Dios es un mimo.
El mimo que todo lo sabe.
Así, debe andar con un cartel al pecho,
que lo identifique.
El mimo que todo lo sabe,
diría ese cartel.
Y es que de esta forma Dios,
-que como ya dijimos es mimo-,
no diría nada.
Lo malo de esto, sin embargo,
es que Dios es un mal mimo.
De hecho, si lo decimos sin rodeos,
sus expresiones, francamente,
no se entienden una mierda.
Es decir, pone cara de sol,
o de mar, o hasta de árbol,
pero lo cierto es que nadie sabe
qué significa todo aquello.
Por lo mismo,
supongo que toda su sabiduría
ha de perderse
hasta que mejore su talento,
o hasta que un ángel amigo
se anime a poner subtítulos,
a sus extrañas actuaciones.
Con todo,
mientras pensaba en todo esto,
debo reconocer que surgieron dos preguntas
que debilitaron, en parte,
mi propia teoría.
La primera, les cuento,
decía relación con la naturaleza de sus expresiones,
y se resumía a cuestionar qué cosas
-de las que forman el mundo-,
podían o no ser consideradas
como parte de su lenguaje.
La segunda, en tanto,
-claramente más básica-,
surgía al preguntarnos cómo,
si Dios es el mimo que todo lo sabe,
no sabe, justamente,
ser un mimo.
Así, por suerte,
-y porque a veces soy un genio-,
llegó de pronto una respuesta que parecía resolver
con una sola voz
aquellas dos interrogantes.
Y es que Dios, pensé,
si bien todo lo sabe,
no sabe ser todo,
que es algo muy distinto…
Y claro,
así también nosotros, concluí,
podemos ser las expresiones
de ese mimo,
y saberlo todo, entonces,
sin saberlo…
Es decir,
ResponderEliminarvivir sin comprender
dónde estaba ese lenguaje,
y sin leernos correctamente
a nosotros mismos.
sería muy fome y poco entretenido saberlo todo
ResponderEliminarlo divertido es descubrir.
bueno y a falta de ángeles, los humanos, jajaja...