“En muchos casos –por ejemplo en las
ecuaciones diferenciales-,
la verdadera incógnita consiste en saber
si la solución es expresable
de una forma distinta a la del conjunto
vacío”.
-Es algo así como ser parte de una ecuación –me dijo-,
un día estás a un costado con un valor positivo y de pronto estás al otro lado
y vales menos que cero…
-¿Menos que cero?
-Claro, vales menos que cero –repitió.
Entonces, me quedé esperando a que agregara algo más, pero
el viejo siguió en silencio.
-Yo no sé si se puede valer menos que cero –le dije
luego de un rato-. Es decir el cero es nada, no es ni siquiera un número… pero un
valor negativo no deja de ser un valor…
-¡Una mierda! –gritó el viejo, volteando el vaso que
estaba sobre la mesa y manchando el lugar.
-¿Una mierda qué? –pregunté yo.
-¡Una mierda tus razonamientos hueones! –lanzó.
Y claro, como yo había tenido un día malo y además
estaba algo borracho, comencé a hacerme el listo y molestar al hombre.
-¡Menos una mierda! –le grité.
El hombre me miró intrigado.
-¡Menos una mierda ya que usted es de los que juega
a las ecuaciones con las cosas que cree que son valiosas…! -le expliqué.
-Tú no sabes nada… -siguió el viejo-. Debo haber
vivido el doble que tú…
-¡Menos una vida…! –continué yo-. ¡Menos una vida y
menos una mierda…! Y si acepto que usted vivió alguna vez, recién podríamos
decir que su cuenta está en cero…
-¡¿De qué hablas?!
-De un cero redondo… de un cero redondo y podrido
como un pozo relleno de mierda… -continué sin pensar en lo que decía-. ¡Usted
perdió el valor a solas! ¡Se olvidó que la única ecuación es uno mismo…! ¡Una
ecuación en la que no hay valores, por cierto…!
-¿Una pura “X” entonces…? –dijo el viejo, siguiéndome
el juego.
-Sí po, viejo hueón –le dije-. Una “X” sola, porque
usted se puso a echar la culpa a los otros y no se preocupó de crear un valor
propio…
Así, tras seguir diciéndonos unas cuántas cosas
durante varios minutos, se acercó a nosotros un garzón y nos indicó que
debíamos salir del lugar.
-¡A mí no me mueven…! -dijo entonces el hombre.
-¡A mí menos me mueven! –dije yo, automáticamente.
Pero lo cierto es que nos movieron.
De hecho, nos desplazaron del lugar hasta el otro
lado de la puerta, que cerraron de golpe.
Así, finalmente, el viejo y yo terminamos frente a
frente, fuera del bar, buscando una frase ingeniosa que decirnos.
-Solo falta decidir cuál de nosotros es el cero y
cuál es la incógnita –se le ocurrió decir a él.
Y claro, fue entonces cuando pensé que todo lo
ocurrido podía plantearse realmente
como una ecuación, y dejando de ver al viejo saqué un papel y comencé a
escribirla.
Así, por último, cuando levanté la vista, el viejo
ya no estaba.
Todo calzaba perfectamente.
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