domingo, 26 de septiembre de 2010

Raptar a Emily Dickinson.

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"Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera
como para molestar a nadie"
Emily Dickinson.


No sabemos a qué Dios se consagró Emily Dickinson, encerrada ahí en su habitación por casi cincuenta años, como una caja que permanece escondida dentro de otra caja.

Y es que hasta el corazón de Emily Dickinson fue un recipiente donde logró ocultarse a sí misma. Uno que no se abrió hasta que, después de muerta, una de sus hermanas decidió hacer públicos esos poemas que encontró escondidos en la habitación de Emily, situación a la que la poetisa se negó durante toda su vida.

Apenas cinco poemas publicados y ninguno de ellos con su nombre. Eso es todo lo que podía encontrarse de su obra hasta que le llegó la muerte en 1886, tras el recrudecimiento de distintas afecciones nerviosas.

De amores poco se sabe, aunque unas cartas reveladas 70 años después de su muerte hacen suponer cierta relación platónica con un pastor protestante con quien se reunió en casa de sus padres en unas cuantas ocasiones. No hay mucho más.
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Quizá por eso -y porque me obsesionaba la imagen de esta mujer que dejó de salir de casa y se negó a vestirse con ropas que no fueran blancas durante los últimos 25 años de su vida- es que la absurda idea de un rapto comenzó a rondarme de chico, cuando leí por primera vez a la Dickinson y comencé a buscar datos que me permitiesen lograr la hazaña.

Busqué por ejemplo el mapa de la casa donde vivió toda su vida, -en ese tiempo con un internet incipiente creanme que era una tarea difícil- y hasta planifiqué las distintas formas que había para llegar a la ventana de la habitación de Emily, incluyendo, por supuesto, las rutas de escape.

Incluso una vez, borracho, le mostré a un amigo mis apuntes. Le expliqué la situación y hasta le pedí opiniones por las rutas más seguras y ese tipo de cosas.

Lo más absurdo de todo, pienso ahora, es que yo me creía el asunto. Es decir, sentía que aquello era algo posible... algo que debía hacerse incluso, y hasta sin demora.

Calculaba el peso de la Dickinson, por ejemplo... de hecho recuerdo, -juro que esto es verdad, aunque no me lo crean-, que cargaba a una amiga que, según mis cuentas, debía pesar algo parecido, y hasta recuerdo una vez que hice el ejercicio de subir con ella a cuestas una escalera que había en la universidad -no le confesé lo de la Dickinson, pero supongo que sospechó algo extraño-, terminando el experimento con la escalera rota y todos rodando por el piso y yo con una amiga menos -lo que dejaba mi cuenta en cero por ese entonces, en lo que a amigas-mujeres se refiere, dicho sea de paso-.

-Estay loco, hueón -me dijo esa vez. Y quizá tenía razón.

Por otra parte, pienso ahora, nunca se me pasó por la cabeza que Emily pudiese negarse a la idea del rapto. Tampoco es que la imaginara alegre y ansiando esa libertad y yo como un galán o algo por el estilo.

Y es que si bien se trataba de un acto de amor, no era una pasión física lo que me movía a esos planes. Es decir, el rapto incluía digamos, "el finiquito sexual", no lo niego, pero era el acto mismo de salir de aquella casa, el verla a ella fuera... en un río que quedaba a seis kilómetros de casa, por ejemplo, -media hora a caballo calculé, pues los caminos eran fáciles- era eso, decía, el centro de todo aquello.

Hoy, que ha pasado el tiempo y gran parte de la cordura ha sido recuperada, -si bien me acuerdo de ello como algo extraño y hasta cierto punto absurdo-, no dejo de creer, extrañamente, que hacer ello hubiese sido posible, al menos en ese entonces.

No sabría decir cómo, pero no tengo duda alguna de ello. Las dudas que tengo, sin embargo, -porque tengo dudas después de todo-, se relacionan más bien con el resultado final de ese acto... es decir, si hubiese sido en verdad algo "útil" para la Dickinson, o para su poesía. O hasta para nosotros dos.

Y es que quizá la belleza de esta chica, justamente, estaba dada también en ese no molestar a nadie... en esa poesía que, como agua subterránea, recorrió escondida todos esos lugares sin necesidad alguna del rapto, ni de excesos, ni de otras libertades.

Quizá deba entonces, pienso ahora, entrenarme para otros raptos más posibles: la Nothomb -aunque está tan loca hoy por hoy, que me lo pensaría-, Fiona Apple, o hasta alguna muchachita joven de esas con talento artístico incipiente (una pintora o una pianista podrían ser, aunque arrancar con el piano ya sería otra cosa...).

Cómo sea, habrá que ir eligiendo, investigando y entrenándose.

Apenas me decida, les cuento.


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