sábado, 2 de junio de 2012

Ellos dicen que imaginé un elefante.


“Cangrejos y mujeres llegarían a una conclusión inevitable:
que yo era el terror, el Asesino Negro de la Costa del Pacífico,
un terror respetado por todos, por cangrejos y mujeres por igual:
un héroe cruel, pero un héroe”.
John Fante.


-Ellos dicen que imaginé un elefante, pero lo que yo hice en realidad fue la mejor actuación que verán en su vida… Sin escenario, sin ensayo previo… Yo y la revelación de eso otro que ellos solo pueden asociar con un elefante…

-Pero, entonces… ¿no era un elefante?

-Claro que no… un elefante habría sido muy básico, no me subestimen… lo que yo hice fue más bien un acto de fe mayor, una visión del tiempo en que el hombre y los dioses eran cercanos… es decir, forjé una especie de portal espiritual que daba hasta ese mundo…

-Espere, señor Vian, lo comprendo en parte, pero… ¿usted se refiere a lo que vimos todos, cierto?

-¡A lo que vieron y no vieron…! –contesté-. Pues no tendría objetivo explicarles lo que ya vieron, ¿no cree?

-Eh… sí, claro…

-Porque claro, están los que vieron y admiraron y los que admiraron sin ver… ¿usted a qué grupo pertenece?

-Eh… ¿yo?

-Sí, usted… ¿admiró viendo o admiró sin ver? –insistí.

-Pues la verdad no lo sé… es que por momentos no entiendo… ¿podría decirme a quién admiré?

-A mí, por supuesto… no podría usted no haberlo hecho… -le dije-. El punto aquí es saber si lo hizo o no por las razones correctas… nada más.

-¿Y usted cree acaso en las situaciones correctas? –me peguntó, cambiando el tono.

-Por supuesto –le aclaré-. Y por lo general suelo vivir, yo mismo, esas situaciones.

-Pues déjeme decirle que es usted bastante más desagradables al interior de sus textos que en la vida real…

-¿Vida real?

-Claro, y lo que vi ocurrió en la vida real, y no sé realmente si se trata de algo admirable…

-¿Pero acaso fue común…? ¿O va a decirme que esas cosas se ven todos los días?

-Lo que sucede es que lo absurdo no se ve todos los días.

-Exactamente, yo siempre digo que lo absurdo no se ve todos los días.

-No pues… no se ve todos los días.

-Claro, no se ve.

-¿Y entonces?

-Entonces debe usted pensar en algo mas allá de mi tono, o mis palabras, o lo que sea que pueda transmitirle… por eso le decía que no se trataba de un elefante…

-¿Qué elefante?

-El que dicen que imaginé porque no saben imaginar nada más grande que un elefante.

-¿Y usted nos cree tan básicos?

-Claro –le dije-, de hecho ha comenzado usted a usar de pronto mis palabras…

-Señor Vian, usted me decepciona.

-No lo decepciono. Lo supero. Y hasta puedo demostrárselo.

-¿Demostrarme qué?

-Demostrarle todo… que tengo razón en todo…

-¿Y eso me serviría?

-Claro… de hecho le aseguro que usted saldría ganando.

-¿Y qué ganaría yo creyendo que usted tiene razón en todo…?

-En principio ganaría creer en alguien, y si es en mí, ganaría creer en la persona correcta. Descubriría algo valioso si no me pone en duda.

-¿Y decía usted que puede demostrarme que tiene usted razón?

-Sí, y hasta que necesita creerme… ¿quiere intentarlo?

-Mmm… de acuerdo, ¿qué debo hacer?

-Pues para empezar imagine algo grande…

-¿Algo como qué?

-Algo grande, pero no piense en la ballena…

-¿Pero cómo supo…?

-No importa cómo supe, importa que no piense en la ballena, sino en algo grande que haya visto usted, directamente.

-Mmm… ya.

-¿Ya?

-Ya.

-¿Y…?

-¿Y qué?

-Dígame cómo pensó al elefante.

-¿Cómo sabe que pensé un elefante?

-Lo sé porque usted en mi texto no tiene verdad, y solo debe creerme.

-¡Me niego….! ¿Acaso no puedo pensar en otras cosas grandes?

-Inténtelo.

-Pues claro…

-¿Y…?

-¿Y qué?

-Dígame qué imaginó.

-Imaginé un sol.

-¿Uno con trompita?

-¿Qué..?

-Mírelo bien, cierre los ojos y mírelo bien…

-…

-Sea sincero.

-Pues sí, tiene trompa, pero es amarillo y…

-Y tiene patas y orejas, ¿cierto?

-Eh… sí, no me había fijado, pero…

-Mírelo de cerca ahora… ¿no ve que es pintura amarilla…? ¿Acaso puede negar que volvió a imaginar al elefante?

-…

-¿Sabe por qué ocurre eso?

-No –me dijo, derrotado.

-Pasa simplemente porque tengo razón, y porque hay una fuerza más grande, incluso dentro suyo, que lo impulsa a creerme…

-¿Por qué?

-Porque necesita dejar de ponerme en duda… yo no fallo.

-¿Nunca?

-Aparentemente sí, pero si se fija bien, nunca.

-¿Aunque sus verdades me parezcan absurdas?

-Pues no siempre le parecerán absurdas… no si comienza a creerme.

-Pero es que yo… ¿le conté lo del árbol de fuera de mi casa?

-No, pero supongo  que usted me dirá que usted c reía en ese árbol más que en la casa misma…

-Sí…

-…y que un día despertó y habían arrancado el árbol…

-¡Sí…! ¡Cómo lo supo…!

-Eso no es lo importante. Lo importante es que yo no soy un árbol.

-Pero un árbol es firme…

-Yo soy más firme.

-¿Más firme que un árbol?

-Más firme.

-Pero si el árbol tiene raíces y…

-Yo también tengo raíces, y están afincadas en su necesidad, por eso usted necesita creerme, y entonces ya no me derrumban…

-Pero y si viene algo grande…

-¿Qué tan grande…? ¿Como un elefante…?

-Ja,ja… sí, eso iba a decir…

-Pues no lo diga, y deje que yo le hable un poco y usted solo comprenda.

-¿Y luego de comprender?

-Cuando se empieza a comprender nunca se deja ya de comprender.

-¿Ese es el secreto?

-Sí, en parte… y es también como un portal espiritual que no se cierra…

-¿Si yo creo no se cierra?

-Exacto.

-¿Pero y si yo sí dejara de comprender…?

-No sería dejar de comprender, sería mentirse o no querer hacerlo... Y pare ya de dudar.

-¿Puedo hacerlo… así sin más?

-Puedes. Ese es el secreto –le dije.

1 comentario:

  1. Me sorprendió que pensé en una ballena (como la de un dibujo de la ballena azul y al segundo ese esqueleto que esta en el museo de historia en la quinta), luego ya no.

    ResponderEliminar

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales