Debiese ser ley que toda la gente tuviese solo un
par de zapatos. Y una ley que se respetase, claro, sino para qué.
Nada de elegir ni combinar ni discriminar entre
ocasiones más o menos importantes, siempre un par de zapatos, y que la medida
de valor esté dada entonces por esa misma prenda.
Imagínense entonces que ustedes –bajo esa ley
inescrutable del único par-, son invitados a un lugar, cualquiera que este sea…
¿no se lo pensarían dos veces antes de aceptar y gastar sus zapatos en una acción
de la que quizá no extraerán provecho ni aprendizaje alguno?
Porque claro, podríamos pensar que uno actúa sin
mayor cuestionamiento, pero si el desgaste de nuestros zapatos es irremediable,
¿no resulta ese un problema más tangible que hablar del sentido último de las
cosas o del destino de nuestra alma?
Con todo, no faltará quién argumente con la idea
del remiendo o de la reparadora de calzado, pero habría que considerar entonces
que el tiempo de la reparación estaremos descalzos, y ya saben ustedes que eso
del contacto directo con las cosas termina siempre por hacernos daño,
devolviéndonos así al cuestionamiento inicial y exigiéndonos la necesidad de reflexionar, al
menos, sobre el valor de cada uno de los pasos que damos.
(...)
(...)
Comuníquese, publíquese y archívese.
Artículo primero del inciso sobre costumbres.
Ley de Vian.
Lo mismo daría un solo vestido, pero los pies son sagrados conducen a muchos sitios, sin embargo no conviene pensar con los pies.
ResponderEliminarYo en Chiloé tenía 5 zapatos, 4 con chiporro, el pobre que pasaba frío era el único que estaba sequito al fin del día, por suerte era de color rojo..
ResponderEliminarMe gustó lo que me puso de la señora Emily E.
Adiós y hasta lueguito.