miércoles, 31 de enero de 2024

Una máscara plástica de tigre.


Ocurrió cerca del zoológico que estaba en el cerro.

Yo estaba por ahí, haciendo cosas que no importan, aunque mayormente observando.

Fue entonces que vi a una niña que llevaba una máscara plástica de tigre.

Una máscara sencilla, rígida, que vendían por ese entonces en las afueras de aquel lugar.

La vi primero cerca de un grupo de personas, pero poco a poco la niña comenzó a alejarse de ellas.

Era extraño, pero recuerdo haber pensado que la niña, de cierta forma, deseaba perderse.

De hecho, mientras la observaba, noté que la niña miró varias veces en mi dirección. Y sentí que al hacerlo me volvió cómplice de aquella huida.

Porque claro… ocurrió que finalmente la niña con la máscara de tigre realmente se perdió.

Varias personas se alborotaron y empezaron a preguntar a los que estábamos ahí si habíamos visto una niña.

Era extraño, pero en la descripción que daban, nadie decía que llevaba una máscara plástica de tigre.

Por lo mismo, me vi obligado a preguntárselos, pues pensé que la pista podía terminar por ayudar.

-¿Llevaba puesta una máscara de tigre? -les pregunté.

Los que la buscaban -en especial una mujer que debía ser su madre-, guardaron silencio un rato y me observaron.

Luego dijeron que no, acompañando su negación con gestos que me hicieron pensar que tampoco, realmente, querían encontrarla.

Todos es parte de una curiosa representación, me dije.

Cuando me fui del lugar, poco después, habían llegado un par de carabineros y muchos estaban buscándola.

Sobre un banco, al irme, vi la máscara de tigre, abandonada.

Pensé en llevármela, es cierto, pero finalmente la dejé ahí.

martes, 30 de enero de 2024

Tenía los ojos claritos.


Tenía los ojos claritos. Tan claritos que a veces no sabías si veía. No quiero decir con esto que fuese ciega o algo sí, sino que dudabas si en esos colores claritos podía fijarse realmente una mirada. Como si estuviesen llenos de un agua tan transparente que, en ella, no pudieses reflejarte.

Eso por supuesto, producía una sensación extraña. Al hablar con ella, me refiero. Y no era solo si te veía realmente o no, sino que comenzabas a dudarte de cómo mostrarte. De cómo hacer que te viera, con esos ojos tan claritos.

La conocí cuando era ella ya muy mayor. Creo que ya tenía bisnietos, por ese entonces. Yo podría haber sido uno de sus nietos, aunque eso no era lo importante. Lo importante eran siempre sus ojos claritos. Sus pasos seguros, pero frágiles. La forma en que le gustaba hablar de los sueños que tenía, sin contarlos realmente.

A mí, por supuesto, también me preguntaba por mis sueños. Lamentablemente, en mi intento por atraparlos y transformarlos en historias, no tenía mayor logro. Solía rendirme y decirle que los olvidaba, simplemente. O que no los sabía recordar.

Con el tiempo, sin embargo -luego que dejó de estar entre nosotros-, comprendí que ella me había enseñado cómo acercarme a los sueños, sin espantarlos, diciéndome (sin decir) que recordarlos era también un poco como reflejarse en sus ojos claros, en los que probablemente no me vi, pero sí fui visto.

Corrijo, antes de terminar, una imprecisión que escribí en el párrafo anterior. Nunca dejó de estar entre nosotros.

lunes, 29 de enero de 2024

Más seguro, con los números.


Se siente más seguro con los números. Con cualquier otra cosa dice no poder. No lo acepta fácilmente, pero a la larga eso es lo que dice. No va hacia las cosas, en resumen. No permite, incluso, que se acerquen hasta él. Con los números en cambio ni siquiera duda. Y es que no están fuera suyo, según dice. O más bien, no son distintos fuera que dentro de él. Eso intenta explicar, al menos, como caminando a tropezones. Yo lo escucho e intento ordenar sus impresiones... ¿Qué es lo que entiendo? Que todo lo demás cambia de naturaleza cuando está dentro de él. Cuando lo piensa, digamos. Cuando lo piensa ya es otro, digamos. El árbol de su mente, por ejemplo, es distinto al árbol externo que quiso pensar. Y eso lo inquieta, por supuesto. Lo angustia, incluso. No ocurre así, sin embargo, con los números. Eso me explica, cuando hablamos. No muy bien, es cierto, pero al menos lo intenta explicar. Las palabras también son sucias, me dice, como si quisiera excusarse. Los números en cambio son impolutos. Son nobles, aunque no quieran. Son como niños que juegan en el barro, pero que no se pueden ensuciar. Eso traduzco, de lo que dice. Eso entiendo. Y porque creo comprenderlo lo observo en silencio cuando termina de hablar.

domingo, 28 de enero de 2024

¿Y si la montaña va a Mahoma?


No siempre. Pero a veces sí. Esta vez, por ejemplo. No hay historia, en todo caso, pero ocurre así. Sin hechos, digamos. Sin hechos, pero igualmente ocurre. Con imágenes fijas, si quieren. Tres imágenes, únicamente. Aquí les van.

Primera imagen: La montaña que viene, de pronto. O que va, según la perspectiva. Lo importante es que la montaña se mueve. Que se dirige a. La imagen ha de mostrar esto, no sé cómo. Ese problema no es mío. Yo aquí solo describo, para intentar explicar. No voy a cargar con otro muerto.

Segunda imagen: Mahoma huyendo de la montaña. Viéndola venir y luego huyendo. Todo en una misma imagen, eso sí. Porque claro, si Mahoma no iba era justamente porque no quería ir. Y si la montaña viene ahora, por supuesto, la sensación inicial no cambia. Eso debe manifestarse en esa imagen. Mahoma no soy yo, por cierto.

Tercera imagen: Mahoma bajo tierra, y la montaña sobre él, todavía buscándolo. Uno bajo el otro, pero sin que parezca que la montaña lo ha aplastado. Yes que atrapado o no lo importante para Mahoma es que está oculto. Que no ha sido encontrado. Eso basta para comprender la tercera imagen. O, al menos, eso debería bastar.

sábado, 27 de enero de 2024

Viudas.


Hace calor.

Es verano.

Estaré en casa todo el día.

Con el aire acondicionado encendido veo películas mexicanas.

Cuatro películas y un mediometraje, para ser exacto.

Llevé un cuaderno para tomar notas, pero al final no tomé ninguna.

Solo observo -sin anotar-, que en todas ellas había una viuda.

Las películas son de distintas épocas y prácticamente no tienen nada en común.

Salvo que tienen una viuda.

En dos de las películas la viuda es un personaje menor, ni siquiera tiene nombre.

En otra, es la protagonista.

Son personajes trágicos, en general.

Aun así, la única con la que empatizo es una viuda cuyo esposo se suicidó sin dar explicaciones.

Deja todo pagado, se deshace del perro y hasta ordena las frutas en la cocina antes de darse muerte.

Todo impecable salvo el muerto, digamos.

Entre película y película, por cierto, me preparo cosas de comer.

Unas empanaditas de queso, una pizza pequeña, un par de frutas picadas con leche evaporada.

También bebo jugo de melón y una cerveza, para combatir el calor.

Cuando termina la última película ya es de noche.

Lo descubro cuando apago el aire acondicionado y observo la luna, por la ventana.

Tomo el celular y observo que tengo llamadas perdidas.

Ni siquiera miro de quién son.

Seguramente viudas con las que no empatizo, me digo.

Luego de eso me ducho.

Después, salgo a caminar un rato, en medio la noche.

Siempre camino hasta que escribo una frase en un papel.

Luego regreso.

El día está tan muerto que no puede morir más, escribo en el papel.

Es una frase vacía, por supuesto, pero me sirve al menos para volver a casa.

viernes, 26 de enero de 2024

Pasajes de más.


Llego al aeropuerto y hago lo que debe hacerse. Luego me acerco a abordar.

-Para este vuelo se vendieron pasajes de más -me dicen.

-De acuerdo -digo yo, dispuesto a abordar-. Por mí no hay problema.

-No me entiende -me explica-. Se vendieron dos veces el asiento 11, el 23, el 35 y el 44…

-¿Y qué hay con eso? -interrumpo.

-Que usted tiene el 35.

-Así, es, tengo el 35 -admito-. Lo compré hace más de seis meses así que supongo que tengo el original, el correcto…

-No funciona así, señor -me dicen-. El orden en que se realizó la compra no soluciona el inconveniente.

Como sigo sin entender y hay más gente intentando abordar me piden que los siga hasta una pequeña sala, donde me encuentro junto a otras personas, molestas e indignadas.

Apenas entro me invitan a efectuar demandas, me dicen que ya tienen abogado, que exigirán compensaciones importantes y que es más conveniente que demandemos juntos.

-Además, igualmente, ninguno de notros podrá viajar hoy -dice una mujer que está con lentes de sol.

-¿A qué se refiere con ninguno? -pregunto.

-Para evitar un aspecto de la demanda no dejarán viajar a ninguno de los que compramos los asientos repetidos -me explican.

-¿Y el avión viajará con esos asientos desocupados? -pregunto.

-Exacto -me dicen.

Luego de esto siguen hablando. Igual de molestos, por supuesto. Yo, en tanto, no dejo de pensar en lo absurdo que me parecen esos asientos vacíos.

Poco después me piden mis datos. Nombres, teléfono, cosas así. Todo con el fin de organizar la demanda.

No sé bien por qué, pero les doy datos falsos.

-Usted se ve tranquilo -me dice entonces la mujer de lentes de sol-. ¿No le indigna la situación?

-Estaba indignado desde antes -le digo.

La mujer voltea hacia otro lado Parece molesta conmigo, también.

-¿Por qué usa lentes de sol en una sala cerrada al interior de un aeropuerto? -le pregunto.

No me responde.

Su situación me parece tan absurda como los asientos vacíos del avión, que por cierto ahora debería estar despegando.

Poco después, entra una chica a avisarnos que vendrán representantes de la línea a buscar una solución que nos satisfaga a todos.

Mientras tanto nos traerán un refrigerio.

-¿Puedo ir al baño antes que lleguen los representantes? -pregunto.

Me dicen que sí. Que incluso puedo utilizar el baño privado de las oficinas de la aerolínea.

-No es necesario -le digo.

Cuando salgo, la mujer de los lentes de sol me observa, como si sospechara que no voy a regresar.

-Es cierto -le digo, al salir. Soy un asiento vacío.

Pero ella, tras sus lentes, no comprende.

jueves, 25 de enero de 2024

La gente habla a sus mascotas.


*
La gente habla a sus mascotas. De hecho, para que esto resulte cómodo, les pone nombres, en principio. Esto incluye a perros, gatos, tortugas… no sé. Son numerosos y obvios los ejemplos. A este grupo, por lo demás, pueden sumarles las plantas. Y es que también hay personas que les hablan a las plantas. No critico esto, por supuesto. Tampoco lo de las mascotas. Lo que digo es que si esperan respuestas están errando el camino. E insistiendo en el error, por supuesto. Con esto no niego que mascotas -o hasta plantas- respondan de alguna forma a las palabras de las personas; lo que planteo es que no dan una respuesta lingüística. De ahí el error en el código comunicativo empleado. Y otros tantos que vienen después.

**
Digo lo anterior, por cierto, ya que esta actitud denota un menosprecio… ¿no se entiende? Pues iré al grano: ¿Acaso alguno de ustedes ha intentado alguna vez hablarle a alguna mosca? Sin fe incluso, pero hablarle un poquito. Hablarle porque sí, digamos. No digo maldecirla. Eso no se vale. Si la maldigo nos ignora, por supuesto. O hasta nos molesta de gusto. Se pone a zumbar y bueno… supongo que les ha pasado. Pero alguno… ¿ha intentado hablarle de buena forma? Hablarle porque no tienes perro. O porque dejaste de creer en Dios y es lo único que tienes a mano. Pues yo les aseguro que se encontrarán con una sorpresa si se dedican a hablarle. A ganar su confianza, paso a paso. No tan lento eso sí, pues viven pocos días. No como a una mascota, en todo caso. No como a un niño. Hablarle como a un otro digno. Digno de que las palabras sean ciertas y el tono con los que las enunciamos sea verdadero. Atrévanse un día de estos. Hagan como yo, con ustedes. Y recuerden que tienen pocos días.

miércoles, 24 de enero de 2024

Secuencias.


Secuencias.

Sin patrones.

Solo secuencias.

Hileras de.

Filas, digamos.

Ni siquiera en contacto.

Cerca, pero no en contacto.

En una línea ilusoria, esta vez.

Así las ordenas.

Así las ordenamos.

A veces hasta sin vínculos.

Miles y millones de líneas.

Como esas de tiempo que hacías en la escuela.

Como esas solo que acá no hay tiempo.

O no es preponderante, más bien.

Líneas ficticias por supuesto pues no hay un continuo.

Solo secuencias.

Como el concepto erróneo de línea segmentada.

Cosas tras otras cosas.

Y hechos, por supuesto, pero no tan así.

No tan como suenan, dentro de la palabra.

Y es que al ser parte de la secuencia los despojas, un poco.

Sin patrones, aunque el despojo los hermana.

Luego ves desde lo alto y aprecias que nada coincide.

Que ninguna secuencia es igual, me refiero.

Que miles de líneas coexisten y se intersecan en ocasiones.

Y claro, también observas que hay lugares en que ya ni parecen líneas.

Así y todo, no importa.

No importa porque seguimos ordenando de esa forma.

No tenemos otra.

O no la conocemos.

Así, lo único que queda es la secuencia esa para intentar construir el relato.

El relato que es uno en cada caso, por supuesto.

Y es extraño, pero ¿acaso sabes de qué trata?

De qué trata el relato que te cuentas a ti mismo, me refiero.

...

Puedes no contestar, por supuesto.

Pero piénsalo un poquito, al menos.

Ya sabes.

Puede ser que no lo sepas.

martes, 23 de enero de 2024

Una hoja de papel.


Soñé que una chica se acercaba y me pasaba una hoja de papel.

Estábamos cerca de un lago, en el sueño, bajo un cielo nublado, en relativa oscuridad.

La hoja de papel que me entregaba era blanca, rectangular, común.

Como una hoja blanca tamaño carta, supongo.

Tras mirarla de cerca observé que venía con dobleces hechos.

Como no sabía si debía o no doblarlos se lo pregunté a la chica.

Ella no me respondió.

Simplemente levantó sus hombros, indicándome que no sabía.

Volví entonces a mirar el papel.

Poco después hice el primer doblez.

Luego el segundo.

Después del décimo terminó de armarse la figura.

Era mi rostro, en papel.

No es que se pareciera a mí, pero en el sueño supe que ese era mi rostro.

Y observarlo, entonces, era una experiencia similar a verse en un espejo.

El rostro de papel, sin embargo, no repetía mis expresiones.

De hecho, reflejaba expresiones que en un principio no reconocí.

Luego, sin embargo, a fuerza de mirarlo, fui descubriendo cada una de ellas.

Eran expresiones nuevas, producidas por sensaciones que también estaba descubriendo.

Tan concentrado estaba que me había olvidado de la chica que me había entregado el papel.

Cuando la observé nuevamente vi que se estaba desdoblando a sí misma.

Desdoblándose como un papel, me refiero.

Verla así me apenó, por cierto, pues creí percibir que desarmaba sus dobleces con cierta amargura.

Cuando terminó, la observé bajo su nueva forma y comprendí de inmediato que era incapaz de rehacerla.

-Disculpa -le dije, pero mi voz no sonó.

Mientras le hablaba, pasaba mi mano por la superficie de la hoja que ahora era.

Justo entonces, una pequeña luz pareció reflejarse en el lago.

Intenté observarla, pero como no podía, desperté.

Estaba amaneciendo.

Hubiese llorado un poquito, pero no sabía por qué.

lunes, 22 de enero de 2024

Un sobre afuera de mi casa.


Dejan un sobre afuera de mi casa.

Un sobre grande, de papel marrón.

Tiene escrito mi nombre, con letras grandes, en negro.

Cuando lo abro descubro que dentro hay un huevo frito.

Muy frito, de hecho, casi quemado.

La yema está seca y la clara algo reseca.

Lo saco del sobre y descubro que todavía está tibio.

Busco algo más en el sobre, pero no hay nada más.

Poco después le cuento a mi hijo.

Él se ríe y no se lo toma muy en serio.

Tal vez piensa que me lo he inventado yo.

Busqué bien en el sobre y no había nada más, le digo.

¿Buscaste en el huevo?, me pregunta él.

No sé qué decirle.

Entonces pongo el huevo en un plato y le pregunto cómo debería buscar.

Él no me responde, pero me pasa un cuchillo.

Parto la yema reseca y también la clara, en pequeños trozos.

No veo nada extraño.

Como mi hijo me nota algo ansioso dice que no me preocupe.

Es solo un huevo frito, me dice.

Pero estaba en un sobre de papel que lleva mi nombre, alego.

También es mi nombre, dice él.

Es cierto.

A veces lo olvido, pero es cierto.

Como no atino a hacer nada mi hijo toma los restos del huevo y los vuelve a meter en el sobre.

Luego mete todo a la basura.

No todo es un símbolo, me dice.

Es verdad, digo yo.

Poco después, sacamos la basura.

domingo, 21 de enero de 2024

Reimos porque sí, me dijo.


I.

-Reímos porque sí -me dijo-, no le des más vueltas.

-No le doy -le dije.

Ella me miró, algo molesta.

-Cuando lloramos es por algo -siguió-, ahí sí se vale preguntar.

-De acuerdo -acepté-. Tomo nota.


II.

Pasó el tiempo.

A pesar del diálogo anterior les adelanto que no cumplió.

Es decir: yo pregunté y no me dijo.

Hay una historia extensa, por supuesto, entre ambos extremos, pero solo me interesa señalar su poca consecuencia.

Lloró y no me dijo por qué.

Luego dejé de verla.


III.

Los que la volvieron a ver dijeron que estaba muy cambiada.

Tanto físicamente como en su manera de actuar.

-Parecía otra persona, -me dijeron.

-Tal vez lo era -dije yo.

Lo dije por decir, por supuesto.

Incluso de haberla visto no hubiese podido compararla.


IV.

Me dieron detalles, aunque no los pedí.

Por ejemplo, me explicaron su nueva forma de vestir.

Su nueva forma de andar.

Y hasta sus nuevos gestos.

-Todo en ella era un poco tibio, -me dijeron.

Pensé un poco en lo que señalaron.

Dije que no entendía.

-Se mantenía entre los márgenes -explicaron.

Como seguía sin entender prefirieron decírmelo directamente.

-No reía ni lloraba -resumieron.

Ahí sí entendí.

Supongo que lo hacía para no tener que dar explicaciones, pensé.

Luego les pedí cambiar de tema.

sábado, 20 de enero de 2024

Piedras sobre otras piedras


-Eran piedras sobre otras piedras -me dijo-. Todo el terreno era así. Piedras sobre piedras. Del inicio hasta el final, siempre lo mismo.

-¿Y no intentaron ver qué había debajo? -pregunté.

-¿Debajo de qué?

-Debajo de las piedras -aclaré.

Me miró en silencio antes de contestar, como intentando averiguar si hablaba en serio.

-Debajo de las piedras había más piedras, hueón -me dijo, algo molesto-. Y sí, claro que lo intentamos.

Espero otro momento antes de seguir.

Yo lo observaba, atento.

-Eran piedras relativamente chicas -explicó-, así que las movimos con facilidad, aunque igual no servía de nada… era como hacer un hoyo en la arena. Solo encontrábamos más piedras.

-Pero tiene que haber habido algo debajo -insistí-. Si seguían sacando piedras probablemente hubiesen dado con el terreno real…

-¡El terreno real eran puras piedras! -me interrumpió-. Piedras reales, hueón… no ideas de piedras, ni piedras metafóricas. Piedras reales unas sobre otras, nada más.

-Entiendo -preferí decir, para que se calmara un poco.

-No entendís ni una hueá… -lanzó, como frase final.

Probablemente él esperaba que yo volviese a decir algo, pero no lo hice.

Supongo que ninguno de los dos quería hablar.

Piedras sobre otras piedras, pensé. ¡Qué mierda de realidad es esa!

Luego, extrañamente, no pensé nada más.

viernes, 19 de enero de 2024

Impreciso.


Vi un documental en el que el núcleo de algo se dividía en dos.

No recuerdo si era lo central, pero sé que al menos, en algún momento ocurría aquello.

Me parece que era por la mitad del documental, aunque no podría asegurarlo pues tal vez me dormí un rato.

Tengo esa impresión pues al final del documental estaba junto a una persona con quien -creo-, no estaba cuando comenzó.

Igual no recuerdo bien quién era, pero sé que comentamos brevemente lo visto.

Incluso guardé un dibujo (apenas un bosquejo en realidad) que esa persona hizo mientras comentábamos algún aspecto del film.

El dibujo está algo borroso, y no se ve muy bien, pues fue realizado sobre una servilleta.

Tal vez comimos algo mientras comentábamos el documental.

Por el tipo de servilleta deduzco que fue en un restaurant de cierto nivel, y no en uno de comida rápida.

Lamentablemente, como la servilleta no esta manchada ni retuvo ningún olor, no tengo cómo saber qué comimos en ese restaurant.

Y claro… es entonces cuando intento reconstruir todo aquello y recuerdo la imagen del documental en la que el núcleo de algo se dividía en dos.

No sé por qué, pero me transmite una sensación triste aquella imagen.

Una sensación de vacío, incluso.

No sé bien cómo explicarlo, pero es como si la división hubiese ocurrido también dentro de uno.

Una fisión íntima, digamos.

Tan propia como imprecisa.

Como si una parte tuya, estuviese luchando por olvidar.

jueves, 18 de enero de 2024

Habría que cambiar algunos conceptos.


Habría que cambiar algunos conceptos.

No digo grandes conceptos… cosas sencillas más bien.

Para empezar, por ejemplo, yo propongo cambiar las categorías de las pizzas.

Ya saben… pizza mediana, pizza familiar…

Esos conceptos, al menos, para empezar.

Y es que con mi hijo nos pasamos la vida comiendo la familiar y ya ves cuanto hemos engordado.

Y es que debiesen haber, sin duda, otras categorías.

Pizza familiar homoparental, por ejemplo.

Y es que no es lo mismo una pizza familiar para dos padres con cuatro hijos que otra para una madre y su hijo único.

Aunque en el fondo no sé bien.

Aclaro que no lo digo en tono progre sino pensando en una simple regulación calórica.

Pensando en eso, para empezar.

Una vez lo plantee, recuerdo, pero me respondieron señalando que la solución era fácil.

Pida solo pizzas individuales, me dijeron.

Así se ahorrará problemas.

Pero claro, no era yo el que debía liberarme del problema, y así se los comuniqué.

El verdadero problema reside en el concepto mismo.

Y en la realidad, en último término.

Me miraron como a un loco, por supuesto.

Y me ofrecieron descuentos.

En tres de las cuatro cadenas de pizzería me ofrecieron descuentos.

En la otra derechamente me dieron una pizza gratis.

De cinco ingredientes, incluso, pero individual.

Habría que cambiar algunos conceptos, les dije entonces.

Luego de decirlo, sin embargo, me contuve.

Y consideré mejor irme del lugar.

Después de todo, no es un mal comienzo, me dije.

Al menos, no nos alejamos, de la verdad.

miércoles, 17 de enero de 2024

La función de los huesos.


Te mienten.

A todos nos mienten.

Y sin mayor resistencia nos dejamos mentir.

Por eso (porque en el fondo sabemos que nos mienten) es porque hay mentira, claro está, pero no hay engaño.

Por ejemplo, piense usted en el asunto ese de la función de los huesos.

Consúltela en Google incluso y ya verá cómo nos mienten.

Y es que dicen -entre otras cosas-, que su principal función es sostener el cuerpo.

Pero deténgase un poco y no deje pasar aquella frase.

Dele una vuelta a eso de “sostener el cuerpo”.

Y note incluso el absurdo de aquellos que agregan que su función es movilizarnos.

Piense en su cuerpo, en sus músculos, en sus huesos…

Y piense también -si le queda tiempo-, en el asunto ese de sostenerse.

O de ponerse en pie.

O de avanzar.

¡Y claro…!

Ellos dirán que si fuésemos solo músculo nos vendríamos abajo.

Y nos mirarán como si estuviésemos locos, pero en el fondo sabemos que no es así.

Después de todo, si nos movemos hasta el otro extremo tampoco funcionaría.

Me refiero a que, si fuésemos solo huesos también nos vendríamos abajo.

Además, si nos detenemos un poco, un cuerpo definitivamente caído, por lo general tiene también huesos.

Y ya ven cómo no le sirve de nada.

¿Cuál es la función de los huesos, entonces?

¿Cuál es su sentido?

Créanme que se los diría ahora, sin problemas.

Pero lo cierto es que no pueden esperar siempre a que otros los sostengan.

Eso debiese ser, sin duda, la esencia de nuestra responsabilidad.

Ponernos de pie, movernos… elegir hacia dónde.

Y no dejar que nos mientan.

Sé que sabes de qué hablo.

martes, 16 de enero de 2024

Hombres naturalmente cuerdos.


Sueño que estoy en una conferencia, como espectador, escuchando a un tipo hablar sobre los hombres naturalmente cuerdos.

-Vistos desde lejos o desde cerca uno sabe lo que son: hombres naturalmente cuerdos. Incluso no viéndolos uno sabe lo que son…

Mientras habla, se proyectan en una gran pantalla una serie de imágenes de los que, supongo, son ejemplos de hombres naturalmente cuerdos. Hombres y mujeres, por supuesto. De distintas edades y características físicas. Creo reconocer a algunos, pero no recuerdo de dónde.

-No saben que se exhiben, por supuesto -sigue diciendo el hombre-. No sospechan que exhiben su cordura… Probablemente ostentarían de ella si lo supieran, aunque de igual forma no tendría mérito alguno, pues como ya hemos dicho se trata de una cordura natural, simplemente…

Tomo apuntes mientras el hombre habla. Sé que estoy dentro de un sueño, pero igualmente tomo apuntes para fijar lo que dice y recordarlo cuando me despierte… o tener una mayor posibilidad de recordarlo, al menos.

-De todas formas -continúa-, no es bueno que el hombre naturalmente cuerdo sea consciente de su propia cordura… En este sentido hacérselo saber de golpe podría ser tan peligroso como despertar a un sonámbulo… En sentido figurado, por supuesto…

Para acompañar estas últimas palabras, se han proyectado en la pantalla una secuencia de imágenes que dan cuenta de un mismo hombre naturalmente cuerdo que aparentemente se hace consciente de sí, y luego se transforma.

Debemos temer la locura del hombre naturalmente cuerdo, observo que he escrito en mi cuaderno de apuntes. Y debemos temer también ser ese hombre, agrego.

El sueño sigue así un rato más hasta que descubro que no logro levantar la mirada. Es decir, he quedado mirando hacia abajo, hacia mis apuntes, pero no consigo observar la pantalla que al parecer está proyectando imágenes impactantes, teniendo en cuenta los sonidos de asombro que producen los otros espectadores de la conferencia.

Así, sigo esforzándome hasta que escucho la voz del conferenciante quien me advierte a viva voz que mis esfuerzos serán vanos.

-Es por tu bien -señala-. No es bueno que veas lo que sigue.

Sus palabras, sin embargo, solo logran inquietarme un poco más. De hecho, me angustio tanto que comienzo a balancearme en la silla, para hacerla caer, y ver si de esa forma logro observar la pantalla.

Justo cuando caigo, lamentablemente, todo mi sueño queda a oscuras y en silencio.

Y yo despierto.

-¿Qué estabas soñando? -me pregunta entonces una chica que estaba observándome, a un costado de la cama.

-Tú no estás aquí -le digo.

Ella ríe. Me mira a los ojos y ríe.

Yo, en tanto, espero simplemente a que ella desaparezca. Pero no lo hace.

lunes, 15 de enero de 2024

Sin lijar.


Ella me contó que tuvo un novio que tenía una parte del cuerpo sin lijar.

Como sin haberla terminado, me dijo.

Un trozo de piel áspero que no alcanzaron a pulir.

Yo pregunté si estaba bromeando, pero ella aseguró que no.

Y especificó luego que, bajo uno de sus brazos y hasta la zona de la cintura, ese ex novio tenía una zona áspera.

Todavía sin lijar, fue lo que dijo, exactamente.

Me lo contó mientras terminábamos de ver una película.

Una película polaca, bastante lenta, hecha para la tv en la década de los noventa.

Supongo que se acordó porque el protagonista pasaba sus dedos por una esquina sin lijar que tenía una mesa de madera que estaba en su cuarto.

El cuarto del protagonista era bastante pequeño, por lo demás.

Apenas tenía esa mesa, una silla y un colchón pequeño tirado en un rincón.

¿Sabes qué simboliza que el mueble tenga esquinas sin lijar?, dijo ella entonces.

Yo no sabía, así que me quedé en silencio.

Ella tampoco respondió nada.

Pensé que lo ibas a responder tú misma, le dije luego de un rato.

Ella me miró con desconcierto.

No suelo hacer eso, me dijo, algo molesta.

Yo asentí.

¿Sabes qué ocurrió finalmente con mi ex novio?, preguntó ella entonces.

No sé qué le ocurrió, le contesté. Pero sé qué simboliza.

Ella me miró extrañada, probablemente esperando que dijese algo más.

¿Y…?, me dijo luego de un rato.

Nada, contesté.

Luego nos sumergimos en un silencio áspero.

domingo, 14 de enero de 2024

Otras formas de estar quieto.


I.

Dicen que un cuerpo en movimiento tiende a seguir en movimiento.

Para mí, sin embargo, se trata simplemente de otra forma de estar quieto.

O flotando si se quiere, en el mejor de los casos.

Tras comentarlo en un grupo, me pidieron que desarrollara mi impresión en doscientas palabras.

Entonces yo los observé y les pregunté si podía repetir palabras dentro de mi explicación.

Como ellos no entendían decidí hacer más explícita mi consulta: ¿deben ser doscientas palabras distintas o pueden repetirse?

Tras conversarlo entre ellos me contestaron que podían repetirse.

Ni ellos ni yo sabíamos si estábamos hablando seriamente.


II.

El problema de la fuerza, escuché decir a alguien, poco después.

El gran secreto es el funcionamiento de la fuerza.

Las fuerzas, lo corrigió otro.

Se quedaron un rato en silencio.

¿Saben que dentro de cada uno hay un clima igual que allá afuera, en el mundo?, dijo entonces alguien más.

Yo lo sabía, por cierto, pero preferí guardar silencio.


III.

Mi explicación fue exactamente de doscientas palabras.

Esa fue su extensión, digamos.

Doscientas veces la misma palabra, eso sí, pero viene a ser lo mismo, a fin de cuentas.

Tal vez por eso, me miraron con desagrado cuando terminé.

No vale la pena acariciar a un perro muerto, dijo alguien, con desprecio.

Los otros asintieron.

Cada uno siguió su marcha.

sábado, 13 de enero de 2024

Cómo es lo que ocurre.


Lo que ocurre es como la escena final de una película. El final de una película que nadie ha visto. Es decir, es como debiese ser el final de una película. Una película que, al menos, vería yo.

...

Cuatro de la mañana, no sé. No me interesa contarlo en detalle. Lo que puedo decir es que tengo un pequeño mapa donde descubro que en ese sector del resort hay un restaurant con comida las 24 horas.

...

El restaurant está en la playa. En la orilla. No hay nadie en el lugar. A pesar de ser un resort y de estar lleno de gente en vacaciones, la mayoría de los huéspedes son de tipo familiar. O, en otras palabras: gente que respeta los horarios. Los horarios convencionales, claro está.

...

En el restaurant, por cierto, solo hay comida rápida. Esto, a diferencia de los otros 12 restaurants que hay en el resort. Es decir, tienen hamburguesas, papas fritas, aros de cebolla, ese tipo de cosas.

...

Cuando llego el restaurant está vacío. Dos personas atienden. Es como un local genérico de comida rápida solo que más grande y lleva un nombre especial. Y además está a orillas de la playa.

...

Apenas llego, observo que las bandejas están llenas de papas fritas recién hechas. Poco después, observo cómo renuevan las papas. Una y otra vez lo hacen y en grandes cantidades. Siguen haciéndolo todo el tiempo a pesar que no haya nadie. Sé esto porque se los pregunto. Ellos dicen que sí. Que es normativa de la empresa. No importa si hay o no clientes. Igualmente hay un mínimo de papas que deben freír cada cierto rato. Cierta cantidad de hamburguesas, también. Todas deben estar perfectas. Recién hechas. Incluso el pan para las hamburguesas sale directo del horno, cada cierto rato, aunque en menor medida.

...

No me dicen todo esto de golpe, por supuesto, pero extraigo la información poco a poco. Son amables, pero no tienen permiso de hablar con los clientes. Solo saludos y tomar órdenes, me dicen. También tienen prohibido aceptar propinas.

...

En el restaurant, mientras como, me siento mirando las bandejas de papas fritas y dándole la espalda al mar. Incluso cuando termino de comer mantengo la misma posición. Observo así las pequeñas oleadas de papas fritas que entran y salen, de la cocina a las bandejas. No sé por qué, pero es un tipo de oleaje que me parece triste. No es un ocaso, ciertamente, pero de igual forma me parece triste. O algo así, cercano… con matices de tristeza.

...

Es como el final de una película, como les decía en un inicio. Como debiese ser el final de una película. Un final en el cual el protagonista comienza ya a desvanecerse pues ha perdido demasiada sangre. Las papas fritas renovándose sobre las bandejas una y otra vez. Justo antes del amanecer al que de todas formas se le da la espalda.

viernes, 12 de enero de 2024

Que no.


Que no.

Que no puede.

Que hace calor.

Que es domingo.

Que hay visitas.

Que operaron a su gato y debe cuidarlo.

Que leyó por primera vez a Anna Kavan y ha quedado extraña.

Que el día está comenzando, es cierto, pero que igual ya es tarde.

Que viene llegando de la feria y está sudada.

Que la cebolla morada es la mejor.

Que los tomates ya no son lo que eran.

Que los sentimientos son palabras.

Que las palabras, simplemente, son inventos.

Que su hija ha estado enferma, pero que ya está bien.

Que ha conocido a alguien más, pero luego sintió que era lo mismo de siempre.

Que ha comenzado a comprar cremas para la piel.

Que ya no se maquilla.

Que ahora se preocupa más del cabello.

Que su hija ha crecido y hasta tiene novio.

Que le ha encontrado drogas, aunque luego habló con ella.

Que hizo un viaje a Egipto, donde siempre quiso ir.

Que ahora solo ve películas antiguas.

Que hasta la nouvelle vagué nada más.

Que fue la única espectadora en un musical triste.

Que a lo mejor no era triste, pero pensó que hablaba de ella.

Que casi no come carne, salvo pescado.

Que a veces reza en las noches, para quedarse dormida.

Que su hija la visitó cuando murió el último gato.

Que botó unos libros.

Que está fea, aunque no le importa.

Que hay días en que no se levanta.

Que le llegó una multa a casa por no ir a votar.

Que debe estar un poco loca.

Que una vez se le olvidó su nombre y fue lindo.

Que ahora llora, cuando ríe.

Que el dinero apenas alcanza.

Que después de todo su vida no estuvo tan mal.

Que si no amó, al menos, fue amada.

Que comprendió eso, al menos.

Que el corazón latió hasta el final.

Que está muerta.

Que no la disculpe.

jueves, 11 de enero de 2024

Lo que percibo.


Bostezo.

Se me humedecen los ojos.

Tengo una leve picazón en la espalda.

Una gota de sudor.

El calor ambiente o uno mismo, tal vez.

El calor de uno mismo.

Mi frente también está cálida.

O al menos la percibo cálida.

Algo de fiebre, tal vez.

Con el bostezo, además, me picó un poco la garganta.

¿Picazón, dije?

Más bien una ligera irritación, como si en vez de haber bostezado hubiese tosido.

Pero no he tosido.

Tal vez tenga la garganta irritada.

Respiro sin dificultad.

O casi, si estoy atento.

Siempre uno percibe algo más cuando está atento.

¿Qué descubro?

Que hay un momento en que mantener el aire dentro y desplazarlo me ahoga un poco.

Eso y el picor y la gota de sudor y la humedad en los ojos.

Todo suma, me refiero.

Pienso en otra cosa.

Me descubro pensando en otra cosa.

No sé bien en qué, pero sé que estoy pensando, en el fondo, en algo más.

¿Desvarío?

Otra gota de sudor.

En realidad, varias de ellas asomándose desde mis poros.

No la expulso, percibo, es agua que huye de mí.

Que se escapa de mi piel, digamos.

Tal vez le desagrada el picor, la temperatura.

¿Es el comienzo de una pequeña gripe?

Ojalá y no sea amigdalitis, me digo.

Igual el picor de la garganta está más abajo.

Viene desde más adentro, me refiero.

Desde más adentro de uno mismo.

¡Qué torpeza…!

Ni siquiera estoy hablando bien.

Hay un ruido.

Personas que hablan demasiado alto al pasar por la calle.

Entre aquello que decían reconocí la palabra “cáncer”.

También escuché a un perro ladrar.

Así, finalmente, vuelvo a bostezar.

Tras esto, se me humedecen los ojos, y hasta arden.

Busco algo, entonces, para eliminar el ardor.

Y para que el bostezo, pienso yo, no se transforme en grito.

miércoles, 10 de enero de 2024

Estaba loco, de verdad muy loco.


Estaba loco, de verdad muy loco. No exagero. Pero lo peor no era eso. Lo peor era que con el tiempo la forma en la que manifestaba esa locura era cada vez peor. Más escandalosa, si se quiere. O más extrovertida, tal vez. La verdad es que no sé bien cómo decirlo. Lo concreto en todo caso es que involucraba ahora a más personas. Sí, supongo que ese era el cambio, en definitiva. Por ejemplo, alguna vez en la playa. En verano. Le ocurrió varias veces, por supuesto, pero lo importante es lo central. Y lo central era que le gustaba enterrar una de sus piernas en la arena. Hasta la rodilla más o menos. Luego la sacaba y entonces sobrevenía el problema: él decía que aquella que había salido era la pierna de alguien más. Ese era el núcleo, claro está. Pero con el tiempo fueron surgiendo las variantes. Primero, buscarla, simplemente. Luego preguntar a otros. Más adelante escenas de angustia y de reclamos cuando creía encontrar su pierna perdida en algún otro veraneante y la exigía de regreso. Incluso ponía su pierna junto a la del otro como si con eso pudiese demostrar algo. Nos obligaba a mirar. A opinar. Las últimas veces debió intervenir el salvavidas y hasta un par de marinos. Buscaron convencerlo esa vez de que todo se podía reparar. Así, volvieron a enterrarle la pierna junto a la otra del tipo que supuestamente la había intercambiado con la suya. Eso pareció calmarle, por lo menos, aunque luego en casa siguió alegando. Dijo que nada, realmente, se podía reparar. Que una vez que sale de tu cuerpo y vuelve a entrar ya nada vuelve a ser lo mismo. Que para evitar esos dilemas se creo la resurrección y se ocultaron los secretos respecto al espíritu santo. Yo recuerdo bien sus palabras porque solía anotarlas después. Pensaba robarlas para usarlas en el personaje de una novela que nunca escribí. El personaje iba a ser un viejo que vivía con un pulpo. Lejos del mar, vivía con un pulpo. Un pulpo viejo. Que absurda siento esa idea, ahora que la digo. Ni siquiera sé cuántos años vive un pulpo. Un día una tormenta o un terremoto golpeaba la casa y hacía caer varias cosas. Entre otras, un portarretrato con una foto genérica, que el viejo se ponía a mirar sin saber de quién se trataba. Probablemente era un portarretrato nuevo, se decía el viejo, y la foto es la que traía puesta desde la tienda. Luego recordaba al pulpo. No sabía llorar aquel viejo. Así comenzaba aquella historia.

martes, 9 de enero de 2024

Un noema en vez de un poema.


En vez de escribir un poema intenté esa vez hacer un noema.

No me resultó, por supuesto, pero al menos lo intenté.

Diría esto con orgullo, pero lo cierto es que hay algo más.

Algo más que frena el orgullo y hasta cierto punto lo mancilla.

Y es que el poema que no escribí por intentar el noema, me reclamaba desde dentro por no salir.

No decía que hubiese sido magistral ni que tenía fuerza suficiente como para haber cambiado al mundo, pero reclamaba sin vergüenza su derecho a existir.

Lo hacía con una voz desagradable, como de pito, pero el desagrado del tono se compensaba con la honestidad que iluminaba su reclamo.

Lo escuché atento, pero lo cierto es que ya nada se podía hacer por él.

Así se lo hice saber, cuando sentí que su voz ya expiraba.

Incluso me demoré explicándole qué era lo que había ocurrido.

Es decir, diciéndole que lo había dejado a un lado, para darle espacio a un noema.

Un noema que no terminó siendo, por cierto.

-¡Claro que no, ahueonao! -me gritó desde algún sitio el poema-. Ni noesis ni noema… ¡no estás tú para estas cosas!

Luego de esto, seguí oyendo un pequeño murmullo, pero lo cierto es que no distinguía ya sus palabras.

Por lo mismo, lo dejé seguir así, hasta que desapareció por completo.

-¡Ni ahí con voz, poema culiao…! -le dije finalmente, para zanjar el asunto.

Algo me respondió, por supuesto, pero no recuerdo qué.

lunes, 8 de enero de 2024

Círculos de tiza.


Círculos de tiza.

Cientos de círculos de tiza.

No perfectos, es cierto, pero nadie lo es.

Ocurrió hace varios años.

Comencé a hacerlos sin saber por qué.

Cientos de círculos de tiza.

Unos sobre otros, incluso, cuando el espacio faltó.

El proceso era simple.

Desde una caja yo sacaba las tizas.

Luego, simplemente, hacía los círculos.

Los círculos, por cierto, no sé de dónde los sacaba.

Cientos de círculos de tiza.

No perfectos, es cierto, pero nadie lo es.

Ocultaban un diseño, que no intenté explicar a nadie.

Ocurrió hace varios años.

De distintos tamaños eran los círculos.

Los dibujaba en el suelo y en las paredes.

Uno de los del suelo resultó ser lo suficientemente grande como para caber en él.

En un par de ocasiones, de hecho, llegué a dormir al interior de aquel círculo.

Sin pasarme de los bordes, me refiero.

Parece algo difícil de hacer, pero en el fondo no lo es tanto.

Es como estar en un pozo, simplemente, aunque este solo exista (ahora) en dos dimensiones.

Además, el pozo plano en el que uno se encontraba estaba rodeado también de otros pozos.

Cientos de ellos, ciertamente.

Cientos de círculos de tiza, más bien, que yo mismo había hecho.

Unos sobre otros, incluso, cuando el espacio faltó.

Círculos de tiza, decía.

Unos sobre otros, incluso, cuando el espacio faltó.

domingo, 7 de enero de 2024

No ser como la cabra de Picasso.


Por favor, no ser como la cabra de Picasso.

Y si lo llego a ser no darme cuenta.

Eso es lo que pido.

La cabra de Picasso, ya saben, atada a la escultura de la misma cabra que había realizado el pintor.

¿Han escuchado sobre ella?

Dicen que permanecía amarrada durante el día y la soltaban por la noche.

Eso leo, al menos, cuando investigo sobre el tema.

Digo “al menos”, por cierto, pues no me fío de esa observación.

Y es que no puedo confiar en la preocupación del pintor por desamarrarla cada noche.

Tampoco de su esposa, ciertamente, cuya imagen llega hasta mí frivolizada por la idea del perfume.

Así, no puedo sino imaginarme a la cabra amarrada día y noche a la imagen de sí misma.

Sin percatarse, además, de la forma de aquello a lo que estaba amarrada.

Toda una tragedia, como ven, la de la cabra.

Y claro, no es que uno no tenga tragedia, pero al menos entiende lo que observa.

Bueno, más o menos, lo entiende.

Por todo lo anterior, reitero desde ya mi petición:

No ser como la cabra de Picasso.

La reitero aunque no sepa, ciertamente, a quien dirigirla.

Y si llego a serlo, como decía en un inicio, ojalá no darme cuenta.

Y si lo soy y no me doy cuenta, espero que esta vez, nadie más resulte herido.

sábado, 6 de enero de 2024

El intervalo.


-¿Te acuerdas que le hiciste una canción a Weierstrass?, -me preguntó-. Una canción musicalmente horrible, por supuesto, a base de percusiones y letras ridículas que rimaban siempre en palabras agudas…

-No me acuerdo -le dije.

-Claro que debes acordarte, si la cantaste tú mismo con M. y otros chicos de filosofía… fue en esa época cuando tenías una herida en una mano… la tenías vendada, ¿te acuerdas?

-De verdad que no recuerdo -lo interrumpí-. Tengo borrado ese intervalo.

-Bueno, pues resulta que una chica que estudiaba mates en ese entonces tiene un video con la canción, así que…

-Espera -le dije-. No me interesa recuperar nada del intervalo…

-¿Qué intervalo?

-Pues ese… -intenté explicar-. No me interesa recuperar nada que haya olvidado… Y menos desde un video.

-Pues no es para que te acuerdes -me dijo-. Es solo para aclarar aspectos de la letra… creo que quiere citar unas frases y hay partes en las que no se entiende nada.

-Pues la verdad no creo que valga la pena -confesé-. Yo tampoco debo haber comprendido mucho en aquel entonces…

-¿En el entonces del intervalo?
-Exacto.

-¿Seguro que solo en ese entonces?

-Casi -le digo, luego de pensarlo un rato.

-¿Casi qué? -me pregunta.

No respondo.

viernes, 5 de enero de 2024

Nadie. Ni yo.


I.

Nadie. Ni yo.

Se lo dije así, directamente.

Sí. Así lo preferí.

Al principio no entendió ni mierda, pero supongo que a esta altura ya lo habrá hecho.

No me consta, por supuesto, pero es algo que debía ocurrir.

Como un ciclo natural, más o menos.

Así funciona, me refiero.

Yo solo apresuré las primeras etapas.

Una o dos, a lo más.

No es tan terrible, si lo piensas.

Después de todo, no importa lo que pase:

Estamos -como siempre-, a la misma distancia de la muerte.

Puedes calcularlo, si quieres, pero te aseguro que es cierto.

Es más: ninguno de los dos ha llorado, desde entonces.

Te juro que es cierto.

Y de eso, ya hace al menos siete años.


II.

Perdió una pierna y un brazo en el último accidente.

En ese que ocurrió, justamente, hace siete años.

Yo fui el encargado de subirle el ánimo, luego de aquello.

Fracasé, por supuesto.

No sé por qué alguien pensó que podía lograrlo.

Ahora, lleva una prótesis para reemplazar la pierna perdida, pero no ha querido reemplazar el brazo.

Y no es que no lo necesite.

De hecho, cuando le preguntan, dice que prefiere necesitarlo.

Igual no se entienden bien sus razones, cuando las explica.

Es un poco como yo, en ese aspecto.

Igual de confusa y evasiva, me refiero, tras una primera mirada.

Se lo dije hace unos días y ella alegó que yo era igual, y fue entonces que hicimos comparaciones y entonces me exigió que no lo disfrazara más, y que lo planteara así, sin adornos, para demostrarle que era cierto.

Y eso hice.

jueves, 4 de enero de 2024

Se sienta a hacer sonar el piano.


Se sienta a hacer sonar el piano. Todas las tardes lo hace. Vendió varias cosas para poder comprarlo y ahora se sienta frente a él poco antes que oscurezca. Con respeto -podríamos decir-, se sienta frente a él. Lo observa largo rato antes de presionar cualquiera de sus teclas. Luego lo hace. Presiona una, otra… a veces varias tras breves intervalos. No son melodías ni nada que pueda ser llamado con propiedad una pieza musical. Así y todo, entre una y otra nota, a veces, se produce cierta cadencia… una especie de armonía que pudiese hacer creer, a quien lo escucha por primera vez, que esa persona sabe, efectivamente, tocar. Puede estar varios minutos así, repitiendo aquello. Generalmente son veinte o treinta minutos, aunque algunas veces completa fácilmente una hora o hasta dos. Una vez le dijeron que invirtiera ese tiempo en aprender realmente a tocar el piano. No todos sus fundamentos musicales, pero que aprendiera, al menos, a ejecutar una pieza sencilla, reconocible. Él sonrió simplemente, para desestimar la propuesta. Y es que le basta, según dice, con hacerlo sonar. Dialogar bajito con él, de cualquier cosa. Establecer una relación sencilla, digamos. Un vínculo que pueda ser entendido como una intimidad real, aunque pequeña. Un afecto puro. 

Que se sienta querido mientras hago sonar algunas teclas, me explicó una vez. Yo me conformo con eso. Me siento querido, además, queriendo de esa forma.

miércoles, 3 de enero de 2024

No es verdad la noche.


I.

No es verdad la noche.

La oscuridad sí, por cierto, pero no la noche.

Y todo -excepto la oscuridad-, es parte del decorado.

El telón negro, el descenso de la temperatura, las estrellas.

Todo es, finalmente, escenografía, aunque no lo parezca.

Incluso los sueños son parte del artificio.

¿No lo sospechabas, acaso?

Yo creo que sí, o que al menos algo intuías.

Así y todo, tuviste que esperar a que yo lo dijese.

Siempre esperas hasta este punto.

No es verdad la noche, te digo entonces.

Por supuesto que no es verdad.



II.

A veces, en la noche, dejan muñecos en algunos lados, como meros bultos.

Una vez los vimos, no sé si recuerdas, y tú aseguraste que se trataba de bolsas con basura.

Entonces, te dije que nos acercáramos, pero tú te negaste a comprobar.

La función es la misma de todas formas, dijiste nerviosa.

Y fue así como supe que estabas metida en aquel asunto.

Y que eras parte, en cierta forma, de la misma noche.



III.

Vuelvo atrás, ahora, para decirlo con otro tono.

No es verdad la noche.

Un rito necesario, tal vez, pero no es verdad.

Por esto, cuando hablamos, algo no nos permite ponerle nombre a aquello que observamos.

O no un único nombre, al menos.

Yo le llamo noche, por ejemplo.

Siempre lo he llamado de esa forma.

Además, si soy sincero, nunca supe nombrar la oscuridad.

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