sábado, 31 de agosto de 2019

Parecían lunas.


Parecían lunas. Primero vi dos. Luego noté que eran cinco. Por un momento pensé que podían ser nubes que hubiesen tomado esa forma, no sé… supongo que eso nos pasa cuando queremos racionalizar lo desconocido. Lo que no debe estar ahí. Yo estaba en una azotea, con alguien más. Alguien a quien quise mucho. Estaba haciéndose de noche, pero había suficiente luz. No estaba del todo despejado pero aquellas cinco lunas, o esferas, se veían bien. Dispuestas horizontalmente, en lo alto. Entonces ella sacó el celular, pero dijo que costaba enfocarlas a todas, además justo pasaron algunas nubes y se taparon un poco. Le dije que dejara de grabar, que tal vez no querían ser grabadas. No sé si dije en voz alta esa razón, ahora que lo pienso, pero el hecho es que ella dejó de grabar. Justo entonces las cinco esferas comenzaron a moverse. Manteniendo la distancia. Con leves diferencias entre cada una de esas esferas, aunque no creo que pueda intentar precisar. Se movían por todo el cielo. A veces desaparecían en parte, bajo nosotros, pues estábamos en la azotea de un edificio muy alto. Estábamos en el piso. En mi caso apoyado en un pequeño muro de seguridad que tenía el edificio. Un muro de no más de un metro que podía saltarse fácilmente, por cierto. Seguíamos con la vista las esferas y era emocionante. Una sensación hermosa si no hubiese sido por el vértigo. Yo sentía vértigo. Ella miraba las esferas, asombrada y se había puesto de pie. Yo estaba recogido, contra el pequeño muro, como si pudiese aferrarme a eso. Por momentos sentía que las esferas seguían fijas y que todo lo demás se movía, aunque el efecto final era casi el mismo. Ella me miraba por momentos y se veía feliz. Yo intentaba estarlo, pero sentía vértigo. Tampoco se lo decía, para no echarle a perder aquel momento. No sé cuánto más siguieron en movimiento las esferas. Supongo que hasta poco después que cerré los ojos. Ella estaba feliz. Se acercó hasta donde estaba y me abrazó. Era como si esa experiencia nos hubiera unido. No se trataba de haber grabado todo aquello ni nada por el estilo. Eso no tenía importancia. Yo intentaba estar ahí, con ella, pero el vértigo seguía. Estaba contento, claro, por ella y porque estábamos juntos. Y porque algo que ella sabía trascendente, sin duda, ahora nos unía. Yo ya la quería así desde antes, pero habían faltado las esferas, para que se volviera mutuo. Esta vez, sin embargo, debido al vértigo, había algo que nos seguía separando. No vivimos lo mismo. Creo que ella no se daba cuenta. Para mí era algo magnífico, claro, pero en mi cuerpo había también otras señales. Incluida la forma en que estamos acostumbrados a interpretar aquello. Ver todo como algo hecho para nosotros, me refiero. Me di cuenta que ella lo veía así y que por un momento yo también lo hice, cuando le dije que guardara la cámara. Como si esas esferas hubiesen montado ese espectáculo para nosotros, exclusivamente. Supongo que ella creía eso. Yo dudaba si era bueno creer eso. Me sentía egoísta creyendo eso. Y es que si era así, incluso podía pensar que se fueron porque cerré los ojos. Ella estaba feliz, sin embargo, y creía en nuestra unión luego de aquello. Notaba en sus ojos algo distinto en su forma de mirarme. Parecía comprender que estábamos hechos para estar juntos. Suena cliché eso, por supuesto, pero en nuestro caso era verdad. Yo lo sabía desde antes, pero ella sin duda no lo sabía. Esta vez, sin embargo, por la forma en que se dio, pensaba yo que no era la manera correcta. La veía egoísta, a ella, pensando que -ahora-, nosotros dos éramos el centro. Pude haberme aprovechado de eso, claro, pero no lo hice. Si eso nos iba unir y ella no lo sabía desde dentro, desde sí misma, era mejor dejarlo así. Ella buscó en su celular lo poco que había grabado y lo borró. Era suficiente con que lo supiéramos los dos. Me miró llena de amor y vi que era verdadero. Es decir, vi que ella, por primera vez, veía que era verdadero. Era hermoso, pero no me pareció justo. Me sentí amado, pero a la vez sabía que yo amaba desde antes, sin necesidad de las esferas. Ella nunca lo había sabido. Nunca se lo había planteado incluso. El centro habían sido siempre sus propias sensaciones, sus experiencias, ella misma. Yo la amaba, pero eso no era justo. Tal vez era verdadero, y hasta hermoso, pero no era justo. Nos miramos por una última vez y vimos todo el uno el otro. Podía ser la primera gran mirada o la última. El final ya se sabe, por supuesto. Yo no soy el centro del mundo.

viernes, 30 de agosto de 2019

Clavos.

"Pablito clavó un clavito..."

No sé si ya lo han visto en las noticias. Yo, al menos, lo vi hace un par de días, en tv. Me refiero a los ataques con clavos, claro. Un tipo de apariencia normal, según las grabaciones. Normal, pero que esconde en su chaqueta un martillo y algunos clavos. Hasta el momento ha atacado mayormente en el metro. Siempre por sorpresa. De un segundo a otro saca el martillo y un clavo. Luego lo entierra de un solo golpe. Como usa clavos pequeños, de no más de una pulgada, el daño existe, pero no es tan grande. De hecho, el verdadero peligro, según decía un especialista, es sacar el clavo. Por lo mismo, recomendaban que si alguien es atacado no intente quitarse el clavo de inmediato, sino que acuda a algún servicio de urgencias o centro especializado, para su extracción. Después de todo siempre puede ocurrir alguna infección, o hasta una hemorragia, en el peor de los casos. Por otro lado, explicaban, las personas atacadas sienten un dolor, pero no necesariamente tan agudo. Más que la picadura de un insecto, por supuesto, pero según las entrevistas, nadie pensó en ese instante, que había sido víctima del hombre de los clavos. Solo al tocarse, segundos después, y descubrir el metal, algunos han comenzado a gritar y a dejarse llevar por el pánico. Un experto chino en acupuntura fue entrevistado y explicó que los clavos eran puestos en puntos clave, lo que explicaba que no se sintiera el dolor de inmediato y hasta que algunas personas atacadas hablaran de los beneficios que les trajo el ataque, una vez que les retiraran el clavo. Desde sentir menos stress hasta la mejora de una cojera, si creemos en los entrevistados. A pesar de ello, lo ocurrido no deja de ser un ataque. Algunos parlamentarios invocan la ley antiterrorista y ha aumentado, por supuesto, la vigilancia en los lugares en que han ocurrido mayormente estos eventos. Ya hay pistas claras, al parecer, sobre el atacante. No pueden revelar nada, todavía, por supuesto. Es materia de investigación, señaló el fiscal que lleva el caso. Yo les creo.

jueves, 29 de agosto de 2019

¿Por qué ser dentista?


Me explicó que quería ser dentista porque le gustaba hablar. Hablar con otros, especificó. No hablar a solas, como cuando escribes en un blog, me dijo. Sin ofender, por supuesto, recalcó. Yo no me ofendí, pero lo cierto es que no entendía, así que le pedí que se explicara mejor. No sé bien qué se pueda explicar, dijo entonces. Me gusta hablar. Hablar y que me escuchen. Creo tener puntos de vista interesantes y que pueden enriquecer a otros. Hablar desde los costados, eso sí. Aparentar que hablas de otra cosa y de pronto dar en el clavo. Y dejar hundido ese clavo en el otro. Sin que esa persona haya pedido ese clavo, por supuesto. De otra forma estudiaría psicología o algo así. Recuerdo haber intentado comentar aquello que decía, pero me hablaba tan rápido que no podía. También pensé en ser taxista, o estudiar peluquería, siguió, pero en esos casos corres el riesgo que te interrumpan, o hasta pueden pedir que te calles, si te toca algún maleducado. Como dentista en cambio puedes manejar la situación. Inmovilizas al otro. Lo dejas en una posición incómoda y te aseguras de meter algún instrumento en su boca, para que no conteste. Entonces hablas. Tú regulas el tiempo, por supuesto. Además, si intenta hablar, a pesar de todo puedes meterle alguna otra manguera, anestesiarlo, o hasta hacer algún corte, para que sangren un poco. Eso siempre los calma. Los concentra. Les adviertes que si hablan pueden tener una hemorragia y ellos se asustan. Creen que la sangre es importante y no se dan cuenta que la importancia reside finalmente en tus palabras. Entonces sigues hablando. Puedes asegurar que te escuchen, incluso, cada cierto tiempo. Hacer que asientan cada cierto rato… ¿Entiendes ahora? Yo asentí. Pues esa es mi vocación, en resumen, dijo entonces. Luego se fue. Mientras se alejaba, por cierto, yo sentí que la boca se me había llenado de saliva, y escupí a un costado.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Formas en que nace el caos (II).


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Harold lo planeó todo. Nadie explicaba el cómo ni el porqué, pero coincidían al menos en dar su nombre cuando hablábamos de la idea original. El punto desde el cuál había nacido todo, digamos. Ese punto era Harold.

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Harold, sin embargo, parecía inofensivo. Incapaz de procesar alguna idea compleja y menos aún de transmitirla y convencer efectivamente a otros. Cuando lo interrogamos nos pareció amable. Las preguntas largas había que explicárselas y si por alguna razón le decías dos preguntas juntas se complicaba y no sabía bien cómo responder. Lo único que nos hacía sospechar algo extraño es que fue el único de ellos que no subió a un árbol. Probablemente no hubiese podido, pensábamos.

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El problema mayor fue que los árboles no eran bajos. Y además las ramas eran débiles. Los adultos no se atrevían a subir por ellos pues podían volver todo más riesgoso. Y los niños arriba, si bien no emitían amenaza alguna, podían reaccionar de alguna forma extraña. Después de todo, no contestaban a ninguna de las preguntas ni a las órdenes de sus padres, ni tampoco tomaron el alimento que intentaban subir hasta ellos. Harold, por cierto, tampoco hablaba ni comía, pero nadie se dio cuenta, pues estaba debajo de los árboles y no tenía padres preocupados, que pudieran percatarse de aquello.

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Llegaron tres bomberos en un inicio. Cuando cayó la primera niña, sin embargo, llamaron a otros más. También llegaron policías, un doctor y el único reportero que había en el pueblo, y que publicaba una vez al mes alguna noticia, en el diario de la ciudad. El total de los niños sobre los árboles era de once. Doce en un inicio, digamos hasta que cayó la primera niña. El más pequeño tenía cinco años y la más grande había sido la niña que cayó, que tenía trece.

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No había muchos más niños, en esa zona del pueblo. No entre esas edades, al menos. Harold tenía doce y no hablaba mucho con los otros. El profesor del colegio al que todos ellos asistían dijo que nunca vio nada anormal en ellos. De todas formas, estaban de vacaciones hacía dos semanas, así que tal vez hubiese pasado algo. Los padres tampoco habían notado nada extraño.

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Después del segundo día cayeron tres niños. Y es que estaban débiles, y los vencía el sueño y no parecían equilibrarse muy bien. Distintas cuadrillas de adultos nos habíamos organizado para traer almohadas, colchones y tratar de prepararnos para la caída de los niños, según las indicaciones de bomberos. La primera niña que cayó fue de esa forma la que sufrió más daño. Aunque también hubo algunas fracturas en los otros y hasta uno que quedó en coma, y no despertó hasta tres días después.

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Desde la ciudad trajeron unos andamios especiales que permitieron subir y tratar de bajar a los otros niños. Finalmente, cayeron siete y pudieron bajar a cinco, antes que cayeran. De todas formas, todos debieron ser llevados al hospital para ponerles suero y ayudar en su recuperación. Por suerte todo había ocurrido en verano, por lo que no hubo mucho frío en las noches y los árboles les procuraron sombra, a los niños, en los momentos en que el sol era un poco más agresivo. A la semana después, más o menos, cuando todo estaba más tranquilo, comenzamos a interrogar ordenadamente a los niños.

*
Yo participé en varias de esas entrevistas y debía transcribir sus respuestas. El comportamiento de los niños era normal y sus repuestas también, dentro de ciertos márgenes. No sabían por qué ni pare qué habían subido, aunque surgía el nombre de Harold, como decía en un inicio. Ya arriba no recordaban mucho salvo que no tenían miedo de caer, y que se habían sentido tan tranquilos, que habían sentido innecesario contestar, o moverse de donde estaban. El resto de sus respuestas era normal. No tenían intención de volver a subirse y decían que lo lamentaban. Que había sido algo tonto. No decían nada más.

*
Harold fue entrevistado por bomberos, doctores, policías y por varios de nosotros, durante los días que siguieron a las otras entrevistas. No es que lo sucedido siguiera preocupándonos tanto. Varios niños andaban enyesados y de vez en cuando hablábamos del tema, pero lo cierto es que queríamos más bien cerrar el asunto. Que nos dijeran que era un juego, por ejemplo, y castigarlos, nada más. Finalmente no pasó eso, pero todo volvió a la normalidad, en todo caso. Los bomberos cortaron las ramas bajas de los árboles y ya no era posible subir por ellos. Los niños volvieron a la escuela y se portaron como siempre. Bueno, casi igual que siempre. Y es que Harold quedó un poco más solo, porque los padres de los otros niños les dijeron que no se juntaran con él. Era algo entendible, en todo caso. No creo, además, que tenga relación alguna, con lo que ocurrió después.

martes, 27 de agosto de 2019

¿En qué pienso?


¿En qué pienso? Pues ahora mismo estaba pensando en la primera esposa de Barbazul. Le daba vueltas a la historia porque recordaba que, en ella, Barbazul asesinaba a las mujeres luego que abrían la única puerta que él les había prohibido abrir. Les entregaba un manojo de llaves, según recuerdo, donde faltaba únicamente aquella que permitía el acceso al cuarto prohibido, en el que cada una de ellas descubría -pues terminaban entrando igualmente de una u otra forma-, los cuerpos de todas las ex esposas, asesinadas porque habían abierto, justamente, esa misma puerta.

Daba vueltas a los hechos, decía, porque si bien la historia me parece clara, comienza a oscurecerse cuando piensas en la primera esposa de Barbazul. Y es que ella, concluí, no debiese haber encontrado cadáver alguno en aquel cuarto, por lo que su muerte no puede ser explicada de la misma forma que la de sus sucesoras.

Tal vez alguna versión de la historia lo diga en todo caso -ahora recuerdo simplemente una que leí hace muchos años y no he corroborado en otro texto-, pero lo cierto es que la ausencia de una explicación para esa primera muerte hace que el resto de los sucesos carezca de solidez y la historia completa amenace entonces con venirse abajo.

¿En qué pienso, preguntabas…? Pues en eso. En la primera esposa de Barbazul y cómo se desdibujan las historias. Y cómo todos los hechos que a veces crees unir sólidamente hasta formar una secuencia satisfactoria, pueden carecer del eslabón necesario para mantenerse en el tiempo.

En el mundo, pensaba.

lunes, 26 de agosto de 2019

Con una chica al hombro.


Lo vi corriendo con una chica al hombro.

Al principio me dio risa, porque lo sabía inofensivo, pero luego me preocupó un poco.

Fui a buscarlo.

Una hora después lo encontré atrás de un edificio y lo observé.

Estaba tocando una canción a la chica, que estaba dormida.

Lo hacía con una armónica que daba un sonido extraño.

Eran instrumentos que él mismo construía.

Cuando terminó me contó que la chica estaba amarrada a una anciana.

-Unidas por un gancho -me dijo-, por un imperdible.

-Además no sabe lo que quiere -siguió-, y no tiene idea del mundo.

-¿No sabe cómo es? -pregunté, sentándome en el suelo.

-No sabe para qué es -contestó él, mientras guardaba la armónica y sacaba de los bolsillos una especie de flautín.

Entonces empezó a tocar.

La chica seguía dormida.

La noche estaba clara.

La melodía era agradable.

Luego de un rato vi aparecer una rata, y me sobresalté.

Él, en tanto, dejó de tocar.

La rata se fue por donde vino.

Yo me acerqué unos pasos a la chica y la observé.

Se notaba que respiraba tranquila, sin sobresaltos.

No sabía bien qué más hacer.

-Puedes irte, si quieres -dijo él, mientras parecía armar un pequeño instrumento-, no te preocupes… todo estará bien.

-¿Palabra de honor? -pregunté.

-Palabra de honor húngara -contestó, sonriendo.

Y yo me fui.

domingo, 25 de agosto de 2019

Salir de Egipto para llegar a Egipto.


Salir de Egipto para llegar a Egipto. Sin Dios y por lo tanto sin plagas. Sin ayuda, digamos, salir de Egipto. Con las manos llenas de sangre, abandonarlo. Porque tú mismo mataste las ranas. Porque las langostas también te atacaron. Porque manchaste el río con tu propia sangre. Y porque la oscuridad era también tu propia oscuridad. Salir de Egipto para llegar a Egipto, repito. Tú me miras extrañado. Crees no saber de lo que hablo. Me dices que tú no tienes pueblo. Que no has atravesado desierto alguno. Pero que siga con la historia. Con la idea. Con la metáfora. Y yo me ofendo, claro, pero sigo. Me avergüenzo de tu ignorancia. De tu voluntaria ignorancia. No ves las pirámides. Tú prefieres llamarlas metáforas. Entonces te cuento que huiste por el desierto. Que nadie vino, cuando llegó el dolor. Que no te enviaron comida desde el cielo y que nadie separó las aguas para que pasaras. Mil veces moriste en el desierto, te digo. Y no son metáforas. Pero finges no entender. No saber nada del asunto. Te he visto mil veces subir a la montaña y bajar con las uñas enterradas en tu propia piel. Si piedras. Sin palabras nuevas. Sin más peso que tú mismo. Sin embargo, seguías. Por el desierto seguías y hoy simplemente dices que no eres tú. O aceptas, mínimamente, diciendo que, si eras tú, ya has llegado. Y claro, de cierta forma es cierto. Saliste de Egipto, pero llegaste a Egipto. Yo mismo te lo he dicho, desde un principio. Pero no quieres entender. Y me avergüenzas. Te secarás de pie, en tu ignorancia. Te convertirás en arena. Y seguirás diciendo que son metáforas. Y llamarás al dolor de otra forma, buscando alejarlo. Salir de Egipto para llegar a Egipto. No me pidas otro final, para esta historia.

sábado, 24 de agosto de 2019

Malas experiencias (I)


*
Un par de veces he jugado fútbol con futbolistas ciegos. Como arquero, por supuesto, para no desnivelar. Seis por lado, en canchas pequeñas. Y la pelota llena de cascabeles, sonando por toda la cancha. Son recuerdos que había decidido olvidar, pero que han vuelto. Los gritos breves, como de pájaros, para indicar a los otros donde se encuentran. Los golpes que a veces daban en la nada. Los tiros que podían salir en cualquier dirección y no sabías cómo prevenir. Y una sensación extraña, ahí, mirando y siendo parte de todo eso, como un fraude. Y ellos sabían, por supuesto, que te hacían sentir como un fraude.

*
No están hechos para ser vistos, esos partidos. No ríen, ellos, mientras juegan. No pareciera que disfrutan. No parece un juego. Cuando se golpean fingen saber que no saben qué golpean. Pero yo sé que sí lo saben. Hay algunos incluso que están menos ciegos. Sospecho que ven manchas, por lo menos, pero no lo admiten. Mienten, por supuesto, como todos. Pero es peor ver cómo mienten, cuando ellos no saben que ves eso. Habrá quien diga que fueron malas experiencias, simplemente. Que el recuerdo se ha transformado, con el tiempo. Que la incomodidad surge porque puedes engañarlos, o puedes intentarlo, al menos. Yo sé, sin embargo, que no es así. La última vez que fui, por ejemplo, acuchillaron a uno en un camarín. Llegó la policía, incluso. Por supuesto, nunca encontraron al culpable.

viernes, 23 de agosto de 2019

¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío!


I.

Estaba en casa, decidiendo si lavaba o no un plato.

Ya casi resolvía el dilema cuando escuche que golpeaban la puerta.

La entreabrí y miré fuera.

Había un tipo alto, alegre, con apariencia de extranjero.

Nunca antes lo había visto.

No bien vio la puerta entreabierta, el hombre la abrió del todo y dio un par de pasos dentro de la casa.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -me dijo.


II.

Como según él era amigo mío lo puse a prueba pidiéndole que lavara el plato.

Y como soy exigente con mis amistades (de lo contrario los considero simples conocidos), le pedí de paso que lavara un par de ollas y trapeara la cocina.

Mientras, yo buscaba en Wikipedia algo sobre Pavlovsk, para poder entablar alguna conversación.

Así, mirando de reojo la información, comencé a preguntarle algunas cosas:

-¿Qué tal el palacio de Pavlovsk, esa importante residencia de la familia imperial rusa?

-¿Simpáticos los 16.058 habitantes del lugar, según el censo del 2010?

-¿Qué me dices de su clima…? ¿Ha estado más oceánico o más continental este último tiempo?

Pero mi amigo se hacía el desentendido y sonreía, simplemente, sin responder.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -volvió a decir entonces, aunque con otro tono.

Supongo que no sabía decir ninguna otra frase en español.


III.

Le hice algunos gestos para indicarle que me mostrara un documento.

Costó un poco, pero finalmente me acercó su billetera, donde había algunas tarjetas y una especie de carnet, aparentemente con letras mal impresas.

También encontré dos o seis billetes muy bonitos, que guardé a modo de recuerdo, para iniciar una colección.

Luego le devolví la billetera.

-Yo soy Vian… -le dije entonces, tocando mi pecho y remarcando cada una de mis palabras-. ¿Cómo te llamas tú?

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -se limitó a responder.

Dos veces, dijo aquella frase, en esa oportunidad.


IV.

Comprendí que algo andaba mal con él.

Me preparé un café, a él le serví un vaso con agua y lo invité a sentarse.

Él parecía esperar que yo dijera algo.

-No sé bien cómo explicarte… -le dije-, el mundo esta lleno de cosas… tristezas, alegrías, ya sabes… no puedes limitarte a llegar de Pávlovsk, simplemente, por muy amigo mío que seas…

-¿Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío? -dijo él. Esta vez con tono de pregunta.

Los ojos le brillaron un poco y parecía estar nervioso.

Me conmovió un tanto su expresión.

-Todos llegamos de Pávolvsk, alguna vez, amigo mío… -le dije, palmeando su hombro-. Pero no basta con llegar, hay que dirigirse a algún sitio…

Él entonces indicó unas galletas que yo estaba comiendo, posiblemente para cambiar el tema.

-No puedo ayudarte más -le señalé entonces, mientras lo acompañaba para que lavase lo que habíamos ensuciado, en su recepción.

Yo sequé mi taza, por cierto, porque no me gusta abusar.

Luego, lo acerqué a la puerta y la volví a abrir, mostrándole el mundo entero que estaba fuera de ella, y que debía recorrer.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -me dijo, aferrándose a la puerta, sin querer salir.

-Pues ya sabes como es esto… -le dije, mientras lo empujaba un poco, y hasta le hacía una pequeña zancadilla, para que terminase de salir-. Somos responsables de nuestro lugar en el mundo.

-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -siguió gritando, incluso luego que cerré la puerta, tras él.

Tras decirlo unas cinco o doce veces más, y hasta lloriquear un poco, finalmente se fue del lugar, quién sabe si de regreso a Pávlovsk.

¡Suerte en tu viaje, buen hombre…!

jueves, 22 de agosto de 2019

Hércules no es bueno.


Hércules no es bueno.

Él mismo lo reconoce sobre el final del Hércules loco, de Séneca.

En aquella obra, cegado y enloquecido luego de vencer en todas las pruebas, mata a se esposa y a sus hijos.

Sin embargo, no digo que no sea bueno por estos asesinatos.

Puedo dejar aquello aparte, y asimilar aquello como consecuencia de un hechizo, incluso, si se quiere.

En cambio, Hércules no es bueno, por algo que él mismo admite:

Las hazañas loables las hice obedeciendo órdenes, nos dice, solo esto último es lo mío.

De sus palabras dejo de lado las últimas, propiciadas por la culpa, y me quedo con las primeras.

Y es que lo bueno que ha hecho Hércules, no es suyo. Esa es la clave.

No ha hablado nunca su voluntad, digamos, a través de sus acciones.

Alguien podría discutir, por supuesto, diciendo que, con su poder, Hércules fácilmente podría haber dominado a los hombres y hasta vaciado el cielo.

Y al no haberlo hecho, entonces, demostrar que es bueno.

Yo, en cambio, digo que aquello no lo hace bueno, en lo absoluto.

Aunque puedo llegar a aceptar, si insisten, que Hércules no es malo.

Pero claro… ser bueno y no ser malo, son asuntos totalmente distintos.

Homologarlos es el origen de los dioses inútiles y el de los hombres desdichados.

Es una cuestión básica y absoluta.

Hércules no es bueno.

miércoles, 21 de agosto de 2019

¿Dónde es más bella la nuez?


-¿Y tú qué piensas? -me preguntó de improviso-, ¿dónde es más bella la nuez?

-¿Qué nuez? -pregunté.

Ella acostumbraba a lanzar sus preguntas así, de improviso, revelando de pronto que estaban fluyendo en ella desde hacía rato otras ideas, como ríos subterráneos.

-Cualquier nuez -me dijo, como si con eso aclarase todo-. Incluso puede ser otra cosa similar y no una nuez.

-No entiendo -confesé-. Sabes que cuando comienzas a hablar así tienes que explicarte…

Ella se tomó unos segundos, para ordenar sus ideas.

-Te preguntaba dónde es más bella la nuez… -dijo un poco más lento, como si escogiera entre varias cada palabra que decía-. Me refiero si la encuentras más bella adentro o afuera…

-¿Te refieres a si la encuentro más bella con cáscara o sin cáscara? -pregunté.

-Sí -dijo ella, aunque no parecía convencida-. Más o menos eso.

-Pues no sé… -dije, mientras pensaba-. Nunca lo había pensado en términos de belleza… pero supongo que enteras… con cáscara, me refiero…

-¿Te gustan las nueces? -me interrumpió-. ¿has abierto alguna para comértela después?

-No me gustan especialmente… -contesté, moentras recordaba-. Supongo que he abierto algunas, pero no sé si para comérmelas yo o para alguna otra cosa…

--Pues yo creo que justamente por eso las encuentras más bellas de esa forma -señaló, como una conclusión-. En eso estaba pensando. En superficie y profundidad. En belleza y utilidad. En ese tipo de cosas.

-Ya… -dije yo, mientras ella pasaba a hacer otra cosa, y parecía dejar de lado aquello que segundos antes la intrigaba.

Mientras la veía guardar algunas cosas en su bolso, sin embargo, yo me sentía extraño, con ganas de explicarle que había pensado que la nuez era más bella desde fuera pues poseía, de esa forma, dos bellezas.

Ella en tanto terminó de guardar sus cosas, miró la hora y comentó que estaba atrasada.

-¿Nos vemos el martes, cierto? -me preguntó, luego de despedirse apurada.

-Sí -le dije, sonriendo. Pero sabía que todo era mentira.

martes, 20 de agosto de 2019

Lo que encontró J., en Honduras.


Al interior de una selva, en Honduras, J. conoció a un grupo de monos que, según sus palabras, hacían reír. Cuando lo explica en detalle puede que se aclare que no necesariamente buscaban la risa del espectador, sino captar la atención para alterar su conducta y aprovecharse de aquel efecto para escapar -como lo hacían con otros animales-, o para atacar luego, por sorpresa, al más pequeño de los integrantes -como le ocurrió a él mismo, luego que robaran algunas cosas que cargaba durante la expedición-.

Si bien las estrategias que utilizaban estos monos eran variadas, la principal era la imitación exagerada de los rasgos que habían observado en los espectadores. Así, por ejemplo, el grupo de los monos a los que hace referencia, habría imitado el andar de los hombres, cargados de mochilas, realizando movimientos de machetes y hasta reproduciendo la torpe caída que había sufrido uno de ellos, unas horas antes de encontrarse con los monos.

Así, a una distancia segura y ubicándose en un lugar lo suficientemente visible, algunos de esos animales ofrecían el espectáculo, del que he observado un par de malas fotografías, en las que no se aprecia bien, si soy sincero, aquello que realizan.

También, durante aquella expedición, J. aseguró haber llegado hasta unas ruinas de las que me mostró una decena de malas fotos, ya que, según él, algunos de los hombres que lo acompañaron en la expedición le impidieron fotografiarla o intentar indagar más en ellas, que estaban mayormente cubiertas de vegetación.

Fue entonces que vi sus dibujos, que parecían reproducir no ruinas sencillas, sino prácticamente una ciudad en medio de la selva, y recibí desconfiado la propuesta que me hacía para narrar el relato de su descubrimiento para enviarlo a alguna revista o institución especializada.

Me negué a eso, por supuesto. En cambio, utilicé la historia de sus monos para un cuento que escribí en ese entonces y que perdí junto a muchas otras cosas, en un robo hace varios años ya.

Respecto a las ruinas de esa ciudad, en tanto, luego de varios años, supe que habían sido descubiertas oficialmente, y que supuso un gran hallazgo -el más importante de este milenio, para algunos medios-, y hasta vi unas fotos en la National Geographic.

J., que trabaja hoy como pequeño agricultor, exportando papas, desde Chiloé, supo también de este hecho, y hablamos por teléfono, en esa oportunidad.

No me culpó de nada ni se arrepiente de no haber llegado a difundir lo que encontró en su momento.

-De todas formas -me dijo-, todavía no han descubierto la entrada a los túneles, que se veía en una foto… esa en que aparecía el jaguar.

-No recuerdo esa foto -le confieso, tras intentar recordar.

Entonces J. dijo que igual no importa… que tal vez no me las mostró todas… y hablamos luego de otras cosas y hasta se comprometió a mandarme un saco de papas, que nunca envió.

lunes, 19 de agosto de 2019

Australia.


Vivió en Australia durante un año. Luego de un mes en Sidney quiso recorrer el país. Lamentablemente, perdió su dinero y toda su documentación luego de viajar en un pequeño tren y bajarse más tiempo del necesario en un lugar no permitido. El lugar tenía un nombre que él juro no repetir y estaba en una zona muy seca y calurosa. Apenas tenía un bar, una posada y un edificio de madera, de dos pisos, donde había un funcionario que hablaba un extraño inglés que apenas logró comprender. Según descifró, luego de contarle su problema, el tren paraba ahí cada quince días. Tendría que esperar hasta aquel momento, por supuesto. Había un teléfono en la oficina del funcionario y otro en la posada. Ninguno funcionaba. También había un televisor, en el bar, donde llegaba un canal que se veía con dificultad y transmitía todo el día partidos de rugby, algunos de ellos muy antiguos. Recién estaba naciendo internet por esos años y en aquella región no llegaba, por supuesto. Tampoco había señal para su teléfono móvil. Tenía apenas un poco de dinero, su teléfono móvil, una máquina fotográfica y unas prendas de ropa que cargaba en su mochila. Para subsistir durante esos días convenció al hombre de la posada para que lo dejara quedarse a cambio de la máquina fotográfica. El hospedaje incluía un café al desayuno y un almuerzo que el hombre solía improvisar -era el único cliente de la posada, por supuesto-, y una cerveza helada con u trozo de pan al finalizar la tarde. Recorrió el lugar durante esos quince días. Las calles no tenían nombre y eran de tierra. Descubrió que había muchos cuartos abandonados en los que tal vez habría podido quedarse. Eso hizo, de hecho, luego que a los diez días el tipo de la posada le dijo que se le había acabado el crédito. Calculó que debía haber perdido dos o tres kilos, fácilmente, en aquel lugar. El día catorce, recorriendo los alrededores metió uno de sus pies en una extraña trampa. Unos dientes de metal se clavaron en uno de sus tobillos y una cadena con un candado impidió que pudiera alejarse del lugar. Estuvo ahí durante dos días. Desde ahí, con el tobillo fracturado y herido, escuchó como llegaba el tren y se detenía unos minutos en el lugar, hasta que volvió a partir. Horas después, el funcionario, supuestamente extrañado de no ver al hombre subirse a la máquina fue a buscarlo y lo encontró herido. Abrió la trampa y liberó el candado con una llave que sacó de un gran manojo, y lo llevó hasta donde una anciana que le llenó el tobillo de una especie de barro. Se quedó con la anciana, que hablaba en un extraño dialecto, hasta que llegó el otro tren. Los últimos días no pudo negarse a tener sexo con ella, aunque en principio le había producido rechazo el olor de la mujer y lo negro que tenía sus encías en aquellos lugares en los que faltaban dientes. Cojeó para subir al tren luego de despedirse de la mujer, explicó su situación y llegó hasta una ciudad donde pudo hacer una llamada y solicitar dinero a un familiar. También tramitó unos nuevos documentos. El dinero le llegó a la ciudad una semana después, pro no era mucho. Decidió trabajar en el lugar, ayudando a unos hombres que construían una plaza. Pasó ahí varios meses. Luego trabajó construyendo unas casas y poniendo techos en una villa pequeña villa, en las afueras de una mina. A veces salía a cazar, en las cercanías. Casi nada de lo que mataban era comestible. Una vez le disparó a un canguro, solo porque los demás lo hacían. No lo mató con el disparo, pero al herirlo permitió que otro de los cazadores se acercara hasta él y le diera muerte con un cuchillo. Comió una especie de estofado que hicieron con parte de la cola. También se habían llevado las piernas del animal, pero no probó. Volvió a Sidney solo la última semana antes de regresar a su país. En Sidney compró recuerdos para su familia. Llaveros, imanes para el refrigerador y unas cuantas camisetas. En casi todas aparecía algún canguro u otro animal que era caricaturizado con expresiones bondadosas. Casi siempre sonreían, en las imágenes, aquellos animales. Había pasado un año en Australia. A él le quedó una pequeña cojera a partir de la herida en su tobillo. Su piel oscureció al menos un tono. Yo no le creo, pero dice que nunca volvería a aquel lugar.

domingo, 18 de agosto de 2019

Menos vivo.


Él decía que estabas menos vivo cuando tenías los ojos cerrados.

Lo decía con un tono serio, casi científico… y hasta daba algún porcentaje para indicar la cantidad menos de vida que supuestamente tenías.

Carecía, por supuesto, de cualquier tipo de evidencia que respaldara su observación.

Yo se lo critiqué una vez y él se molestó, alegando que cuando algo era evidente, ese algo contenía, al mismo tiempo, su propia evidencia.

-Como un huevo -me dijo-. Lo que hay en su interior es su evidencia. Tú mismo has escrito sobre eso.

Eso no era exacto, pero entendí el punto, así que lo dejé pasar.

Lo que él explicaba, por otro lado, era fruto de una impresión bastante vaga.

Y lo que a mí me llamaba la atención, era la conclusión de todo aquello.

Según él, cuando una persona cerraba los ojos, y dejaba de ver, su expresión daba cuenta de una ausencia de vida.

-Mantiene sus funciones motoras -explicaba-, eso es evidente, pero la vida está ausente… y la persona es entonces similar a un auto cuyo motor está encendido, pero fijo, manteniéndose en un mismo lugar.

Si la persona soñaba, sin embargo, su teoría fallaba en parte, pues él consideraba que soñar era también ver, en menor medida, al igual que pensar, a lo que asignaba cierto porcentaje mínimo, en el cálculo de vida que tenía un ser.

-No tienes más vida que aquello que ves -concluía siempre-, desde ahí fluye verdaderamente la sangre que otorga vida.

Y claro, era justamente aquella conclusión la que llamaba mi atención.

No la forma en que la expresaba, sino la concepción de mundo que reflejaba esa sentencia.

La importancia que adquiría lo que estaba fuera de uno mismo, digamos.

Justo lo contrario de lo que hacía evidente al huevo, según la interpretación que él mismo le daba.

Por supuesto, eso me llevaba a tomar un poco más en serio sus palabras.

Más cercanas a la verdad, me refiero.

Como si el ver del que hablaba fuese también tocar, oír, oler, gustar y hasta sentir.

Y como si la vida que aquello nutría, fuese también, ciertamente, muchas otras cosas.

sábado, 17 de agosto de 2019

En el coro.


Antonia está en el coro de niñas de la iglesia. Le avergüenza ya que tiene mala voz y las otras niñas ya llevan tiempo trabajando. Por si fuera poco, prácticamente sin ensayo, debe cantar este domingo frente a sus padres y los distintos asistentes. Justo entonces, minutos antes, mientras se ubican en sus lugares, para cantar, otra niña se acerca y le pregunta si se siente mal. Antonia le explica la situación y sus ojos se llenan de lágrimas, mientras lo hace. La otra niña le dice entonces que no se preocupe, y que haga como Cristina, Soledad y ella misma, que apenas mueven la boca fingiendo que cantan, para no desafinar. Nadie se da cuenta, le dice. Antonia se tranquiliza un poco. Además, solo son dos canciones. Sigue el consejo de su nueva amiga con la primera. Mueve la boca, nada más. Todo sale bien. Sus padres la graban con un celular, desde su asiento. Al final todos aplauden. Mientras espera el momento de la segunda canción, sin embargo, Antonia comienza a cuestionarse algunas cosas. Por ejemplo, y aunque sabe que es absurdo, ella piensa que tal vez en el coro nadie cante realmente… y el sonido venga de otro sitio o en realidad ni siquiera venga… Es algo absurdo, claro, pero hay que admitir que son varias las niñas que no cantan… Los espectadores, por otro lado, parecen tener algo extraño… tal vez tampoco escuchen realmente y fingen hacerlo, del mismo modo como algunas niñas simulan cantar… Sí, piensa Antonia, tal vez nadie se atreve a decir nada, pero todos saben, y hay que seguir en el juego. Igual que en esas ocasiones cuando dudas sobre dios y te preguntas por qué lo bueno es bueno y lo malo es malo, sin que nadie tenga realmente una respuesta sobre aquello. Pero claro, no debe valer la pena comenzar a cuestionarse todo eso… Además, ya está por empezar la segunda canción. Por esto, Antonia opta por quedarse en su lugar, mientras repasa mentalmente la letra de la canción que viene. Sus padres vuelven a sacar un celular, para grabarla. Ella se sonríe con su nueva amiga. Todo está en orden.

viernes, 16 de agosto de 2019

Formas en que nace el caos (I)


Fue a reclamar porque compró un huevo, pero le salió vacío. Solo cáscara, dice él, mientras muestra los restos. La cáscara es un poco más gruesa con lo que compensa un poco el peso, pero el hombre insiste en que el huevo estaba vacío. Alega que se trata de una estafa. También lleva los otros huevos que compró, intactos, para devolverlos.

-Si le salió vacío no era un huevo -dice entonces la vendedora-. Lo que equivale a decir que usted no compró un huevo. No sé entonces de qué está hablando.

-Hablo de un huevo que le compré… -insiste el hombre-, de seis huevos, en realidad, y al menos el primero está vacío.

-¿El primero qué?

-El primer huevo… le acabo de mostrar la cáscara…

-Pues yo dudo que eso haya sido un huevo… -intenta explicar la vendedora-. Además, si no tiene nada dentro, ¿puede considerarse cáscara lo de fuera? Usted se contradice mucho… Por otro lado, ¿cómo sabe que ese… que “eso”, era “el primero”? ¿Cómo conoce usted el orden de aquello que usted llama huevo y que quiere hacer pasar como tal?

-Espere -dice el hombre, intentando ordenar sus ideas-, yo pagué seis huevos, usted misma me los cobró, entonces abro uno, para freírlo… y sí, puedo aceptar que sea uno y no el primero, pues luego no abrí otros… pero el caso es que encuentro que está vacío… por ende, vengo a devolverlos… no veo qué contradicción o error mío hay en eso…

-Hay muchos -dice la vendedora-, pero creo que es imposible discutir lógicamente con usted… además usted no necesariamente pagó por seis huevos… pagó un total, es cierto… pero por seis unidades de algo, eso es todo…

-Los huevos valen $150 y yo pagué $900, para mí está claro.

-Pues también hay otros productos que valen $150… que algo valga $150 no lo convierte en un huevo… ¿o acaso si yo le vendo una cebolla en $150 eso la convierte en un huevo?

-No, pero…

-Entonces está claro -concluye la vendedora-. Si no tiene nada dentro no es un huevo. Busque la definición si quiere. Eso inhabilita inmediatamente su reclamo. Le pediría ahora que se retire, por favor.

El hombre la observó por un momento. Vio que había otras personas comprando y consideró inútil continuar. Pensó arrojar los huevos el en local, pero pensó que cualquier cosa que ocurriera no se saldría con la suya. Si se rompen y manchan resultará que eran huevos normales, pensó, y si se rompen y solo hay cáscara no ensuciaré nada y tampoco ganaré nada, pues ella confirmará que no eran huevos, y que mi reclamo es inútil.

Mientras pensaba todo esto uno de los huevos que llevaba el hombre (lo llamaré aquí de esa forma para facilitar la comprensión), hizo un pequeño ruido, pues comenzó a partirse, desde dentro.

Pero nadie lo escuchó.

jueves, 15 de agosto de 2019

Popeye.


I.

-¿Te acuerdas de Popeye?

-¿El vecino al que le dio la parálisis facial?

-No… el personaje de dibujo animado…

-Pues claro… me acuerdo.

-Es que el otro día encontré la serie y vi un capítulo muy raro… que me dio qué pensar…

-¿Ahora viene la parte en que me cuentas el capítulo?

-Sí.

-Dale. De acuerdo.


II.

En el capítulo Popeye va en un crucero, en un viaje largo pues ha ganado un premio, hasta que de pronto se debe enfrentar a una dificultad y come espinacas y vence… lo típico, digamos. Pero ocurre que se gasta la única lata de espinacas que tenía y están en medio del océano y surgen nuevas amenazas. Entonces Olivia, que por supuesto iba con él, encuentra acelga en la cocina, y se la da diciendo que era espinaca… y funciona. Popeye se las traga sin sentir el sabor, supongo, y vence las adversidades nuevamente. Entonces el viaje sigue y Olivia, ya sin acelgas, va cortando trozos de las plantas que había en un salón del barco y se las da, engañándolo nuevamente, varias veces, hasta que se acaban las plantas. A poco de llegar a la costa, lamentablemente, surge una última gran complicación, que requiere la fuerza de Popeye… entonces Olivia busca y no encuentra… hasta que en el camarote abre una maleta donde hay un gran fajo de billetes verdes, que eran parte del premio. Los mira y no se decide, hasta que entra Popeye y la ve con el fajo de billetes en la mano. Olivia incluso duda y lo esconde, pero Popeye toma los billetes y se los come… Eran verdes, claro, pero no tenían la apariencia de la espinaca como en las ocasiones anteriores… pero Popeye recibe sus efectos de igual forma… y vence… creo que era a un gran pulpo. Poco después llegan a la costa, pobres, pero sanos, y siguen su vida de antes.


III.

-¿Se entendió la historia?

-No muy bien, pero sí…

-¿Y qué te parece?

-¿Qué cosa? ¿Lo del efecto placebo?

-No es solo eso… recuerda que al final Popeye ve el dinero, no se confunde… de hecho le hace un gesto a Olivia, como lamentando tener que comérselo…

-Pues no dijiste eso…

-Ahora lo digo.

-Pues no sé, es raro…

-¿Raro, nada más?

-…

-Supongo entonces que lo he contado para nada…

-Al menos me sirvió para acordarme del vecino de la parálisis facial, ¿sabías que una vez…?

-No quiero escucharlo, gracias... No entiendes una mierda.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Gesto técnico.


Vio el ataque, en una esquina. Un hombre con un cuchillo atacaba a otro. En repetidas ocasiones lo atacaba, hasta que el otro cayó. Estaba oscuro. Extrañamente silencioso. Todo le pareció un poco falso, artificial. Tanto que pensó que había un problema en ella, al percibirlo. No le pareció escuchar, por ejemplo, que el hombre acuchillado hubiese gritado. Todo fue como un juego de sombras, pensó. No vio expresiones de pánico ni angustia. Fue como una representación. Menos que eso: el ensayo de una representación. Incluso podría decirse que fue un instructivo: el repaso de los movimientos para un asesinato realizado con un arma cortopunzante. El gesto técnico, digamos. Como cuando muestran a un futbolista golpeando correctamente un balón o a un deportista X haciendo un movimiento X. Entonces, el cuerpo que acuchilló pareció mirar en varias direcciones (menos hacia la ventana del tercer piso desde donde ella observaba) y se va del lugar. Lo ve llegar hasta otra calle donde dobla y se aleja. El otro cuerpo, en tanto, ha quedado en el suelo. Le pareció ver un pequeño movimiento, en un inicio, pero luego ya es un bulto, simplemente. No se aprecia en él movimiento alguno. Ahora debo llamar a la policía, se dice. O tal vez a una ambulancia. Toma su teléfono. Piensa en el tono de voz adecuado para narrar lo ocurrido. En el gesto técnico adecuado, digamos, que diferencie esa llamada de la que realizó dos horas antes para pedir una pizza. Se decide por llamar a la policía. Debe parecer nerviosa, pero no sabe bien cómo hacerlo. Y como no sabe, lo dice. Estoy nerviosa, dice. Atacaron a un hombre con un cuchillo. Da su dirección. Explica que todo estaba oscuro. Que no vio bien. Que no sirve para testigo. La dejan esperando, un momento en el teléfono. Vuelven a pedir sus datos y le hacen repetir la declaración, agregando unos detalles. Entonces le informan que irá un policía hasta su departamento, para que firme una declaración. Que será algo rápido. En treinta minutos aproximadamente. También enviarán una ambulancia. Ella no sabe qué decir, así que se queda en silencio. Pero no corta la llamada. ¿Está ahí todavía?, le preguntan luego de un minuto. Ella contesta que sí. Puede colgar, le dicen. Ella lo hace.

martes, 13 de agosto de 2019

Algo.


Me desperté de golpe, agitado.

Estaba soñando una serie de cosas, que no se me antoja recordar y que no vienen al caso.

Como otras veces, sin embargo, sentí que algo había arrancado del sueño.

Algo que, mientras está ahí, buscando donde situarse, te produce cierta angustia.

Puedes seguirlo con la mirada, mientras despiertas, como el vuelo de una mosca.

Y al igual que con la mosca, si logras ver donde se detiene, puedes intentar deshacerte de aquello.

No necesariamente acabar, con aquello, pero al menos alejarlo de aquel sitio.

Despejar el lugar, digamos.

Y controlar la angustia, entonces, hasta cierto punto.


En esta oportunidad, seguí a aquello hasta fuera de la habitación.

Podía notar su presencia, también inquieta, y a veces hacía pequeños ruidos, supongo que para ahuyentarme.

Sentí que su tamaño, tal vez, no lo dejaba quedarse entre mis cosas.

No era pequeño.

No era joven.

No era bueno, pensé.

Tiene una fuerza distinta que otras veces.

Menos miedo.

No le preocupa que escriba sobre él.

Podría incluso, me dije, llegar a mostrarse.

Pasaron horas, así, mientras se acomodaba.

Todavía no llegaba ahí, pero de pronto, supe que iba a situarse en una bicicleta.

Podría observar esa bicicleta desde mi pieza, por la ventana.

Pero sabía que, si lo hacía antes de tiempo, aquello bien podría aparecer detrás de mí, o mostrarse en otro sitio, y no estoy listo para aquello.

Además, acá tampoco estarás cómodo, le dije.

En la bicicleta, en cambio, puedo llevarte hasta otro sitio.

Repito esto varias veces.

Ojalá nos hayamos entendido.

Ahora, precisamente, han cesado los ruidos.

O al menos son más suaves.

No escribo más, para no complicar las cosas.

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