“Verte como una cosa,
que puedan verte como una cosa.
¿Sabes lo que eso significa?”
D. F. W.
I.
M. le reclama a J. que él la ve como una cosa. No
solo hoy, claro, sino desde hace años.
M. recuerda entonces una serie de situaciones en
que supuestamente J. la trató como una cosa y
las va relatando brevemente una a una, sin que J. dé muestras de
comprensión, arrepentimiento ni ninguna de esas cosas que M. le exige que
sienta si es que de verdad no es, él mismo, una cosa.
-Creo que te das demasiada importancia –la
interrumpe J., finalmente-. Además eres una cosa linda…
Tras decir eso, J. se acerca a M. y ella se deja
abrazar porque, si bien quería mantener la distancia, se sintió halagada con
las palabras que él le dijo.
-Igual quiero que las cosas cambien… –le advierte
ella, mientras él le desabrocha los pantalones.
II.
M. está regando las plantas.
No son muchas porque viven en departamento y no
llega, al interior, demasiado sol.
-No hay nada que puede hacerse para cambiar aquello
–le había explicado J., pero M. no había quedado convencida con esas palabras.
Quizá por eso, M. compró una revista ilustrada sobre
plantas de interior.
En ella, M. aprendió sobre formas y horarios para
regar sus plantas.
Y claro, como ahora es la hora, M. está aplicando
lo aprendido.
Es decir, M. está regando sus plantas.
III.
-El otro día no me escuchaste cuando te dije que me
estabas tratando como a una cosa –dice M.
-¿Como qué cosa…? –dijo J.
-Cosa… no te hagas… -alegó M.
-Pues yo sinceramente no te entiendo –dice él-.
Todos somos cosas.
-¿A qué te refieres? –pregunta ella.
-A que somos para nosotros mismos, o somos simplemente
una cosa. No hay más opciones.
-¿Y no se puede ser uno mismo para los otros? –pregunta
M.
-Sería absurdo –contesta J., tajante.
Así, M. abandona el tema ese de ser cosa y comienza
a hablar sobre otros asuntos: un posible viaje al extranjero, una nueva
posibilidad de trabajo y hasta de unas pequeñas figuras que recordó tenía de
pequeñas.
-¿Envejecerán las plantas? –pregunta entonces M.-.
-¿A qué te refieres? –pregunta J., tras pensarlo un
poco.
-Pregunto si llegarán a morir luego de envejecer…
Y claro, J. no responde.
IV.
-Tú no eres la buena –le dijo J., un día, mientras
discutían-. Tú alegas porque quieres que te diga que eres más de lo que eres.
-Estás loco –dijo M.
-No –se apresuró él-, no estoy loco. Lo que pasa es
que sueñas con ser más que una cosa, o que te amen de una forma que solo puedes
llegar a amarte tú misma…
-No sé por qué me dices eso… -dijo M., sollozando.
-Tú sabes por qué te lo digo –contestó J.-, lo que
pasa es que quieres ser la buena.
-¡Maricón! –grita M.
-Muñequita –dice J.
Y claro, ambos salen de la casa, en direcciones
contrarias.
V.
Extrañamente a M. le duele pensar que J. pudo
fácilmente no haberla conocido.
Es decir, piensa ella, si J. no la hubiese conocido,
él sería igual a como es hoy en día, conociéndola.
-Lo que pasa es que te sobra el tiempo –le contestó
J., el día en que ella le señaló lo anterior.
VI.
M. le vuelve a reclamar a J. que él la ve como una
cosa.
J., en tanto, vuelve a quedarse en silencio
mientras ella enumera sus razones.
Y es que ambos están aburridos, de cierta forma,
del papel que les ha tocado vivir.
Con todo, si la vida les regalara, digamos, un caballo
entrando en la habitación, quizá sus historias cambiarían… pero la vida no
suele regalarnos más que pequeñas oportunidades.
Es decir: tiempos nuevos, plantas de interior, o una
revista con ilustraciones…
-Eso es todo lo que somos –les digo entonces,
finalmente.
Pero ellos no me escuchan.
Lo mismo les da si entra un petirrojo o un caballo o se mueren las plantas o dan flores.
ResponderEliminarDa miedo pasar de la cosa a la persona, da pavor y compromete pero las cosas no valen nada.