domingo, 11 de agosto de 2019

Ninguna demanda, me dijo.


-Nunca tuve una demanda, -me dijo-. Trabajé catorce años con ancianos y nunca tuve una demanda. Puede que a ti no te suene a nada, pero para mí es el logro más importante que he tenido. La que me seguía tenía once y eso que llegó al lugar dos años después que lo hice yo.

-Ya… -dije yo-. La felicito.

-Tú no entiendes -continuó-. Se trataba de ancianos. Hombres y mujeres que ni siquiera recordaban que habían sido hombres y mujeres… Molestos, rencorosos, olvidadizos, buscando siempre a quien culpar de su estado… de haberse hecho encima, de que no los vengan a visitar, de que le salieron manchas en la piel… o de que la vida se les fuera sin haber entendido nada…

-Yo soy profe -comenté-, algo entiendo.

-No es lo mismo -señaló, molesta-. Los chicos tampoco entienden nada, pero creen que entienden, o que van a comprender… creen que tienen tiempo, supongo, por más desesperados que parezcan… Los ancianos, en cambio, o aceptaban la muerte sin más, o buscaban poner algo entre ellos y la muerte… Las demandas funcionaban de esa forma… Todos los meses cada anciano era entrevistado por un abogado que les preguntaba si tenían algún reclamo… algo que luego él transformaba en una demanda… El tipo fingía interés. Recibía un sueldo de parte de una Institución que había logrado colarse en varios asilos y además cobraba aparte cada juicio. Cada demanda, incluso… Pero claro, yo nunca tuve una. Tenía mis métodos, por supuesto… Algunos no te parecerían muy limpios, pero no voy a detallar nada para que después lo andes contando…

-No lo haría -mentí.

-Mientes -me dijo-. Pero da lo mismo. No te daré nada para contar. Solo números. Veinte ancianos a mi cuidado. Catorce años de trabajo. Poco más de cien, considerando que se morían y los reemplazaban de inmediato. Dos premios durante mi trabajo en aquel lugar. Una gran despedida cuando decidí irme. Y ahora tú, intentando hacer preguntas quién sabe para qué.

-Para encontrar a alguien. O saber qué ocurrió con alguien, como ya le había dicho. Era pariente de una poetisa llamada Sara Vial, de la que le gustaba hablar. Era pequeñita, delgada y de ojos azules. Se acordaba de un piropo que le habían dicho cuando era joven, sobre unos angelitos… siempre repetía esa historia… No tuvo hijos y…

-Pero ni tú ni yo manejamos nombres -me interrumpió-. Yo me acordaría en qué cama estuvo y que año murió, en el mejor de los casos. Tú recuerdas alguna historia y poco más… Ya ves que no soy peor que tú, aunque me mires de esa forma…

-¿De qué forma? -pregunté yo.

Pero ella no contestó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales