Todos tenemos satélites naturales. Todos orbitamos.
Todos somos orbitados.
Poco sabemos, sin embargo, de aquello, y es que
ante todo, la idea de seguir cierta dirección ya establecida no es algo fácil
de aceptar y resulta desagradable hasta para quienes acostumbran ser más
organizados y siguen habitualmente rutinas relativamente rígidas, e invariables.
Con todo, es innegable que rodeamos algo… y si bien
la órbita puede no ser comprendida –ni reconocida- por cada uno de nosotros,
algo debe existir en medio de todo esto y hasta convertirse en centro, cuando
es llamado a organizar aquello que se desboca.
Por otro lado, así como nosotros orbitamos, decía
en un inicio que también contamos con satélites que orbitan, sin saberlo, en
torno a nosotros… aunque claro, el problema del conocimiento –o reconocimiento,
más bien-, también nos afecta, y muchas veces no terminamos dándonos cuenta de
todo aquello, insistiendo con la idea de una linealidad que no viene sino a
ensuciar un poco más toda apreciación.
Ahora bien, lejos de profundizar en la cuestión que
aquí se esboza, creo necesario aclarar que esta situación no deja de encerrar
una extrañísima observación… Y es que a pesar de las millones de órbitas y
relaciones que existen entre todos nosotros, no termina estableciéndose un
contacto entre los cuerpos… Es decir, no hay colisiones entre los cuerpos que
orbitan, mientras que la idea de un centro único y común reconocible, parece cada
vez más, un imposible difícil de alcanzar.
De esta forma, conocer lo anterior no implica
necesariamente un cambio trascendental en las conductas, ni viene tampoco a
solucionar problemas graves específicos de nuestra vida, pero a pesar de
aquello, puede servir como una invitación a
no desdeñar la posibilidad de que aquellos que están cerca de nosotros,
aparentemente por azar, pueden ser parte fundamental de ese equilibrio… de ese
cruce de órbitas perfecto y hasta ser –quién sabe- satélites naturales de
aquello que somos, o que terminaremos de ser, algún día.
Y si no se descubre nunca en qué forma la gravedad nos lleva a colapsarnos con otro cuerpo? Sabré, entonces, qué me deparaba el cosmos
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