo a la Lispector o a la Yoshimoto.
Como sea, la concesión que me tomaré será incluir algunos textos también sin mucho trabajo, y que puedan… ya, qué tanto, si además no tengo ni lectores…
Como después de ver tres horas de Kurosawa y casi dos más de Sokurov (La voz solitaria del hombre), una parte de mí a la que no le he dado bola entre tanto dolor y sanación me alega que también existe y me recuerda algunos de sus actos... ¿y saben?, me alegra escucharla, porque siento es una energía que reconozco en mí y que me viene a saludar y a decirme que también tomó una decisión, y me contó cómo:

Las cosas vivas.

Estoy frente a la sicóloga laboral
Necesito el trabajo y en eso pienso
Mientras ella me hace toda clase de preguntas:

Que si hago algún deporte
Que si me gusta la música
Que si pienso que los parques son bonitos
Y si me gusta regar los árboles

Luego pasa a las fichas
Hasta ahora voy bien, pienso
Y ella pone las manchas sobre la mesa

En la mancha donde hay un hombre moribundo
Le digo que hay un niño jugando con un perro
Donde hay un tipo cortándole la cabeza a otro
Le digo que hay un anciano podando rosas
Y así seguimos con el asunto

Me preocupo de proteger al tipo que dibujo bajo la lluvia
Y le pinto una gran sonrisa
Casi tan grande como el paraguas
Lleno de flores al árbol y le dibujo hasta niños trepando
Y jugando entre las ramas

Entonces ella comienza a contar una historia
Y como hace calor se saca la chaqueta
Y mientras sigue hablando
Me fijo que no lleva nada bajo la blusa
Y la historia se me va de las manos

Ahora le voy a dar unos minutos
Para que decida el final para esa historia
Me dice
Y sale por una puerta que hay detrás de mí

Al volver me fijo que ha desabrochado otro botón de la blusa
Y me pregunto si acaso es otra parte del test
Y evado la mirada lo más que puedo
Para contestar también correctamente a aquello
Y como soy un genio
Le inventó un grandioso final a aquella historia que no escuché
Adornando frases hechas
Y cerrando con algo parecido a
“y fueron todos felices”
que parece dejarla contenta

La sicóloga sonríe entonces
Y me dice que sí, que cree que soy apto para el puesto
Que esto es confidencial por supuesto
Y que entregará el informe lo antes posible

Entonces me pasa una última imagen
En ella se ve un montón de gente en las afueras de un centro comercial
Me fijo que hay árboles, algunas mascotas
Y un montón de familias que caminan cargadas
De bolsas

Quiero que encierre en un círculo las cosas vivas, me dice
¿Las cosas vivas?
Sí, las cosas vivas, contesta

Entiendo que hay un error en aquella frase
Y algo me molesta
Me molesta tanto que dejo incluso de atisbar bajo la blusa

¿Es necesario? Le pregunto
Ella asiente y espera

Entonces tomo la imagen y busco qué marcar
Tengo en mi mano un plumón verde un poco grueso para el tamaño de la imagen
Y busco
Paso mi vista por las parejas y sus bolsas
Por los niños que van con un videojuegos en sus manos
Por los perros y sus correas
Por los árboles uniformes en su cuadrado específico de tierra
Y no me decido por nada
Comienzo a transpirar y me doy cuenta que ya no tendré el trabajo
Y que no valió la pena el esfuerzo

Por un instante pienso en abrirme la camisa
Y hacerme una gran marca de plumón en el pecho
Pero estoy algo gordo y además
Esta es la única camisa decente que tengo y puede estropearse

Tomo entonces los papeles y mi ficha
Y busco una ventana para arrojarlas
Pero descubro que no la hay
Así que las rompo ahí mismo

Acabo de recordar que siempre he querido otro trabajo
Le digo
Y además es cierto
Y entre la sorpresa de la secretaria
Que rápidamente retrocedió y se abrochó el botón de la blusa
Que antes se había desabrochado
Le robo un lápiz pasta bic y un par de hojas blancas
Donde escribo esto ahora

Y como sobra aún un espacio en las hojas
Alcanzo a escribir una última observación
Y es que así como la secretaria
No llevaba ropa debajo de la blusa
Tampoco debía haber tenido ninguna de aquellas cosas vivas
Que quería que marcara
Debajo de sus tetas
De eso estoy seguro

Y siento que este nuevo trabajo es agradable
Y sobre todo fácil de realizar
Para un genio como yo

A propósito de Barbarroja y de un lugar lleno de cosas nuevas.

He terminado de ver Barbarroja y he aprendido que la bondad se propaga. Que aunque parezca absurda y sin sentido en un momento, toda experiencia dolorosa puede transformarse a través de la bondad. Y que luego esa bondad se propaga.
¿Qué lo he aprendido recién? Es cierto, quizá no. Pero la verdad es que es algo que se aprende y se olvida. Y hoy lo he aprendido nuevamente. Y ayuda que te lo recuerden para no olvidarlo.
¿Suena fácil? No lo es. Pero no lo es cuando se duda. Y películas así ayudan a que esas dudas desaparezcan. Y a que pueda ser más fácil.
Barbarroja es una película sobre el sanar, sobre el qué hacer con uno mismo hacia los demás, sobre la confusión de las pasiones y la bondad que se propaga. Es una película que ofrece algo a todo quien lo busca. Y lo regala con afecto. Y verdad.
Barbarroja es además un médico, un doctor, que ve más allá de las enfermedades físicas de sus pacientes, y debe recibir a un nuevo médico, quien se siente superior al lugar donde le tocó llegar y quien se desconoce también a sí mismo. Y quien, por supuesto, debe aprender demasiado todavía.
No voy a contar mucho más de la película. Si la necesitan la van a encontrar. O van a encontrar lo que en ella se dice en otro sitio, que es igual de valioso.
Una imagen si les cuento, y es que hacia el final de la película, un niño que siempre entraba a un lugar a robar, y que algo también ha comprendido, le dice a quien le ayudó, que desde el día de mañana él, sus hermanos y sus padres, irán a un lugar bonito donde ya no tendrán hambre, y donde existen un montón de pájaros desconocidos y las flores nacen en cada momento, y que el lugar queda hacia el oeste…
¿Y saben? Más allá de lo que pasa en la película, basta con abrir los ojos para ver que ese lugar está aquí. Y está lleno de pájaros cuyo canto desconocemos y flores que nacen a cada momento.

Hasta hace cuatro años no había probado las frutillas, ni la palta, ni la sandía, decía que no me gustaban, entre muchas otras cosas. Hubo un momento en que entendí que era el camino equivocado, y me permití probarlas, acepté ese regalo. Lo hice junto a una persona, que ha dejado de creer en mí y con quien hemos terminado hace pocos días. Ella ya conocía esos sabores desde antes. Yo no, y me embriagué con ellos. Con la alegría de bailar y muchas otras cosas que eran nuevas para mí, cosas que no asimilé bien y a las cuales también les tenía miedo. Además las ganas de amar también habían vuelto y a veces la alegría de eso te hace dejar de ver al otro o a ti mismo. En mi vida me han mentido mucho (incluyéndome a mí mismo y mis propias mentiras) y pensé que eso podía dejar de ser verdad y perderse, y muchas veces tuve miedo y lo hice más difícil. Y a veces, por supuesto, ella también se equivocó.
Como todos.
Pero intento avanzar. Y sobre todo comprender. Y más allá de este término y de lo que produce y significa y todo aquello que duele y etc., hoy volví a aprender que la bondad se propaga, y que es con el ejemplo que cada uno puede aportar al enfrentar el dolor. Enfrentarlo no para vencerlo, sino por creer en algo más allá de él. Y entregarse por ese algo.
No puedo creer en los demás si antes no creo en mí mismo. Y no quiero ponerme en duda ni ser quien no soy. Es un compromiso. Y le agradezco a todos aquellos a quienes me ayudan a ver que también están o han estado comprometidos con lo mismo, aunque hayan dudado muchas veces. Gente cercana, alumnos, a mi hijo, a mis amigos (entre los que cuento a Kurosawa, por supuesto, y a otros de quienes les hablaré acá), a algunos ex colegas que se han acercado (aunque se cuentan entre los amigos así que van dobles). También le agradezco a ella, porque si dejó de verme también fue porque yo me equivoqué y mostré una imagen errónea. Y lo hice más difícil. Y porque sé que lo intentó, aunque algo más haya faltado.
Espero afirmarme y que esa bondad que se propaga, se propague también a mí y desde mí. Y sirva también de algo. Sé que puede ser así.
Creo en eso.
A todo esto, una de las cosas nuevas que intenté probar y con la que no hubo caso fueron las aceitunas. Me producen un rechazo, las considero demasiado fuertes, quizá, no sé explicarlo bien. Pero voy a conceder que las considero simpáticas, al menos, sobre todo cuando están puestas en conjunto sobre un platito y brillan a su manera.
Otra cosa extraña, y equívoca quizá, es que algunas de esas cosas nuevas que probé, me acostumbré a comerlas sólo con aquella persona y seguí rechazándolas cuando estaba con otros o en mi propio espacio. Cómo sea, algo a solucionar. Y con mucho gusto.
Un día de estos compartimos algo, y a lo mejor hasta ustedes se atreven a probar nuevos sabores. Y ganamos todos. Como con esas viejas pirinolas.
¿Alguien se acuerda?

sábado, 27 de marzo de 2010

Mishima: La corrupción de un ángel y la purificación de un hombre.

Leo en Mishima sobre las cinco señales que anuncian que la muerte ha llegado hasta un ángel. Bueno, en realidad, Mishima las toma de distintos lugares y las entrega. Y hasta las vive y se aleja de ellas, podríamos decir.
Pero no ahondaré en aquellas señales.
Leo e intento comprender a Mishima. Hacer propios sus cuestionamientos y dudas. Quererlo a fin de cuentas, mientras llego al final de su último libro.
Y es que acabo de terminar La Corrupción de un Ángel. Quise hacerlo poco a poco y sin apuros, ya que como conté en un escrito anterior, éste fue el libro que Mishima terminó y entregó horas antes de darse muerte.
Lo leo lentamente y trato de sentirlo porque de cierta forma es también escucharlo (a Mishima) y estar presente en su muerte, y respetarla, para que tenga un átomo más de sentido, y me agregue a mí también un átomo más. Un átomo espiritual por decirlo de alguna forma. O más pequeño aún, que se convierta en el leptón 23, esa pequeñísima parte que han debido inventarse los científicos para justificar la forma de funcionamiento de todos aquellos átomos no espirituales, que tan ciertos nos parecen auqnue nadie nunca los haya visto.
Sin embargo, explicar qué entendí, qué creí comprender, creo que es un regalo que no se puede dar. Algo que sacia sólo cuando uno tiene sed, y no en cualquier momento. Así que lo que les va es mínimo.
La corrupción de un ángel, que es la cuarta parte de la tetralogía El mar de la fertilidad, es además el final de Honda, un personaje que atraviesa los cuatro libros, y en torno al cual la pureza, la belleza y la pasión giran y se le ofrecen, sin que éste sepa realmente que hacer con ellas, aunque intente comprenderlas a fondo, con la más noble disposición. A lo largo de El mar de la fertilidad, y de toda la obra de Mishima además, el sacrificio y en especial el suicidio, o la presencia de una muerte bella y trágica, se revelan como la respuesta a distintas preguntas o situaciones. Nunca iguales, por cierto, pues las motivaciones y el tipo de pureza o sensación que se manifiesta en ellas es siempre distinta, y además siempre cuestionada, casi hasta el absurdo.
En todos los libros hay personajes que cuestionan estas acciones y no queda claro, por supuesto, la verdadera posición de Mishima hacia esta acción. Y cualquier forma unificadora de explicarla, como la simplista visión de Yourcenar en su libro Mishima o la tentación del vacío, no hacen sino reducir la comprensión de esta idea, y por lo tanto hacen más absurda la acción misma de su muerte, y de todo lo que nos brindó en su vida.
Porque la verdadera tentación de Mishima era la vida, no el vacío, y su muerte, más allá de cuestionarla o validarla, fue una forma de rechazar aquella tentación, en la que cayó por mucho tiempo, y que casi lo destruye en vida, y lo transforma en otro, lo que hubiese sido una forma aún más trágica de muerte, y por cierto, menos significativa.
Reproduzco a continuación un fragmento de La corrupción de un Ángel, donde se nos habla de una variante de este suicidio, o de las razones que podrían llegar a validar, según las palabras de uno de los personajes, esta acción:

“-No me mires así. Tampoco yo he pensado en eso se­riamente. No me gustan esos tipos débiles y enfermos que se suicidan. Pero existe una variedad que acepto. Las personas que se suicidan para afirmarse como tales.
-¿Qué clase de suicidio es ése?
-¿Te interesa?
-Un poco, quizás.
-Entonces te lo explicaré.
-Imagínate un ratón que piensa que es un gato. No sé cómo, pero lo piensa. Pasa por todas las pruebas y llega a la conclusión de que es un gato. Cambia su visión de los demás ratones. Son carne para él y nada más, pero se dice a sí mismo que se abstiene de comerlos sencillamente para ocultar el hecho de que es un gato.
-Supongo que se tratará de un ratón bastante grande.
-Eso no importa. No se trata de tamaño sino de con­fianza. Está claro que el concepto de «gato» se ha impues­to a la apariencia de «ratón». Nada más. Cree en el con­cepto y no en la carne. La idea es suficiente, el cuerpo nada importa. El placer del desdén es máximo.
»Pero un día -Furusawa alzó las gafas y mostró una arruga junto a su nariz-, pero un día el ratón se topa con un auténtico gato.
»-Voy a comerte -dice el gato.
»-No puedes -replica el ratón.
»-¿Y por qué no?
»-Los gatos no se comen a los gatos. Es imposible como cuestión de instinto y como cuestión de principio. Yo soy un gato, sea cual fuere mi apariencia.
»El gato se retuerce de risa. Ríe tanto que sus zarpas se agitan en el aire y su blanco y peludo vientre se estremece. Luego se levanta y empieza a comerse al ratón.
»-¿Por qué estás comiéndome?
»-Porque eres un ratón.
»-Yo soy un gato. Los gatos no se comen a los gatos.
»-Eres un ratón.
»-Soy un gato.
»-Demuéstralo.
»-En consecuencia el ratón salta en la tina de la colada, toda blanca de espuma y se ahoga. El gato mete una zarpa en el agua y luego se la lame. La espuma sabe horrible­mente. Así que deja el cuerpo flotando allí. Todos sabe­mos por qué el gato se marcha sin comerse al ratón. Por­que no es algo que pueda comer un gato.
»A eso me refería. El ratón se suicida para afirmarse. Desde luego no consiguió que el gato le reconociera como otro gato ni cuando se mató pensaba lograrlo. Pero se mostró valiente y perspicaz y rebosaba dignidad. Ad­virtió que en la ratoneidad existían dos partes. La prime­ra consistía en que era un ratón en todos los detalles físi­cos. La segunda, que resultaba comestible para un gato. Ésas dos. Había renunciado hacía largo tiempo a lo refe­rente a la primera pero aún había esperanza en la segun­da. Muere frente a un gato sin ser devorado y se afirma a sí mismo como algo que los gatos no comen. En esos dos aspectos ha resultado no ser un ratón. Todo eso. Era sen­cillo además demostrar que era un gato. Si algo que tenía la forma de un ratón no era un ratón, entonces podía ser cualquier otra cosa. Y así el suicidio es un éxito. El ratón ha conseguido afirmarse. ¿Qué piensas?»
(…)
-¿Y asombró al mundo la muerte del ratón?
-¿Cambió de alguna manera la visión que del ratón te­nía el mundo? ¿Se difundió la verdad de que había existi­do algo que tuvo la forma de un ratón pero que no era un ratón? ¿Hubo alguna grieta en la confianza de los gatos? ¿Se hallaban los gatos suficientemente afectados como para impedir la difusión de aquellas palabras?
»No te sorprendas. El gato no hizo absolutamente nada. Lo había olvidado. Estaba lavándose la cara y acomodándose para dormir un poco. Rebosaba gatuneidad y ni siquiera era consciente de ese hecho. Y en la pesadez de su sueño sobrevino sin esfuerzo alguno lo que el ratón había deseado tan desesperadamente lle­gar a ser. A través de la inactividad, de la satisfacción consigo mismo, de la inconsciencia, podía llegar a ser cualquier cosa. El cielo azul se extendió sobre el gato dormido, cruzaron bellas nubes. El viento transmitió al mundo la fragancia del gato, los pesados ronquidos eran música…”


Obviamente este fragmento es sólo uno de los que se aborda este tema. Por ejemplo en Caballos desbocados la idea del suicido es motivada por razones mucho más claras, y rotundas, en oposición a algo, y no por refuerzo de uno mismo, por decirlo de una forma simple y rápida. Donde el concepto de pureza al que se asocia el suicidio, permanece inmaculado.
Y ese concepto, el de Caballos desbocados es el que comúnmente se ha querido encontrar en la muerte de Mishima, erróneamente.
Mishima amaba mucho más la vida como para hacer eso. Pero también fue consciente de su extravío, de su transformación, de su alejamiento. Sintió que había habido algo especial en él y que lo había perdido, y dudaba que hubiese existido. Vean el siguiente fragmento:
“¿Crees que coinciden tus esperanzas y las de alguien más, que alguien puede hacer realidad fácilmente tales esperanzas? Las gentes viven para sí mismas y piensan sólo en sí mismas. Tú, que piensas más que nadie en ti mismo, has ido demasiado lejos y te has cegado.
Creíste que la Historia tiene sus excepciones. No las hay. Pensaste que la raza tiene sus excepciones. No las hay.
No existe un derecho especial a la felicidad, como tampoco lo hay a la infelicidad. No hay ni tragedia ni genio. Tu confianza y tus sueños carecen de fundamento. Si existe en esta Tierra algo excepcional, una belleza especial o una maldad especial, la Naturaleza lo encuentra y lo arranca. Todos deberíamos haber aprendido ya esa dura lección, la de que no hay elegidos (...)
¿O pensaste que eras un genio más allá de toda compensación?...”
Creo que la única manera que vio Mishima para validarse a sí mismo, para demostrar que sus sueños no carecían de fundamento fue justamente darse muerte. Aunque suene absurdo.
Imagínense que yo de pronto les digo que el hombre puede volar, y nadie me cree, y yo voy hasta el edificio más alto y me arrojo al vacío. Y obviamente me reviento en el suelo... pero en ese acto, algo se valida, el mismo acto de creer y lanzarse por eso da la certeza de que ese algo, esa posibilidad existe.
Me permito mezclar y cerrar la idea con Severo Sarduy, un cubano que escribió precioso hasta que se fue cerrando, y sus personajes se hicieron grotescos y se enmascararon, y se hizo símbolo de todo aquello que criticaba en un inicio, y en cierto sentido se perdió a sí mismo (ya hablaré alguna vez de Gestos, De dónde son los cantantes y Cobra, sus tres primeras y mejores novelas, auqnue en la tercera ya se estaba cerrando...).
El punto es que antes de morir Sarduy escribió unos apuntes, muy lejanos a aquella persona en que se había convertido, y entre ellos se encontró lo siguiente: "Aposté. Y perdí. Pensé que en el hombre había una parte de Dios. Hoy me encuentro apesadumbrado, y solo."
Creo que Mishima también participó en esta apuesta. Y estaba perdiendo, y su muerte fue la única forma de no perder, o de perder y darle un pequeño triunfo a quien quisiera creerle, a través de su acto.
Y sí, creo que todos hemos apostado por esto en algún momento. Y hemos perdido en ocasiones. Y no sé realmente si exista la posibilidad de ganar en todo esto, ¿pero saben? Yo también aposté, y perdí, (sin ser Mishima ni Sarduy ni nadie parecido) y me duele adentro y siento que me arrancan algo vivo, y ya no aguanto. ¿Pero saben? Volvería a apostar de nuevo, todo, y aunque pierda, aunque no haya chispa de Dios en el hombre ni en ninguna parte, aunque la comprensión que uno anhela y la belleza que una espera, la compañía, la mujer, la familia, nuestros hijos, todo, haya quedado atrás definitivamente… volvería a apostar. Y aunque sólo quede yo al final y no haya nada que ganar con todo esto. Pues sé que hay algo que terminaría brillando, espero. Una chispa para alguien.Y eso ya es ganancia. Y es quizá la pequeñísima parte de Dios, que puedo inventar o traspasar, y sobre todo regalar, ayudando a que exista dentro mío.

viernes, 26 de marzo de 2010

Variación sobre un tema de De Amicis y un poco de agua para mojarse la cara.

Para ordenar la biblioteca también boto cosas que voy encontrando entre los libros. Y hago espacio. Y me encuentro por ejemplo con una agenda de un colegio al que asistí 19 años de mi vida. Y nos es que haya repetido tantas veces, sino que trabajé siete años en el mismo colegio en que estudié. Con todo lo bueno y malo que eso implica. Hacia el último año (bueno, dos años ya), tenía todo el deseo que me echaran. Lo necesitaba de cierta forma. Y que me indemnizaran obviamente, pensaba. No por la plata, claro está, si me interesara la plata habría estudiado otra cosa, o trabajado en otro lado.
El punto es que quería que me echaran ellos y no renunciar porque ese dinero significaba un año en que podía escribir, un año en que podría compartir mejor con mi hijo y con quienes me había alejado demasiado, creía. Pero bueno, sobre todo escribir, lo demás igual podía hacerse con más voluntad y menos tiempo.
A su vez, escribir, era también darse, era entregarle algo a los otros (al igual que en clases, cuando se logra llegar a lo importante) y sí, debo reconocerlo, también para darme algo mejor a mí mismo. Pero esto último también tenía otro propósito, quería estar mejor y más alegre, principalmente por mi pareja, quería tener la posibilidad de estar juntos, (cosa que se hacía cada vez más difícil) y demostrarle que era posible. Que me viera feliz y alegre y no a medias queriendo hacer algo que no hacía nunca y de lo que culpaba en gran medida al poco tiempo que tenía en ese entonces, entre muchas otras cosas en que no pretendo ahondar (si no son profes, esto cuesta entenderlo bien en todo caso...)
Para acortar la historia les cuento que al final no me echaron. No se dio. No importa. Incluso les dije que iba a acusarlos de alterar la asistencia, cosa que era cierta y era comprobable además. Aunque nunca les pedí nada directamente y sólo lo nombre como causa de renuncia. Quería también demostrarle a la directora-dueña que no se podía hacer todo lo que quería en aquel lugar. Que no podía ser yo el único de 25 que habíamos formado un sindicato que quedara en el lugar (sí, los echó a todos en menos de tres años desde que se había formado), y que no podía humillar a los profesores como muchas veces hizo, o a mis alumnos.
Uno de ellos, recuerdo, en una asamblea en que ella los criticaba porque sus padres no habían asistido a una reunión donde había querido hablarles (casualmente a final de año, luego de no hacer nunca una y tras enterarse de que las matrículas escaseaban) este alumno, decía, le replicó que sus padres habían tenido que trabajar, y que por eso no habían ido. Es cierto, quizá no fue la mejor forma o momento, en todo caso. Pero era un niño. No tenía ni doce años. Y además los padres sí estaban trabajando, y en el propio colegio. Eran auxiliares, muy buenas personas ambos. Incluso iban a trabajar en la casa y en las propiedades de la dueña, cuando ya no había mucho que hacer en el colegio o en otras épocas y ella los ocupaba en otras cosas.
Tras decirle aquello, la directora comenzó a gritar al niño, en frente de todos. Sabía muy bien quien era y que estaba becado y que nada podían reclamarle. Incluso le pegó un palmazo en la cabeza (no muy fuerte no sean exagerados, según la defensa del inspector general del colegio) y lo echó inmediatamente del lugar.
A favor de la directora hay que reconocer que el alumno tenía hartas anotaciones, aunque menos que muchos compañeros que siguieron y siguen en aquel lugar.
Hubo en esos días (era al final de año) un amigo secreto, una despedida que le organizamos pues el chico estaba en el colegio desde kínder y era la última oportunidad para verlo todos juntos. Pero al final no pudo asistir ni recibir el regalo que le tocaba pues se tuvo que quedar fuera ya que la directora había dado órdenes que no entrara y nadie la desobedecía allá. Era una situación absurda y terrible, en cierto sentido, (en el sentido del niño) pero muchas cosas eran así y nada parecía raro en aquel lugar.
Los padres, a su vez, no quisieron reclamar. Pero la madre hizo algo todavía mejor: comprendió. Comprendió tanto que cuando el padre, nervioso, quiso golpear al hijo por lo que había hecho, asustado supongo además por la posible pérdida de trabajo y lo que eso conlleva, la madre, decía, le dijo que se detuviera. Que ellos habían trabajado en la casa de la directora y habían visto algo. Habían visto que en esa tremenda casa, con piscina con luces, sala de juego y autos de lujo (a nombre del colegio, apostaría además)… habían visto que en ese lugar no había algo que ellos sí tenían, y esto fue lo que le dijo a su esposo… “nosotros tenemos algo que ella no tiene, y es una familia hermosa... y obviamente no vamos a dejar que nos dañe aquello” Y creo que entonces comprendieron. Así me lo contó ella. Y estaba orgullosa. Y se veía feliz.
De mi historia con el colegio no hay mucho que contar: había decidido contratar un abogado pues mi los factores de mi renuncia eran apelables ya que notaban ilegalidades a las que no quería someterme ni ser cómplice (alterar la asistencia era sólo una de ellas). Con el tiempo el abogado que le pedí viera el caso, desapareció, con la poca plata que había ahorrado y le había pasado para que avanzara los trámites. Tampoco me preocupé en buscarlo. Si él quería mi plata, ahí estaba. Si la directora quiere la suya, ahí está, se la regalo. O si el abogado con los datos que le había entregado quiso arreglarlo por su cuenta, como me parece que ocurrió al final… también. No hay problema. Que sean felices y gasten dinero en lo que más quieran.
Yo decidí que no quería su plata. Que estaba sucia. Que el peor castigo para ella era seguir creyendo que la vida era aquello que estaba viviendo.
Claro que yo igual había buscado al abogado en su momento. Y no soy tan bueno o limpio como pudiera parecer en esta historia.
Me equivoqué en cosas en ese momento y obviamente hasta el día de hoy me sigo equivocando.
Por ejemplo, hace unos días perdí definitivamente a esa pareja a la que quería brindarle algo mejor y contar con ella para eso. (Me aguantó harto tiempo más en todo caso). Aún no comprendo lo ocurrido y todo es nudo de dolor que no me interesa desatar a la fuerza, ni cortar ni arrojar a ningún sitio.
Quiero que el escribir sea un bálsamo. Que haga que esa atadura se desligue, y aquello que estuvo aprisionado ahí brote de una vez por todas y pueda entregarlo bien a los demás. A mi hijo, a mis amigos, a aquellos que siempre creyeron en mí y tuvieron el amor suficiente para esperarme y creerme, a pesar de todo.
Por eso intento escribir hoy día, a pesar que me siento extraño, cambiando de tema a cada rato y quebrándome apenas aterrizo en la situación que estoy hoy día. Pero extrañamente siento que escribir tan mal me hace bien, y escribo por mí, pero para ellos, porque sé que se alegrarán al verme así y eso me alegrará a mí también. Y será, espero, una alegría dulce y fresca, como un charquito de agua, que se ve avanzar entre las piedras.
Y como de pronto me doy cuenta que me puse mamón de golpe y que el fantasma de De Amicis ronda por aquí, mejor me voy a lavar la cara. Porque hoy viene mi hijo y quiero estar fresco cuando llegue, y no perdérmelo.
Y todo aquello que duele, cuando él llega, debo repetirme que no tiene mayor importancia. Y parece que a ratos me creo porque hasta desaparece un poco.
Otro día les cuento de él. Y trataré de ser menos latero. Y dramático.
Y los admiro mientras si llegaron hasta el final de todo esto.
De hecho es tan fome que creo nadie podría ponerle un buen fin a este fragmento.
Sí. quizá nadie.
Pero yo sí.

jueves, 25 de marzo de 2010

Agradecimientos varios: a Carlos Cariola, a una actriz que desconozco y a un amigo Gordo-Flaco.

Que espere Kurosawa para escribir un poco. Estaba viendo Barba Roja, y recibí algunos mensajes y me enteré de un problema, ahora físico, de mi primo. De cierta forma me alegro de que todo pueda reventar por ese lado, aunque sé que a él no le debe agradar mucho, por supuesto. Espero que sea una buena manera de limpiarse, y de sanar otras cosas.
Yo estoy un poco igual, con las manos tiritonas así que tipeo mal de vez en cuando y debo retroceder a mirar de reojo lo escrito, que es además la única corrección que le hago a estas cosas.
Como también escribo "en serio", ya se verá en algún momento... debo reconocer que me hiere el orgullo escribir aquí, de pasada, aunque ya dije alguna vez que alguna utilidad tendrá. Y no me atrevo a darle a mis conocidos esta dirección y quizá sea siempre yo, el que esté hablando conmigo y me una al clan de los perros que buscan morderse la cola, o al de los escolares despistados que intentan sacar algo de la mochila teniéndola puesta y terminan dándose vuelta de una forma parecida.
Como sea, ya lloré harto hoy día y creo me sentí mal lo suficiente, así que contaré otras cosas. Por ejemplo sobre una obra que vi ayer en el Teatro de la Católica. Debo haber sido el único que no se rió en la sala, y no fue por falta de alegría, sino porque me emocionó tanto y ando tan tonto (digamos mejor mamón a secas, total nadie lee esto) que me emocionaba ver ese humor limpio, ese homenaje al antiguo teatro chileno, en primera instancia, que se estaba mostrando.
La obra era Entre gallos y media noche, una obra (un sainete si me pongo estricto) de Carlos Cariola, representada por excelentes actores, muchos de antaño y otros nuevos en los que se notaba un espíritu que iba también más allá de ellos y que parecía estar presente en cada momento. Los patrones, el fundo, el coronel retirado, el proletariado, la picardía, los romances prohibidos que aspiran a un beso o a un matrimonio. (Dar un beso o la vida entera es lo mismo cuando se quiere entregar lo que tenemos al otro). El humor limpio que tiene también un espíritu limpio, y que nos da alegría todavía a todos. Y a mí, además, me transmite fe en los otros al ver como se ríen, como la caricatura de nosotros mismos, del espíritu sencillo de desear la libertad, o un a or simple, está presente todavía en muchos de nosotros.
Obra con intermedios, con comerciales de otra época, con el cierre característico de aquellas antiguas presentaciones, con un charleston y una cueca final recordándonos que eso vive ahí todavía y esa vida tiene una sucursal chiquita en nosotros, que todavía no ha cerrado y en la que te entregan un dulce al darte el vuelto. Como una lámpara vieja que encontramos en el cuarto del fondo y descubrimos, en medio de un apagón, que todavía enciende, y nos produce una doble alegría: descubrir que enciende y alumbrarnos, obviamente, pero también descubrir que aún podía alumnrarnos algo que creíamos muerto, oxidado, apagado sin vuelta.
Como dato aparte, la función de ayer era para profesores (ya hablaré de lo especial que es asistir a eso, las pintas, los tics y el stress soltándose por la sala... las pruebas revisadas mientras comienza la obra y hemos tomado asiento, las ropas nuevas sin tiempo a ser estrenadas, en fin, ya tendrá turno ese tema) por loq ue necesidad de alegría supongo era mayor aún.
También si quisiera pordría forzar (auqneu quizá no sea forzar, quién sabe) una lectura extraña en aquella comedia. Está el personaje de Jesús que tiene un romance escondido con Magdalena. De Jesús nadie sospecha porque supuestamente no está interesado en las mujeres. Y de pronto toda la obra podría tomar un peso bíblico, por llamarlo de algún modo: Las negaciones a Jesús; el amigo que lo ayuda y a quien sólo se nombra una vez, y su nombre es Pedro (el enviado y cómplice de Jesús en las acciones)... por nombrar algunas. La obra además termina en un gallinero y uno podría pensar en las negaciones de Pedro antes que canten los gallos. Gallos que por cierto aparecen muertos en la obra... Pero dejémosle eso mejor a los profes de teoría a cuyas clases no asistí o que escuché desde fuera, o desde los libros, para no darles el gusto de creer que tienen a otro que crea en aquello y descrea a la vez de aquello que amamos cuando entramos a estudiar con ellos: la liteartura propiamente tal. Sin artificios. Como un ser vivo. Como el regalo de alguien, hecho especialmente para aquel que quiera recibirlo.
En fin, prefiero olvidarme de eso y acordarme mejor del final, para aprovechar también de poner cierre a este escrito. Y recordar por ejemplo la añoranza en los rostros de los actores y actrices mayores, y el rostro lleno de un aire nuevo de una de las actrices hacia el final de la obra, como si algo proveniente de esos tiempos estuviese floreciendo también en ella y la hiciera sentirse viva. Si hasta pensé, al mirar su rostro cuando salió sin maquillaje, hacia el final, que algo de esa luz de lámpara oxidada también la había iluminado por dentro, y le daba una belleza especial, una fe en los espectadores quizá, que también debe ser necesaria para ellos, así como en uno la respuesta de los alumnos, quizá, o algo parecido.
La actriz hacía el papel de Filomena, recuerdo. Y algo que brillaba en ella también me alumbró a mí. Le agradezco entonces, a ella y a los otros, por supuesto, por haber visto esa alegría y haberla compartido con nosotros... Tanto le agradezco, como un amigo de cien kilos (extrañamente gordo por delante y flaco visto desde atrás) quien dejó su bruteza de lado pa decirme que tuviera fuerza, pa decirme "arriba cabro lindo", y yo que no lo merezco (y ade´más que nome decían lindo desde hacía harto), sintiera que es de esas pequeñas grandes cosas (como el comercial de soprole) de las que hay que afirmarse pa volver a creer en uno, y en los otros. Y sonreír, de a poquito, otra vez.
Como antaño.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Anexo 1: Me gustaría contar una historia

“Me gustaría contar una historia. Sentarme a hablar como si tuviese nietos sentados cerca y contarles algo. Me gustaría hablarles de algo que pasó algún día, algo que quizá podría pasarles también a ellos. Tener algo que contar. Hechos que poder reproducir ordenadamente y que se vayan siguiendo unos a otros así como esas imágenes donde se ven bandadas de patos volando ordenadamente quién sabe a dónde. Pero no nací con esa cualidad. Apilo las palabras como si metiera en un tarro un montón de ropas sucias. O como si tratase de ordenar sobre un banco un montón de colillas de cigarros a medio terminar. Entonces debo improvisar, hacer algo para que mis nietos no se alejen y no quieran volver a visitar a su abuelo a este lugar tan feo.
No sé si hablar. Les digo. No sé si valga la pena intentar decir algo que no comprendo claramente, pero ahí les va. Se me fue la vida. Les digo. Se me fue hace tiempo en todo caso. No intenten ser amables y buscarla bajo la cama o en aquel vaso con agua que está junto a aquellas flores. Siempre estuvo alejándose de a poco en cuánto yo la perdía de vista. Porque uno no mira siempre a la vida. A veces se intenta tantas veces que terminas por cegarte y sólo ver manchas. Porque la vida es luminosa, saben. Pero tiene una luz extraña. Una luz que de pronto buscas y ya no es la misma de antes, y te llena de sombras. Y te acostumbras a las sombras. Porque basta a veces ver en penumbras y descansar la vista en la oscuridad. Y detenerte.
Fui joven un día. Y amé. Amé como si en vez de joven hubiese sido siempre un niño. Y como un niño que pierde su juguete favorito perdí entonces el amor. No porque hubiese dejado de amarlo o me fuese menos importante. Lo perdí porque amaba demasiado todas las cosas. Y también porque con esto, no supe amar nada. Sé que suena extraño, pero comprenderán un día. El problema es que siempre comprendemos cuando ya hemos perdido. Cuando el daño está instalado y el amor atrás.
Tuve sin embargo la suerte de volver a amar. O la gracia. Vi como se acercaba la vida nuevamente y se ordenaba frente a tus ojos. Como un viento suave que te despierta y te hace sonreír. Pero pasó el tiempo. Pasó el tiempo y el nuevo amor me supo a nada, o a muy poco. Volvía mi vista atrás y soñaba con un sabor perdido. Como aquella historia de la mujer que mira atrás y se convierte en sal, o esa del músico que fue a buscar a su amada muerta y no puede evitar mirarla y la pierde nuevamente. Aunque acá todo era al revés, yo quedaba rígido, en pie, mientras el mundo se venía abajo de golpe, como si todo se me revelara como montones de barro. Como si nadie hubiera soplado nunca sobre ellos.
No comprendí entonces que el amor podía estar ahí delante nuevamente. No comprendí que el sabor estaba y era yo el que no podía percibirlo claramente. Perdí también esos amores. Ya no como un niño puesto que los fui perdiendo poco a poco, y un niño, ingenuamente quizá, pero lucha y llora por lo que ama. Yo en cambio dejé que se fueran porque no supe ver en ellos. Dejé que se fueran y me sorprendí cuando vi que mis ojos ya no botaban lágrimas. Me sentí grande, y fuerte. Traté de amar a mí manera a todo lo que me rodeaba. Pero saben una cosa. No se puede amar cuando se es grande y fuerte. No se puede amar cuando uno sabe que ha perdido algo y lo sigue sintiendo de alguna forma. No se puede amar cuando uno es fuerte.
Hoy quizá por razones ajenas a mi voluntad he vuelto a ser débil. Así como me ven hoy día. Hoy que estoy aquí postrado en una cama y la enfermera se enoja porque no pude contener mis ganas de orinar y mojé todo como si fuera un niño. Hoy. Hoy comprendo que esa debilidad, que esa debilidad que perdí en algún momento… hoy comprendo que esa debilidad era la vida. Y que la dejé ir. Que mientras yo buscaba respuestas, claridad o algo firme a que amarrar mis certezas… bastaba con abrirse y amar completamente. Que bastaba cerrar los ojos y volver a sentir algunos sabores. Cerrar los ojos para abrirlos verdaderamente. Sentir aquellos sabores por primera vez siempre.
Hoy también comprendo que estoy desnudo. Que fui colgando uno a uno los trajes de mi vida en el clavo más firme que encontré. Los fui colgando hasta que tuve frío y comprendí que estaba desnudo. Y nadie me iba a expulsar ahora de algún lado porque yo ya estaba fuera. Bailando en torno a un fuego que era la vida misma. Bailando todo el tiempo hasta que el fuego se apagó. Se consumió hasta las cenizas porque todos volvimos a acostarnos y creímos que podríamos volver a hacer ese fuego día a día. Pero perdimos el secreto: frotamos piedras, buscamos combustibles, rogamos por el rayo… Pero ya me ven aquí. No hace falta que les cuente el final de aquella historia.
¿Y saben? Hoy no lloro porque la vida se me fue. Lloro por no tener un hijo a quien ver buscar esa vida. Por inventarme nietos nacidos de hijas e hijos que nunca tuve. Hijos a quienes ver escarbar en la ceniza para encontrar las brasas que creímos apagadas. Hijos a quienes decirle que amen y que no miren hacia atrás. Un hijo a quien decirle te amo y besarlo por última vez en la frente y en los ojos antes de que llegue la noche para que no tenga miedo. Un hijo a quien decirle que deje de visitar a un viejo que ya comprendió y que a pesar de estar a pasos de la muerte está más cerca de la vida de lo que nunca estuvo. Un hijo a quien decirle que deje de visitar a un viejo que da las gracias porque el amor estuvo ahí y existió aunque lo dejó pasar. Un viejo que llora de alegría porque la vida existe al menos para otros. Y existe siempre. Un viejo que hoy llora como un niño nuevamente. Nuevamente y por primera vez.”

Revoltijo sobre Mishima + promesa de un texto viejo

Hoy me atreví a tomar el libro La corrupción de un ángel, de Mishima. Es el último de la tetralogía del mar de la fertilidad, y es el libro que terminó y fue a entregar al editor, durante la mañana del día en que terminó dándose muerte.
Como cuesta pillar a Mishima en español, quizá no leí lo que más me impactó en un primer momento, comencé con El pabellón de oro, creo que seguí con Confesiones de una máscara, Música, la correspondencia con Kawabata,y algunos libros "menores" (el rumor del oleaje, sed de amor... aunque estos en verdad los leí hace poco) Debo reconocer que me emocionaron y encontré muy perfectas algunas piezas nô, de las pocas que se encuentran publicadas en español, y que me sorprendió al leer que estaban tomadas del tomo treinta y tanto de la obra completa de Mishima en francés (sobre todo pensando en la temprana edad en que se dio muerte). Pero no fue hasta Nieve de primavera, que realmente Mishima me impactó, entendí realmente la fuerza de su escritura, y la perfección que podía alcanzar ésta. Y quizá pude ver también en él, parte de aquello en que realmente creía y el proceso de nacimiento y declive, de esta fe.
Este año logré conseguir los otros tres libros de la tetralogía, y había guardado este último, quizá por temor a lo que en él pudiese encontrar.
Y es como si uno pudiese seguir a través de ellos todo el proceso de Mishima, el creer y el dejar de creer, el ir perdiendo, o cambiando al menos, el tipo de sensibilidad que en ellos expresaba. A entender como una persona sale de sí misma y se transforma, y como se deja de creer en los otros, y por supuesto en uno mismo.
Por eso tenía miedo de tomar este libro. Más en estos momentos que no me están siendo fáciles. Y es que este es un momento en que, peor aún, pienso, todo pudo haber tenido, para mí (y para un nosotros que no logro asimilar que ya no existe) una salida más fácil y alegre. Y hasta hermosa, quizá. Cuando veo, tarde, que muchas cosas que creí problemas se han desvanecido, y nunca existieron realmente, logro ver también un dolor real que ha quedado detrás y una esperanza que debe arrancarse, porque no existe diferencia alguna, entre aquella esperanza y el dolor que siento adentro. Y que no sé por que razón, me desgarra de esta forma.
Alguna vez di una mini "conferencia" sobre algunos autores, entre los que hablaba de Mishima, y les mostraba a mis alumnos fotos de Mishima con sus ojos de niño, y de joven, y les enseñaba luego el tipo duro e inquebrantable que terminó siendo. Si hasta musculoso salía en aquellas últimas fotos preocupándose de que la fuerza lo cubriese entero, como si fuese aquella alguna forma verdadera de superar el dolor y la incomprensión de los otros, y no una simple costra o coraza o lo que fuera.
No creo en esa belleza en base de la fuerza. Ni en esa pureza en base a una dirección impuesta, y que no se pone en duda. Creo en la debilidad y es por eso que hoy decido no cerrarme ni protegerme, ante lo pequeño que me ocurre. Y elijo de alguna forma el dolor, -aunque ya no me interesa el drama y el espectáculo asociado a éste-, porque la otra opción es no ser yo, y dejar de lado todo aquello que son también mis pilares y mis creencias.
Hay miles de cosas hermosas en los libros de Mishima, y obviamente en muchos otros (me acordaba ahora del Marino que perdió la gracia del mar, que se me pasó nombrarlo... de hecho veo que no está en la biblioteca) pero tambíén había, en Mishima, muchas contradicciones y temores, y búsquedas extrañas, como lo que ocurre en El templo del Alba, donde el libro se convierte en una exposición de doctrinas y búsquedas de sentido tras poner en duda aquello que debían hacer los propios personajes.
Entonces me acuerdo que hay un viejo escrito, uno que a veces trabajé con algunos cursos y que hablaba sobre esta debilidad, un texto sencillo sin mayor pretensión que contar algo, un secreto y que se los dejo a continuación, aunque canse, sólo porque quizá el yo que lo escribió estuvo un poquito más claro en ese momento:

martes, 23 de marzo de 2010

Sobre el absurdo del liderazgo, del inglés neozelandés y de cosas que no se dicen

Estuve a punto de cerrar esto a un día de abrirlo. Anoche vi un documental sobre Hiroshima y Nagasaki, y me avergonzé y me sentí egoísta. No voy a hablar, sin embargo, de lo que vi en ese documental, ni tampoco del absurdo que sentí al pensar que esto lo había comenzado para arrancar un poco del dolor (o para enfrentarlo en cierto sentido) y de las ganas que sentí de acabarlo inmediatamente, antes que alguien pudiese leerlo. Pero algo me dice que no debo hacerlo, y aunque mi dolor parezca absurdo y pequeñito, al lado de todo eso, siento que de alguna forma esto es algo necesario y útil, y que ha de tomar alguna forma, aunque aún no le encuentro ninguna, y todo me parezca carente de gracia e interés, para cualquier persona que por casualidad vaya a dar con esto en algún momento.

Hoy me enviaron del colegio donde trabajo (soy profe a todo esto) a una charla sobre la experiencia de la dirección escolar y el liderazgo en Nueva Zelanda ¡! Creo que enviaron a los profesores menos peligrosos, ya que ninguno de nosotros se interesa en apuntar hacia esas direcciones. Era una charla en inglés, idioma que no domino para nada, (más encima el ritmo de la encargada era algo extraño, como si tuviese los pulmones demasiado chicos y debiese hacer frases cortas para que le alcanzara el aire). A la conferencia fueron también, desde mi colegio, una profesora de inglés y otro colega que solicitó audífonos para poder escuchar la traducción. Yo, sin audífonos, miré e intenté entender. No sé lo que entendí. Sobre los telones proyectaban imágenes donde se simboliza el liderazgo, sale alguien arriba levantando las manos en señal de triunfo y varios rezagados, hasta algunos colgando del telón.
También en la inducción del colegio donde trabajo tenían un logo relacionado con el liderazgo algo similar. Cuatro cuadrados del que se elevaba uno y quedaban los otros tres, algo más opacos, allá abajo.
Y mientras miro aquel telón, aquellos dibujos, siento una vez más algo así como cariño por esos que no llegaron primero, y me fijo en uno que aquí, desde el segundo piso de la sala de conferencias, parece tranquilo, sereno, como si hubiese alcanzado otra meta, o no deseara nada simplemente, ahí en borde bajo del telón.
No me hice profe para esto, pienso, no me interesa preparar a chicos para que lleguen a lo alto y lideren, yo me identifico con esos que quedaron atrás, o que quisieron quedarse, y siento que hay algo en ellos que el que legó arriba no sabe, algo que se le cayó quizá y los otros encontraron.
Quiero que no se lancen por un camino que no necesariamente les corresponde, y que por supuesto no eligan el más corto.
Obviamente sé que el liderazgo es más que eso, que tiene otros puntos, y en fin, que de cierta forma es necesario, pero necesario para qué? Tendría que tener claras las metas de ese algo para poder estar de acuerdo con ello.
En eso estoy cuando siento que alguien se apoya en mí y es que la profe de inglés se quedó dormida, el otro, con los audífonos sonando, la sigue también con los ojos cerrados, a un costado. Supongo entonces que me tocará a mí hablar de esto frente a los otros y dar cuenta de lo que vi, y supuestamente entendí en esta charla. Entonces imagino lo que les diré, en la libertad que tendré para inventar que ella comentó que el liderazgo es una ruta equivocada, que habló en contra de los proyectos que buscan fortalecer diferencias entre los estudiantes y fijarlas de antemano, inventaré algo sobre una discusión que sostuvo con el decano que estaba presente y de como luego de hacer un baile maorí procedió a arrojar todos sus papeles por el piso... en fin tengo tiempo para ordenar mis apuntes de la charla que no escuché hasta el otro martes, y elaborar una teoría más completa.
Hoy tampoco voy a hablar de lo que siento y una vez más no creo estar preparado para hablar de los libros que ordené. Sí les cuento que hago una guía sobre Rothko y sobre Hopper, para los chicos de un electivo, para hablarles sobre las formas de expresión, de las dificultades del lenguaje para expresar realmente lo que sentimos, entre otras cosas. Entonces, mañana, ellos mirarán y anotarán y yo les contaré que Rothko se obsesionó con aquello que quería mostrar, con sus campos de colores, con ese intento desesperado de tranmitir sus propias emociones; les contaré sobre sus últimos meses encerrado a solas y su muerte que quizá le permitió encontrar aquel color que tanto buscaba, el rojo de su sangre que se esparció por la habitación en que se encontraba frente a un lienzo en blanco, tras cortarse las venas.
No les contaré, sin embargo, de las imágenes que me rondan sobre Hiroshima: la mujer que le arrancan con un bisturí todo el rostro porque se le había calcinado, o aquella que pedía agua a gritos mientras sostenía un bebé sin cabeza en sus brazos. Tampoco les contaré de la piel colgando deshecha de aquellas personas. No les contaré que eso también es lo que hacen los líderes. Y que queremos convertirlos en eso también, de cierta forma.
Y que es además, en una gran mayoría, lo que quieren sus padres.
También me guardaré de comparar el dolor de Rothko y el de Hopper, y por supuesto no nombraré el mío, del que me avergonzaré nuevamente al sentir que es irrisorio, aunque me haga pedazos acá adentro nuevamente y no quiera decir nada de él, al menos todavía.
¿Y qué hay de la biblioteca? Bueno, saco el libro de expresionismo abstracto que obtuve de una feria del disco, y marcaré las imágenes de Rothko (aunque ya terminé la presentación) y seleccionaré algunas postales de Hopper, que, si bien no son parte de un libro, parecen un volumen ordenadito ahí a un costado, en uno de los estantes.
Me queda, sin embargo, una imagen que contar: en el documental de ayer, mostraban a unos japoneses que habían llevado a norteamérica, tras haber sobrevivido a las bomba atómica. Eran imágenes de un programa estadounidense del 46, donde se recalcaba que el gobierno norteamericano gratuitamente los atendería e intentaría reconstruir sus caras y sus cuerpos... eso decían y el público aplaudía y movía banderitas gringas. En el programa además se entrevistaba a un japonés, que perdió a todos con la bomba, a quien se le pedía relatara algunas cosas... hasta que tras de un biombo se le dice que hay alguien que quiere saludarlo, como cuando reencuentran a la gente con sus parientes, sólo que los parientes del tipo estaban todos calcinados y el que apareció fue el capitán del avión que arrojó la bomba... y aquella cara, el rostro de ese japonés que mira como el otro le estira la mano y le alarga un sobre con un poco de dinero que supuestamente juntó su familia... la cara de ese hombre... sus ojos... lo que habían visto esos ojos... esos ojos sabían algo, y tenían una belleza distinta ahí en medio de ese programa. Algo de lo que no se habla.

lunes, 22 de marzo de 2010

Aún no estoy de pie y me falta un nombre

Quizá el mejor comienzo de un libro que conozco es el de Moby Dick. De hecho bastan sus dos primeras palabras: “Llamadme Ismael”. Desde un inicio alguien nos extiende los brazos y abre un espacio, uno interior, me refiero, con nosotros. No nos dice que es Ismael, sino que lo llamemos así. Es el propio autor quien nos comienza hablar y nos invita a creerle, a escucharlo.
No hay artificio en ello.
Yo no les he dicho mi nombre ni como llamarme, y la verdad, -si esto se transforma en un blog y en algo continuo como espero que sea- incluso me complicaría mucho el compartir comentarios con algún lector o algo, si los hubiera.
Como sea, leí una versión de Moby Dick cuando pequeño, un resumen blanco de la biblioteca Apuntes, en casa de una tía. Y la verdad no me pareció gran cosa en su momento.
Tras encontrarlo muy barato en una Feria del Libro, me compré la edición completa, y vi que en muchas páginas antes de comenzar la narración, reunía una gran cantidad de epígrafes sobre el tema, principalmente sobre las ballenas, pero también un factor común que aterrizaba más allá de ello, y tenía que ver con ese algo inmenso, puro, eso que queremos dar caza y que tememos, y que de cierta forma también amamos, aunque la manera correcta de explicarlo sea otra, que está lejos de mí en estos momentos.
Hoy creo que es un libro magnífico, inmenso (no piensen en las páginas como mis alumnos... ya les contaré de eso), pero sobre todo vivo. Y cuando los tomo y los ubico (son dos tomos) en uno de los estantes, es como si tomase algo vivo y sintiese además como si de cierta forma hubiese quedado unido a mí de alguna extraña manera, como un cordón umbilical, por intentar decirlo de alguna forma.
Todo aquello que pasa con esos hombres, el tipo ese con el apellido traducible por ataúd, el capitán Ahab… había algo vivo dentro de ellos. Pero tendría que forzarme un poco para hablar de esto ahora. Ya llegará el momento.
Creo que por ahora me conformo con decirles que no hay artificio en esto. Que no pretendo nada más que hablarles, y ordenar y darle forma a todo esto, como dije en un comienzo. Y decirles que yo estoy vivo acá, y sé que ustedes allá afuera, y que es algo que trataré de no olvidar, y espero que ustedes tampoco.
No se olviden que están vivos, y lo que está vivo en mí le habla a aquello que vive dentro suyo. Con afecto. Y sin artificio alguno, como ya les dije. No me importa que esto salga bruto y con errores y con frases hechas o deshechas.
Pero va con afecto de verdad.
De otra forma solo sería un egoísta.
No les digo como me llamen. Aún no estoy de pie y me falta un nombre.

Hay que ordenar la biblioteca.

Hace pocos días intenté ordenar mis libros, mis cosas. Después del terremoto se vinieron abajo unos estantes y todos quedaron esparcidos, aunque en verdad ya estaban revueltos desde antes. No saben cuánto hay en cada uno de ellos, cuánto de mí que ya se derrumbó antes también y uno que no se preocupó de ordenarlo a tiempo. Y es que a veces duele adentro de uno y uno apenas puede moverse, y llora de la nada –como ahora- aunque ustedes no entiendan por qué, pues no lo he dicho todavía.
El punto es que intenté ordenarlos, y pensé en las relaciones que existen entre ellos, por qué Sarduy queda junto a Rilke, por ejemplo, o por qué Kafka queda repartido y sin un lugar muy estable. Y debo reconocer que no los ordené bien del todo, ahí están y todo parece menos caótico allá afuera, sin embargo.
Creo que la mejor forma de enfrentar esto es escribirlo, hablarles a ustedes, sin saber adónde irá a parar, o si me escucharán o algo. Creo que lo mejor es ser honesto. Volver a serlo. Porque el dolor no cabe ya en mí y debe salir afuera de alguna forma. Y si lo dejo salir fuera de la forma correcta, quizá ese dolor me enseñe algo. Como ese algo que los niños esperan oír cuando pequeños y nadie se los dice y se duermen al final pensando en otras cosas.
Yo cuando chico pensaba que a los 18 años, -a la mayoría de edad- o en algún momento predeterminado, alguien iba a venir y me iba a explicar algunas cosas. Cosas básicas, elementales. Situaba mis inquietudes en donde terminan las cosas, dónde comienzan, en el tiempo, en el espacio… en la idea de infinito tan incomprensible para todos. Pensaba que era absurdo cualquier cosa si no sabíamos eso, que estábamos limitados y no podíamos llegar nunca a estar seguros de algo si es que enverdad eso se desconocía. Escuchaba programas de ciencias o leía historia, o la Biblia que le di muchas vueltas esa edad, y pensaba que esa gente se veía segura porque sabía eso. Y esperaba el día en que lo sabría.
Cuando las respuestas no llegaron, y supe que éramos incapaces de alcanzarlas, fue como si el discurso de todos resquebrajara sus bases, y se viniera abajo, como mis libros. Aunque creo que hay mucho de ello que no se derrumbó, y que de alguna forma no puede derrumbarse.
Quizá contarles sobre eso sea la mejor forma de darme cuenta qué partes de mí siguen en pie, hoy que siento que todo está hecho trizas y uno comienza, como un tonto, a llorar de nuevo cuando lo recuerda.
Quiero recoger lo que está caído dentro mío y levantarlo, y quiero invitarlos a eso también, y si quieren, a escucharme.
Déjenme contarles sobre algunos de los libros que recogí, para irle dando un poco de forma a todo esto:

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales