martes, 5 de junio de 2012

Ser parte de una ecuación.


“En muchos casos –por ejemplo en las ecuaciones diferenciales-,
la verdadera incógnita consiste en saber si la solución es expresable
de una forma distinta a la del conjunto vacío”.


-Es algo así como ser parte de una ecuación –me dijo-, un día estás a un costado con un valor positivo y de pronto estás al otro lado y vales menos que cero…

-¿Menos que cero?

-Claro, vales menos que cero –repitió.

Entonces, me quedé esperando a que agregara algo más, pero el viejo siguió en silencio.

-Yo no sé si se puede valer menos que cero –le dije luego de un rato-. Es decir el cero es nada, no es ni siquiera un número… pero un valor negativo no deja de ser un valor…

-¡Una mierda! –gritó el viejo, volteando el vaso que estaba sobre la mesa y manchando el lugar.

-¿Una mierda qué? –pregunté yo.

-¡Una mierda tus razonamientos hueones! –lanzó.

Y claro, como yo había tenido un día malo y además estaba algo borracho, comencé a hacerme el listo y molestar al hombre.

-¡Menos una mierda! –le grité.

El hombre me miró intrigado.

-¡Menos una mierda ya que usted es de los que juega a las ecuaciones con las cosas que cree que son valiosas…! -le expliqué.

-Tú no sabes nada… -siguió el viejo-. Debo haber vivido el doble que tú…

-¡Menos una vida…! –continué yo-. ¡Menos una vida y menos una mierda…! Y si acepto que usted vivió alguna vez, recién podríamos decir que su cuenta está en cero…

-¡¿De qué hablas?!

-De un cero redondo… de un cero redondo y podrido como un pozo relleno de mierda… -continué sin pensar en lo que decía-. ¡Usted perdió el valor a solas! ¡Se olvidó que la única ecuación es uno mismo…! ¡Una ecuación en la que no hay valores, por cierto…!

-¿Una pura “X” entonces…? –dijo el viejo, siguiéndome el juego.

-Sí po, viejo hueón –le dije-. Una “X” sola, porque usted se puso a echar la culpa a los otros y no se preocupó de crear un valor propio…

Así, tras seguir diciéndonos unas cuántas cosas durante varios minutos, se acercó a nosotros un garzón y nos indicó que debíamos salir del lugar.

-¡A mí no me mueven…! -dijo entonces el hombre.

-¡A mí menos me mueven! –dije yo, automáticamente.

Pero lo cierto es que nos movieron.

De hecho, nos desplazaron del lugar hasta el otro lado de la puerta, que cerraron de golpe.

Así, finalmente, el viejo y yo terminamos frente a frente, fuera del bar, buscando una frase ingeniosa que decirnos.

-Solo falta decidir cuál de nosotros es el cero y cuál es la incógnita –se le ocurrió decir a él.

Y claro, fue entonces cuando pensé que todo lo ocurrido podía plantearse realmente como una ecuación, y dejando de ver al viejo saqué un papel y comencé a escribirla.

Así, por último, cuando levanté la vista, el viejo ya no estaba.

Todo calzaba perfectamente.

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