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I. Prólogo.
Sí: casa, casita, casona... así decía en un libro de castellano cuando era pequeño. De esos que te enseñaban de las palabras con raíces, o los sustantivos primitivos y muchas otras cosas que hoy han ido quedando de lado, o se les ha ido cambiando el nombre, o simplemente se han perdido.
Me acordaba de esto hoy mientras desde el pasillo de uno de los colegios donde trabajo, podían verse las villas que crecen en su entorno a un ritmo desmesuradamente alto... para bien de los dueños del colegio, por supuesto.
El colegio del que les hablo, -situado en una parte alta de la comuna de Puente Alto, desde la que pueden verse todas estas villas, y hasta el metro a lo lejos-, por pertenecer a la Cámara Chilena de la Construcción, está situado estratégicamente justo en medio de estas villas emergentes y con una política clara del nivel socioeconómico de los alumnos que espera atraer, cosa que por cierto siguen todos los otros establecimientos pertenecientes a la Cámara y que seguirán creciendo, si nadie se da cuenta que la educación así como la concebimos es un desperdicio y volvemos a las ágoras griegas y todo aquello.
Como sea, yo quería hablarles aquí de otra cosa. Les iba a contar por ejemplo que, fijándome en esas casas uniformes, con los mismos colores, tamaños y hasta el mismo tipo de gente viviendo dentro -al menos según lo que aprecio a distancia-, me acordé de un texto de hace unos días en que les contaba de una situación en una visita a una casa donde debía comenzar a hacer unas clases particulares -una casona en verdad- y que se me extravió pues lo tenía a medio terminar en un pendrive que debe haberse quedado en un colectivo, en un bar... o en las manos de alguien que debe haber encontrado terriblemente fome el texto en cuestión y un grupo de poemas que hablaban sobre la nieve en distintas partes del mundo y del que -quien sabe si afortunadamente- no guardé copia.
Pero me doy cuenta que me extiendo y la historia no comienza y ud. ya se aburrió, y hasta yo un poco, así que aquí les va.
II. La casona.
La casona en cuestión quedaba tan lejos que el taxi, -que iba a pagar la dueña de casa por supuesto y que tomé a pocos metros de la última estación de metro a la que pude llegar- salía ya casi $12000 y no se vislumbraba todavía el lugar.
-Es bonito por acá -me decía el chofer- había venido una vez no más, hace tiempo, y ya ha crecido mucho...
Tras comentarle que me dirigía a hacerle unas clases a un muchacho de ese sector el chofer siguió con los datos.
-Estos eran terrenos re-feos -me dice- si alguno de los que viven acá ahora los hubieran visto no habrían comprado estas casas. Había incluso un matadero clandestino que quedaba tras esos cerros y traían a los animales que daban vueltas por este sector, esperando que los mataran... Pero hoy en día está todo tan cambiado... todas esas tremendas casas y con espacio incluso pa criar caballos...
-Igual es fome que sean todas iguales -le digo.
-Mmm, puede ser -me dice el chofer- yo vivo en casas todas iguales...
-No, si no lo decía por eso -intenté excusarme. pero al parecer el chofer se enojó y no me habló más.
En la casa una de las empleadas pagó el taxi y me dijo que pasara. Era una muchacha peruana bajita y vestida de azul como un pitufo, y bastante bonita.
-¿Viene a hacerle clases a la señorita Pía o a don Francisquito? -me preguntó.
Yo le confesé que no sabía y el diálogo se acabó. Quedé en una terraza grande junto a un perro enano y esponjoso al que comencé a hacerle cariño.
-Se llama Rocamadour, -me dijo la señora, mientras bajaba las escaleras-. Raro que se te acerque porque es muy agresivo y peligroso...
El perro no medía sesenta centímetros, pero fingí asombro y hasta retiré la mano.
-¿Sabes porque se llama Rocamadour?
-Por el bebé de la Maga, supongo...
-Muy bien... -me dice. Y hasta pensé que me iba a dar unas palmaditas en la cabeza-. Han venido varios profes acá y nadie sabe... y eso que dicen que les gusta Cortázar, incluso... ¿es verdad que eres tan bueno?
-¿Cómo?
-Que me recomendaron demasiado que te tratara bien, que sabías harto... que eras el mejor que iba a encontrar, y eso que tuve a uno que estudió en Bélgica y fue porfesor en una universidad en Francia...
-Mmm...
-Por eso me extrañó que cobraras tan barato.
Entonces sentí que era mi oportunidad y fingí confusión.
-Porque me hablaste de $20.000 la clase ¿o no? Más el taxi, por supuesto...
-No, -mentí- $20.000 la hora...
-Ah bueno, -me dijo- pero igual es barato...
-La hora pedagógica -completé- se calculan de 45 minutos, pero en atención particular generalmente son 35 minutos, más descansos...
-Ya...
-O sea una clase digamos de 70 minutos serían 40 mil... más taxi y materiales... -inventé.
-Ok, si no es problema... Mi idea es que vengas al menos 2 veces por semana -yo sacaba cuentas y me imaginaba un lugar lleno de cervezas artesanales- y algún sábado de vez en cuando... -con lo del sábado me imaginé hasta una mujer destapándolas.
-Mmm... -le decía- mientras me daba sed.
Pero entonces bajó Francisquito. Y la sed se hizo amarga.
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III. Con Francisquito en la casona.
Francisquito era todo un cabro de mierda -no emplearé atenuantes-. Dieciséis años, rubiecito, arrogante... uno de esos que ni siquiera saluda al pasar por tu lado. Francisquito pasó entonces y se dirigió directamente a otra sola que era al parecer donde le hacían clases... Yo lo seguí, y le dije a la mamá de la bestia que me avisara en 70 minutos más.
-¿Tú eres Francisquito? -le dije por joderlo.
-Francisco -me corrigió.
-¿Y necesitas profesor porque te cuesta o porque eres flojo?
-Tengo promedio 6,5 en lenguaje -me dijo sin mirar.
-La Luli -le inventé- esa modelo media lesa... ¿la conoces?
-Sí...
-Ella tenía 6,8. -Francisquito se quedó en silencio-. Y sin profesor particular -rematé.
Aquí Francisquito me miró por primera vez, y yo miré hacia otro lado, cambiando los papeles.
El asunto a fin de cuentas, averigüé tras varias preguntas, era prepararlo para la prueba de selección universitaria. Resulta que el hueón pesado sacaba 700 y no podía subir de ese puntaje.
-Es que hasta ahí es estudio -le dije yo.
-¿Cómo?
-Que hasta 700 más menos es estudio, de ahí en más es inteligencia.
De tanta pesadez Francisquito estaba tan atento y sorprendido que por un momento pensé que nos llevaríamos bien, después de todo. Y que hasta podría acordarme de él mientras tomara mi Szot y mi Tubinger y hasta las Erdinger, ¡sí, hatsa las Erdinger! pensé... y comencé entonces a contarle del plan de estudios.
Le dije que ante todo no debía cuestionar y tenía que creer que la forma de trabajar iba a servir a la larga, por más que la viese lejana en algún momento.
Entonces me fijé que Francisquito se había distraído, pues junto a la ventana había pasado la empleada peruana bonita que me había recibido.
Al rato después, tras una extraña ida al baño de la que volvió más derecho y con los ojos algo extraviados, Francisquito me dijo sin más...
-¿Viste pasar a la chola rica?
-No me gusta que me tuteen, Francisco...
-¿Pero la viste...?
-La vio... -lo corregí.
-Bueno, la vio -aceptó-. Me la culeo en las casitas de atrás -me dijo, y se paró como para apuntar las casitas-. Los jueves en vez de salir se queda en la casita esa de la izquierda, ¡la amarilla! y yo me la culeo...
-...
-Está loca la chola, -continuó- se llamá Lourdes. Lo malo es que la quieren echar porque se le ocurrió pintar la casita amarilla y se ve muy flaite... o sea, mi mamá le dio permiso, pero después vio que quedó como de campamento y ahora mejor la va a echar...
-¿Vive en esa casa?
-Sí, en esa casita -me corrigió Francisquito-. Son para las empleadas. Se entra por el lado y hay casas que tienen hasta seis. Nosotros tenemos cuatro, pero una la usamos como bodega...
-Ya...
-A veces también me la culeo ahí... ella se pone en cuatro patas y listo...
Intento no reaccionar de ninguna forma y ver que más me cuenta.
-El caso es que la van a echar y las otras son más feas que la mierda. Y hasta se hacen las difíciles. La Lourdes en cambio es llegar y culear y ni gime, ni grita, ni hace ruidos...
Entonces le indico a Francisquito que vuelva a sentarse. Me fijo en sus ojos algo idos y hasta lo veo sonreír quien sabe si acordándose de algún detalle.
-Vamos a tratar de seguir con la clase -le digo por fin, y él asiente e intenta calmarse y me dice que le caigo bien-.
Yo intento seguir entonces, busco palabras y hasta miro la guía con el texto que íbamos a trabajar, y la verdad es que no puedo...
Mientras intento explicarle algunas cosas siento poco a poco como se alejan las cervezas y la destapadora de cervezas... aunque sobre todo dolía lo de las cervezas... sobre todo la Erdineger, y la Kunstman sin filtrar y...
-¿Puedes ir a buscar a tu mamá, Francisco?
-¿Qué pasó...?
-Me voy a ir, no me siento muy bien -le dije.
Y entonces comenzó lo de siempre, la estupidez de no poder hacer esas cosas que no me nacen, de rechazar el dinero, de sentirlo sucio y todas esas cosas que ya estoy harto que sucedan, pero que no puedo evitar.
-¿Le va a contar algo a mi mamá?
-¿De qué?
-De lo que hice en el baño.
-Yo no vi nada, Francisco, sólo me quiero ir.
-Si quiere puede esperar, dejamos pasar más rato y así le pagan más. Yo voy a decir que la clase fue buena... me caíste bien...
-Me cayó.
-¿Cómo?
-Que no me tutees, "me cayó bien" -le dije casi deletreándolo.
-Ok. Eso.
Al final, terminé por convencer a Francisco para que fuera por su madre. Ella llegó a los minutos con Rocamadour en brazos y Francisco detrás.
-Dice Francisco que le encantó la clase -me dijo ella.
-No le hice clases, señora...
-¡Ja! que bromista es usted... ya me lo habían dicho...
-¿Me puedo retirar?
-¿Tan rápido?
-Sí, no se preocupe por la clase de hoy, sólo fue una hora y...
-Pero se la pago, no se preocupe, y le llamo un taxi -insistió.
-No, no se preocupe, dejémoslo así... -insistí.
-¿No anda en auto profe... si quiere lo llevo? -preguntó Francisco, y se esforzaba, extrañamente, por caer simpático.
Al final Francisco me acompaña hasta una calle por la que no había por donde caminar, es decir sin vereda, sólo como autopista.
-Ándate Francisco, mejor... -le dije.
-¿Pero te vienen a buscar...? ¿Va a venir otra vez?
-Ándate -le dije, pero como él se quedó mirando, por un momento sentí que le debía una explicación-. No voy a volver Francisco...
-¿Cómo?
-Que no voy a volver. Me desagradas profundamente, y me das pena. Y rabia. No sé bien por qué y no espero explicarte. Es tu vida y es tu casa y es tu lugar -le dije-. Esas casitas chicas y la chola y hasta el caminito separado que tienen a un costado de tu casa... siento que caminaba sobre mierda en ese lugar...
-No te entiendo...
-No lo vay a hacer... Piensa mejor que soy un hueón de clase baja resentido, que no entiendo bien las cosas y que no quise venir porque encontré otro trabajo, o lo que queray...
-¿Pero es verdad que encontraste otro trabajo?
-No po hueón -le dije, y su estupidez me hizo acercarme y hasta darle una abrazo-. No tengo ni uno hueón. Y quiero que te vayas. Quiero irme caminando un rato y dejarte con tu vida y tus cosas y todo...
-Yo sabía que usted era especial -me dijo.
-No soy especial hueón -y esto era cierto-. Ni bueno ni ni una de esas cosas. Sólo soy hueón...
-¿Por qué?
No le contesté. Pero de pronto sentía que estaba exagerando cosas y que el revoltijo que tenía en la guata era por otra razón. Y hasta comencé a sentir afecto por el chico ese caminando ahí a centímetros de autos que pasaban y tocaban la bocina cada cierto rato mientras me alejaba del lugar.
-Te voy a contar una última cosa Francisco -le dije- y después te vay porque sinceramente quiero estar solo, y estoy bien... soy hueón y soy así, eso es todo... ¿ok?
-Ok.
-¿Sabes quién era Rocamadour?
-El perro de mi mamá.
-No -le digo-. O sea sí. Pero en realidad era un niño pequeño, un bebé casi que aparecía en una novela y que se moría en una pieza mientras su madre y varios amigos estaban conversando, bebiendo y escuchando música... aunque no fue, directamente, culpa de ellos...
Entonces Francisco guardó silencio un rato.
-Mi segundo nombre es Rocamadour -confesó entonces Francisco-. Bueno, en verdad lo era, mi papá me dejó cambiarlo y cuando lo hicimos mamá le puso mi nombre al perro y fue chistoso...
-No sé si es chistoso le dije... pero te salvaste, le dije -y le sonreí.
Luego le di la mano y tras unas pocas palabras más, me dejó ir.
Entonces pensé que en verdad el chico aquel no se había salvado de nada. Lo habían dejado morir en esa casona grande y no se habían dado cuenta, eso era todo. Luego seguí caminando y llegué hasta una bomba de bencina donde había un cajero automático y un pequeño supermercado. Pedí un avance y me compré un pack de cervezas, -de las baratas-, y pensé en qué hacer.
IV. Epílogo.
Antes de terminar me gustaría aclarar algo que quizá no quedó lo suficientemente claro. No soy bueno, ni especial... sólo soy hueón, y, a veces, -pocas veces hoy por hoy- un poco borracho.
Eso pensaba mientras volvía por la autopista hacia la villa de Francisco. Por el camino me tomé las seis latas de cerveza que había comprado, sin saber aún qué iba a hacer.
Al final separé la plata que había costado el taxi y la metí en un sobre que hice con una guía que había llevado para la clase. Entonces, entrando a la villa, un guardia con un gran perro, se paró delante mío.
-¿Se llama Rocamadour? -le pregunté.
-¿Perdón...?
-El perro... que si se llama Rocamadour su perro -le expliqué.
-No -me dijo, y con una voz orgullosa completó la información-, se llama Godzila.
-Ah -dije yo.
Entonces me fijé que había un lugar con casillas para las casonas y dejé ahí, tras verificar cual era la casa de Francisco, el sobre con el dinero.
A lo lejos se veía la casa de Francisco, y desde el ángulo en que estaba, se veían también las pequeñas casitas que estaban detrás de su casa (y de todas las casas). Casitas con forma de bodega y con una ventanita chica... y entre todas ellas, una casita amarilla, como un sol de juguete.
Pensé entonces en la chola. En el silencio de la chola. En esa chica linda que no gemía y se dejaba culear así no más, según Francisco, y quise ser más inteligente y hasta ser bueno en serio, o especial, para saber qué hacer.
Antes de irme le dejé un último escrito a Francisco y volví a caminar por la autopista y llegar a la bomba de bencina. Por el camino me hice amigo de un perro destartalado y me animé un poco más.
Me decidí al final por sacar otro avance y darnos un lujo. Yo me compré un montón de cervezas artesanales y al perro destartalado le compré también algunas cosas.
Entonces, antes de irme del lugar, pensé en bautizar al perro. Mis opciones eran dos: Rocamadour y Godzila... y lo miré atentamente para ver qué nombre le correspondía.
-Te llamas Godzila -le dije al final.
-¡Guau! -me dijo él. Y nos despedimos.
Esa noche, al llegar a casa, hablé por MSN como dos horas con una chica a la que le llamaban Godzila, según me contó. Pero no le dije nada del perro.
Hablamos de varias cosas y bueno... supongo que eso es otra historia.
Al final como era tarde, intenté dormir pues debía trabajar en pocas horas.
Una de las cosas que descubrí ese día -y hubo otras más importantes- es que la cerveza Kunstmann sin filtrar resulta increíble si le agregas un leve toque de pimienta negra.
ahí está la razón de su pseudo borrachera!
ResponderEliminarme agrada que el perro destartalado sea el que bautizado como godzilla, somos tocayos.
Gracias x esto
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