lunes, 20 de septiembre de 2010

Jugando con rizomas, amaneciendo en un volcán marino y una carta abierta a la señorita Zebra.

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I. Sobre una de las culpas de Gilles Deleuze.

El filósofo Gilles Deleuze es culpable de muchas cosas. Tantas y tan complejas que comenzar a nombrarlas sería no alcanzar nunca a hablar de otras a las que me interesaría llegar, hacia el final de todo esto.

Una de las culpas a las que me refiero, es enredar todo al explicar el término rizoma, y decirnos con eso que todo nuestro sistema de organización de conocimientos estaba errado.

Ahora bien, es cierto, eso ya se sospechaba desde antes, pero darle un fundamento teórico y una justificación a la desorganización, no hace sino acrecentar las dudas que podemos tener respecto a las cosas y a los órdenes que siempre hemos entendido, siendo la base, por tanto, de nuestra organización.

Algunos, sin embargo, suelen decir que el culpable de esta teoría no es único, y que Félix Guattari, -un sicólogo culpable también de otras cosas que aquí no vienen al caso-, habría colaborado con Deleuze en esta vil fechoría, como si eso disminuyera de alguna forma su falta.

Al respecto, -y como última acotación antes de referirme a la teoría del rizoma en sí-, me gustaría señalar que la participación de Guattari, a mi entender, -que suele ser el correcto, sobre todo en mis propios textos-, no va más allá de llevar la aplicación del modelo rizomático al campo de la psique, donde las formas de control y organización operan de una forma distinta, con otros ejes y valores jerárquicos cuya explicación detallada guardaré, al menos por el momento, en el cajón de las cosas que no sirven, justo al lado de un libro de lectura veloz, unas cuantas recetas de cocina y un libro sobre la democracia participativa.

II. Sobre el rizoma mismo.

Sé que se hace más enredado de esta forma, pero me gustaría partir señalando que si organizamos rizomáticamente el conocimiento, nos estamos oponiendo a un modelo jerárquico tradicional, es decir, estamos realizando una forma de liberación ante la opresión que la cultura del conocimiento y del poder verticalista siempre ha ejercido sobre nosotros.

Esto, ya que entendemos por rizoma un modelo de organización epistemológica donde cualquier elemento del conocimiento puede incidir de alguna forma sobre otro. Con esto, se rompe por tanto la tradición que llevaba a confiar en la verdad contenida en los elementos organizados en un nivel superior, por sobre el grupo de elementos que bajo ella se ordenaban.

De esta misma forma, no sólo se está poniendo en entredicho, o derribando deliberadamente una forma de organización, sino que lo que está en juego aquí es el orden mismo, completo... ese que nos otorga coordenadas de saberes y que supuestamente nos fija como centro.

Con el rizoma, entonces, no hay centro alguno posible, por lo que la verdad contenida en un elemento, altera y afecta a otros elementos y por tanto a la verdad contenida en estos últimos, y viceversa.

Ahora bien, ¿se imaginan qué sucedería si eso fuera cierto?

Sería como si las cosas que sabemos, ¡y hasta la cosa que somos!, cambiasen sus bases de un momento a otro sólo porque descubrimos verdades en otras...

Sería casi como comenzar a extraviar cosas para que, encontrándolas, pasásemos a encontrar también un yo distinto, afectado, alterado... sería como volvernos locos, ¿no creen?

III. Sobre algunas cosas que pasaron en torno a las celebraciones del 18, y el preámbulo de un amanecer.

No narraré acá las acciones sucedidas este 18, sino que, como se señala en el título de esta sección, me referiré esporádicamente a algunas de las cosas que han dejado huellas.

Huellas concretas, por cierto, de esas que pueden evidenciarse como heridas en los pies tras largas caminatas y sesiones de baile demasiado extensas, -sobre todo pensando en alguien que no baila-, o las pantorrillas agarrotadas por haber caminado apoyando los talones luego de dichas heridas.

Pero a veces la gente se entristece o piensa mal cuando hablamos de heridas, así que elegiré otras cosas concretas que puedan parecer menos trágicas.

Nombraré entonces, por ejemplo, un buen número de botellas vacías, varios vasos rotos, un reloj que se detuvo por última vez a las 10:29 y algunas camas hechas y deshechas y nunca, por cierto, con los mismos integrantes.

Sí, creo que eso es mejor, después de todo, la gente no se entristece cuando se hablan de estas cosas, salvo yo, por supuesto.

Nombraré también botas y zapatos y diálogos que suceden en un nivel bajo, -pero iluminado-, sin que a veces nos demos cuenta.

Y hasta reproduciré, hasta donde la memoria me alcanza, ciertas frases que escuché decirse a algunos de ellos, y que servirán, por cierto, de preámbulo a un amanecer que se desarrollará en un punto posterior, si todo sigue por los caminos trazados.

Anexo I - sección tres- frases sueltas a modo de diálogo (como todo diálogo)
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-Por estar más cerca del suelo oímos cosas que pocos se atreven a escuchar... -dijo uno.

-Arriba en cambio es distinto, -dijo su par-, yo conocí una vez a una bota que había sido sombrero y me contó que lo principal para ellos es su cabeza.

-¿Una cabeza? ¿Y para qué sirve?

-Para olvidar, según me contaron, para olvidar las cosas que se ven y las que se escuchan.

-¡No es cierto! -dijo otro, entrometiéndose-, yo supe que sirve para recordar, para ordenar las cosas, para entender...

-¿Entender? ¿Recordar? Tu información es poco fidedigna como tu cuero -dijo una que tenía la suela un poco rota-. Una vez me dejaron cerca de un libro y en él salía que recordar significaba volver a traer algo al corazón...

-¡No es cierto!

-¡Sí lo es! ¡Lo leí con mis propios ojetillos!

-Yo también sé que existe eso, -dijo una voz al interior de otro, sorprendiendo a los demás-.

-¿Quien eres? -preguntó la voz de aquel donde salía esa otra voz, pensando que quizá tenía alma y era distinta a las demás, por lo que se infló orgullosa.

-Soy yo -dijo la voz, simplemente- me construyeron a partir de medidas exactas, de pesos específicos... digamos que para sostener el peso exacto de aquella en la que estoy...

-Eso no quiere decir nada -dijo una un poco más escéptica.

-Quiere decir que sí y que no -continuó la voz- que sí porque eso del corazón existe y no porque no lo toman en cuenta... son algo así como trescientos gramos que no calcularon para que mi consistencia quedara perfecta.

-Yo una vez escuché que el corazón era lo que marcaba hacía dónde nos movían -dijo otro, algo ingenuo.

Y entonces las demás rieron, y hasta se burlaron, y comenzaron a dirigirse nuevamente a lugares que siempre habían visitado. Y hasta se entristecieron un poco, pero nadie habló de eso.
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IV. Sobre el camino a un amanecer (o el primer amanecer).

Otra cosa concreta que sucedió fue que luego de unas 4o horas sin dormir -hubo un intento durante dos horas que no fructificó- fui invitado a un lugar para ver amanecer.

-Hay que caminar como una hora -me dijeron- y es un lugar increíble.

Y como todos los lugares que conozco han resultado, por lo mismo, ser creíbles, me decidí ir a ese, sin pensarlo mucho tiempo.

Una hora después estábamos frente al mar. Yo con una chaqueta y una polera y aguantando un poco el frío y el viento y etc. Habíamos llegado a un lugar equivocado, pero el equívoco me hizo pensar un poco. Y me hizo pensar, justamente en los equívocos, aunque suene redundante. Y pensé que no existían y luego pensé que sí así que terminé pensando en la indecisión, y olvidé eso de los equívocos.

Debemos haber esperado ahí una hora más y creo que guardé silencio todo el rato. Vi un par de estrellas fugaces que los otros se perdieron mientras conversaban y les puse un nombre a cada una. Y luego me arrepentí de habérselos puesto.

Nos fuimos entonces al lugar correcto, aquel donde había un volcán submarino y varias cosas más que les contaré después.

Por el camino al lugar correcto pasamos cerca de la casa donde quizá habría una cama o un lugar para acostarse. Yo pensaba en cosas que no pueden decirse así que pensaba con sensaciones.

Ya había visto un amanecer, pero extrañamente íbamos hacia otro, al verdadero, aunque no lo sabía aún en ese entonces.

V. Sobre el amanecer mismo (o el segundo amanecer).
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Sí, es cierto, vi amanecer dos veces. La segunda fue tan hermosa que aún no me la creo y hasta me da lo mismo decir hermosa y hasta bella y todas esas palabras que se evitan por cursis, y porque pueden poner en entredicho la orientación sexual propia -sobre todo hoy en día sin pruebas concretas para reafirmarla-.

Pero la historia -porque ahora sí esto se acerca más a una narración- sigue de otra forma. Digamos entonces que saltamos una pared y caímos en un lugar que no imaginé había allí. Lleno de flores abriéndose y acomodándose y aprovechando de hacer todo aquello que hacen cuando están solas, pues creían que no eran vistas.

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Vi también un ratón gigante que se metió en un hoyo también gigante, y hasta me acerqué, -un poco cobarde, es cierto-, a un pequeño acantilado, olvidándome del vértigo que suelo sentir y cambiando esa sensación por una que era un tanto similar al vacío, aunque algo más silenciosa.

El asunto es que luego avanzamos un poco más y nos situamos justo frente a un roquerío donde estaban los lobos marinos. Todos los otros, menos yo, gritaron entonces, imitándolos, y hasta escuhamos la respuesta de ellos, desde esa especie de isla más allá. Y entonces, como por un pacto, comenzó el verdadero amanecer.

Aclaro aquí que hablo del verdadero porque ya había un poco de luz, sólo que todo estaba tan nublado que no habían rayos directos. Entonces sentí que iba a suceder algo extraño, y una única luz... un único rayo del sol se filtró y alumbró exactamente aquellas rocas, las de los lobos.

Mientras, ellos gritaban y se lanzaban al agua y todo lo que hace un ser cuando recibe aquel regalo y se da cuenta.


Nosotros, en cambio avanzamos más, hasta el volcán submarino, como los otros lo llamaban.

VI. Sobre el volcán submarino o la respiración de la roca.

Como el mar se filtraba por cavernas entre unas rocas, resultaba de pronto que éstas reventaban y subían por un conducto también de roca hasta lo alto, en el lugar donde estábamos.

Venía entonces un ruido y era como si las piedras se despertaran y gritaran también, como los lobos.

No resultó muy peligroso porque la marea estaba baja, aunque fue impresionante, de todas formas.

Desde el lugar además podía verse el horizonte. Más aún si subías otro poco y llegabas hasta las rocas, donde encontramos unos cóndores. Los demás se durmieron sobre ellas y yo bajé a hablar con el volcán y me contó un secreto.

VII. Sobre el secreto del volcán (traducción libre).


No soy un asesino -me dijo- hay gente que ha muerto aquí porque tenía que morir, tú lo sabes bien. Y uno no debe entrometerse cuando la gente tiene que morir, ni mucho menos, ¿me entiendes? Recuerdo que una vez el señor acantilado que está por allá terminó matando también a uno justamente por intentar evitar y revelar ese secreto.

Yo he querido a los que han muerto aquí, y los he retenido dentro como si fuesen mis hijos. Cuando grito gritan ellos y grita el mar. Las formas de querer son muchas y no hay que confundirse, ni jugar con las fechas predestinadas, porque sino el acantilado se viene y pone las cosas en su sitio, o hasta hace un reemplazo.

Mira, si te acercas más te diré una última cosa, y mi aliento te llegará en el rostro... confía en mí. Ve y despídete de esos que duermen arriba y ve a hablar con el señor acantilado y dale tus razones. Y ten cuidado, chiquillo.

Yo, obediente, le hice caso. Me despedí sin despertarlos y fui hacia el acantilado.

VIII. Sobre lo que me dijo el acantilado y sobre lo que yo le dije.


-Sé lo que ocurre cuando lo digo, antes sólo lo siento, pero eso no es saberlo -dijo uno de los dos-.

-Lo terrible no es eso -dijo el otro- lo terrible es el corazón de las personas y el acantilado que hay dentro. Las personas caen dentro y a veces ya no salen. No sirve que tiendas las manos, ni menos las palabras.

-No sé que es lo terrible. Ni siquiera sé de mi propio corazón, aunque estoy dispuesto a lanzarme por él en busca de mí mismo.

-Tú no lo haces, y crees saber cosas que no sabes, el acantilado en tu corazón son los otros y el camino que te separa de ellos está dado por esa distancia, y por esa caída. Yo vengo a ofrecerte otra caída, de la que despertarás aliviado y todo estará otra vez en orden.

-¿Cuál orden?

-El de la muerte, por ejemplo, o el de mantenerse siempre en tus propios ámbitos, sin ir nunca más allá, porque erras.

Entonces las voces se detuvieron y sentí que unas manos de piedra me tiraban suavemente hacia abajo. Pero no puedo contarles más sobre aquello.

IX. Sobre el regreso que no existe.

El regreso no existe. Nunca regresamos porque no somos quienes fuimos y porque donde regresamos nunca es lo que era cuando nos fuimos. Pero debo explicarles que volví y que aquí estoy.

Terminó de despejar el día y de vuelta por el camino escuché despertar a los pájaros y vi a las flores nuevamente. Pasé también frente a los roqueríos de los lobos y escuché que gritaban todos, igual que antes. Avancé entonces unos pasos más, pero seguían gritando. Luego pensé que quizá querían que yo gritara. Después de todo, no me había atrevido en la primera oportunidad.

Me costó un poco decidirme, pero al final lo hice. Grité fuerte, lo más que pude -tanto que la garganta está algo dañada, incluso hoy-, y entonces ellos se callaron.

No sé si imaginé que se reían bajito, y hasta se alegraban, y entonces seguí.

X. Sobre este momento y sobre las cebras.

Ahora estoy en Santiago. En una pieza llena de libros revueltos y pruebas sin revisar que eran para mañana. Digo eran porque he decidido no ir. Quise tomarme el tiempo para escribir esto y cumplir con la entrada del día en el blog, además, hoy se cumplen seis meses exactos escribiendo acá, y no quise que hoy fuese mi primera falta.

Por otro lado, faltarle a los chicos de la escuela no es algo que me guste, pero no suelo hacerlo tampoco, así que es una excepción, y espero que se entienda. En el resto de la noche supongo que me pondré más menos al día con las revisiones atrasadas y haré unas pruebas mañana por la mañana.

Hoy además estuve con mi hijo y dormí después de permanecer despierto cerca de 60 horas seguidas. El sueño fue bueno y fue acompañado por una canción hermosísima de Tori Amos que se llama Mr. Zebra. (http://www.youtube.com/watch?v=unXE3p8NqO4). No lo supe cuando desperté, pero sí cuando hablamos con mi hijo y salieron por ahí ciertos datos sobre estos animales.

Recordé entonces, además de la canción, algunas de sus características:

a) Que sus rayas les sirven para camuflarse.

b) Que a diferecia de caballos y asnos es el único equino que no se ha logrado domesticar.

Y otros datos que dicen relación con algunas costumbres particulares, la esperanza de vida, y el comportamiento social... ah, y que andan siempre en pijama, agregó mi hijo, certero.

Fue entonces cuando pensé en los rizomas y en como Deleuze enreda todo y el orden de las cosas puede desmoronarse y tienes que cambiar todo y eso de lo que les hablaba antes y que no quiero repetir.

Pensé entonces que al revés de la canción de Tori Amos yo tenía algo que decirle a miss Zebra, y le inventé una carta-canción, que aprovecho de dejar como despedida y como cierre de esta entrada.

XI. La carta-canción a miss Zebra (la carta-canción misma).

Querida señorita Zebra
mi intención no es asustar,
ni arrancarle su pijama,
hablo para que no se pierda
ni se equivoque usted de cama,
nada más.

Sé que no se domestica
y tiene miedo de escuchar,
pero hay algo que la aguarda,
sé que el amor usted mastica
y que salta por las bardas
y que piensa que no hay más.

Coro:

Señorita Zebra,
no creo ya en sus rayas,
ni en lo que intenta camuflar.

Hay un día en la semana,
donde las cosas cambian
y hasta el sol se acerca más
(bis)

Querida señorita Zebra
hoy me vengo a despedir,
y esta carta ya se acaba.
Por favor no sea lerda,
y no me haga gastar baba,
en lo que tengo que decir.

Yo me salgo del camino,
y no le digo algunas cosas
que usted debe descubrir,
quizá no crea en el destino
o lo que vengo a transmitir
y que sólo es una cosa:

Coro:

Señorita Zebra
no creo ya en sus rayas
ni en lo que intenta camuflar.
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Hay un día en la semana
donde las cosas cambian
y hasta el sol se acerca más.

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