miércoles, 1 de septiembre de 2010

Dios le bendiga, Mr. Vonnegut.


I.
¿Conocen Dresde? ¿Han oído hablar de esa ciudad y del bombardeo que sufrió casi al final de la segunda guerra mundial?
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Les pregunto porque si no lo saben será difícil que entiendan realmente a la persona de quien quiero hablarles, y todo lo que él hizo, será despojado entonces de su verdadero valor y se verá opaco.
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Dresde hacia el final de la segunda guerra era la séptima ciudad más importante de Alemania, una de las pocas que no habían sido bombardeadas y que pasó, por lo mismo, a ser uno de los nuevos objetivos para el ataque conjunto de la RAF británica y la USAAF norteamericana.
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Las excusas o razones que se tenían para el ataque fueron varias, pero más allá del cuestionamiento que provocaron incluso en el bando aliado, no son aquí parte de ningún argumento, pues poco me interesa diferenciar víctimas de victimarios cuando el hombre mata al hombre, y muere sin saberlo algo suyo también dentro.
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Pero la historia de quien quiero hablarles comienza antes. Antes de que cuatro mil toneladas de explosivos impactaran sobre aquella ciudad y ésta haya quedado en llamas, y reducida a escombros.
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Situaré entonces el comienzo de esta historia tiempo atrás, -no tanto en todo caso para no agotar su paciencia, no se preocupen-, unos dos años antes, cuando un hombre de alrededor de 20 años se alistó en el ejército, abandonando sus estudios y partió, contradiciendo a su familia, a pelear contra hombres que nunca había visto, porque creyó defender una causa justa.
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Es cierto, podrán decirme que esta es la historia de un sinnúmero de hombres, pero aguarden un poco, pues les mostraré que no.
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Sé en todo caso que no bastará contarles que su madre se negó a despedirlo, y que no pudo leer la carta que él le envío desde el frente, pues se había suicidado justamente para el día de la madre que siguió a la partida de su hijo.
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Sé que esto pudo ocurrirle a otros y entiendo que no baste por sí mismo para entender por qué este hombre de quien quiero hablarles, posea para mí tal belleza, que no alcanzo a comprenderlo, así que seguiré la historia.
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Se agrega entonces otro dato que no basta, -pero suma-, y dice relación con el extravío que sufrió este hombre, con el alejamiento de su batallón que nunca supo explicar, con el vagar a escondidas entre las líneas enemigas luego de la batalla de las Ardenas hasta que fue perseguido y capturado por los soldados enemigos el 14 de diciembre de 1944.
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Acepto en todo caso que esto aún no sea argumento de nada, podríamos hacer listas de hombres desdichados y ponerlos a contar sus miserias e injusticias así como si compartieran tatuajes o cicatrices… y sé que podríamos no detenernos nunca en esa labor y sería casi como arañar la tierra y hasta nos heriríamos las manos.
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Aquí me interesa otra cosa, me interesa entender algo y les entrego a ustedes los únicos datos que tengo para intentar comprender una más de estas cosas de las que nunca se habla, para ver si luego lo entendemos juntos.
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La historia de este hombre obviamente nos conduce a Dresde, donde fue llevado junto a otros cientos de prisioneros aliados, a esperar el final de la guerra.
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Porque digan lo que digan las versiones oficiales, el final de la guerra, y la derrota alemana, era algo que se veía venir, a principios del año 45.
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Pero antes de eso hubo un bombardeo.
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Y una nueva ciudad fue reducida a escombros. Miles de toneladas de bombas destructivas y miles de toneladas de bombas incendiaras fueron más que suficientes para acabar con todo aquello.
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Y cuando digo aquello digo hombres, digo familias, digo escuelas y soldados refugiados… cuando digo aquello e intento comprender como es que pudo arder entre las llamas, me acerco incluso a algo que no me atrevo a nombrar, pero que late aún en el suelo de Dresde como en el de cualquier lugar en que la sangre del hombre ha ardido y ha gritado y ha intentado buscar refugio y salvación, sin encontrarlos.
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Y es que en Dresde, en medio de las llamas, se salvaron sólo siete soldados capturados, de los miles que se registran oficialmente… Lo lograron, sobreviviendo entre las carnes muertas almacenadas en un sótano, en las bodegas de un matadero: el matadero 5.
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Y este hombre, del que quiero hablarles, estaba entre esos siete. Participó luego, además, de la reducción de los cuerpos, del apilar los restos humanos que habían quedado entre los escombros y ayudó a prenderles fuego, pues no había forma siquiera de enterrarlos.
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Este hombre del que quiero hablarles, se negó a firmar la declaración en que los soldados prisioneros sobrevivientes justificaban el bombardeo y daban fe de que el número de muertos había sido ínfimamente menor que el que se manejaba extraoficialmente (haciendo bajar la cifra de más de 300.000 a cerca de 20.000 muertos, que es lo que una comisión británica-norteamericana determinó tras sus estudios realizados a distancia).
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Este hombre en definitiva, que apiló centenares de cuerpos y pudo ver aquello de lo que era capaz el hombre cara a cara, llegó a escribir libros llenos de una fe hacia todo lo humano, y llegó incluso a comprender, al más alto costo, que hay algo que puede brillar dentro del hombre, y hasta quiso enseñarlo.
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Este hombre fue Kurt Vonnegut, y de lo que él escribió, quiero contarles aún un poco más -muy poco-, si me dejan.

II.
Vonnegut está catalogado como un escritor de ciencia ficción. Más allá de que el verdadero centro de sus libros haya sido siempre la condición humana.
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Y es que la forma en que intentó acercarse a lo ocurrido, -y a la comprensión que de aquello llegó a alcanzar-, se desarrolla a tal distancia, que parece minimizar todos los hechos.
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Sin embargo, lo que ocurre en verdad, dice relación con ir más allá de su propia experiencia, de su propio testimonio, trascender entonces los dolores y experiencias individuales para llegar a algo mucho más permanente y profundo.
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Así por ejemplo lo expresa uno de sus personajes, el multimillonario Mr Rosewater, al momento de asistir a un congreso de escritores de ciencia ficción:
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“—Os quiero mucho, hijos de perra. Sois mis escritores favoritos. Sois los únicos que habláis de los cambios realmente terribles que tienen lugar, los únicos lo bastante locos para saber que la vida es un viaje espacial, y no precisamente corto, sino uno que durará millones de años. Sois los únicos que tenéis el valor y el coraje de preocuparos realmente del futuro; los que realmente os dais cuenta de lo que nos hacen las máquinas, lo que nos hacen las ciudades, lo que nos hacen las grandes y simples ideas, lo que nos hacen las tremendas incomprensiones, equivocaciones, accidentes y catástrofes. Sois los únicos que os preocupáis del tiempo y las distancias sin límite, de los misterios inmortales, del hecho de que ahora ya tenemos una base para fijar si los viajes espaciales de los próximos veinte años serán un cielo o un infierno…"
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Este mismo personaje, que encontramos en la novela Dios lo bendiga Mr. Rosewater, parece sufrir de esta incomprensión a la que comúnmente veo sometido al mismo Vonnegut. Y es que comúnmente alabado por su ingenio, por los giros inesperados en sus novelas, por el invento de Kilgore Trout, y hasta por el ritmo de su narración, lo verdaderamente importante que plantea Vonnegut es dejado de lado, y los hechos que a él le tocó vivir, parecen casi una anécdota más cuando se habla de este “entretenido” escritor.
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Quizá por eso me pregunto siempre desde dónde saca la alegría y la fe que irradian algunos de sus textos, la belleza de sus personajes incomprendidos, y la fortaleza para hacerse cargo de vivir manteniendo esa suerte de pureza de la que deben hacerse cargo.
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Y es que de verdad me gustaría que hubiese un Dios –o alguien- que me quiera, como parece querer Vonnegut a sus personajes. Alguien que comprende las miserias a las que puede llegar al hombre, pero puede permanecer junto a él para decirle que lo verdaderamente importante es algo mayor, y que hay que sonreír, y aprender a vivir de una buena forma, mientras esto nos sea posible.
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Me asombra entonces en sus textos, no encontrar duda alguna sobre el Hombre, pues más allá de que algunos de sus personajes cometan un sinnúmero de bajezas, parece ser que hay algo que no se derrumba dentro de él… algo que está destinado a vivir por eones, y que bien merece una bendición.
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Y es que intento imaginármelo escribiendo Madre noche, o Matadero cinco, después de todo lo que le tocó vivir, y no comprendo, de verdad no logro comprender, desde donde saca esa fuerza, esa alegría. Esa pureza.
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Y es que Vonnegut parece comprenderte, parece haber entendido que el dolor humano es algo mucho menos real de lo que nos parece… y no porque no exista o porque sea menos importante, sino porque existe a la par de la vida, de la felicidad, y del poder que tenemos cada uno de nosotros para entregarnos a los otros.
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Porque dar la vida, así como lo muestra Vonnegut, es algo que nos llena de la más auténtica y profunda alegría, y nos hace merecedores de esa bendición de Dios, o de quién sea, hasta rebasar nuestro espíritu.
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Dios le bendiga Mr. Vonnegut, me gustaría haberle dicho, Dios lo bendiga porque supo hacer de sí mismo un asidero a qué agarrarse cuando ya no se puede creer en nada… Dios lo bendiga incluso porque soy egoísta y me siento querido y menos solo cuando leo alguno de sus textos.
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Dios lo bendiga, Mr. Vonnegut, y nos bendiga también a cada uno de nosotros, aunque parezca en ocasiones, que no lo merezcamos.
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1 comentario:

  1. "Pero, sea como fuere, si resulta cierto que me voy a pasar la eternidad visitando momentos y más momentos, me siento agradecido de que haya tantos momentos buenos". K. V.
    Buena entrada.

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