jueves, 30 de septiembre de 2010

El hueón que se leyó Umbral.

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No solo es una falta de respeto, sino una patudez y una más de las acciones que demuestran que el estudio literario, la crítica y en general el pequeño mundo de aquellos que se dicen expertos en literatura o que están validados por una serie de títulos y publicaciones respecto a temas y autores, son en gran parte unos fraudes o simples arrogantes que se toman la palabra porque no existe nadie que les rebata, porque todos son iguales, porque todos tienen miedo de decir que el rey está desnudo y prefieren pasearse en iguales condiciones. Alabándose y criticando y creyéndose importantes mientras nos hablan de un estudio de la vegetación presente en el espacio físico que recorre el Quijote, o se ponen a hablar de las vanguardias y de Juan Emar mientras coordinan qué harán después de las palabras, del creerse distintos, y de dirigir las clases a los nuevos estudiantes que comienzan poco a poco a parecerse a ellos.

No importan los nombres. No importa si lo que nos molesta es Zambra, o Andrés Morales, o Federico Schopf. No importa si es la desidia, o la arrogancia o simplemente la estupidez de alguno de ellos. No importa porque el problema de fondo es más amplio, más profundo y más inaccesible. No importa porque uno mismo no es mucho más que ellos y todo está tan tibio en aquel mundo que da náuseas, y la única alternativa era, -pensábamos-, llenarse de alcohol afuera de esas salas y no entrar. Buscar la fiebre leyendo a destajo y tomando también a destajo para evitar la tibieza... porque los muertos no son fríos, como nos dicen: los muertos son tibios, y hay algunos que hieden... y mientras hieden te hablan de literatura, y no tienen reparos en llevarse a sus bocas podridas los nombres más puros, y tratarlos como si fueran iguales a ellos, y no hubiesen intentado justamente ser lo contrario... enseñar lo contrario.

-¿Y quién es ese hueón que habla?, -preguntaba un tipo-. ¿Qué mierda se cree si pasa borracho o jugando fútbol todo el día y no hace nada por nadie?

-Es el hueón que se leyó Umbral, -decía otro, como si hubiese sido algo realmente importante.

Y es que en cierto sentido leerse Umbral te daba un estatus. Después de esas cinco mil y tantas páginas del libro de Emar uno pasaba de ser el hueón, a secas, a ser elhueónqueseleyóUmbral, y obtenías así tu primer título.

Lo malo de eso era que podías incomodar al resto, o hasta podías comprobar cosas que intuías, pero de las que aún no estabas seguro. Podías comprobar, por ejemplo, que un par de textos publicados como inéditos de Emar, cedidos por la familia y analizados por los mayores expertos en el autor, estaban en verdad contenidos en aquel tremendo libro ya publicado. Ese del que todos hablaban, pero nadie leyó, al parecer, u olvidó muy pronto. Nadie. Ni familiares, ni expertos. Todos hablaban de los textos inéditos y de su estilo y las vanguardias y el experimento artístico... de su importancia, de su trascendencia. Pero nadie había sabido que aquellos textos inéditos salían antes de la página 2000 del texto... y nadie por supuesto sabía -y creo que nadie lo afirma así tajantemente- que lo que Emar alcanzó con Umbral es un abismo que no sé en verdad si otro autor -al menos de los nuestros- ha alcanzado.

Y es que Emar juntó aire, viajó, publicó tres libros el mismo año, escribió magníficas notas de arte y jugó en la superficie... y los engañó a todos antes de sumergirse en otras profundidades. Porque Umbral es un libro que a través de todos esos laberintos te lleva a un secreto sutil, sencillo y profundo. Esconde al fondo de toda esa farsa de vanguardia y experimentación un mensaje bello y humano al que nadie ha llegado.

Y sí. Yo estaba orgulloso de ser elhueónqueseleyóUmbral. Y equivocado por supuesto en muchas cosas, pero sentía que había sido útil haber leído atentamente y completamente aquello que ese tipo escribió. No me importó que fuera cuico, o que apenas trabajase unos años escribiendo para el diario del papá. Me aguanté todo eso. Leí y marqué esas cinco mil y tantas páginas porque aposté por él, por su humanidad... porque de tanto hablar de aquello debía darse cuenta que lo importante era otra cosa. Y yo esperaba ese momento.

Y creo que gané la apuesta. Umbral es como esos jardines en laberinto tremendamente pomposos y perfectos, pero en cuyo interior hay algo de una belleza tan sencilla y tan simple que nadie espera, y que, quizá por lo mismo, nadie ve... o nadie entiende que es su centro.

De esto estaba harto Juan Emar, bufones humanistas... de toda su farsa y sus arengas ridículas y vacías... se les rió en la cara... jugó a parecer uno de ustedes y como ninguno lo ha leído -así de simple- no saben que se rieron de ustedes todo el tiempo.

Pierdan tiempo jugando con sus textos. Con sus análisis y sus palabras vacías. Yo también perdí el mío y hasta lo sigo perdiendo, auqnue intento no hacerlo, y en verdad no sé como.

Es cierto, hay miles de cosas importantes: la balacera en Ecuador que se produce en estos momentos, los 81 días de huelga de hambre que se cumplen hoy, o el abuelo de un edificio vecino que vive solo y que pasa horas junto a una ventana mirando en esta dirección y por quién quizá debiese intentar hacer algo, aunque nunca tengo idea de qué mierda hacer.

¿Pero saben? A veces prefiero guardar silencio sobre algunas cosas. No quiero parecer mejor de lo que soy. Ni hablar de cosas que me sobrepasan o sobrepasan el tiempo que me queda en el día para dedicarle a esto.

Por eso me fijo en ustedes. Porque su tibieza los hace valer menos.

No me importa la inteligencia ni sus títulos. No les creo sus vidas, ni sus análisis, ni nada que provenga de esos corazones tibios... muéstrenme el desborde, exáltense... golpeen al alumno que les vomitó al interior de la sala y que nunca entró a clases y que les inventó nombres y citas en cada uno de los trabajos.

Porque en verdad señor Wallace, nunca existió ese filósofo húngaro que alguna vez recordó haber leído... porque nunca, señora Imstrud, las citas que leí fueron sacadas de algo más que un papel en blanco... porque nunca, señor Schopff, las citas de mi tesis fueron ciertas... ni mi poema en náhuatl, señorita Invernizzi... todas esas cosas que para ustedes han desaparecido y nunca fueron importantes, han dejado en mí para siempre un sabor, no a victoria, sino a derrota compartida... un sabor amargo como pocos porque se establecía justo en medio de mí y de la literatura, que era el sinónimo de darse y amar a los otros que siempre pretendí entender y hacia lo cual, -hasta el día de hoy- intento acercarme, y compartir con mis alumnos, casi siempre infructuosamente.

Porque un día me di cuenta que eran llamas apagadas. Que eran barro no soplado. Que habían dejado que se les muriera algo.

¿Y saben otra cosa? Ese ni siquiera es el problema. Eso nos puede pasar a todos. Pero lo que no puede pasar, es cagarle los sueños y apagarle las llamas a los otros y repetir ese lenguaje muerto, esas disecciones absurdas, esa maqueta de vida y de sentimientos humanos hechos a la rápida y con papel maché.

Por eso mismo dejé el magíster en mitad de una clase, o decidí sentarme frente a la doctora alemana que nos vino a hacer el monográfico de Donoso sin decir ni una palabra... porque me estaban dictanto textos que podía leer por mi cuenta... porque más encima le estaban quitando el color mientras lo hacían... porque me enseñaron las sombras de la literatura, las huellas falsas... el cuerpo muerto... y les dio vergüenza hablar del alma.

Y es que no había espíritu en la palabra teoría. De la misma forma como en la teoría no había fiebre.

Mejor me quedo con los que no leen, o por los que van por todo. O con los que no aman, o por los que lo intentan hasta desbordarse. Me da asco la tibieza, y esta es la última vez que se los digo.

Desprecio la inteligencia y el estudio como cosa muerta, como nutriente que te dan antes de tener hambre. ¡Nunca conocieron el hambre! O la olvidaron... todo lo demás son mentiras, y excusas.

¿Qué quien soy para decirles eso? ¿Qué cuál es mi aporte, qué cuáles son mis logros?

No debiera contestarles eso, pero lo voy a hacer. No debiera hacerlo porque ninguno de ustedes ha pasado más de seis meses escribiendo día a día sin saber a quién, porque a veces siento que me pierdo poco a poco en todo esto... porque tengo el corazón hecho mierda mientras escribo y trato de sacar algo alegre o no tan negativo... porque quizá lo hago mal, pero no quiero corregir, y sólo intento ser sincero...

Cuando lo hagan, cuando intenten buscar algo adentro -y no me importa si lo encuentran-, cuando busquen adentro, decía, y den ese algo por meses... solos y tratando de entender cada día un poco más... cuando no sepan nada y busquen algo pequeño, algo que sea verdad para entregarlo... cuando después de trabajar doce horas y no haber dormido de hace treinta intenten entregar algo de ustedes... cuando se despreocupen de la forma y se arriesguen a hacer esas clases afiebradas que nunca hicieron... cuando se enteren que la persona que amaban anda con otro, o tengan miedo porque a lo mejor te impidan ver a tu hijo... cuando pasen todas esas cosas nimias y tribiales pero que pesan como la obra completa de Proust, y se mojen la cara para que no los venza el sueño e intenten de todas formas decir algo para alegrar a un otro -para alegrarlo y luego decirle una verdad ínfima, pero verdad al fin y al cabo-... cuando hagan todo eso... les voy a decir algo...

¿Qué quien soy? decían... ¿Qué cuáles son mis logros?
Pues bien, les voy a dar una adelanto:
Soy Vian. ElhueónqueseleyóUmbral. El hueón que va a escribir realmente a todo lo que da apenas conozca a alguien que tenga esa misma fiebre y lo necesite. Soy el hueón que escribe aquí jutamente para buscar aquello...
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¿Se entiende?

Soy un hueón que está creciendo. Y no lo hago sólo por mí.

Anótenlo en sus apuntes, y subráyenlo:

Soy Vian. ElhueónqueseleyóUmbral. Y soy un genio.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Casas, casitas, casonas...

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I. Prólogo.

Sí: casa, casita, casona... así decía en un libro de castellano cuando era pequeño. De esos que te enseñaban de las palabras con raíces, o los sustantivos primitivos y muchas otras cosas que hoy han ido quedando de lado, o se les ha ido cambiando el nombre, o simplemente se han perdido.

Me acordaba de esto hoy mientras desde el pasillo de uno de los colegios donde trabajo, podían verse las villas que crecen en su entorno a un ritmo desmesuradamente alto... para bien de los dueños del colegio, por supuesto.

El colegio del que les hablo, -situado en una parte alta de la comuna de Puente Alto, desde la que pueden verse todas estas villas, y hasta el metro a lo lejos-, por pertenecer a la Cámara Chilena de la Construcción, está situado estratégicamente justo en medio de estas villas emergentes y con una política clara del nivel socioeconómico de los alumnos que espera atraer, cosa que por cierto siguen todos los otros establecimientos pertenecientes a la Cámara y que seguirán creciendo, si nadie se da cuenta que la educación así como la concebimos es un desperdicio y volvemos a las ágoras griegas y todo aquello.

Como sea, yo quería hablarles aquí de otra cosa. Les iba a contar por ejemplo que, fijándome en esas casas uniformes, con los mismos colores, tamaños y hasta el mismo tipo de gente viviendo dentro -al menos según lo que aprecio a distancia-, me acordé de un texto de hace unos días en que les contaba de una situación en una visita a una casa donde debía comenzar a hacer unas clases particulares -una casona en verdad- y que se me extravió pues lo tenía a medio terminar en un pendrive que debe haberse quedado en un colectivo, en un bar... o en las manos de alguien que debe haber encontrado terriblemente fome el texto en cuestión y un grupo de poemas que hablaban sobre la nieve en distintas partes del mundo y del que -quien sabe si afortunadamente- no guardé copia.

Pero me doy cuenta que me extiendo y la historia no comienza y ud. ya se aburrió, y hasta yo un poco, así que aquí les va.


II. La casona.

La casona en cuestión quedaba tan lejos que el taxi, -que iba a pagar la dueña de casa por supuesto y que tomé a pocos metros de la última estación de metro a la que pude llegar- salía ya casi $12000 y no se vislumbraba todavía el lugar.

-Es bonito por acá -me decía el chofer- había venido una vez no más, hace tiempo, y ya ha crecido mucho...

Tras comentarle que me dirigía a hacerle unas clases a un muchacho de ese sector el chofer siguió con los datos.

-Estos eran terrenos re-feos -me dice- si alguno de los que viven acá ahora los hubieran visto no habrían comprado estas casas. Había incluso un matadero clandestino que quedaba tras esos cerros y traían a los animales que daban vueltas por este sector, esperando que los mataran... Pero hoy en día está todo tan cambiado... todas esas tremendas casas y con espacio incluso pa criar caballos...

-Igual es fome que sean todas iguales -le digo.

-Mmm, puede ser -me dice el chofer- yo vivo en casas todas iguales...

-No, si no lo decía por eso -intenté excusarme. pero al parecer el chofer se enojó y no me habló más.

En la casa una de las empleadas pagó el taxi y me dijo que pasara. Era una muchacha peruana bajita y vestida de azul como un pitufo, y bastante bonita.

-¿Viene a hacerle clases a la señorita Pía o a don Francisquito? -me preguntó.

Yo le confesé que no sabía y el diálogo se acabó. Quedé en una terraza grande junto a un perro enano y esponjoso al que comencé a hacerle cariño.

-Se llama Rocamadour, -me dijo la señora, mientras bajaba las escaleras-. Raro que se te acerque porque es muy agresivo y peligroso...

El perro no medía sesenta centímetros, pero fingí asombro y hasta retiré la mano.

-¿Sabes porque se llama Rocamadour?

-Por el bebé de la Maga, supongo...

-Muy bien... -me dice. Y hasta pensé que me iba a dar unas palmaditas en la cabeza-. Han venido varios profes acá y nadie sabe... y eso que dicen que les gusta Cortázar, incluso... ¿es verdad que eres tan bueno?

-¿Cómo?

-Que me recomendaron demasiado que te tratara bien, que sabías harto... que eras el mejor que iba a encontrar, y eso que tuve a uno que estudió en Bélgica y fue porfesor en una universidad en Francia...

-Mmm...

-Por eso me extrañó que cobraras tan barato.

Entonces sentí que era mi oportunidad y fingí confusión.

-Porque me hablaste de $20.000 la clase ¿o no? Más el taxi, por supuesto...

-No, -mentí- $20.000 la hora...

-Ah bueno, -me dijo- pero igual es barato...

-La hora pedagógica -completé- se calculan de 45 minutos, pero en atención particular generalmente son 35 minutos, más descansos...

-Ya...

-O sea una clase digamos de 70 minutos serían 40 mil... más taxi y materiales... -inventé.

-Ok, si no es problema... Mi idea es que vengas al menos 2 veces por semana -yo sacaba cuentas y me imaginaba un lugar lleno de cervezas artesanales- y algún sábado de vez en cuando... -con lo del sábado me imaginé hasta una mujer destapándolas.

-Mmm... -le decía- mientras me daba sed.

Pero entonces bajó Francisquito. Y la sed se hizo amarga.
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III. Con Francisquito en la casona.

Francisquito era todo un cabro de mierda -no emplearé atenuantes-. Dieciséis años, rubiecito, arrogante... uno de esos que ni siquiera saluda al pasar por tu lado. Francisquito pasó entonces y se dirigió directamente a otra sola que era al parecer donde le hacían clases... Yo lo seguí, y le dije a la mamá de la bestia que me avisara en 70 minutos más.

-¿Tú eres Francisquito? -le dije por joderlo.

-Francisco -me corrigió.

-¿Y necesitas profesor porque te cuesta o porque eres flojo?

-Tengo promedio 6,5 en lenguaje -me dijo sin mirar.

-La Luli -le inventé- esa modelo media lesa... ¿la conoces?

-Sí...

-Ella tenía 6,8. -Francisquito se quedó en silencio-. Y sin profesor particular -rematé.

Aquí Francisquito me miró por primera vez, y yo miré hacia otro lado, cambiando los papeles.

El asunto a fin de cuentas, averigüé tras varias preguntas, era prepararlo para la prueba de selección universitaria. Resulta que el hueón pesado sacaba 700 y no podía subir de ese puntaje.

-Es que hasta ahí es estudio -le dije yo.

-¿Cómo?

-Que hasta 700 más menos es estudio, de ahí en más es inteligencia.

De tanta pesadez Francisquito estaba tan atento y sorprendido que por un momento pensé que nos llevaríamos bien, después de todo. Y que hasta podría acordarme de él mientras tomara mi Szot y mi Tubinger y hasta las Erdinger, ¡sí, hatsa las Erdinger! pensé... y comencé entonces a contarle del plan de estudios.

Le dije que ante todo no debía cuestionar y tenía que creer que la forma de trabajar iba a servir a la larga, por más que la viese lejana en algún momento.

Entonces me fijé que Francisquito se había distraído, pues junto a la ventana había pasado la empleada peruana bonita que me había recibido.

Al rato después, tras una extraña ida al baño de la que volvió más derecho y con los ojos algo extraviados, Francisquito me dijo sin más...

-¿Viste pasar a la chola rica?

-No me gusta que me tuteen, Francisco...

-¿Pero la viste...?

-La vio... -lo corregí.

-Bueno, la vio -aceptó-. Me la culeo en las casitas de atrás -me dijo, y se paró como para apuntar las casitas-. Los jueves en vez de salir se queda en la casita esa de la izquierda, ¡la amarilla! y yo me la culeo...

-...

-Está loca la chola, -continuó- se llamá Lourdes. Lo malo es que la quieren echar porque se le ocurrió pintar la casita amarilla y se ve muy flaite... o sea, mi mamá le dio permiso, pero después vio que quedó como de campamento y ahora mejor la va a echar...

-¿Vive en esa casa?

-Sí, en esa casita -me corrigió Francisquito-. Son para las empleadas. Se entra por el lado y hay casas que tienen hasta seis. Nosotros tenemos cuatro, pero una la usamos como bodega...

-Ya...

-A veces también me la culeo ahí... ella se pone en cuatro patas y listo...

Intento no reaccionar de ninguna forma y ver que más me cuenta.

-El caso es que la van a echar y las otras son más feas que la mierda. Y hasta se hacen las difíciles. La Lourdes en cambio es llegar y culear y ni gime, ni grita, ni hace ruidos...

Entonces le indico a Francisquito que vuelva a sentarse. Me fijo en sus ojos algo idos y hasta lo veo sonreír quien sabe si acordándose de algún detalle.

-Vamos a tratar de seguir con la clase -le digo por fin, y él asiente e intenta calmarse y me dice que le caigo bien-.

Yo intento seguir entonces, busco palabras y hasta miro la guía con el texto que íbamos a trabajar, y la verdad es que no puedo...

Mientras intento explicarle algunas cosas siento poco a poco como se alejan las cervezas y la destapadora de cervezas... aunque sobre todo dolía lo de las cervezas... sobre todo la Erdineger, y la Kunstman sin filtrar y...

-¿Puedes ir a buscar a tu mamá, Francisco?

-¿Qué pasó...?

-Me voy a ir, no me siento muy bien -le dije.

Y entonces comenzó lo de siempre, la estupidez de no poder hacer esas cosas que no me nacen, de rechazar el dinero, de sentirlo sucio y todas esas cosas que ya estoy harto que sucedan, pero que no puedo evitar.

-¿Le va a contar algo a mi mamá?

-¿De qué?

-De lo que hice en el baño.

-Yo no vi nada, Francisco, sólo me quiero ir.

-Si quiere puede esperar, dejamos pasar más rato y así le pagan más. Yo voy a decir que la clase fue buena... me caíste bien...

-Me cayó.

-¿Cómo?

-Que no me tutees, "me cayó bien" -le dije casi deletreándolo.

-Ok. Eso.

Al final, terminé por convencer a Francisco para que fuera por su madre. Ella llegó a los minutos con Rocamadour en brazos y Francisco detrás.

-Dice Francisco que le encantó la clase -me dijo ella.

-No le hice clases, señora...

-¡Ja! que bromista es usted... ya me lo habían dicho...

-¿Me puedo retirar?

-¿Tan rápido?

-Sí, no se preocupe por la clase de hoy, sólo fue una hora y...

-Pero se la pago, no se preocupe, y le llamo un taxi -insistió.

-No, no se preocupe, dejémoslo así... -insistí.

-¿No anda en auto profe... si quiere lo llevo? -preguntó Francisco, y se esforzaba, extrañamente, por caer simpático.

Al final Francisco me acompaña hasta una calle por la que no había por donde caminar, es decir sin vereda, sólo como autopista.

-Ándate Francisco, mejor... -le dije.

-¿Pero te vienen a buscar...? ¿Va a venir otra vez?

-Ándate -le dije, pero como él se quedó mirando, por un momento sentí que le debía una explicación-. No voy a volver Francisco...

-¿Cómo?

-Que no voy a volver. Me desagradas profundamente, y me das pena. Y rabia. No sé bien por qué y no espero explicarte. Es tu vida y es tu casa y es tu lugar -le dije-. Esas casitas chicas y la chola y hasta el caminito separado que tienen a un costado de tu casa... siento que caminaba sobre mierda en ese lugar...

-No te entiendo...

-No lo vay a hacer... Piensa mejor que soy un hueón de clase baja resentido, que no entiendo bien las cosas y que no quise venir porque encontré otro trabajo, o lo que queray...

-¿Pero es verdad que encontraste otro trabajo?

-No po hueón -le dije, y su estupidez me hizo acercarme y hasta darle una abrazo-. No tengo ni uno hueón. Y quiero que te vayas. Quiero irme caminando un rato y dejarte con tu vida y tus cosas y todo...

-Yo sabía que usted era especial -me dijo.

-No soy especial hueón -y esto era cierto-. Ni bueno ni ni una de esas cosas. Sólo soy hueón...

-¿Por qué?

No le contesté. Pero de pronto sentía que estaba exagerando cosas y que el revoltijo que tenía en la guata era por otra razón. Y hasta comencé a sentir afecto por el chico ese caminando ahí a centímetros de autos que pasaban y tocaban la bocina cada cierto rato mientras me alejaba del lugar.

-Te voy a contar una última cosa Francisco -le dije- y después te vay porque sinceramente quiero estar solo, y estoy bien... soy hueón y soy así, eso es todo... ¿ok?

-Ok.

-¿Sabes quién era Rocamadour?

-El perro de mi mamá.

-No -le digo-. O sea sí. Pero en realidad era un niño pequeño, un bebé casi que aparecía en una novela y que se moría en una pieza mientras su madre y varios amigos estaban conversando, bebiendo y escuchando música... aunque no fue, directamente, culpa de ellos...

Entonces Francisco guardó silencio un rato.

-Mi segundo nombre es Rocamadour -confesó entonces Francisco-. Bueno, en verdad lo era, mi papá me dejó cambiarlo y cuando lo hicimos mamá le puso mi nombre al perro y fue chistoso...

-No sé si es chistoso le dije... pero te salvaste, le dije -y le sonreí.

Luego le di la mano y tras unas pocas palabras más, me dejó ir.

Entonces pensé que en verdad el chico aquel no se había salvado de nada. Lo habían dejado morir en esa casona grande y no se habían dado cuenta, eso era todo. Luego seguí caminando y llegué hasta una bomba de bencina donde había un cajero automático y un pequeño supermercado. Pedí un avance y me compré un pack de cervezas, -de las baratas-, y pensé en qué hacer.

IV. Epílogo.

Antes de terminar me gustaría aclarar algo que quizá no quedó lo suficientemente claro. No soy bueno, ni especial... sólo soy hueón, y, a veces, -pocas veces hoy por hoy- un poco borracho.

Eso pensaba mientras volvía por la autopista hacia la villa de Francisco. Por el camino me tomé las seis latas de cerveza que había comprado, sin saber aún qué iba a hacer.

Al final separé la plata que había costado el taxi y la metí en un sobre que hice con una guía que había llevado para la clase. Entonces, entrando a la villa, un guardia con un gran perro, se paró delante mío.

-¿Se llama Rocamadour? -le pregunté.

-¿Perdón...?

-El perro... que si se llama Rocamadour su perro -le expliqué.

-No -me dijo, y con una voz orgullosa completó la información-, se llama Godzila.

-Ah -dije yo.

Entonces me fijé que había un lugar con casillas para las casonas y dejé ahí, tras verificar cual era la casa de Francisco, el sobre con el dinero.

A lo lejos se veía la casa de Francisco, y desde el ángulo en que estaba, se veían también las pequeñas casitas que estaban detrás de su casa (y de todas las casas). Casitas con forma de bodega y con una ventanita chica... y entre todas ellas, una casita amarilla, como un sol de juguete.

Pensé entonces en la chola. En el silencio de la chola. En esa chica linda que no gemía y se dejaba culear así no más, según Francisco, y quise ser más inteligente y hasta ser bueno en serio, o especial, para saber qué hacer.

Antes de irme le dejé un último escrito a Francisco y volví a caminar por la autopista y llegar a la bomba de bencina. Por el camino me hice amigo de un perro destartalado y me animé un poco más.

Me decidí al final por sacar otro avance y darnos un lujo. Yo me compré un montón de cervezas artesanales y al perro destartalado le compré también algunas cosas.

Entonces, antes de irme del lugar, pensé en bautizar al perro. Mis opciones eran dos: Rocamadour y Godzila... y lo miré atentamente para ver qué nombre le correspondía.

-Te llamas Godzila -le dije al final.

-¡Guau! -me dijo él. Y nos despedimos.

Esa noche, al llegar a casa, hablé por MSN como dos horas con una chica a la que le llamaban Godzila, según me contó. Pero no le dije nada del perro.

Hablamos de varias cosas y bueno... supongo que eso es otra historia.

Al final como era tarde, intenté dormir pues debía trabajar en pocas horas.

Una de las cosas que descubrí ese día -y hubo otras más importantes- es que la cerveza Kunstmann sin filtrar resulta increíble si le agregas un leve toque de pimienta negra.


martes, 28 de septiembre de 2010

¡Puta que es fea Patricia Highsmith!


¡Puta que es fea Patricia Highsmith! Y no me vengan con eso de que algo bonito tendrá, o que con copete, o la excusa que sea. Tampoco me miren como si fuera alguien frío o superficial, porque les aseguro que ninguno de ustedes le tiene tanto cariño como yo, pero… ¡puta que es fea!

No es que yo me crea un Adonis ni nada, -a la hora de evaluarme estéticamente les aseguro que yo mismo me coloco la más baja calificación-, pero el punto es otro aquí. Un punto al que intento acercarme con otras palabras menos bruscas y todo, pero… ¡puta que es fea!

De hecho, si alguien se pregunta por qué hablo de ella en presente, siendo que falleció ya hace varios años, la única respuesta posible es que su fealdad es inmortal, y que verla es sentir que aquella fealdad vive, respira casi en cada una de sus arrugas, en los surcos de su rostro, en sus manos de reptil, y hasta en su cara de ogro –y de ogro feo-.

No sé si habrá sido consciente o no de esto, y, por supuesto, supongo que no le importó demasiado –aunque se cuenta que mandó a cambiar las fotos de la contraportada en más de una ocasión-, de hecho, no sé si dio cuenta que cuando filmaron Bota a mamá del tren –basada tangencialmente en una de sus novelas-, no hicieron sino reproducirla en la figura de la madre aquélla a quien Danny de Vito quería ver muerta.

Lo bueno de todo esto, sin embargo, es que no se le recuerda por su fealdad, sino por ser una escritora increíble. Genial cuando tomaba la voz de un personaje desquiciado o con cierto tipo de trastorno... y al construir tramas increíbles que solían encerrar algo que sobrepasaba con creces a lo que se entendía por novela policial, negra, o de intriga.

Y es que la escritura de la Highsmith es algo superior… lo dejó establecido desde temprano en algunos de sus cuentos y en novelas de la altura de El diario de Edith, El talentoso Mr. Ripley o El amigo americano, por nombrar sólo algunas.

Su personaje de mr. Ripley, por lo demás, y los constantes cuestionamientos que en él se reflejan sobre el bien y el mal, el castigo, o la amoralidad, no hacen sino demostrar que su arte era un arte superior y que cualquier intento por clasificarla o vender sus novelas como novela negra u otra clasificación, sólo reducen su potencial, su valía literaria: su negada trascendencia.
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Y es que era tan fea -porque puta que era fea-, que supongo que el Dios ese o el ser que reparte los atributos -don ADN por último-, la compensó por otro lado.

Un lado que le permitió reformular los conceptos de belleza y fealdad en relación a las acciones que realizamos y que anuló al mismo tiempo toda coordenada y parámetros de comportamiento a partir de los cuales juzgar a sus personajes.

Respecto a las películas que se han hecho sobre sus libros -las que conozco al menos- poco que aportar en verdad. Y es que poco también la engrandecen al tratar de asociarla a un género determinado, donde su genio no cabe y donde no se le termina de hacer justicia.

Ahora bien, es cierto, Extraños en un tren (Hitchcock) es una muy buena película, pero la adaptación del guión por parte de Chandler y el "triunfo de los buenos", cambia totalmente el sentido original y disminuye -y hasta anula- su verdadera propuesta.

A pleno sol, con la actuación de Delon quizá le haya hecho un poco más de justicia y hasta las últimas de Mr. Ripley, pero siento que siempre ha habido algo que se ha dejado afuera de los films y que está presente en los libros de la Highsmith, algo que es inabarcable y que atraviesa varios géneros o estilos particulares.

Lo mismo sucede por ejemplo con El amigo americano, que en su versión de Wenders -si bien es una excelente película- deja gran parte de la profundidad del personaje fuera del metraje. O incluso la versión de Liliana Cavani -que me atrae mucho como film, más que la de Wenders incluso-, pero que centra su principal atractivo en la excelente interpretación de John Malkovich, abandonado otros ámbitos de la narración original.

Como sea, desconozco lo que la propia Highsmith habrá pensado sobre ellas, y hasta si le agradaba o no su catalogación como escritora de novela negra, policial o de intriga. Poco he leído de ella más allá de sus libros y poco he visto de ella más allá de las distintas fotos en la contraportada de sus libros... y es que era tan fea... que supongo temí encontrarme con más fotos, o con historias desdichadas, o hasta imágenes de ella cuando bebé, o graduándose, o todas esas oportunidades donde se enfoca el rostro directamente, y que en su caso, no auspiciaba, por lo mismo, nada bueno.

Con todo, recuerdo que una de las fotos de la contraportada me enterneció sobremanera... y es que en ella, recuerdo, parecía un ogro triste. Inofensivo y bondadoso escribiendo sobre personajes que saben todo sobre sí y, por lo mismo, aprenden -de una forma quizá demasiado directa-, que no hay distancia entre ellos y los otros y que las acciones de un hombre son en verdad las mismas que puede llegar a cometer cualquier otro, y que no pueden, por tanto, (dichas acciones) ser realmente cuestionadas.


Y sí, era fea Patricia Highsmith... tan fea que enternece y hasta dan ganas de cambiarle la cara como a esas figuras de goma rellenas de masa y que le puedes dar la forma que desees... Tan fea que hasta resulta diferente... y hasta dan ganas de abrazarla como al peluche feo de una tienda, ese que nunca se vende y que se va llenando de polvo, y que de pura ternura -o de pena- termina alguien por llevárselo a su casa.

Pero es que eray fea, viejita linda... ¿y sabes? te agradezco haberlo sido, porque así no hubo nunca dudas respecto a las razones que me llevaron a admirar tu escritura, a maravillarme con ella, y hasta a pelear en más de una ocasión por decir que eras una de las más grandes, cuando lo único que estaban dispuestos a admitir los otros es que eray una de las más feas...

Si po viejita linda, carita de animal, piel agrietada y reseca... me sorprendiste con ese otro talento, esa distancia de los otros, esa misoginia extraña que era en verdad amor disfrazado... me sorprendió tu inteligencia, gorilita, los laberintos de tus personajes, y hasta el afecto que parecías tenerles al no dejar que nadie los cuestionase y pudiese llegar a juzgarlos...

Ewook de metro setenta, Ferby nunca vendido... viejita linda... eslabón perdido... déjame que exagere incluso pa sentirte más linda, pa poder pensar que no eray tan fea y hasta sorprenderme encontrando un brillo en tus ojos o un trozo de piel tersa... que de pronto descubra...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!!

¡No me lo van a creer!

La Highsmith acaba de venir y me ha hecho callar de un sólo golpe... de una sola imagen... y lo peor es que no tengo tiempo para reescribir la entrada, pues debo hacer una prueba para mañana y...

Y es que buscando la imagen esa de ella feíta y tierna que me encontré alguna vez en una contraportada, descubro unas fotos de la Highsmith joven... bella y... bueno ahí les va una...
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Qué sorpresa, viejita... que linda sorpresa.

Pero acuérdate que yo te quise feíta... como un ogrito tierno... y hasta te prefiero así... para abrazarte sin que nadie te dispute, y supieras que mi abrazo llegaba por otras razones...

Viejita fea... te prefiero recordar así... ayúdame a olvidar esa belleza que ven todos y quedarme con la otra...
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Viejita fea... linda para mí...
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Verdaderamente hermosa...

lunes, 27 de septiembre de 2010

El inadaptado, de Jens Lien (2006)


Toda una sorpresa esta película noruega que me decidí a ver ayer luego de haberla tomado y abandonado por distintas razones en los últimos meses.

Y es que el cine nórdico, en general, no es algo que me tome a la ligera. No es que siempre sea profundo o esté bien realizado, pero suele contener un elemento que me descoloca y que, si no está bien entregado, puede ocasionar cierta sensación de angustia, incomodidad y/o desagrado que viene a contaminar un poco ese pequeño espacio que hemos avanzado en sociabilidad, adaptación y/o aceptación del mundo que nos rodea, y que tanto trabajo nos ha costado.

Hablo aquí en plural, por cierto, pues estoy seguro que es necesaria la escición para poder ver esta clase de películas y luego seguir con nuestra vida como si nada, con los mismos horarios y rutinas y metas impuestas y demases que no nos animamos a enumerar en este momento, principalmenete porque forman listas extensas y además del todo conocidas.

La película en sí nos muestra a un hombre, puesto en un mundo que podría ser la utopía del desarrollo moderno. Una oficina para él solo, buenas condiciones laborales, lugares limpios y climatizados, una pareja atractiva, una amplia casa, vida social correcta y bien llevada... en definitiva, cubierto en todo lo que en las listas de preocupaciones un hombre promedio podría ubicar en sus primeras, digamos, cinco categorías.

El hombre, sin embargo, -éste que lo tiene todo en su vida moderna perfecta-, parece extrañar algo. Lo vemos pasearse por su vida como si no estuviese acorde con la escenografía, o como si buscase un olor o un algo que le permitiera adaptarse, sentirse dentro y ser parte de todo aquello que lo rodea.

Pero obviamente -nos basta con el título de la película para saberlo-, el hombre parece no lograrlo. Se da cuenta incluso que hay elementos importantes que no están ahí presentes: no hay niños por ejemplo, en el mundo en el que vive, ni problemas importantes entre las personas.

Por último, este hombre descubre una grieta en ese mundo. Una pequeña abertura a través de la cuál parece existir otra cosa... una vida verdadera quizá, completa. Con los elementos y problemas que a aquella, que le ha sido dada, le faltan. Y se lanza a abrir esa grieta, y pasar por ella.

No les cuento aquí más, por supuesto, pues ya sería llegar al final o a las conclusiones que la película entrega. Me salto también una serie de escenas bastante fuertes, que apuntan justamente a esa falta de sensibilidad y asombro, en el mundo contemporáneo.

La película además tiene una cuidada fotografía y muy pocas palabras, como ya es habitual en el cine nórdico, cuyos silencios están tan bien compensados por el lenguaje visual que manejan que en verdad no se extraña y no es algo que moleste, al menos en demasía.

Justo con dejarles los links de descarga para el film y los subtítulos -sacados desde otra página que se da el trabajo de subirlos-, trato de despedirme lo más serio de esta pequeña entrada donde tratamos de mantener una temperatura media y una distancia adecuada... no vaya a ser que me entusiasme y deje nuevamente de lado el trabajo escolar atrasado y me ponga a buscar grietas que me alejen de todo esto, que tanto trabajo me cuesta conseguir.


Por último, les adjunto unos pequeños comentarios que han hecho distintos personajes sobre el film, a modo de despedida.

"Un ejemplo claro del capitalismo y el tipo de vida que el Imperio nos quiere imponer..."
Hugo Chávez.

"La mejor película noruega que he visto, después de... de... de muchas otras."
Ítalo Pasalacqua.

"No la entendí, pero creo que podemos sacar una muy buena lección de todo aquello"
Joaquín Lavín.

"¿Y qué fue de la Justicia divina en esta película...?"
Julio Martínez.

"Nunca he visto nada mejor"
Andrea Bocelli

"-Muy buena la ensalada de palmitos...
-Era una película noruega, Sapito...
-Eso entonces, muy buena la película noruega..."
Pedro Carcuro y Sergio Livingstone.

"Le doy tres palomitas blancas"
Enrique Lafourcade.

"No me miren a mí, yo no le prometí nada mejor a ese tipo"
Jesús de Nazaret.

"Yo veo un mensaje marxista-leninista encubierto en todo eso..."
Don Augusto.

"Excelente empresa esa la noruega... ¿se fijaron que no había sindicatos...?"
Sebastián Piñera.

"Después de verla me pregunto a qué mierda vamos a salir..."
Un minero de la mina San José.

"¡Tu-tu-tu-tu-tu-ru-tu-tu..."
El chacal de la trompeta.

"No sé por qué se esfuerza tanto en vivir la vida ese personaje..."
Kant.

"Le cambio esa película noruega por todo lo que tengo en mi bolsillo y por lo que hay detrás de la puerta C"
Pepito TV

"Otra vez... otra vez..."
Los Teletubbies

"Poca teta y mucho tuto... al menos para mí gusto..."
Kike Morandé.

"Me gustan cuando callan... pero nunca tanto"
Pablo Neruda.

"Yo dije lo mismo... pero con más palabras..."
Franz Kafka.

"Y qué tal si hacemos al protagonista judío y metemos un par de dinosaurios en la segunda parte de la película..."
Steven Spielberg.

"La aplaudiría si pudiera"
Miguel de Cervantes

"Una película que no pide disculpas... porque no ruega... ¿entendieron? no ruega.. Noruega... puta, si no era tan fome..."
Pepe Tapia.

"Ja ja... no ruega, Noruega... ¡ja ja!"
Ricardo Meruane (amigo de Pepe Tapia).




domingo, 26 de septiembre de 2010

Raptar a Emily Dickinson.

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"Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera
como para molestar a nadie"
Emily Dickinson.


No sabemos a qué Dios se consagró Emily Dickinson, encerrada ahí en su habitación por casi cincuenta años, como una caja que permanece escondida dentro de otra caja.

Y es que hasta el corazón de Emily Dickinson fue un recipiente donde logró ocultarse a sí misma. Uno que no se abrió hasta que, después de muerta, una de sus hermanas decidió hacer públicos esos poemas que encontró escondidos en la habitación de Emily, situación a la que la poetisa se negó durante toda su vida.

Apenas cinco poemas publicados y ninguno de ellos con su nombre. Eso es todo lo que podía encontrarse de su obra hasta que le llegó la muerte en 1886, tras el recrudecimiento de distintas afecciones nerviosas.

De amores poco se sabe, aunque unas cartas reveladas 70 años después de su muerte hacen suponer cierta relación platónica con un pastor protestante con quien se reunió en casa de sus padres en unas cuantas ocasiones. No hay mucho más.
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Quizá por eso -y porque me obsesionaba la imagen de esta mujer que dejó de salir de casa y se negó a vestirse con ropas que no fueran blancas durante los últimos 25 años de su vida- es que la absurda idea de un rapto comenzó a rondarme de chico, cuando leí por primera vez a la Dickinson y comencé a buscar datos que me permitiesen lograr la hazaña.

Busqué por ejemplo el mapa de la casa donde vivió toda su vida, -en ese tiempo con un internet incipiente creanme que era una tarea difícil- y hasta planifiqué las distintas formas que había para llegar a la ventana de la habitación de Emily, incluyendo, por supuesto, las rutas de escape.

Incluso una vez, borracho, le mostré a un amigo mis apuntes. Le expliqué la situación y hasta le pedí opiniones por las rutas más seguras y ese tipo de cosas.

Lo más absurdo de todo, pienso ahora, es que yo me creía el asunto. Es decir, sentía que aquello era algo posible... algo que debía hacerse incluso, y hasta sin demora.

Calculaba el peso de la Dickinson, por ejemplo... de hecho recuerdo, -juro que esto es verdad, aunque no me lo crean-, que cargaba a una amiga que, según mis cuentas, debía pesar algo parecido, y hasta recuerdo una vez que hice el ejercicio de subir con ella a cuestas una escalera que había en la universidad -no le confesé lo de la Dickinson, pero supongo que sospechó algo extraño-, terminando el experimento con la escalera rota y todos rodando por el piso y yo con una amiga menos -lo que dejaba mi cuenta en cero por ese entonces, en lo que a amigas-mujeres se refiere, dicho sea de paso-.

-Estay loco, hueón -me dijo esa vez. Y quizá tenía razón.

Por otra parte, pienso ahora, nunca se me pasó por la cabeza que Emily pudiese negarse a la idea del rapto. Tampoco es que la imaginara alegre y ansiando esa libertad y yo como un galán o algo por el estilo.

Y es que si bien se trataba de un acto de amor, no era una pasión física lo que me movía a esos planes. Es decir, el rapto incluía digamos, "el finiquito sexual", no lo niego, pero era el acto mismo de salir de aquella casa, el verla a ella fuera... en un río que quedaba a seis kilómetros de casa, por ejemplo, -media hora a caballo calculé, pues los caminos eran fáciles- era eso, decía, el centro de todo aquello.

Hoy, que ha pasado el tiempo y gran parte de la cordura ha sido recuperada, -si bien me acuerdo de ello como algo extraño y hasta cierto punto absurdo-, no dejo de creer, extrañamente, que hacer ello hubiese sido posible, al menos en ese entonces.

No sabría decir cómo, pero no tengo duda alguna de ello. Las dudas que tengo, sin embargo, -porque tengo dudas después de todo-, se relacionan más bien con el resultado final de ese acto... es decir, si hubiese sido en verdad algo "útil" para la Dickinson, o para su poesía. O hasta para nosotros dos.

Y es que quizá la belleza de esta chica, justamente, estaba dada también en ese no molestar a nadie... en esa poesía que, como agua subterránea, recorrió escondida todos esos lugares sin necesidad alguna del rapto, ni de excesos, ni de otras libertades.

Quizá deba entonces, pienso ahora, entrenarme para otros raptos más posibles: la Nothomb -aunque está tan loca hoy por hoy, que me lo pensaría-, Fiona Apple, o hasta alguna muchachita joven de esas con talento artístico incipiente (una pintora o una pianista podrían ser, aunque arrancar con el piano ya sería otra cosa...).

Cómo sea, habrá que ir eligiendo, investigando y entrenándose.

Apenas me decida, les cuento.


sábado, 25 de septiembre de 2010

Un pequeño ruido en la vida de todo hombre.

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"La verdad tiene que deslumbrar gradualmente
o todo hombre será ciego"
Emily Dickinson

Hay quienes cuentan de un ruido en la vida de todo hombre. Un pequeño ruido, generalmente nocturno, similar al de una articulación del cuerpo, o al de una rama quebrándose.

La naturaleza física de este ruido, por tanto, no es distinta al de muchos otros. No hay una intensidad fuera de los parámetros comunes y digamos que el ruido tampoco sorprende a quien lo escucha debido a su timbre, o naturaleza.

Sin embargo, el ruido al que aquí me refiero suele tener consecuencias para quien lo escucha, sutiles cambios de los que no siempre solemos ser conscientes, y que pueden cambiar las cosas así como si de un momento a otro pasásemos a ver un color que antes no habíamos notado, y éste llegase entonces a ser parte de nosotros y de nuestro mundo.

Pensemos por ejemplo en V. Él esta acostado junto a su mujer y no sabe bien si está durmiendo. Por eso se da vueltas en la cama y le da la espalda a ella, mientras espera quedarse dormido.

Y mientras el mundo de V está ahí -es cierto, está oscuro y no se ve, pero qué diablos, él sabe que está ahí-, V escucha este ruido. Ese como el de una de sus articulaciones, o como de una rama quebrándose.

V se da unas vueltas entonces en la cama y piensa por un momento en aquel ruido, y como el sueño parece haberse ido por completo y además una sutil inquietud comienza a darle vueltas allá adentro -justamente en ese adentro que a V le incomoda sentir hasta el punto de hacerlo despertar-, V decide levantarse, y revisar las cosas: ver si todo está en su sitio.

V entonces sale de la pieza y piensa en revisar el auto, ver si aún está ahí, en el garage... pues ese extraño presentimiento parece tomar la forma de algo que le falta, algo así como un vacío del que V ha comenzado a hacerse consciente, y la situación le incomoda, por supuesto.

Luego, como el auto está y el sueño no llega y esa sensación extraña no lo abandona, V se decide por un cigarro. Un cigarro en medio del jardín, se dice, y, mientras lo enciende, le da vueltas a la frase, como si hiciera volutas de humo con ella, y la viera escribirse ahí, en medio de la noche.

Un cigarro en medio del jardín, repite. Un cigarro en el jardín, justo antes que amanezca.

Y como V se da cuenta que su frase es cierta -y que una extraña luz ha comenzado a inundar el lugar-, se olvida por un momento para qué ha encendido su cigarro, y, mientras éste se consume, V siente por un momento que algo se consume también, junto al cigarro.

¿Qué habra sido ese ruido?, piensa entonces V. ¿Lo habrá escuchado ella?

Y es entonces como si el ruido aquel fuese algo que los hiciese irremediablemente distintos a él y a su esposa, como si el ruido aquel hubiese venido a instalarse entre ambos como una distancia nueva... una distancia que si bien opera en ambos sentidos es a él, unicamente, a quien ha movido, a quien ha sacado de lugar.

¿Habrá estado realmente dormida? piensa V. ¿Habrá estado dormida o se habrá despertado ahora y aún no se percata que no estoy a su lado?

Esta y otras cosas se pregunta V, con una tranquilidad extraña, como si luego de ese ruido él fuese capaz de responderse sus propias inquietudes, y fuese capaz también, de fabricar su propio amanecer.

Se apoya entonces V en una de las paredes de la casa y comienza a ver como sale el sol. Escucha a los pájaros y hasta se da cuenta de un nido que hay sobre uno de los árboles del vecino y del que nunca antes se había percatado.

Y es que el ruido, podríamos pensar entonces, ha llevado a V a este nuevo estado. A este amanecer. Al día único en que el hombre aprende a decir las cosas por su nombre y descubre un nuevo color, y hasta entiende realmente lo que son las cosas.

V comienza entonces a percatarse que ha sacado algo similar al piloto automático de su vida, y que debe aprender a maniobrar rápidamente si no quiere estrellarse sin más.

E igual que hace un piloto cuando decide aterrizar de emergencia y busca un lugar solitario y alejado de todos, V se atreve por fin y abre el portón del garage, sin mirar atrás.

Quien lo hubiese visto caminar por el medio de la calle, alejándose del hogar, y a esas horas... jamás habría pensado que todo fue a raíz de un simple ruido, a no ser que, justamente en ese momento, al verlo pasar, lo hubiesen también escuchado.


viernes, 24 de septiembre de 2010

Lo que pensaba Nico Päffgen.

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Elijo este título como un desafío. O como un imposible casi, porque saber algo más de Nico Päffgen -algo de aquello que estaba en su interior, me refiero- es una tarea que no se puede abordar así como así y pretender además llegar a buen puerto.

Poco importa el momento en que intentemos hacerlo: su infancia en Alemania, sus años como modelo, o mientras fue vocalista de Velvet Underground... lo cierto es que siempre nos encontraremos con una muralla como pocas, con un segmento lleno de acciones pero sin profundidad, con una linea de tiempo donde no se aprecian motivos, ni deseos, ni objetivos... nos encontraremos, en definitiva, con una belleza áspera, inclasificable, y hasta avergonzada de sí misma.

Y es que cuesta imaginarse a una niña que tenga vergüenza de ser bella, pero Nico era sin duda una de esas. Una chica de esas que rompe los juguetes que más ama y aparentemente los olvida prontamente.

Intento entenderla en referencias que hacen de ella Iggy Pop, Lou Reed, y las largas páginas que le dedica Bob Dylan, y observo que todos hablan en definitiva de un algo a lo que nunca tuvieron un verdadero acceso.

Leo la historia de ella con Alain Delon, veo fotos del hijo que tuvieron ambos. Veo la imagen de un niño pequeño sentado bajo la batería en sus giras, o hasta aquello que ella misma reconoce que fue el introducirlo a la heroína, a la que también ella, claro está, era adicta.

Veo imágenes y más imágenes, escucho canciones, leo a otros hablando sobre ella. Y siento que en todo eso, -salvo en las canciones por supuesto, pero no siempre muestran algo directamente-, no hay rasgos de Nico. Como si hubiese sido abducida y hubiesen dejado algo en esa cáscara que sólo pretendía dejar de ser quien era, perder esa belleza, transformarla.

Escucho la voz entonces de esta chica, esta voz distorsionada... y es como si la voz aquella tuviese un cuerpo quemado, o mutilado. O como si algo dentro de la propia Nico estuviese en esas condiciones.

Lamentablemente sólo son conjeturas y ya es tarde para saber cualquier otra cosa.

Y es que la belleza de Nico Päffgen parece haber consumido todo lo que había dentro de ella: una belleza de cenicero, entonces, de vidrio molido... eso es lo que su voz nos entrega constantemente. Y eso es lo que fue su vida. Una belleza molida, triturada e inaccesible.


Busco también en textos de Warhol alguna referencia, y obviamente las encuentro, pero sinceramente, no encuentro que ninguna de ellas esté hablando realmente de aquella chica, y él se sitúa ante ella como si viese simplemente una luz de neón, o un tarro de sopa sin abrir.

Entonces pienso que si todo aquello que logro saber sobre ella fuera concreto, podría esparcir esos documentos sobre el piso y rearmar algo. Uniría cada uno de esos segmentos y formaría... ¿qué formaría?

Formaría nada. De eso me doy cuenta con Nico Päffgen. Me doy cuenta que hay gente de la que sólo conocemos segmentos. Espacios finitos, sin dirección ni ruta. Segmentos y momentos en que estuvieron junto a nosotros o caminamos juntos, pero nunca vimos hacia dónde se dirigían realmente.

La busco entonces en momentos de películas, en sus extrañas actuaciones, sus comerciales en más de seis idiomas diferentes e intento asimilar qué pensaba esta mujer, qué sentía.

Y bueno, podría jugar a que encuentro algo, pero la verdad es que no encuentro nada. Sólo encuentro que tras años de tener a su hijo en cuestodia ella pidió salir con él un día, en bicileta.

La imagino entonces andando junto a él, en Ibiza, con los brazos marcados de heroína, con la mirada fija y perdida, buscando algo... ¿y saben? pienso que algo encontró antes de caer de la bici y morir al día siguiente de un derrame cerebral.

Quiero pensar que ella estuvo ahí cuando murió. Presente. Sintiendo en una única sensación todo aquello que no sintió y no pensó en muchos otros años.

Me gustaría pensar que eso era, en definitiva, lo que pensaba Nico Päffgen: algo para lo que nunca encontró traducción en ninguno de los idiomas que utilizó. Una palabra, una sensación y un pensamiento que fueran también ella misma, y que contuvieran además un signo que la hiciera comprensible para los otros. Visible. Amable.
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Dejo como bonus un documental sobre Nico que he encontrado por ahí (en un link y con subtítulos incluídos) por si se animan a verlo: http://www.megaupload.com/?d=U5IZM8JP



jueves, 23 de septiembre de 2010

El no-borracho.

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Cuando me hablaron por primera vez del no-borracho el tipo resultaba una atracción. Iban algunos a verlo, le invitaban unos tragos mientras contaba su historia y hasta algunos se sacaban una foto junto a él... supongo que esa habrá sido su rutina.

La mía -la que veían los demás al menos- daba también para comentarios, pero a menor escala y por razones diversas. Yo estaba en un período en que me excedí con el alcohol. Tanto en cantidades como en lo constante que se hizo aquella actividad. Aunque tampoco es que no haya podido evitarlo. Siempre estuve más o menos consciente y por lo general la elección era justamente eso, una decisión consciente hacia la cerveza, donde tampoco existían muchos contrapesos, ni grandes alternativas.

Fue entonces cuando unos amigos me preguntaron si había oído hablar del no-borracho y me llevaron donde él.

Fuimos hasta Estación Central y entramos a un bar antiguo, donde unos pocos hombres, la mayoría solos, se servían unas cervezas y miraban en la tele del lugar un partido retransmitido que para peor, había terminado cero a cero.

-Este es el no-borracho -me dijo un amigo, mientras nos sentábamos junto al tipo sin siquiera haberle preguntado algo.

-Voy a querer piscolas y un especial ají -nos dijo el no-borracho.

Mi amigo le hizo caso y pidió para nosotros un buen número de cervezas que dejamos a un costado de la mesa para que no nos entorpeciera la visión.

Y es que había que ver al no-borracho. A eso habíamos ido. Y además el tipo tenía una cara extraña, pómulos salientes, unas patillas largas y anchas y unos ojos como enfundados, pero que apuntaban recto. Como si no te viese realmente, pero a la vez dirijera su vista en la visión precisa: al centro de tus ojos. O como si -pensé después- te apuntaran con una pistola que es muy posible que no esté cargada. Muy posible.

Entonces el tipo nos contó su historia. O la parte que explicaba su apodo al menos.

Resultaba, a fin de cuentas, que el tipo aquel podía tomar cuanto quisiese, sin emborracharse en lo más mínimo. Le había pasado desde siempre contaba, aunque se contradijo después hablando de unas borracheras que tuvo cuando comenzó a tomar, pero supongo que habrá sido una excepción.

El no-borracho hablaba lento, hacía pausas para tomar de sus piscolas -era una botella de pisco y dos bebidas para mezclar para él solo- y mordía de vez en cuando su especial ají como si quisiese que le durara eternamente.

Como no había mucho más que hablar, pues el tipo se negaba a hablar de familia, trabajo, deportes y hasta cualquier otra cosa, comenzamos a hablar entre nosotros, como si él no estuviese ahí... aunque como yo había quedado frente a él y el tipo apuntaba de frente y no podíamos incluirlo, la situación se me hacía incómoda.

Tras terminar las piscolas el tipo nos ofreció otra parte de su show, que consistía en pararse, caminar y demostrar de diversas formas que no estaba borracho, y que seguía siendo, por tanto, quien era.

-Yo siempre soy el mismo- nos dijo, tranquilo-. Soy siempre el que soy.

Entonces se sentó nuevamente y quiso que le pidiéramos otra ronda de piscolas y otro especial ají. Como no teníamos mucho dinero negociamos y al final le pagamos tres schop grandes de malta y su especial ají, por supuesto, que era intransable.

Nosotros, en cambio, seguimos tomando cervezas, y como ya veníamos tomando desde la U, varios estábamos ya afectados, y cambiando un poco.

-Todos vienen acá y se van siendo otros -decía como un profeta el no-borracho-. Vienen, me hablan, me dan de tomar y de comer y luego se emborrachan. A veces se olvidan quienes son o en el mejor de los casos sólo cambian un poco, pero lo importante es que cambian... yo no cambio nunca -insistió- yo siempre soy el mismo.

Mis amigos se reían un poco del tipo y no tomaban en serio lo que decía. Además fuimos a ver un no-borracho, no a un profeta o a un ser inmutable, aunque esa era también una parte constante de aquellos encuentros, como nos dijo el garzón que nos atendió en el local.

Cuando pagamos lo último y nos dimos cuenta que ya no nos quedaba dinero ni para regresar, el garzón le preguntó al no-borracho si le traía las servilletas.

-¿Qué servilletas? -preguntó un amigo que estaba ya cerca de caerse de la silla.

Entonces el garzón nos explicó que faltaba la última rutina del no-borracho, que era algo así como las galletas de la fortuna, el tipo te escribía algo en la servilleta, la amuñaba y te la entregaba. Uno debía leerla y no contar nada a los demás, y botarla. Ese era el final de la visita. El remate final.

Vi entonces al no-borracho tomar el lápiz y las servilletas que le entregó el garzón y, escondiéndolas bajo la mesa, escribir algo en cada una. Luego mientras nos daba la mano y se despedía, nos fue entregando a cada uno la servilleta y nos indicó un lugar para botar el papel.

-Hay que botarlo después -nos dijo- nadie sale acá con los papeles.

Recuerdo que lo dijo con un tono amenazante, y sea por la razón que fuera el punto es que todos le hicimos caso. Mis dos amigos abrieron sus papeles y los arrojaron al tacho. Yo también abrí el mío e hice lo mismo.

Entonces el no-borracho fue al baño y nosotros nos fuimos del lugar. Tambaleándonos un poco, pero yo, al menos, extrañamente lúcido y consciente, más allá de los vaivenes físicos.

Por el camino nos preguntamos qué decían nuestros papeles, pero nadie quiso decir. Ni siquiera cuando nos juntamos, años después nadie lo hace. Aunque tampoco se le da importancia.

Esa vez nos fuimos en silencio y pedimos que nos llevaran por menos en una micro, pues teníamos los pases escolares en prenda en una botillería cerca de la U.

No sé si fue desde esa vez, pero lo cierto es que cada vez que tomo -que prácticamente es nunca o casi nunca hoy por hoy- sigo estando consciente todo el tiempo, mirando a los otros, o hasta fotografiándolos, si se da el caso.

No es que no me afecte el trago, simplemente que sigo consciente más allá de lo que puede afectarme físicamente o la resaca que quede después.

A veces pienso en eso de seguir siendo siempre el mismo y si es algo bueno o algo malo.

El papel que me entregó esa noche el no-borracho estaba en blanco.

Creo que nunca lo volví a ver.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Encuentro con enanas blancas.

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I. Introducción.

No. No son enanas propiamente tal. Es decir, no se imaginen encontrar aquí referencias a alguna extraña variante pigmea caucásica o algo por el estilo.

Las enanas blancas a las que se hace mención acá, son un extraño tipo de estrellas de características muy particulares y con una composición muy difícil de explicar, tanto así que cualquier intento por acercarse a estudiar su naturaleza fue tildado de absurdo hasta ya entrado el siglo XX.

Quizá el ejemplo que más sirva para entender lo que son estas estrellas esté dado en el sistema binario de las estrellas Sirio, intuido ya por Friedrich Bessel en 1844. Este astrónomo alemán, habría señalado que ciertos movimientos de la estrella Sirio y Procyon no eran explicables sino por la presencia de un tercer cuerpo celeste, aparentemente más pequeño y menos luminoso que las otras estrellas.

El caso es que, como Bessel era hijo de una criada, el mérito de encontrar esta pequeña estrella fue atribuido a otro tipo con mejores padres, quien la habría avistado 18 años después de la predicción de Bessel.

Al final, resultó que esta estrella -Sirio B, el Cachorro, o simplemente Pup-, era unas 10.000 veces menos luminosa que Sirio A, principalmente a partir del tamaño de su superficie que, según los cálculos, habría sido tan pequeño como nuestro planeta.

Sin embargo, -y aquí está el elemento principal para que se tildaran de absurdas algunas de las hipótesis que surgieron en ese entonces-, la masa que tendría esa pequeña estrella, podría ser incluso mayor a la de nuestro sol... es decir, estas enanas blancas tendrían una densidad 25.000 veces mayor que las estrellas tradicionales, un cálculo esquivalente a decir que por cada centímetro cúbico de una enana blanca, nos encontramos con una masa de varias toneladas.

Respecto a su formación, apenas diré que se originan gracias a la degeneración de los electrones quienes impiden el colapso de la estrella. Luego, y a partir de esta "detención" la estrella comenzaría un proceso de enfriamiento -y de pérdida progresiva de luz (cambio hacia el rojo)- que la llevaría a convertirse en una enana negra.

Estas enanas negras, sin embargo, aún no existirían, según los calculos, pues la edad estimada del universo no es aún suficiente para que estas se formen y pasen, por tanto, a existir.

II. Desarrollo.

Yo tenía 17 años o poco menos y estaba en un hospital junto a una señora que tenía ciertos trastornos y debía estar casi todo el tiempo conectada a sueros y mangueras porque al parecer no se hidrataba correctamente y además ya estaba vieja y flaca y reseca -exageradamente seca, quizá por su problema de hidratación- y además se iba a morir.

Recuerdo que en ese entonces había salido una guía de acción solidaria y yo llamaba a números y pedía ayudar así como si estuviese pidiendo pizza.

Al final en un teléfono me dijeron que sí, que había algo parta mí, que había unos viejos en un hospital y que no recibían visitas. Que estaban internos y hasta me dieron a elegir entre uno de ellos.

-Quiero la especial pepperoni -dije.

-¿Perdón?

-Que visitaré a esa señora que usted dijo que le interesaba la literatura, la pintura...

-¿Pero usted viene sólo... forma parte de algún grupo...?

-Voy solo, pero no se preocupe. Tengo experiencia -decía.

Y claro, de cierta forma tenía experiencia. Iba a veces a algunos lugares, y hacía cosas de esa índole, aunque nunca me cuestioné en verdad a qué iba, y supongo que muy pocas veces me di cuenta realmente quien era el otro.

La especial pepperoni resultó ser esta señora que les contaba. La señora reseca. Yo era el chico que se cree bueno y anda solo y medio perdido y con un libro bajo el brazo. De esos que se creen superiores al resto, incluso más buenos, aunque no se dan cuenta a tiempo de que en verdad hacen el ridículo.

Y es que me creía un genio, hay que decirlo. Y quizá hasta me sentía culpable de sentir eso, y entonces necesitaba ser bueno y horas más, horas menos uno estaba de pronto frente a la señora contándole sobre las enanas blancas, que era más menos sobre lo que trataba el libro que andaba trayendo ese día.

Recuerdo que estuve largo rato explicándole lo que eran: le mostraba las imágenes del libro, le hacía comparaciones, y hasta le hacía preguntas para ver si había comprendido.

Al respecto, la señora era extremadamente clara y lúcida y entendía fácilmente -aunque supongo que en ese entonces pensaba que era mérito mío- y llegó incluso a diferenciar en una imagen y hasta explicarme ella misma de forma perfecta, la diferencia entre una enana blanca y una estrella de neutrones, por ejemplo.

Luego recuerdo que tomamos once. Es decir yo. Ella absorbía un poco más de sus mangueras, supongo. Regalé lo que había llevado a otros abuelos y supongo que ya estaba listo para irme y seguir creyéndome un genio cuando la mujer me preguntó:

-¿Y qué crees tú sobre las enanas blancas?

-¿Cómo?

-¿Qué es lo que crees sobre ellas, sobre su vida... sobre sus porqués? -me dijo la vieja.

Entonces yo agradecí mi oportunidad para mostrar mi genio y le dije algo así como lo siguiente:

-Pienso que no debe ser fácil la vida para una enana blanca. No se trata sólo del cambio, es decir, de pasar a ser otra cosa, sino que el tipo de cambio que ésta sufre me lleva a pensar que ella no es consciente de que está en un proceso de transformación, sino que, debe creer, intuyo, que está en un proceso de dejar de ser, de muerte... de pérdida de sí.

-Mmm, -decía la mujer. Yo pensaba que me estaba admirando, así que continuaba:

-Por eso se vuelve sobre sí misma la enana blanca, por eso se protege en una nebulosa, por eso el calor deja de generarse y sólo queda como un remanente en su interior... -aquí debo haber hecho una pausa para ver si la mujer aplaudía, pero no fue así-. Pienso entonces a la enana blanca -continué- pienso a la enana blanca como un puño, pienso en uñas enterradas en la piel. Pienso en el ojo también como un puño, en el dejar de ver, de verse. Pienso en el abandono al último calor que logramos contener, pienso en el apagarse poco a poco. En ocultarnos tras una nebulosa. En la luz que producimos, en la que dejamos de producir. En la luz que se apaga.

-...

Entonces ella se enoja, cambia su semblante de un momento a otro y me dice que no, que no entiendo nada. Que estoy muerto antes de tiempo y que de alguna forma el universo es similar a un jardín de flores que están siempre abriéndose, donde nada se marchita, ni se cierra, y donde no hay espinas.

Luego, con su mano derecha, bota inesperadamente un vaso con agua que está sobre una bandeja, mojando parte de su cama.

Yo no sabía por qué hacía eso. Es decir, poco entendía en ese momento. Y es que para mí la muerte y la rabia eran algo normal... cerrarse sobre uno mismo era prácticamente mi estado, y no veía nada anormal en todo eso, ni dañino.

Entonces, mientras estaba inclinado intentando secar la ropa de su cama, siento que ella me acaricia el pelo. Siento sus manos secas y flacas y hasta el roce del cable que tiene conectado. Y es como si de pronto, de manera muy leve, entendiese que el mundo no era yo, que había otro ahí, uno de verdad… uno que era más que el otro al que yo iba a visitar y hablarle y que luego me agradecía… me di cuenta que en verdad estaba dando muy poco y que estaba prácticamente hablando solo. Que había tomado una decisión, que había creído hacer el bien voluntariamente y había creído que el amor se dirige y hasta había pensado, egoísta, que podía entregar algo necesario para los demás.

Con el tiempo, sin embargo, olvidé lo que aprendí. Olvido y aprendo y olvido nuevamente quizá demasiado rápido. Amé, tuve un hijo, me equivoqué en cosas. Me cerré. Ni siquiera con calor alguno dentro de mí, busqué expulsarlo todo, enfriarme. Creí entonces tener una enana blanca adentro, algo que pesaba increíblemente y que apenas dejaba de lado cuando veía a mi hijo. Digamos que guardaba el calor para esos momentos, luego volvía a mí estado.

Pero lo cierto es que entendí mal. Las enanas blancas no eran eso. Las enanas blancas son hermosas. La abuela tenía razón y el universo era un jardín que está siempre abriéndose.

Recuerdo que ese mismo día, mientras me acariciaba el pelo y yo no sabía qué hacer, la mujer me preguntó:

-¿Y entonces, hay rabia o sacrificio en una enana blanca?

Y yo no supe qué decir en ese momento. Al genio le faltaron palabras, y hasta entendimiento.


III. Conclusión.

No hay rabia en la enana blanca. Hay vida que se entrega, negación del colapso, deseo de dar luz.

Me costó entenderlo, pero lo aprendí con el tiempo.

La densidad inmensa e incomprensible era la vida que se protege a sí misma, pero sólo para darse hacia los otros.

La enana blanca era la muerte hecha semilla, era el sacrificio máximo de una estralla que busca negar su propia muerte y entregar su última luz.
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___

Respecto a la mujer, me llamaron del lugar donde estaba unos años después. Había registro de visitas y yo había sido uno de los dos que la habían ido a ver en no sé cuanto tiempo. La vieja había dejado sus cosas en una caja. Un poco de ropa, unas fotos en blanco y negro, y una pequeña colección de piedras.

Entre ellas, recuerdo que me fijé en una piedra blanca, redonda y pequeña. Una enana blanca, me dije. Y me la llevé.

Esa tarde busqué un lugar tranquilo y enterré esa piedra como si hubiese sido una semilla. Recuerdo haberla mirado, hasta en los mínimos detalles, y haber creído hasta ver brotes.

Tapé la piedra con tierra húmeda y arrojé pasto encima.

¿Y saben? Nunca había contado antes esta historia.

Creo firmemente que esa enana blanca germinó.

La mujer se llamaba Agustina.

Y mi nombre es Vian.

martes, 21 de septiembre de 2010

Tocar al leproso.

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Imagino una señalética para la idea de "No tocar al leproso". Y pienso por tanto cómo podría hoy en día dibujarse al leproso.

Eso hago mientras espero atención en una consulta a la que asistí porque al final no fue necesario mentir para no ir hoy al trabajo, y resultó que se me cerró la garganta esta mañana y apenas podía respirar en un momento así que bueno... decidí ir al doctor porque la picazón era dolorosa y estaba costando que pasase bien el aire.

Entonces, como la atención se demoraba, resultó que me robé un taco para notas y comencé a dibujar en él una serie de leprosos.

Al principio, sólo me preocupé de que ciertos rasgos o malformaciones fuesen notorias, pero se alargaba la espera y el conjunto de leprosos comenzó a cobrar un cariz distinto. Ya no se trataba solamente de dibujos al azar, o de imágenes icónicas para una señalética... cada uno comenzó a tomar rasgos distintivos y hasta una historia propia.

Al cabo de media hora resultó que ya tenía todo un ejército de leprosos de papel, dispuestos a atacar junto a mí si no me llamaban pronto, porque además la tos había vuelto y la picazón en la garganta aumentaba por ratos y fue entonces cuando tomé una decisión y me acerqué junto a mi ejército hacia el mesón central y comencé a poner sobre él, extendidos, cada uno de mis valientes soldados.

-Tengo un ejército de leprosos -le dije a la secretaria, entre tos y tos y pequeños ahogos- tengo un ejército de leprosos y no dudaré en usarlo.

La secretaria hizo entonces como que no entendía y me sonrió.

-No hable -me dijo- parece que le duele la garganta... el doctor ya debe estar por llamarlo y...

-Usted no me entiende -le dije a lo más adolescente- ¿no ve acaso a los soldados que la apuntan?

La secretaria miró entonces los papeles y tomó a uno de mis leprosos, y luego a otro y hasta dejó uno al revés, ocasionando mi primera baja.

-Usted no los toma en cuenta porque son leprosos -le dije- usted se cree limpia y sana y...

La tos no me dejaba hablar... Así que la secretaria me pasó otro taco de papel, para que escribiese lo que le quería decir.

Mis leprosos son mejores que cualquiera -le escribí con letras grandes- dejan algo de su cuerpo donde van y se aseguran de estar así en todos lados... ¡no saben no quedarse entre sus pasos!...

La mujer me apuraba con los papeles, pero yo quería terminar mis ideas así que no se los entregaba.

Ustedes los sanos -le escribía ahora- ustedes los sanos se creen seguros, llevan su cuerpo consigo como si fuera una mochila y se aseguran para que nada se escape de ella...

-¿No me quiere entregar lo que está escribiendo, señor...? ¿Quiere que le traiga un tranquilizante?

Apenas dijo eso le sujeté fuerte el brazo y fui terminando el último papel:

...ustedes se sienten seguros porque viajan siempre con la totalidad de sí mismos, porque la piel no se resquebraja más de lo debido... pero este es un ejército de leprosos, avanzan por el mundo como bombas de racimo...

-Señor Vian, creo que será mejor que me suelte el brazo -decía entonces la mujer, algo asustada- el doctor saldrá en unos minutos y no es necesario hacer este alboroto...

-¡No hay alboroto! -le grité- ¡la lepra es el grito de Dios! ¡El mensaje de Dios es la carne del leproso que queda repartida entre sus semejantes!

-¿Lepra? -dijo por fin la secretaria, entendiendo algo por primera vez.

-¡Lepra! ¡¡Mi ejército de leprosos!! -le grité y le mostré a mis soldados que estaban ahí sobre el mesón-. ¡Olvídese del doctor y la atención! ¡Este es el ejército que se esparcirá por el mundo! ¡Este será el poder en el nuevo imperio! ¡Acabarán con la pureza estática y vacía, con la limpieza que nada engendra...!

Entonces la mujer de un tirón se soltó de mí y apretó un botón que hizo sonar una alarma lo bastante fuerte como para que el doctor saliera rápidamente de donde atendía y gente de otros cuartos saliese a ver que ocurría.

-¡Hay que tocar al leproso! -les gritaba mientras les arrojaba a mi ejército, y éste se esparcía por el lugar- ¡hay que tocar al leproso porque el leproso los puede sanar de esa enfermedad que no se ve! ¡el leproso es el ángel putrefacto! ¡el grito de la carne! ¡el resultado de la mordida de Dios en el hombre!

Recuerdo que aquí se me acercó un doctor y un tipo vestido de azul con la última escoba de madera que debe de haber una consulta moderna, blandiéndola como una espada.

-¡No me asustan los hombres sin grietas! -le gritaba mientras me pasaba hacia el otro lado del mesón-¡Nada pueden hacerme los hombres que no saben extraviar parte de sí entre los otros! ¡Nada pueden hacerme los hombres sanos!

Y entonces, justo cuando la escoba me palmoteaba la espalda por segunda vez, sentí que una parte de mí salió disparada a través de mi garganta y cayó al piso.

Apenás lo vi ahí sobre el piso sentí que la picazón había pasado y el ahogo disminuyó notoriamente.

Me sentí, sin embargo, afiebrado, y tuve que dejar aquello que se había caído en el suelo, pues los otros ya me agarraban y querían inyectarme algo en el brazo en una de las habitaciones.

Desde el lugar podía ver como el tipo de azul y la secretaria recogían a mi ejército tratándolos como si fueran manchas.
Luego pasó un tiempo que no logro determinar.

-No sé qué me pasó doctor... -le decía después, y en parte era cierto- supongo que era por la fiebre... tenía algo en la garganta y al parecer acaba de salir disparado...

El doctor asentía y me hacía sentir un poco más normal, en medio de aquel lugar.

Al final, resultó que me dieron una licencia de tres días, pero apenas ocupé una mitad, pues unas horas después fui hasta la escuela nocturna e hice clases apenas con una leve picazón y unas toses ligeras.

Mientras la hacía, sin embargo, pensaba en aquello que salió disparado de mí, y en aquello que había sucedido en la consulta, horas atrás.

Ahora, escribiendo, extrañamente siento que no me falta nada, y pienso en todas aquellas piezas innecesarias que podríamos botar sin perder nada de aquello que somos.

Quizá deba hacer un inventario -me digo-, pero en otro momento.

Entonces me fijo que los ojos se me están cerrando y que el sueño va ganando terreno.

¿Y saben? Hoy lo dejo vencer.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Jugando con rizomas, amaneciendo en un volcán marino y una carta abierta a la señorita Zebra.

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I. Sobre una de las culpas de Gilles Deleuze.

El filósofo Gilles Deleuze es culpable de muchas cosas. Tantas y tan complejas que comenzar a nombrarlas sería no alcanzar nunca a hablar de otras a las que me interesaría llegar, hacia el final de todo esto.

Una de las culpas a las que me refiero, es enredar todo al explicar el término rizoma, y decirnos con eso que todo nuestro sistema de organización de conocimientos estaba errado.

Ahora bien, es cierto, eso ya se sospechaba desde antes, pero darle un fundamento teórico y una justificación a la desorganización, no hace sino acrecentar las dudas que podemos tener respecto a las cosas y a los órdenes que siempre hemos entendido, siendo la base, por tanto, de nuestra organización.

Algunos, sin embargo, suelen decir que el culpable de esta teoría no es único, y que Félix Guattari, -un sicólogo culpable también de otras cosas que aquí no vienen al caso-, habría colaborado con Deleuze en esta vil fechoría, como si eso disminuyera de alguna forma su falta.

Al respecto, -y como última acotación antes de referirme a la teoría del rizoma en sí-, me gustaría señalar que la participación de Guattari, a mi entender, -que suele ser el correcto, sobre todo en mis propios textos-, no va más allá de llevar la aplicación del modelo rizomático al campo de la psique, donde las formas de control y organización operan de una forma distinta, con otros ejes y valores jerárquicos cuya explicación detallada guardaré, al menos por el momento, en el cajón de las cosas que no sirven, justo al lado de un libro de lectura veloz, unas cuantas recetas de cocina y un libro sobre la democracia participativa.

II. Sobre el rizoma mismo.

Sé que se hace más enredado de esta forma, pero me gustaría partir señalando que si organizamos rizomáticamente el conocimiento, nos estamos oponiendo a un modelo jerárquico tradicional, es decir, estamos realizando una forma de liberación ante la opresión que la cultura del conocimiento y del poder verticalista siempre ha ejercido sobre nosotros.

Esto, ya que entendemos por rizoma un modelo de organización epistemológica donde cualquier elemento del conocimiento puede incidir de alguna forma sobre otro. Con esto, se rompe por tanto la tradición que llevaba a confiar en la verdad contenida en los elementos organizados en un nivel superior, por sobre el grupo de elementos que bajo ella se ordenaban.

De esta misma forma, no sólo se está poniendo en entredicho, o derribando deliberadamente una forma de organización, sino que lo que está en juego aquí es el orden mismo, completo... ese que nos otorga coordenadas de saberes y que supuestamente nos fija como centro.

Con el rizoma, entonces, no hay centro alguno posible, por lo que la verdad contenida en un elemento, altera y afecta a otros elementos y por tanto a la verdad contenida en estos últimos, y viceversa.

Ahora bien, ¿se imaginan qué sucedería si eso fuera cierto?

Sería como si las cosas que sabemos, ¡y hasta la cosa que somos!, cambiasen sus bases de un momento a otro sólo porque descubrimos verdades en otras...

Sería casi como comenzar a extraviar cosas para que, encontrándolas, pasásemos a encontrar también un yo distinto, afectado, alterado... sería como volvernos locos, ¿no creen?

III. Sobre algunas cosas que pasaron en torno a las celebraciones del 18, y el preámbulo de un amanecer.

No narraré acá las acciones sucedidas este 18, sino que, como se señala en el título de esta sección, me referiré esporádicamente a algunas de las cosas que han dejado huellas.

Huellas concretas, por cierto, de esas que pueden evidenciarse como heridas en los pies tras largas caminatas y sesiones de baile demasiado extensas, -sobre todo pensando en alguien que no baila-, o las pantorrillas agarrotadas por haber caminado apoyando los talones luego de dichas heridas.

Pero a veces la gente se entristece o piensa mal cuando hablamos de heridas, así que elegiré otras cosas concretas que puedan parecer menos trágicas.

Nombraré entonces, por ejemplo, un buen número de botellas vacías, varios vasos rotos, un reloj que se detuvo por última vez a las 10:29 y algunas camas hechas y deshechas y nunca, por cierto, con los mismos integrantes.

Sí, creo que eso es mejor, después de todo, la gente no se entristece cuando se hablan de estas cosas, salvo yo, por supuesto.

Nombraré también botas y zapatos y diálogos que suceden en un nivel bajo, -pero iluminado-, sin que a veces nos demos cuenta.

Y hasta reproduciré, hasta donde la memoria me alcanza, ciertas frases que escuché decirse a algunos de ellos, y que servirán, por cierto, de preámbulo a un amanecer que se desarrollará en un punto posterior, si todo sigue por los caminos trazados.

Anexo I - sección tres- frases sueltas a modo de diálogo (como todo diálogo)
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-Por estar más cerca del suelo oímos cosas que pocos se atreven a escuchar... -dijo uno.

-Arriba en cambio es distinto, -dijo su par-, yo conocí una vez a una bota que había sido sombrero y me contó que lo principal para ellos es su cabeza.

-¿Una cabeza? ¿Y para qué sirve?

-Para olvidar, según me contaron, para olvidar las cosas que se ven y las que se escuchan.

-¡No es cierto! -dijo otro, entrometiéndose-, yo supe que sirve para recordar, para ordenar las cosas, para entender...

-¿Entender? ¿Recordar? Tu información es poco fidedigna como tu cuero -dijo una que tenía la suela un poco rota-. Una vez me dejaron cerca de un libro y en él salía que recordar significaba volver a traer algo al corazón...

-¡No es cierto!

-¡Sí lo es! ¡Lo leí con mis propios ojetillos!

-Yo también sé que existe eso, -dijo una voz al interior de otro, sorprendiendo a los demás-.

-¿Quien eres? -preguntó la voz de aquel donde salía esa otra voz, pensando que quizá tenía alma y era distinta a las demás, por lo que se infló orgullosa.

-Soy yo -dijo la voz, simplemente- me construyeron a partir de medidas exactas, de pesos específicos... digamos que para sostener el peso exacto de aquella en la que estoy...

-Eso no quiere decir nada -dijo una un poco más escéptica.

-Quiere decir que sí y que no -continuó la voz- que sí porque eso del corazón existe y no porque no lo toman en cuenta... son algo así como trescientos gramos que no calcularon para que mi consistencia quedara perfecta.

-Yo una vez escuché que el corazón era lo que marcaba hacía dónde nos movían -dijo otro, algo ingenuo.

Y entonces las demás rieron, y hasta se burlaron, y comenzaron a dirigirse nuevamente a lugares que siempre habían visitado. Y hasta se entristecieron un poco, pero nadie habló de eso.
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IV. Sobre el camino a un amanecer (o el primer amanecer).

Otra cosa concreta que sucedió fue que luego de unas 4o horas sin dormir -hubo un intento durante dos horas que no fructificó- fui invitado a un lugar para ver amanecer.

-Hay que caminar como una hora -me dijeron- y es un lugar increíble.

Y como todos los lugares que conozco han resultado, por lo mismo, ser creíbles, me decidí ir a ese, sin pensarlo mucho tiempo.

Una hora después estábamos frente al mar. Yo con una chaqueta y una polera y aguantando un poco el frío y el viento y etc. Habíamos llegado a un lugar equivocado, pero el equívoco me hizo pensar un poco. Y me hizo pensar, justamente en los equívocos, aunque suene redundante. Y pensé que no existían y luego pensé que sí así que terminé pensando en la indecisión, y olvidé eso de los equívocos.

Debemos haber esperado ahí una hora más y creo que guardé silencio todo el rato. Vi un par de estrellas fugaces que los otros se perdieron mientras conversaban y les puse un nombre a cada una. Y luego me arrepentí de habérselos puesto.

Nos fuimos entonces al lugar correcto, aquel donde había un volcán submarino y varias cosas más que les contaré después.

Por el camino al lugar correcto pasamos cerca de la casa donde quizá habría una cama o un lugar para acostarse. Yo pensaba en cosas que no pueden decirse así que pensaba con sensaciones.

Ya había visto un amanecer, pero extrañamente íbamos hacia otro, al verdadero, aunque no lo sabía aún en ese entonces.

V. Sobre el amanecer mismo (o el segundo amanecer).
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Sí, es cierto, vi amanecer dos veces. La segunda fue tan hermosa que aún no me la creo y hasta me da lo mismo decir hermosa y hasta bella y todas esas palabras que se evitan por cursis, y porque pueden poner en entredicho la orientación sexual propia -sobre todo hoy en día sin pruebas concretas para reafirmarla-.

Pero la historia -porque ahora sí esto se acerca más a una narración- sigue de otra forma. Digamos entonces que saltamos una pared y caímos en un lugar que no imaginé había allí. Lleno de flores abriéndose y acomodándose y aprovechando de hacer todo aquello que hacen cuando están solas, pues creían que no eran vistas.

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Vi también un ratón gigante que se metió en un hoyo también gigante, y hasta me acerqué, -un poco cobarde, es cierto-, a un pequeño acantilado, olvidándome del vértigo que suelo sentir y cambiando esa sensación por una que era un tanto similar al vacío, aunque algo más silenciosa.

El asunto es que luego avanzamos un poco más y nos situamos justo frente a un roquerío donde estaban los lobos marinos. Todos los otros, menos yo, gritaron entonces, imitándolos, y hasta escuhamos la respuesta de ellos, desde esa especie de isla más allá. Y entonces, como por un pacto, comenzó el verdadero amanecer.

Aclaro aquí que hablo del verdadero porque ya había un poco de luz, sólo que todo estaba tan nublado que no habían rayos directos. Entonces sentí que iba a suceder algo extraño, y una única luz... un único rayo del sol se filtró y alumbró exactamente aquellas rocas, las de los lobos.

Mientras, ellos gritaban y se lanzaban al agua y todo lo que hace un ser cuando recibe aquel regalo y se da cuenta.


Nosotros, en cambio avanzamos más, hasta el volcán submarino, como los otros lo llamaban.

VI. Sobre el volcán submarino o la respiración de la roca.

Como el mar se filtraba por cavernas entre unas rocas, resultaba de pronto que éstas reventaban y subían por un conducto también de roca hasta lo alto, en el lugar donde estábamos.

Venía entonces un ruido y era como si las piedras se despertaran y gritaran también, como los lobos.

No resultó muy peligroso porque la marea estaba baja, aunque fue impresionante, de todas formas.

Desde el lugar además podía verse el horizonte. Más aún si subías otro poco y llegabas hasta las rocas, donde encontramos unos cóndores. Los demás se durmieron sobre ellas y yo bajé a hablar con el volcán y me contó un secreto.

VII. Sobre el secreto del volcán (traducción libre).


No soy un asesino -me dijo- hay gente que ha muerto aquí porque tenía que morir, tú lo sabes bien. Y uno no debe entrometerse cuando la gente tiene que morir, ni mucho menos, ¿me entiendes? Recuerdo que una vez el señor acantilado que está por allá terminó matando también a uno justamente por intentar evitar y revelar ese secreto.

Yo he querido a los que han muerto aquí, y los he retenido dentro como si fuesen mis hijos. Cuando grito gritan ellos y grita el mar. Las formas de querer son muchas y no hay que confundirse, ni jugar con las fechas predestinadas, porque sino el acantilado se viene y pone las cosas en su sitio, o hasta hace un reemplazo.

Mira, si te acercas más te diré una última cosa, y mi aliento te llegará en el rostro... confía en mí. Ve y despídete de esos que duermen arriba y ve a hablar con el señor acantilado y dale tus razones. Y ten cuidado, chiquillo.

Yo, obediente, le hice caso. Me despedí sin despertarlos y fui hacia el acantilado.

VIII. Sobre lo que me dijo el acantilado y sobre lo que yo le dije.


-Sé lo que ocurre cuando lo digo, antes sólo lo siento, pero eso no es saberlo -dijo uno de los dos-.

-Lo terrible no es eso -dijo el otro- lo terrible es el corazón de las personas y el acantilado que hay dentro. Las personas caen dentro y a veces ya no salen. No sirve que tiendas las manos, ni menos las palabras.

-No sé que es lo terrible. Ni siquiera sé de mi propio corazón, aunque estoy dispuesto a lanzarme por él en busca de mí mismo.

-Tú no lo haces, y crees saber cosas que no sabes, el acantilado en tu corazón son los otros y el camino que te separa de ellos está dado por esa distancia, y por esa caída. Yo vengo a ofrecerte otra caída, de la que despertarás aliviado y todo estará otra vez en orden.

-¿Cuál orden?

-El de la muerte, por ejemplo, o el de mantenerse siempre en tus propios ámbitos, sin ir nunca más allá, porque erras.

Entonces las voces se detuvieron y sentí que unas manos de piedra me tiraban suavemente hacia abajo. Pero no puedo contarles más sobre aquello.

IX. Sobre el regreso que no existe.

El regreso no existe. Nunca regresamos porque no somos quienes fuimos y porque donde regresamos nunca es lo que era cuando nos fuimos. Pero debo explicarles que volví y que aquí estoy.

Terminó de despejar el día y de vuelta por el camino escuché despertar a los pájaros y vi a las flores nuevamente. Pasé también frente a los roqueríos de los lobos y escuché que gritaban todos, igual que antes. Avancé entonces unos pasos más, pero seguían gritando. Luego pensé que quizá querían que yo gritara. Después de todo, no me había atrevido en la primera oportunidad.

Me costó un poco decidirme, pero al final lo hice. Grité fuerte, lo más que pude -tanto que la garganta está algo dañada, incluso hoy-, y entonces ellos se callaron.

No sé si imaginé que se reían bajito, y hasta se alegraban, y entonces seguí.

X. Sobre este momento y sobre las cebras.

Ahora estoy en Santiago. En una pieza llena de libros revueltos y pruebas sin revisar que eran para mañana. Digo eran porque he decidido no ir. Quise tomarme el tiempo para escribir esto y cumplir con la entrada del día en el blog, además, hoy se cumplen seis meses exactos escribiendo acá, y no quise que hoy fuese mi primera falta.

Por otro lado, faltarle a los chicos de la escuela no es algo que me guste, pero no suelo hacerlo tampoco, así que es una excepción, y espero que se entienda. En el resto de la noche supongo que me pondré más menos al día con las revisiones atrasadas y haré unas pruebas mañana por la mañana.

Hoy además estuve con mi hijo y dormí después de permanecer despierto cerca de 60 horas seguidas. El sueño fue bueno y fue acompañado por una canción hermosísima de Tori Amos que se llama Mr. Zebra. (http://www.youtube.com/watch?v=unXE3p8NqO4). No lo supe cuando desperté, pero sí cuando hablamos con mi hijo y salieron por ahí ciertos datos sobre estos animales.

Recordé entonces, además de la canción, algunas de sus características:

a) Que sus rayas les sirven para camuflarse.

b) Que a diferecia de caballos y asnos es el único equino que no se ha logrado domesticar.

Y otros datos que dicen relación con algunas costumbres particulares, la esperanza de vida, y el comportamiento social... ah, y que andan siempre en pijama, agregó mi hijo, certero.

Fue entonces cuando pensé en los rizomas y en como Deleuze enreda todo y el orden de las cosas puede desmoronarse y tienes que cambiar todo y eso de lo que les hablaba antes y que no quiero repetir.

Pensé entonces que al revés de la canción de Tori Amos yo tenía algo que decirle a miss Zebra, y le inventé una carta-canción, que aprovecho de dejar como despedida y como cierre de esta entrada.

XI. La carta-canción a miss Zebra (la carta-canción misma).

Querida señorita Zebra
mi intención no es asustar,
ni arrancarle su pijama,
hablo para que no se pierda
ni se equivoque usted de cama,
nada más.

Sé que no se domestica
y tiene miedo de escuchar,
pero hay algo que la aguarda,
sé que el amor usted mastica
y que salta por las bardas
y que piensa que no hay más.

Coro:

Señorita Zebra,
no creo ya en sus rayas,
ni en lo que intenta camuflar.

Hay un día en la semana,
donde las cosas cambian
y hasta el sol se acerca más
(bis)

Querida señorita Zebra
hoy me vengo a despedir,
y esta carta ya se acaba.
Por favor no sea lerda,
y no me haga gastar baba,
en lo que tengo que decir.

Yo me salgo del camino,
y no le digo algunas cosas
que usted debe descubrir,
quizá no crea en el destino
o lo que vengo a transmitir
y que sólo es una cosa:

Coro:

Señorita Zebra
no creo ya en sus rayas
ni en lo que intenta camuflar.
.
Hay un día en la semana
donde las cosas cambian
y hasta el sol se acerca más.

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