jueves, 9 de septiembre de 2010

Unos tragos con el Barón Münchhausen.

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-La Verdad es igualita a un calzón de monja, -me dijo el Barón-. Yo busqué y busqué y nunca encontré alguno...

Estamos en un bar y el Barón ya va en su cuarto trago. Yo voy en el tercero e intento alcanzarlo, pero al escucharlo me distraigo.

-Fue por encargo del zar, -continúa-, que quería congraciarse con los turcos, y buscaba un regalo especial, nunca visto.

Como el Barón deja en silencio aquella historia le pregunto qué más ocurrió.

-Demasiadas cosas, -me dice-. Demasiadas como para contártelas aquí... yo estoy viejo, sabes. Y es mi tercera vejez. La primera vino cuando dejé de vivir las cosas para contarlas. La segunda cuando me empecé a cansar de contar las cosas... -el Barón comienza a llenar su pipa con un tabaco muy oscuro que saca de un sobre-, la tecera empezó hace poco... y es que estoy comenzando a olvidar lo que me ha ocurrido...

El Barón busca en su bolso unos libros y los pone sobre la mesa.

-Mira -continúa-. Todos estos libros hablan de mí, aunque mis retratos no son muy acertados...

Yo me fijo en los libros, y busco rápidamente los dibujos. En ellos se ve al Barón -quien resulta ser más parecido de lo que reconoce-, haciendo diferentes cosas: avanzando sobre unas balas de cañón, uniendo las dos partes de un caballo o saliendo de un pez gigante mientras es rodeado de un grupo de personas.

-A veces me acuerdo de todo al mirar algún dibujo, pero está pasando que de vez en cuando no logro recordar nada y debo leer todo un capítulo para poder aprender mis propias historias... -el Barón hace un gesto para que nos traigan dos tragos más-, lo peor de todo, sin embargo, no es que haya un vacío ahí donde debían estar mis historias, sino que hay algo peor que el vacío... algo más ocuro que lo oscuro y que me asusta más que el perder toda mi memoria... ¿te imaginas qué es lo que hay?

Yo niego con la cabeza, y le insto a seguir.

-Hay una vida de mierda, me dice. Una vida de hongo. Esas con horarios y timbres y reuniones de apoderados y filas en los bancos... ¡Una vida de mierda! ¿Te imaginas acaso aguantando una vida así?

-¿Así cómo? -le pegunto algo dolido.

-Una vida de verdad -me dice-. Concreta y sólida como un ataúd... amenazante como los hombres de Magritte... una vida gris, pues hombre... ¡Una vida de mierda!

Entonces llega el garzón con su whisky y me entrega mi cuarto ruso blanco.

-Y no es que no quiera a la gente... -me dice el Barón-. Yo los quiero. A los oficinistas y a los ingenieros y a los que sólo se sacan los zapatos para meterse a la cama... los quiero tanto que no puedo sino despreciarlos... ¿Sabes tú lo que es el desprecio?

-No -le miento.

-El desprecio es lo que sientes cuando comienza a darte asco aquello que querías... ¿entiendes? No puedes despreciar algo si no lo has apreciado antes. Y yo desprecio violentamente la verdad de aquella gente, ¡La desprecio!

Yo le hago un gesto para que baje la voz y tomo mi trago. Hay algo en lo que dice que me molesta e intento anular mis reacciones, pero mi silencio parece impulsarlo a hablar más.

-La verdad está sobrevalorada -me dice entonces-, como la familia, la seguridad y el amor a Dios ¡Ja! ¿Por qué tendría que amar a Dios? Gustavus nunca lo ha escuchado, y hasta se esconde de Albrecht... Adolphus no lo ha visto y Berthold ha recorrido todo el mundo sin poder encontrarlo... ¿De qué Dios y de qué verdad me hablan?

El Barón hace aquí una pausa para tomarse de un sorbo su whisky y pedir otro par de tragos a gritos. Luego continúa.

-Me he encontrado con muchos que dicen tener la verdad... me paran en las esquinas, me tratan como a un enfermo... "usted no entiende", me dicen... "usted no vive en la realidad", sentencian... ¡¿qué realidad?! ¿qué verdad? Tenerla es tan absurdo como eso que hacen algunos de guardar el aire de un lugar en una botella... ¡mi vida no cabe en una botella! ¡El Barón de Münchhausen no cabe en una botella!

El garzón viene entonces con los tragos y nos advierte sobre los gritos. A mí me saca a un lado y me dice que al próximo grito llamará a carabineros para que lo saquen y hasta me advierte que no le llevará más tragos al Barón.

-¿Qué te dijo?

-Que estuviésemos más callados, que si no tendremos que irnos.

-A mí no pueden echarme de lado alguno -me dice, aunque esta vez con voz más baja-, yo no estoy en ningún sitio. Y no es que me crea poeta y busque otras verdades...no hay nada que buscar, sabe... Y no se trata de que exista o no exista, ni siquiera es un problema del dónde... Yo no vivo fuera del hombre, pero tampoco vivo en el corazón del hombre... eso es algo que han dicho algunos que creen conocerme y no saben de mi desprecio... ¡Yo no vivo en el corazón del hombre! -aquí el Barón se para de golpe, y la mesa y los vasos y hasta los libros van a dar al piso-, ¡Yo hago vivir al corazón del Hombre!... ¡Yo soy el corazón del Hombre!

-¡La verdad es opaca! -sigue gritando mientras lo sacan dos garzones y un cocinero que mide cerca de dos metros- ¡La verdad es un calzón de monja! ¡Un invento! ¡Una hueá que no existe!...

Mientras sigue gritando yo recojo uno de los libros y me alejo un poco del lugar. Elijo la versión de Bürger y la escondo en mi bolso.

Luego me escabullo, y salgo junto a un grupo de personas que parece arrancar de lo ocurrido, pero entonces se acerca un tipo y me acusa:

-¡Eh, tú eras el que estaba con ese tipo! -me dice. Luego les habla a los demás- Oigan, ¡acá está el tipo que anda con ese loco!

Pero yo niego conocerlo. De hecho, lo niego tres veces antes de salir del local.

Mientras me alejo escucho al Barón gritar que desprecia al Hombre... que nos desprecia.

Justo entonces escuché cantar un gallo. Luego busqué la luna, y no la encontré.
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