sábado, 31 de agosto de 2019

Parecían lunas.


Parecían lunas. Primero vi dos. Luego noté que eran cinco. Por un momento pensé que podían ser nubes que hubiesen tomado esa forma, no sé… supongo que eso nos pasa cuando queremos racionalizar lo desconocido. Lo que no debe estar ahí. Yo estaba en una azotea, con alguien más. Alguien a quien quise mucho. Estaba haciéndose de noche, pero había suficiente luz. No estaba del todo despejado pero aquellas cinco lunas, o esferas, se veían bien. Dispuestas horizontalmente, en lo alto. Entonces ella sacó el celular, pero dijo que costaba enfocarlas a todas, además justo pasaron algunas nubes y se taparon un poco. Le dije que dejara de grabar, que tal vez no querían ser grabadas. No sé si dije en voz alta esa razón, ahora que lo pienso, pero el hecho es que ella dejó de grabar. Justo entonces las cinco esferas comenzaron a moverse. Manteniendo la distancia. Con leves diferencias entre cada una de esas esferas, aunque no creo que pueda intentar precisar. Se movían por todo el cielo. A veces desaparecían en parte, bajo nosotros, pues estábamos en la azotea de un edificio muy alto. Estábamos en el piso. En mi caso apoyado en un pequeño muro de seguridad que tenía el edificio. Un muro de no más de un metro que podía saltarse fácilmente, por cierto. Seguíamos con la vista las esferas y era emocionante. Una sensación hermosa si no hubiese sido por el vértigo. Yo sentía vértigo. Ella miraba las esferas, asombrada y se había puesto de pie. Yo estaba recogido, contra el pequeño muro, como si pudiese aferrarme a eso. Por momentos sentía que las esferas seguían fijas y que todo lo demás se movía, aunque el efecto final era casi el mismo. Ella me miraba por momentos y se veía feliz. Yo intentaba estarlo, pero sentía vértigo. Tampoco se lo decía, para no echarle a perder aquel momento. No sé cuánto más siguieron en movimiento las esferas. Supongo que hasta poco después que cerré los ojos. Ella estaba feliz. Se acercó hasta donde estaba y me abrazó. Era como si esa experiencia nos hubiera unido. No se trataba de haber grabado todo aquello ni nada por el estilo. Eso no tenía importancia. Yo intentaba estar ahí, con ella, pero el vértigo seguía. Estaba contento, claro, por ella y porque estábamos juntos. Y porque algo que ella sabía trascendente, sin duda, ahora nos unía. Yo ya la quería así desde antes, pero habían faltado las esferas, para que se volviera mutuo. Esta vez, sin embargo, debido al vértigo, había algo que nos seguía separando. No vivimos lo mismo. Creo que ella no se daba cuenta. Para mí era algo magnífico, claro, pero en mi cuerpo había también otras señales. Incluida la forma en que estamos acostumbrados a interpretar aquello. Ver todo como algo hecho para nosotros, me refiero. Me di cuenta que ella lo veía así y que por un momento yo también lo hice, cuando le dije que guardara la cámara. Como si esas esferas hubiesen montado ese espectáculo para nosotros, exclusivamente. Supongo que ella creía eso. Yo dudaba si era bueno creer eso. Me sentía egoísta creyendo eso. Y es que si era así, incluso podía pensar que se fueron porque cerré los ojos. Ella estaba feliz, sin embargo, y creía en nuestra unión luego de aquello. Notaba en sus ojos algo distinto en su forma de mirarme. Parecía comprender que estábamos hechos para estar juntos. Suena cliché eso, por supuesto, pero en nuestro caso era verdad. Yo lo sabía desde antes, pero ella sin duda no lo sabía. Esta vez, sin embargo, por la forma en que se dio, pensaba yo que no era la manera correcta. La veía egoísta, a ella, pensando que -ahora-, nosotros dos éramos el centro. Pude haberme aprovechado de eso, claro, pero no lo hice. Si eso nos iba unir y ella no lo sabía desde dentro, desde sí misma, era mejor dejarlo así. Ella buscó en su celular lo poco que había grabado y lo borró. Era suficiente con que lo supiéramos los dos. Me miró llena de amor y vi que era verdadero. Es decir, vi que ella, por primera vez, veía que era verdadero. Era hermoso, pero no me pareció justo. Me sentí amado, pero a la vez sabía que yo amaba desde antes, sin necesidad de las esferas. Ella nunca lo había sabido. Nunca se lo había planteado incluso. El centro habían sido siempre sus propias sensaciones, sus experiencias, ella misma. Yo la amaba, pero eso no era justo. Tal vez era verdadero, y hasta hermoso, pero no era justo. Nos miramos por una última vez y vimos todo el uno el otro. Podía ser la primera gran mirada o la última. El final ya se sabe, por supuesto. Yo no soy el centro del mundo.

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