martes, 14 de septiembre de 2010

Aventuras de mi yo burgués (I)

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I.

Existe un extraño club que se reúne cada cierto tiempo -creo que cada tres semanas, pero supongo que la periodicidad no es tan rígida-, en una vieja casona ubicada en Recoleta.

Por fuera, la casona no parece tener nada especial: sus muros están agrietados, la vegetación es descuidada, la pintura -que alguna vez fue blanca- se encuentra resquebrajada y sucia... y ronda al interior del lugar un perro lo suficientemente grande como para ser el rey de los perros de Santiago, si es que éste se eligiese por la fuerza, como sucedía antaño.

La forma en que llego al lugar es extraña, me reúno primero con la mujer que ha de llevarme hasta el lugar -una señora de unos 70 años, delgada, vestida siempre de azul y que se me acercó hace unas semanas mientras visitaba una exposición-, y pasamos luego a recoger otra señora que se baja de un gran auto negro y sube hasta el nuestro, un volvo café muy espacioso conducido por un chofer con gorrito y traje negro, como recién salido de una funeraria.

-¿Este es el chico de quien hablabas? -pregunta la mujer que ha subido recién al auto.

-Sí -contesta la mujer que me invitó, vestida de azul como siempre y sin agregar nada más sobre el chico ese, que por cierto soy yo, y que viajo al lado del chofer, vestido con la ropa más extraña que encontré, para ir a tono a ese encuentro.

Y es que unos días antes la mujer de azul me lo había advertido:

-Si es verdad que no te gusta hablar, y no quieres dar explicaciones, te recomiendo que vayas con alguna ropa extravagante... si quieres podemos pasar a comprar alguna ¿te interesa?

Y como yo me había negado, había tenido que rebuscar largamente hasta decidirme por un pantalón de terno, unas zapatillas con plomo brillante, una camisa a rayas, una chaqueta extraña y asimétrica que compré una vez en la ropa usada y un sombrero que me conseguí con un amigo.

-¿Estoy bien así? -le había preguntado apenas me vio, a la dama de azul.

-Estás divino -había contestado ella, pero acompañando las palabras con la expresión que se utiliza para decir que estás hecho una mierda, como siempre.

II.

Apenas entro en la casona me doy cuenta que lo del club iba en serio. No eran menos de 20 las personas que había ya en aquel lugar y que estaban repartidas en pequeños grupos que eran atendidos por unos garzones vestidos con un traje rojo similar al del chapulín colorado.

Yo ataqué rápidamente una copa de vino y fingí probarla lentamente, como había visto a los otros. Luego ataqué otra, por supuesto, y unas cuántas más, repitiendo la fórmula.

Mientras estaba ahí, bebiendo aquellas copas y sentado junto a la mujer de azul, los otros miembros del club venían cada cierto rato y repetían las mismas palabras:

-¿Es este el joven de quien hablabas?

-Sí. -repetía la mujer. Y los otros se iban.

Entonces noté que las cosas comenzaban a cambiar. Un hombre hizo un gesto y los chapulines se fueron con sus bandejas y reunieron unas mesas en torno a la cual todos se sentaron.

A mí me indicaron que me pusiera en un extremo, de pie, -no tenía silla, así que era lo único que podía hacer- y entonces comenzó la parte seria:

-¿Quién eres y cuáles son tus propósitos? -me dijo el hombre que estaba en la otra cabecera de la mesa. Lo dijo sin mirarme, con la cabeza gacha, al igual que todos los otros que estaban sentados junto a la mesa. Todos tenían además, me fijé, un pañuelo blanco apretado en una de sus manos. Todos menos el hombre que me había hablado, quien tenía un pañuelo rojo.

III.

¿Quién soy? pensé... ¿Cuáles son mis propósitos?... Pero como estaba un poco mareado comencé a hablar un poco sin pensar:

-No puedo decirles quien soy -me escuché decir de pronto, con un tono tan misterioso como la ocasión-, pero pueden llamarme Vian, que es además mi nombre. No tengo rasgos distintivos más que un par de cicatrices en la mano izquierda. Una en la palma, bajo el dedo central, y otra en el dedo pulgar, justo bajo la uña. Ambas miden lo mismo, lo descubrí hace poco, y tienen el mismo ángulo.

Respecto a mis propósitos -continué-, no es mucho lo que tengo que decir, pues mis propósitos me avergüenzan. Me gustaría decir que no aspiro a nada, pero sé que no es así. Por lo pronto me atraen esos cuadros que estan a la entrada del salón verde y otra copa de vino.

Me callé entonces para observar si veía alguna reacción en los otros, pero no vi nada en verdad, salvo que el hombre le entregó el pañuelo rojo a una mujer que estaba a su lado y luego ésta comenzó a hablar:

-Son témperas de Erté, -comenzó-, en 1928 él mismo diseñó la escenografía y el vestuario para los espectáculos que tenía mi madre en el Maipo, en Valparaíso. También diseñó joyas y hasta una casa, que aún no hemos hecho...

Luego le devolvió el pañuelo al hombre, que continuó.

-Estás aquí para unir tus propósitos con los nuestros, -me dijo, y esta vez levantó el rostro y me miró directamente-, el dinero no será problema y tu trabajo será escribir, simplemente, a tiempo completo y en el lugar que quieras... una parte podrá ser a tu gusto, pero en la otra nosotros pondremos las palabras, y las herramientas.

-No le entiendo -dije yo.

-Ya lo hemos dicho. El club tiene ya más de 70 años. La mujer que te trajo lo fundó el día de su nacimiento, a bordo del Hinderburg, dos días antes del accidente... Y no se salvó porque sí... se salvó para formar este club: para formarnos...

Mientras hablaba aquel tipo, yo intentaba ordenar lo que recordaba del Hinderburg, ese zapelin que se quemó al llegar a Estados Unidos, desde Alemania... con esas imágenes que muestran siempre de unos tipos bajando por cordeles mientras otros se quemaban o se lanzaban al vacío, sin más...

-Existen los hombres que están hechos para salvarse -continuaba aquel tipo-, los que son protegidos porque deben hacer algo... y esos somos nosotros. No se trata sólo de clase, o de dinero, aunque esto es fundamental, sin duda... se trata más bien de ser mejores, de ser distintos al resto de esos que trabajan día a día como si les valiera de algo...

-Yo trabajo de profesor, -me escuché decirle, entonces-, pocas horas este año, es verdad, en un colegio diurno y en uno nocturno... a veces voy también de conserje aunque parece que se acabó ahora ese trabajo... He trabajado también en otras cosas: carpintero, vendedor de juguetes, repartidor de encomiendas, y hasta soldando... no creo que sea uno de ustedes...

-¡Lo eres! -interrumpió entonces la dama de azul-, quizá no lo expresamos bien... simplemente queremos proponerte otro trabajo, uno que además te agradrá y que te permitirá cambiar todo lo que fue hasta ahora tu nivel de vida... te pedimos escribir, simplemente, de y para nosotros... cartas cerradas, actas... verdades secretas que además conocerás...

-Pero yo no sé si quiero eso -les dije-, es decir, a veces me gusta ser profe... no me gusta que me paguen, ¿saben? Es tonto, pero no me gusta... me tocó ver a mi padre levantarse tras haber dormido tres horas entre una jornada y otra de trabajo y ganar casi nada... de chico sacaba comida a escondidas de refrigeradores de mis tíos, porque tenía hambre... o sea, no lo digo como una gran cosa, sino como una explicación. No me gusta la plata, y sé que es algo tonto, pero no me gusta y menos me gusta que me la den por escribir... no lo puedo explicar, en todo caso, y no le siento valor alguno, es sólo que no puedo...

-¿Sabes cuánto cuestan cada uno de esos cuadros de Erté? -me dijo otro de los hombres.

Yo no contesté.

-Podrás trabajar toda tu vida y no vas a lograr ninguno. Ni mujer alguna que valga la pena. Querrás viajar, supongo, querrás cosas... eso se nota al verte...

-¿Quieres que te consiga una beca? -dijo entonces otra mujer- Puedes irte al lugar que sea: estarás estudiando, no será un regalo... puedes escribir desde allá, si lo deseas.

Luego vinieron otros ofrecimientos, otras ideas... Yo me sentía mareado y me estaba dando rabia. Me sentía estúpido y por supuesto los sentía estúpidos también a ellos, pero de verdad era algo que no podía aceptar. No es moral ni nada, es estupidez quizá, pero el asunto es que no puedo hacer otra cosa. Nunca he podido, y hasta el momento eso es algo que no cambia.

Recuerdo que la conversación siguió. Ellos me hablaron de algunos artistas, y luego recalcaron que nunca sería nadie. Yo les di la razón, y hasta les dejé el dinero que me quedaba del aguinaldo para pagar las copas que había tomado, que al final fueron como 15.

Luego les dije que me iba, y me fui.

IV.

Antes de irme, eso sí, fui nuevamente a ver las témperas de Erté. Eran diseños de vestidos, de joyas, de cuerpos estilizados... dibujos bellos debo reconocer, pero de una belleza que me es esquiva.

Salí sin que nadie me llevara a la puerta por lo que el perro se me tiró encima, y sólo cuando me ladraba y se ponía frente a la puerta para impedir que saliese, escuché que lo llamaban.

Luego, como no tenía dinero, tuve que caminar. Pasé por la Estación Mapocho, por la Alameda, por Vicuña Mackena... no me detuve en el camino, y me dolían los pies.

Durante un rato me acompañó una mujer borracha que era, según me contó, profesora de matemáticas. Era bastante mayor que yo y estaba a mal traer, pero hubo un momento en que estuve apunto de pedirle un beso, pero al final no lo hice, y la mujer se fue.

El amanecer me sorpendió cuando iba justo frente al zanjón de la aguada y el olor se hacía insoportable.

Como me detuve para verlo me percaté de que había un perro atropellado en un borde de la calle, y que todavía estaba vivo. Lo tomé y lo dejé sobre la vereda, aunque se puso nervioso y en un momento me mordió el brazo. Luego me lamió.

Ve con Dios, me dijo entonces el perro. Pero yo me fui solo, por supuesto.

Supongo que el perro debe haber muerto antes de que yo llegase a mi cuarto.

Una vez en él, intenté vomitar, pero no pude.

Luego me dormí.
___
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Ah, y se me perdió el sombrero.


2 comentarios:

  1. que bueno que esta el texto!
    es entretenido, pero me deja reflexionando bastante! me lo lei de un tiron, genial!!

    pd: lo que me da intriga es que cosan son verdad,,

    saludos

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