sábado, 30 de junio de 2012

Para que tus hijos no se corten las manos.



Para que tus hijos no se corten las manos
o las muñecas
hay que hacer algo cuando todavía es tiempo.

Y claro,
no se trata de poner cámaras
ni de encargarle a otros
que los vigilen
cuando tú estás lejos.

Y es que lo aceptemos o no
lo cierto es que tus hijos
se verán inclinados algún día
a este tipo de acciones
y cuando ese momento llegué
ya será tarde
para buscar soluciones
e intentar enseñarles algo
que quizá tú mismo
desconoces.

Sin embargo,
no hablo aquí de soluciones prácticas,
es decir,
no recomiendo tener cuchillos de goma
ni ponerles brazaletes
que ellos no se puedan quitar…
yo hablo más bien de compartir unas verdades
que acostumbramos olvidar
para mantenernos a salvo
de los cortes…

Así,
diles por ejemplo
que la felicidad no es un derecho
y adviérteles
sobre el peligro de la tibieza…
¡que tengan asco de ella…!
si es posible,
y ya verás cómo comprenden…

Enséñales, también,
que el amor no es el fin
y que no es aceptable el hambre
entre los hombres,
ni la injusticia,
ni el poner a unos
sobre otros…

Desconfía asimismo
si sonríen demasiado,
o si ven, almorzando, las noticias
sin atorarse
en lo más mínimo…

Preocúpate,
si se conforman con un amor cómodo
o si no se sienten al menos confundidos
en los caminos ya hechos
del mundo…
y no te preguntan asustados
por qué la vida es así…

Y es que de darse estos síntomas
-de estar tus hijos sumidos en esa tibieza
que es mejor aborrecer-,
ten por seguro que tarde o temprano
aparecerán los cortes en sus manos…
tal vez sea algo pasajero,
lo admito,
pero aparecerán porque algo hay en tus hijos
y en ti
que exige algo más de tu vida,

del mundo,

y hasta de tu propio corazón.

viernes, 29 de junio de 2012

Como si.


“De esta manera existían los dioses: como si.”.
Margaret Atwood.



I.

Para que no se perdiera fruta mi madre solía hacer mermeladas. Las picaba en trozos y las metía en una olla, añadiendo luego el azúcar y, según recuerdo, dejando por horas aquello al fuego, revolviendo de vez en cuando.

Ahora bien, para ser sincero, no recuerdo haber participado nunca de este proceso –principalmente porque me desagrada el aroma del azúcar cuando se calienta…-, pero sí me acuerdo perfectamente de haber participado en un incidente que ocurrió a partir de unos frascos para guardar la mermelada.

Y es que aquellos frascos -que mi madre solía guardar en un cajón-, ofrecieron dura resistencia para ser abiertos luego que la mermelada estuvo hecha… y mi madre solicitó ayuda.

Así, fue que me vi de pronto intentando girar la tapa de esos frascos con toda la fuerza que tenía en aquel entonces, pero sin lograr avance alguno.

Mi madre, por su parte, probó con una serie de técnicas caseras, pero lo cierto es que nada daba resultado, y los frascos comenzaron a juntarse, sobre el mesón.

Asimismo, y por si fuera poco, resultaba que a mí nunca me gustó la mermelada, por lo que la visión de esos frascos de vidrio eternamente cerrados y apoyados en hilera venía a significar algo así como un símbolo, mientras la mermelada estaba en la olla, donde simplemente había hervido para nadie.

Esa es la primera parte de la historia.


II.

La segunda parte de esta “historia” quizá podría considerarse también como simbólica, aunque para mí constituye un recuerdo concreto y está lejos de tener siquiera un primer significado claro.

Y es que ocurrió que estando también en la cocina –algo especial debe haber tenido aquel lugar-, yo estaba mirando cómo se calentaba una tostada al interior de una tostadora… aunque claro, decir que la miraba quizá es un poco exagerado, ya que solo veía el aparato metálico, mientras que la tostada quedaba completamente en su interior.

Lo extraño de aquello fue, sin embargo, que de un momento a otro comenzó a salir fuego de la tostadora, por lo que me acerqué a ella y descubrí que era la tostada la que estaba en llamas.

Con todo, recuerdo que no me pareció algo extraño en ese momento, y que me quedé observando hasta que el pan se consumía por las llamas…

Y claro, poco después que terminó de quemarse, recién comencé a cuestionarme sobre si el pan era o no inflamable, e intenté realizar el experimento una gran cantidad de veces, sin éxito alguno.

Así, ante los hechos, no me quedó más que aceptar que esas acciones absurdas –el pan inflamable en este caso y los frascos imposibles de abrir en el segundo-, no eran sino manifestaciones de la existencia de algo, que no encontraba nada mejor que manifestarse como si no se estuviesen manifestando, realmente.


III.

Puede sonarles a una exageración, o a un final propicio para esta entrada, pero lo cierto es que los frascos de vidrio que no pudieron abrirse, pasaron a quedar de adorno sobre el mesón, durante años, sin que ningún visitante pudiese tampoco abrirlos, tras haberlo intentado.

Pues bien, años después de aquello, un día en que en medio de la noche estaba cuestionándome la existencia de ese algo que mencionaba antes, sucedió que logré abrir los frascos sin el menor esfuerzo.

Es decir, tomé agua, me senté en la mesa y sin pensar en lo que hacía, abrí aquellos frascos sin aplicar mucha energía en aquella acción, como si fuese un acto natural, y cotidiano…

A la mañana siguiente, sin embargo, cuando encontraron los frascos abiertos, estos fueron sacados del mesón y utilizados desde entonces como objetos comunes y corrientes, olvidando esos años en que habían sido, quizá, la manifestación –como si no fuera manifestación-, de algo que sin duda rozaba lo excepcional…

Así que bueno, solo me queda decirles que ojalá a ustedes –y a sus seres queridos-, no les ocurra lo mismo que a esos frascos.

jueves, 28 de junio de 2012

Vian, el nuevo Hamlet, o Todos somos Dinamarca.


I.

Hace unos años se me apareció el espectro de mi padre. Era extraño, claro, en parte porque mi padre estaba vivo y además porque el espectro no se parecía en nada al verdadero… pero bueno, uno siempre siente dudas sobre eso… sobre lo verdadero me refiero… así que ahí estaba yo intentando hablar con el espectro de mi padre.

-No hay mucho que decir –me dijo-, pero lo diré igual: no hay mucho que decir.

Y claro… yo intenté que dijese algo más, o que explicara, pero él simplemente repitió que yo debía comprender y hasta me sacó en cara que era profe de lenguaje y que debiese, por tanto, poder hacerlo fácilmente… luego desapareció.

Así, buscando la clave, fue que recordé Hamlet y uní cabos… y di entonces con esa verdad en dos ámbitos que uno siempre oculta:

1: Todo está podrido en Dinamarca.

2: Todos somos Dinamarca.


II.

Vigilé entonces las conductas de mis padres, sospechando que ocultaban la muerte de aquel que se me había presentado… y urdí un plan para desenmascararlos.

Así, como carecía de otros recursos, ayudándome de unas calcetas viejas hice un par de títeres y representé una pequeña obra. En ella, una pareja le ocultaba a su supuesto hijo sobre la verdadera naturaleza de su padre… y claro, todo parecía ir bien hasta que el verdadero padre aparecía como espectro y le contaba todo al hijo engañado…

-Es una obra extraña –comentó mi madre.

-¿No crees que le falta un desenlace? –señaló mi supuesto padre.

De esta forma, yo vi en aquellas apreciaciones la señal inequívoca de la culpabilidad a la que se había referido el espectro…

-¡Pobre verdadero padre! –me dije.


III.

No maté a Polonio y Ofelia no se suicidó debido a mi conducta –de hecho, ni siquiera la noté enamorada-, pero lo cierto es que me pelee con Laertes hasta que él huyo tildándome de loco y dejándome el reino para hacer justicia.

Por si fuera poco, Rosencrantz alegó no llamarse de esa forma y hasta me llegó un memorándum por sacar el cráneo de Yorick sin permiso del laboratorio del colegio…

-¿Cómo podría usted explicar lo sucedido? –me exigieron entonces, en el trabajo.

Y claro, yo intenté explicar, pero no entendieron… y fue entonces que esa verdad en dos ámbitos se hizo más patente que nunca.

-Todo está podrido en Dinamarca –les dije entonces-, y todos somos Dinamarca.


IV.

Una vez leí en una revista que un hombre fue al doctor porque decía tener un problema en el olfato, pues sentía un horrible olor a podrido, en todo sitio.

Sin embargo, el doctor, tras examinarlo, le aclaró que tenía una pierna con gangrena, y que debía amputar.

Recuerdo la historia porque me he revisado con esmero antes de señalar que todo está podrido, y no quiero que juzguen a la ligera mi observación.

Por otra parte, pienso, si lo podrido fuese el corazón, u otro órgano interno, uno tampoco podría comprobar fácilmente su estado, ni estar seguro de lo avanzado de su descomposición.


V.

Busqué al espectro de mi padre para pedir nuevas indicaciones, pero no se presentó en los siguientes 8 días.

Por fin, al noveno, apareció un borracho al que, tras exigirle de diversas formas, terminó confesando que había visto al espectro.

-Se parecía mucho a usted –me confesó el borracho, pero no quiso luego agregar más datos.

Así, por último, decidí contarle al espectro sobre mis últimas decisiones, hablándole en voz alta, estuviera donde estuviese…


VI.

-No ser –dije-. Tal vez soñar, pero no ser. Recibir los golpes y almacenar rabia. Todo por poco y hasta puede que por nada…

Aquí me detuve un poco y tomé agua.

-No ser… -continué-. No ser porque a veces lo podrido impide que seamos en medio de eso, porque aguantamos la respiración para vivir sin oler la podredumbre, pero olvidamos que sin respirar tampoco se vive… No ser porque…

Y bueno… debo reconocer que seguí con mis palabras hasta que oscureció y el espectro no apareció nunca.

-Quizá solo imaginaste haberlo visto –dijo entonces Horacio, recién llegando y poniéndome en duda.

De esta forma yo, ante tamaña ofensa, no me quedó sino estrellarle su cabeza contra el piso.

-No hay mucho que decir –diría entonces mi padre-, pero lo comunicaré igual: no hay mucho que decir…

-¡Todos somos Dinamarca! –complementé yo.

Y se acabó el día.



miércoles, 27 de junio de 2012

¿Cómo te fue hoy?


“Tal vez sea un poco más complicado que esto.
Pero, si uno lo piensa bien, se trataba de caer bien
y de ser querido”.
David Foster Wallace



D. saluda a todos por la mañana.
F. a veces trae algo de desayuno, para compartir.
T. pregunta por la salud de tu parentela.
J. siempre anda con un diario o una revista y los comenta con los demás.
S. alaba el peinado de sus compañeras.
R. dice que tu ropa combina perfectamente.
P. comenta algo de fútbol, para amenizar.
C. trae una película y la comparte con los otros.
H. se muestra torpe y alegre, ante los demás.
G. comenta que se encontró con F. y que te mandó saludos.
P. pregunta varias veces si te debe dinero, mientras sonríe.
A. te muestra una foto de su gato comiendo sushi.
B. trae unas flores y las coloca sobre la mesa de trabajo.
L. te invita a su despedida de soltero.
M. te habla sobre el concierto al que fue el sábado.
D. lee en voz alta el horóscopo, para los demás.
S. te pasa una bandeja en la fila para el almuerzo.
O. te comenta secretamente que quedó comida en tu bigote.
I. se ofrece para traerte una bebida, pues irá a comprar.
D. comenta que estará de cumpleaños y adelanta algo de su fiesta.
R. cuenta una anécdota sobre algo que le ocurrió en un viaje.
E. comenta que está embarazada y muestra una imagen de la ecografía.
A. confiesa que su madre va a morir, pero que están preparados como familia.
P. muestra las llaves de su auto nuevo y especifica el rendimiento de bencina.
T. señala que quizá podrían juntarse el fin de semana.
I. se ofrece a llevarte en auto, luego del trabajo.
H. juega a verte las cartas y pronostica cosas buenas.
A. cuenta que cambiará de trabajo porque le ofrecen más dinero.
F. comenta sobre un simulacro masivo ante un posible terremoto.
J. te ofrece perfumes en dos pagos, y sin apuro.
P. recomienda que te abrigues, porque el día está muy frío.
L. comenta que el día pasó rápido y que pronto será viernes.
D. se despide de todos por la tarde, antes de volver a casa.

V., por último, empuña un tanto las manos, quizá porque hace frío.

martes, 26 de junio de 2012

¿Por qué engordan los periodistas deportivos?



Lo peor de todo es que por contraparte a uno también le toca. Es decir, ellos engordan, claro, mientras presencian los deportes o entrevistan a un personaje destacado… pero a uno también ha de pasarle algo similar, si lo pensamos bien y estamos dispuestos a ser honestos con nosotros mismos.

Me refiero a que el deporte, en este caso, debe ser presenciado desde una posición estática, ajena a todo movimiento… De esta forma, podríamos rápidamente concluir que el periodismo deportivo es, por esencia, antideportivo... y es que el periodista, pasa entonces a ser un espectador especializado de una disciplina deportiva, con todo el sedentarismo y acumulación adiposa que la condición de espectador trae consigo.

Con todo, la idea de que a uno "también le ocurra", no dice relación con el deporte mismo, sino con la idea de ser periodistas de algo. Y es que de la misma forma como el periodista deportivo se aleja poco a poco de la “condición deportiva”, me pregunto qué nos sucede a los que hacemos –o pretendemos hacer-, este precario periodismo de la vida o de los afectos humanos… ¿no nos alejamos también de esta “condición afectiva”, al ser espectadores de esos afectos…?

Ahora bien, sé que alguien podría argumentar que, en ocasiones, los periodistas deportivos han sido anteriormente deportistas, pero el punto acá es aceptar que desde el momento en que se comienza a ser periodista deportivo, se deja, justamente de hacer deporte… o si se quiere, de hacer deporte en serio, más allá de un mero pasatiempo.

Dicho esto, pensemos:

1. ¿Existen riesgos entonces, al escribir sobre afectos o sensaciones, de terminar siendo espectadores de nuestra propia interioridad…?

2. ¿Tiene acaso opción el periodista deportivo de volver atrás y abandonar su profesión para hacerse deportista…?

Difíciles cuestionamientos, sin duda…

¿Qué pensará sobre esto, nuestro propio corazón?




lunes, 25 de junio de 2012

Nadie le teme a Virginia Woolf.



Es triste, pero es cierto.
Ya nadie la teme a Virginia Woolf.

Y claro,
algunos hasta lo dicen con orgullo
y satisfechos de sí mismos.

Así,
se ríen del paraguas,
critican la poca verosimilitud,
y hasta califican de insulsos aquellos diálogos…

Pero claro, ellos no saben,
todavía.

Y es que Virginia Woolf acecha,
-aunque no lo admitamos-,
en el bosque que nos separa
de lo que creímos en algún momento
era la felicidad…

Pues bien,
-y lo digo sin mediar más tardanza-:

Bienaventurados sean
los que tienen miedo
de atravesar ese bosque…

Bienaventurados
los que aún sienten miedo
de Virginia Woolf…

Y es que ellos,
saben sin duda,
que mucho hay que temer
del lobo que se esconde dentro de nosotros,
y de las relaciones que forjamos
con los demás…


¿Nadie le teme a Virginia Woolf, entonces?

Pues peor para ellos, simplemente.

Y es que la vida debiese ser definida como todo aquello
que llega y se aleja de nosotros,
nada más…

¿Nadie le teme a Virginia Woolf…?

Insensatos…

¡Tarde comprenderán que es ella,
la que se devora el mundo…!

domingo, 24 de junio de 2012

El ruido que hacen las personas que no quieren hacer ruido.


“Nada es tan importante como tu sensación;
la sensación que eres tú mismo”
Kilgore Trout


-Hay cosas que son inevitables –me dijo-, como el ruido que hacen las personas que no quieren hacer ruido.

-¿Y tú crees que yo soy de los que no quieren hacer ruido…? –le pregunté.

-¡Claro que eres uno de esos…! –contestó-. Solo que además, tú juegas a hacer un ruido para intentar transmitir otro.

-Mmm…

-¿Acaso no te das cuenta…? Lo que pasa es que aparentas constantemente alejarte de las cosas que en el fondo sientes más cercanas…

-¿Ese es el resultado de tu análisis?

-No. Ese es el comienzo. Y además tú sabes bien que cuando digo cosas, digo también personas, situaciones… y hasta hablo de ti mismo.

-¿No crees que es innecesario y cursi hablar de todo eso?

-Sí –contestó-, pero de vez en cuando es algo que debe hacerse.

-¿Aunque ya se haya hecho?

-Todo ya se ha hecho… el punto es que te decidas de una vez a hacer lo que te pides interiormente.

-¿Así que también sabes de mi interior?

-No… no sé mucho, pero si quieres que te sea sincera me lo imagino como un cuarto amarillo…

-¿Lleno de libros?

-No, extrañamente no… no creo que guardes libros allá adentro…

-¿Por qué no?

-Porque los libros los tienes afuera… estás rodeado de libros… pero adentro guardas otras cosas… pequeñitas, inconexas casi, sin valor para ningún otro… necesitas algo distinto allá adentro…

-¿Y tiene algún sentido decir todo esto…?

-Claro que sí… no te enojes… es solo que a veces pareces tener tanta fuerza, tanta determinación y alegría que no logro entender cómo vuelves a mirar atrás…

-…

-Es como si en medio de un camino te acordaras que dejaste una ventana abierta, o el horno encendido, o las llaves en la puerta…

-¿Como acordarme de una luz encendida en otro sitio…?

-Claro… algo así… ¿no crees que eso te complica más de la cuenta?

-…

-Porque claro… entiendo que regreses si tienes esa preocupación, pero el problema es que tampoco haces eso…

-¿Y qué se supone que hago?

-Jugar a que mandas todo a la cresta, tú sabes… tratar quizá, incluso, honestamente, pero te gana la sensación esa… la de la luz encendida…

-¿Y eso querías decirme?

-No… o sea sí, pero en parte…

-¿Y qué más hay?

-Ha algo inevitable, Vian…

-¿Algo cómo el ruido que hacen las personas que no quieren hacer ruido?

-Exacto.

-¿Y cómo es en mi caso ese ruido? ¿Terrible…?

-Pues aunque no lo creas es tierno y triste y a la vez chistoso…

-¿Chistoso?

-Sí –me dijo. Y sonrió.

sábado, 23 de junio de 2012

Las 12 conclusiones del día de hoy.

“Lo único que puede inferirse es que el ser
no es algo así como un ente.”
Martin Heidegger.


Entre otras acciones de extraña importancia, hoy ordenaba unos apuntes para un trabajo sobre Heidegger, leía Hamlet para hacer una prueba a mis alumnos y veía una película de clase B llamada El ataque del tiburón de dos cabezas.

Así, resultó que ciertas cosas se mezclaron y el día entero pareció entonces revolverse y amenazar con no dar frutos…

Y claro, fue entonces que recordé una costumbre que tenía de pequeño para abordar este tipo de días intentando formular algunas conclusiones, que por lo demás nunca analicé, luego de escribirlas.

Y claro, para no ser menos y evitar de paso desestimar parte del material, me decidí a retomar la costumbre, repitiendo incluso el número de conclusiones que acostumbraba hacer, en aquel entonces. Aquí les van:


Las 12 conclusiones del día de hoy.
10 propias, dos ajenas y un bonus que no cuenta


1.  Lo que plantea Heidegger sobre el concepto del ser, es aplicable a todo concepto.

2. Hamlet no actúa movido por la idea de vengar a su padre, sino porque es incapaz de asimilar el paso del tiempo en relación a sus propias emociones.

3. Un tiburón de dos cabezas no piensa más que un tiburón de una.

4. La meta provisional de Ser y tiempo (la interpretación del tiempo como horizonte de posibilidad para toda comprensión de ser en general) no puede entenderse como una cuestión distinta a la meta central (la elaboración concreta de la pregunta sobre el sentido del ser), pues la comprensión sobre el sentido de esta última pregunta, no puede lograrse sin situar su ámbito de aplicación en un tiempo ya interpretado.

5. Hamlet –como personaje-, no hace distingos entre metas provisionales y metas centrales. De hecho, todo en él, y hasta su propia existencia, es provisional.

6. Los tiburones de dos cabezas incluyen en su dieta implantes de silicona.

7. De entre los variados problemas que surgen al momento de intentar definir el concepto del ser, el más complejo de todos es que estamos acostumbrados a usarlo comprendiéndolo en el uso, pero desconociéndolo en el ámbito en que dicho concepto existe realmente. Es decir, esta comprensibilidad aparente del término, no hace más que demostrar una real incomprensibilidad.

8. “Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos venir a ser”, dice Ofelia.

9. “Esta vaciedad es más que la sustancia”, dice Laertes.

10. Quizá Heidegger, en cierto sentido, es también un tiburón de dos cabezas. Así, se explicaría como la codificación que realiza pasa a tener momentos donde se enfocan dos ámbitos del significado de un signo. Es decir, además de la división significante-significado, la segunda cabeza de Heidegger parece ser capaz de distinguir entre un sentido (significado en movimiento, a partir de la necesidad de incluir ese signo en un signo mayor cuyo significado es el mundo) y un significado tradicional más estático, interpretado en el tiempo.

11. Es necesario hacer secuelas a la película del tiburón de dos cabezas. Yo propongo tres: El ataque del tiburón al hombre de dos cabezas, El ataque de la cabeza izquierda del tiburón a la cabeza derecha del ídem y El ataque del tiburón sin cabeza (esta última apta para todo público).

12. Señor Heidegger, ¿se puede preguntar por el sentido que tiene la aplicación de un concepto que es indefinible, o es muy tonto lo que estoy diciendo…?

Bonus. Lo que plantea Heidegger sobre el concepto del ser, es aplicable a todo concepto, e incluso a la relación que tenemos con los otros. Es decir, la necesidad de nombrar la vida responde no solo al deseo de tocar aquello que existe en nuestro interior, sino además, al deseo de entregar al otro la posibilidad de tocarnos realmente. Es decir (2), comprensivamente.




viernes, 22 de junio de 2012

Satélites naturales.


Todos tenemos satélites naturales. Todos orbitamos. Todos somos orbitados.

Poco sabemos, sin embargo, de aquello, y es que ante todo, la idea de seguir cierta dirección ya establecida no es algo fácil de aceptar y resulta desagradable hasta para quienes acostumbran ser más organizados y siguen habitualmente rutinas relativamente rígidas, e invariables.

Con todo, es innegable que rodeamos algo… y si bien la órbita puede no ser comprendida –ni reconocida- por cada uno de nosotros, algo debe existir en medio de todo esto y hasta convertirse en centro, cuando es llamado a organizar aquello que se desboca.

Por otro lado, así como nosotros orbitamos, decía en un inicio que también contamos con satélites que orbitan, sin saberlo, en torno a nosotros… aunque claro, el problema del conocimiento –o reconocimiento, más bien-, también nos afecta, y muchas veces no terminamos dándonos cuenta de todo aquello, insistiendo con la idea de una linealidad que no viene sino a ensuciar un poco más toda apreciación.

Ahora bien, lejos de profundizar en la cuestión que aquí se esboza, creo necesario aclarar que esta situación no deja de encerrar una extrañísima observación… Y es que a pesar de las millones de órbitas y relaciones que existen entre todos nosotros, no termina estableciéndose un contacto entre los cuerpos… Es decir, no hay colisiones entre los cuerpos que orbitan, mientras que la idea de un centro único y común reconocible, parece cada vez más, un imposible difícil de alcanzar.

De esta forma, conocer lo anterior no implica necesariamente un cambio trascendental en las conductas, ni viene tampoco a solucionar problemas graves específicos de nuestra vida, pero a pesar de aquello, puede servir como una invitación a  no desdeñar la posibilidad de que aquellos que están cerca de nosotros, aparentemente por azar, pueden ser parte fundamental de ese equilibrio… de ese cruce de órbitas perfecto y hasta ser –quién sabe- satélites naturales de aquello que somos, o que terminaremos de ser, algún día.

jueves, 21 de junio de 2012

Estoy segura de que soy mala, pensaba Juana.


“Estoy segura de que soy mala,
pensaba Juana”
C. L.


Leo un libro extraño sobre un ex sacerdote rumano que habla sobre la supuesta naturaleza del mal, a partir de experiencias recogidas durante más de diez años sirviendo como párroco en una pequeña comunidad de su país natal.

Así, este ex sacerdote habla en un capítulo sobre distintas confesiones que recibió de parte de los aldeanos, donde estos se acusaban de una serie de actos que variaban desde el disfrutar cuando cortaban el cuello a sus gallinas, a pellizcar secretamente al abuelo paralítico que vivía con ellos en casa.

Sin embargo, más allá de profundizar en el asunto de mal –tarea titánica que excede a mis situación semi sobria actual-, me queda en la memoria la situación de una mujer que se acusaba de hacer daño “en la piel de Dios”, y pedía para sí misma, el más fuerte y ejemplar castigo.

Ahora bien, aclaro que la forma que tenía aquella mujer de dañar a Dios –o dañar su piel, precisamente-, era, según sus palabras, reflejada en acciones aparentemente sencillas y cotidianas, tales como:

-Arañar los árboles.

-Negarse a mirar el cielo.

-Arrastrar los pies al caminar.

Y sí, sé que suena extraño, y puede que hasta en el apuro nos parezca aquella mujer en extremo inocente, pero… ¿se imaginan ustedes qué le dijo el sacerdote luego de la confesión? ¿Le habrá podido también, como condición a las visitas, el realizar alguna penitencia…?

Pues bien, para no extenderme, les contaré que la penitencia en aquel entonces fue dada en relación a profundizar el daño. Es decir:

-Arañar los árboles, hasta romperse los dedos.

-Negarse a mira el cielo y vendarse los ojos, en la rutina diaria.

-Arrastrar los pies descalzos, hasta hacerse daño.

¿Suena terrible…?

Pues a mí me parece que no.

Y es que después de todo, hasta a culpa que sentimos puede desaparecer si comprobamos que aquello que queremos dañar, no resulta afectado en lo más mínimo con nuestros desaires y agresiones…

Y bueno… mejor voy a seguir leyendo un poco más.

Buenas noches.

miércoles, 20 de junio de 2012

Si no está roto, no lo arregles.


“Fiat justitia, pereat mundus”


I.

Leo La paz perpetua, de Kant.

Es un texto breve del que me habló un amigo y que me produce un extraño sabor cuando lo leo.

Esta, por cierto, es la tercera vez que lo hago.

El texto, quizá pueda ser definido como un tratado de paz donde prima la práctica y regulación de algunas conductas políticas, adoptando por momentos una forma jurídica… aunque claro, también aborda cierta fundamentación que entiende esta misma paz, como un estado no natural entre los hombres. Y claro, de ahí su necesidad de ser instaurada y regulada y etc.

Ahora bien, más allá del contenido específico del texto, decía antes que se trata de un escrito que me deja un extraño sabor –o sinsabor más bien-, cada vez que lo leo.

Dicho sabor, por cierto, quizá pueda asemejarse al de la hostia entregada en la eucaristía de la iglesia católica. Es decir, un alimento sin un sabor específico y cuya consistencia, tampoco parece semejante a otros alimentos tradicionales.

Con todo, la sensación que complementa la semejanza entre estos sabores, es el no convencimiento de la materia sagrada que se está consumiendo. Es decir, en resumen, leer La paz perpetua, de Kant, me deja un sabor similar al que le deja a un no creyente consumir la hostia consagrada, durante la eucaristía.


II.

Me gustaría creer en la paz perpetua.

No sé si entre los hombres, pero sí al menos con nosotros mismos.

Es decir, creer en la naturaleza humana que Kant siente más vinculada a la guerra y la violencia que al mantenimiento de lazos fraternales y tolerantes entre los hombres.

Quizá por eso, pienso ahora, es que he vuelto varias veces a este texto, tratando de imaginarme al Kant de la razón pura, o hasta al Kant de la rutina invariable y acotada, sintiendo la necesidad de plantear este tema, y proponer soluciones prácticas…

¿Y saben? Extrañamente creo en algo al interior de Kant…

Es decir, reconozco ciertos errores, pero creo en la humanidad de Kant, por sobre todas las cosas.

Y Kant, por cierto, es uno de nosotros.


III.

Otra lectura a la que he vuelto, aunque sin visitar el texto, es al de una noticia que apareció hace algunas semanas en un periódico común.

Dicha noticia, por cierto, hacía referencia a la impresionante cantidad de suicidios de veteranos de guerra norteamericanos -18 diarios, durante los dos últimos años-, sobrepasando con creces los caídos durante combate.

Ahora bien, ¿podemos dimensionar cómo, a pesar de planes de contingencia, tratamientos sicológicos y resguardos, pueden matarse 18 personas diarias que han participado en guerras donde, muchas de ellas, ni siquiera les tocó enfrentarse directamente a la muerte de otro hombre? ¿De qué es lo que fueron testigos, entonces, para tomar esa decisión...?

Pues bien, me gustaría creer que eso que vieron, o intuyeron, -aunque sea difícil de explicar-, fue algo desacorde con esa naturaleza que Kant niega que sea proclive a la paz, entre los hombres.


IV.

Hay un viejo dicho que dice “si no está roto, no lo arregles”.

Odio ese dicho.

Y sí… suelo evitar temas concretos, es cierto, porque me siento tibio al hablarlos y comentarlos desde mi vida también tibia, pero lo cierto es que algo anda mal incluso en lo que no está roto.

De hecho, creo que algo está irremediablemente mal, justamente en aquello que no parece estar dañado, y que parece incuestionable, en medio de lo que llamamos nosotros mismos.

¿Si no está roto, no lo arregles…?

Pues bien: ¡a la mierda ese dicho!

¡Si no está roto, rómpelo…!

Destruye incluso el corazón de hombre, que el verdadero puede estar en otro sitio.

¡Si no está roto, rómpelo…! repito.

Y luego hazlo mejor, o al menos inténtalo.

martes, 19 de junio de 2012

Hacer de árbol.


¿Les tocó alguna vez hacer de árbol?

Me refiero a esas obras teatrales donde los papeles se habían repartido y entonces la niña sobrante hacía de flor y el niño, también sin personaje, le tocaba hacer de árbol.

Les pregunto porque a mí sí me tocó, y hoy mismo encontraba una foto de esa época en que apenas con 4 o 5 años estaba sobre un pequeño escenario concentrado en mi estático personaje.

Así, mirando la fotografía, logré por momentos recordar que en aquel entonces, me tomé muy en serio eso de ser árbol, y aunque parezca exagerado, estoy seguro que estaba actuando de árbol, realmente.

Y es que si lo pensamos bien, lo verdaderamente fome debiese ser que te toque hacer de hombre, y no descubrir nunca, de esta forma, qué se siente ser parte de otra naturaleza…

Arriésguense entonces y piénselo por un momento desde otro punto de vista. Imaginen por ejemplo un bosque, y en él, un grupo de pequeños árboles discutiendo porque debían actuar una obra y nadie quiere que le toque el papel de hombre…

¿No estamos pecando nosotros, acaso, de ese mismo egoísmo?

Así, solo me queda recomendarles que se esfuercen a full por esos papeles; es decir, sean piedras, árboles, soles… o cualquiera de esas cosas comúnmente rechazadas. Juéguensela con todo y salgan de sí sin reservas, sintiendo por completo –y sin vergüenza-, su nueva naturaleza.

Y es que el verdadero reconocimiento, a fin de cuentas, no puede estar dado por otros que buscan, -quién más, quién menos-, sentirse representados…

Y claro, ese es mi pequeño descubrimiento, del día de hoy.


lunes, 18 de junio de 2012

El mimo que todo lo sabe.



Dios es un mimo.
El mimo que todo lo sabe.

Así, debe andar con un cartel al pecho,
que lo identifique.

El mimo que todo lo sabe, diría ese cartel.

Y es que de esta forma Dios,
-que como ya dijimos es mimo-,
no diría nada.

Lo malo de esto, sin embargo,
es que Dios es un mal mimo.

De hecho, si lo decimos sin rodeos,
sus expresiones, francamente,
no se entienden una mierda.

Es decir, pone cara de sol,
o de mar, o hasta de árbol,
pero lo cierto es que nadie sabe
qué significa todo aquello.

Por lo mismo,
supongo que toda su sabiduría
ha de perderse
hasta que mejore su talento,
o hasta que un ángel amigo
se anime a poner subtítulos,
a sus extrañas actuaciones.

Con todo,
mientras pensaba en todo esto,
debo reconocer que surgieron dos preguntas
que debilitaron, en parte,
mi propia teoría.

La primera, les cuento,
decía relación con la naturaleza de sus expresiones,
y se resumía a cuestionar qué cosas
-de las que forman el mundo-,
podían o no ser consideradas
como parte de su lenguaje.

La segunda, en tanto,
-claramente más básica-,
surgía al preguntarnos cómo,
si Dios es el mimo que todo lo sabe,
no sabe, justamente,
ser un mimo.

Así, por suerte,
-y porque a veces soy un genio-,
llegó de pronto una respuesta que parecía resolver
con una sola voz
aquellas dos interrogantes.

Y es que Dios, pensé,
si bien todo lo sabe,
no sabe ser todo,
que es algo muy distinto…

Y claro,
así también nosotros, concluí,
podemos ser las expresiones
de ese mimo,
y saberlo todo, entonces,
sin saberlo…

domingo, 17 de junio de 2012

Usted me mintió, míster Kelly.


Querido míster Kelly:

Le escribo porque no me gusta despedirme así, volteándome simplemente y sin dar explicaciones. Es decir, lo he hecho otras veces, es cierto, pero no me gustaría hacerlo de ese modo, con usted.

Sé que no me conoce, claro, y que muerto como está de poco puedan servir, concretamente, estas líneas, pero creo que si no le hablo abiertamente nunca lograré asimilar esa decepción que se instaló en mí cuando comprendí lo que hoy vengo a reclamarle.

Y es que usted me mintió, míster Kelly.

Es decir, yo lo veía bailar en las películas y parecía ser usted como una llave para combatir la tristeza del mundo…

Sé que suena cursi, lo admito, pero no tengo otro modo de decirlo y ya no hay tiempo para escoger las palabras con cuidado.

Quizá por eso, le digo simplemente que me mintió cuando la falta es mucho mayor, y uno hasta siente vergüenza de esa esperanza que depositó en algo tan simple como un baile...

Porque claro, la vida no terminó siendo un musical ni mucho menos… Nadie bailó, de hecho, míster Kelly…

Y sí, yo lo intenté, ¿sabe?, lo intenté pero siempre terminé tropezándome con mis propios pies…

Y es que la verdad es que soy torpe, y por si fuera poco, soy especialmente torpe con aquello en que deposito mis esperanzas… con aquello que amo, incluso, o que espero...

Y claro, intenté entonces creer en su baile como si fuese una consigna… como la del farolero con que se encuentra el principito y que encendía y apagaba su farol cada minuto…

Pero usted dejó de bailar, y lo cierto es que nunca pude encontrar a alguien que siguiese una consigna sin fallar, o sin que terminasen –sus acciones-, dando beneficios para ellos mismos.

Con todo, no crea usted que me doy por vencido o que no busco creer en algo… De hecho, yo mismo prendo y apago mi farol infaltablemente, aunque cada vez me duele más sentir que falta un para qué…

¡Y es que me he vuelto torpe incluso para creer en aquello que debiese moverme…!

Así, –y tómelo si quiere como un medio para compensar sus mentiras-, me gustaría preguntarle algo en que pensaba el otro día…

¿Bailan del otro lado?

Disculpe que sea así, tan imprudente… pero sería lindo si así fuese, ¿no cree?

Es decir, note que di por hecho la pregunta más obvia referente a la existencia de ese otro sitio y simplemente le pido una confidencia… ¿funcionan las coreografías esas, en el otro lado?

No es que quiera apurar la ida, no crea… no soy de esos, pero lo cierto es que a veces necesito algo en qué creer y no me queda mucho tiempo, para buscarlo.

Y sí, estoy decepcionado y cansado y hasta con ganas de no hablarle… pero no crea usted que no lo quiero… o que no voy a intentarlo nuevamente…

Y es que esa debe ser la consigna, después de todo… intentarlo siempre, me refiero, porque algo en uno lo pide.

Sí, sería una linda consigna, si fuese aquella...

Disculpe que no diga más.

Ojalá hablemos, otro día.

sábado, 16 de junio de 2012

De qué habla el hombre si no tiene información.


-Vos te equivocás al hablar de aquella forma –me dijo.

-¿De qué forma? –dije yo.

-Así, sin información… es como ponerse a hablar desde la nada…

-Pues hay cosas que no son nada y no son información.

-¿Sí…? Decime una…

-Eh…

-...

-Ahora no se me ocurren.

-¿Ves que no hay…? ¿De qué se puede hablar si no tenés información?

-Pero no puede ser todo información.

-¿Por qué no? ¿Qué más creés que hay si no son cosas o hechos informables…?

-Pueden haber supuestos… -alegué.

-¿Qué supuestos…? ¿Vos te referís a que uno puede ponerse a hablar sobre posibilidades?

-¿Y por qué no?

-Porque eso es igual que ponerse a hacer ruidos, no sé… es como roncar despierto.

-Estás confundiendo las cosas.

-No confundo nada… simplemente te digo que no podés hablar desde la nada… lo que pasa es que vos has visto muchos musicales…

-¿Qué tiene que ver eso?

-Tiene que ver… vos querés hablar igual como se baila en los musicales… sin razón y con toda esa música perfecta, pero que nadie sabe quién toca…

-¿Y por qué estaría mal hacer eso?

-Porque eso es de ilusos… la vida es un hecho después de todo, míster Kelly…

-¿Kelly?

-Sí, Kelly, Astaire, Donen… es lo mismo… el punto es que vos querés entender todo como una improvisación, pero en el fondo siempre ha sido una farsa… las palabras que usás son la coreografía y aunque no te enteres te han enseñado a bailar de una forma que no es la tuya…

-…

-Mejor decime… ¿tenés ruedas?

-¿Qué…?

-¿Tenés ruedas o andás con los pies?

-…

-¿Con los pies, cierto…? Porque de tener ruedas serías otra cosa, claro… pero vos tenés pies y por lo mismo no podés hablar de lo que no sos… esas cosas están bien en el papel, y son hasta ideales ahí, pero uno no existe en el papel, ni en el musical… uno busca información para amarrarse a algo, un mástil, digamos, como Ulises cuando cantaban las sirenas…

-¿Y qué tiene que ver tener ruedas?

-No sé, era un ejemplo… vos sos un hombre y no un carro… no valen supuestos… eso quería decir.

-¿Y si fuera un auto?

-No sos un auto.

-¿Pero si lo fuera…? ¿Qué pasa si ese mundo de información y de hechos se viene abajo…?

-No se viene abajo -insistió.

-Pues te cuento un secreto –le dije, algo molesto-. Si yo quiero se viene abajo.

-¿De dónde sacás eso?

-Pues no sé de dónde lo saco, pero sé que es cierto: si yo quiero hago que suene la música y luego tú bailas y quizá hasta me pides disculpas por haber dicho que no se puede hablar sin información…

-¿Qué decís…?

-Que hablar sin información no es hablar desde la nada, sino hablar desde uno mismo… y uno mismo no es información…

-Claro que lo somos… nombres, nacimiento…

-¿Sí? ¿Me dices tu nombre, entonces?

-Eh…

-¿Qué pasa…? ¿No lo sabes?

-Eh… no sé qué pasa… no lo recuerdo, al parecer…

-¿Y tu lugar de nacimiento?

-¡Qué mierda…! –gritó tras un momento de silencio-. Vos hiciste algo… no recuerdo nada…

-No recuerdas porque no tienes información… no existes sino en el mismo papel en que decías que no se era…

-…

-Lo que pasa es que eso sucede cuando hablo desde la nada… es decir, algo se forma… ¿no has pensado por qué ocurre eso?

-Yo… yo…

-¿Qué pasa...?

-¿Yo no tengo información propia?

-No, no todavía, al menos.

-¿Y tampoco formo parte de la información misma?

-Tampoco.

-¿Pero cómo…? Todo parecía calzar tan bien… las cosas, me refiero… el cielo, los árboles, los pájaros…

-Hablas como si Dios fuese un decorador… y acá ni siquiera hay Dios… acá en el texto, al menos…

-¿Pero…?

-Es solo cuestión de decorar, y acá hablamos de decorar interiores…

-El interior de vos, querrás decir…

-Da lo mismo –acepté-, todo es interior de cierta forma… Si hasta el mundo exterior puede que sea también el mundo interior de ese Dios del que pareces necesitar…

Así, la discusión siguió unos momentos hasta que decidí ponerle fin de esa forma natural que llega cuando comienza a vencerte el sueño

-Mejor me voy a dormir –le dije entonces al otro, incapaz de continuar la conversación.

Y claro, justo en ese instante, comenzó además a sonar una música que se me hizo familiar.

Con todo, debo reconocer que aquello solo sonó unos instantes.

Y es que el mundo entero se desvaneció, apenas cerré los ojos y me venció el sueño.

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