jueves, 8 de agosto de 2019

Cuál era cuál.

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Ella estaba en el pasillo de los fideos. Creo que era el número doce. Miraba las tablas de información nutricional y los ingredientes utilizados. Lo hacía todo el tiempo, pero sin saber exactamente qué buscaba. Como si entre todos esos números y nombres fuese a encontrar algo perdido. Algo de importancia, incluso, podría decirse, a partir de la atención que le dispensaba. No pensaba en nada más -o no se daba cuenta que pensaba nada más-, mientras hacía eso.

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Él estaba en el pasillo de al lado. Era el dieciséis. Hace poco se había dado cuenta que los números de los pasillos no eran siempre correlativos. Por un tiempo intentó buscar la lógica que había tras aquello. Tal vez la encontró -o tal vez no-, pero lo cierto es que dejó de buscarla. Ahora está buscando algo concreto. Una mayonesa supuestamente casera con toques de ajo que probó en casa de un colega hace unos días. Y claro, como ella está leyendo los envases él se demora un poco más y aprovecha de acercarse a la promotora de una salsa light, para untar, que la ofrece con unas pequeñas galletas.

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Dependiendo de producto, ella a veces elegía alguno con menos grasas o calorías, o que resaltara la presencia de elementos orgánicos, aunque en el caso de los fideos la información era prácticamente la misma. Alguna marca utilizaba otro tipo de harina y otra destacaba el uso de huevos frescos. Huevos frescos para una pasta que puede guardarse durante años, se dijo, y notó algo absurdo en todo aquello. Pero todo tenía un componente absurdo, si lo pensabas. Tal vez lo absurdo era pensarlo, más bien. Ese debía ser el problema.

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Él probó una galleta para untar mientras la promotora le hablaba. Parecía simpática. Vestía con ropa ajustada, semi deportiva, para resaltar que el producto ofrecido era light. No estaba muy maquillada y a él le pareció atractiva. Poco más que una niña, claro, pero atractiva. Si hubiese andado con algún colega tal vez comentarían algo más, pero él era más serio cuando estaba a solas. Alejaba los comentarios más burdos y trataba de buscar la forma más sana de nombrar las cosas para sí mismo. Es atractiva, pensó, sacando una última galleta. Bonita. Con eso basta.

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Ella decidía entre un paquete de corbatitas y otro de espirales cuando se dio cuenta. Algo la iluminó, digamos. Se detuvo de pronto y miró alrededor, igual que una vez que le robaron el carro. Pero en esta oportunidad, sin embargo, no había extraviado nada. Son lo mismo, se dijo. Corbatas, corbatitas, espirales, caracoles… todos son lo mismo. Solo cambia la forma, descubrió, mientras miraba a las otras personas elegir -o creer que elegían, más bien-, entre las mismas cosas. Estaba de verdad sorprendida. Tal vez ya lo hubiera sabido antes, pero ahora comprendía. Y eso la hacía sentir un poco engañada. Agitada y engañada, incluso, hubiese dicho, mientras los ojos se ponían llorosos quién sabe por qué. La vista seguía pasando de los espirales a las corbatitas y ya no percibía diferencia alguna.

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Él la notó extraña cuando llegó con la mayonesa. También traía un par de salsas para untar, de las que estaban en promoción. Dejó las cosas en el carro y dudó en preguntarle si le ocurría algo. Tal vez lo había visto con la promotora y notó cómo le miraba el culo y se había molestado. De todas formas, si era por eso, el problema era de ella. Solo pensé que era simpática, se dijo. Y un poco atractiva. No hay nada de malo en eso. Se extrañó que no mirara las salsas, pues nunca antes habían llevado de esa marca. En las manos ella tenía paquetes de fideos, notó. Uno en cada mano. No se fijó, por cierto, cuál era cuál.

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