jueves, 4 de enero de 2024

Se sienta a hacer sonar el piano.


Se sienta a hacer sonar el piano. Todas las tardes lo hace. Vendió varias cosas para poder comprarlo y ahora se sienta frente a él poco antes que oscurezca. Con respeto -podríamos decir-, se sienta frente a él. Lo observa largo rato antes de presionar cualquiera de sus teclas. Luego lo hace. Presiona una, otra… a veces varias tras breves intervalos. No son melodías ni nada que pueda ser llamado con propiedad una pieza musical. Así y todo, entre una y otra nota, a veces, se produce cierta cadencia… una especie de armonía que pudiese hacer creer, a quien lo escucha por primera vez, que esa persona sabe, efectivamente, tocar. Puede estar varios minutos así, repitiendo aquello. Generalmente son veinte o treinta minutos, aunque algunas veces completa fácilmente una hora o hasta dos. Una vez le dijeron que invirtiera ese tiempo en aprender realmente a tocar el piano. No todos sus fundamentos musicales, pero que aprendiera, al menos, a ejecutar una pieza sencilla, reconocible. Él sonrió simplemente, para desestimar la propuesta. Y es que le basta, según dice, con hacerlo sonar. Dialogar bajito con él, de cualquier cosa. Establecer una relación sencilla, digamos. Un vínculo que pueda ser entendido como una intimidad real, aunque pequeña. Un afecto puro. 

Que se sienta querido mientras hago sonar algunas teclas, me explicó una vez. Yo me conformo con eso. Me siento querido, además, queriendo de esa forma.

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