domingo, 7 de enero de 2024

No ser como la cabra de Picasso.


Por favor, no ser como la cabra de Picasso.

Y si lo llego a ser no darme cuenta.

Eso es lo que pido.

La cabra de Picasso, ya saben, atada a la escultura de la misma cabra que había realizado el pintor.

¿Han escuchado sobre ella?

Dicen que permanecía amarrada durante el día y la soltaban por la noche.

Eso leo, al menos, cuando investigo sobre el tema.

Digo “al menos”, por cierto, pues no me fío de esa observación.

Y es que no puedo confiar en la preocupación del pintor por desamarrarla cada noche.

Tampoco de su esposa, ciertamente, cuya imagen llega hasta mí frivolizada por la idea del perfume.

Así, no puedo sino imaginarme a la cabra amarrada día y noche a la imagen de sí misma.

Sin percatarse, además, de la forma de aquello a lo que estaba amarrada.

Toda una tragedia, como ven, la de la cabra.

Y claro, no es que uno no tenga tragedia, pero al menos entiende lo que observa.

Bueno, más o menos, lo entiende.

Por todo lo anterior, reitero desde ya mi petición:

No ser como la cabra de Picasso.

La reitero aunque no sepa, ciertamente, a quien dirigirla.

Y si llego a serlo, como decía en un inicio, ojalá no darme cuenta.

Y si lo soy y no me doy cuenta, espero que esta vez, nadie más resulte herido.

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