martes, 31 de enero de 2012

La unión entre dos puntos.



I.

-Yo antes creía que el tiempo era otra cosa –me dijo-. Algo así como una línea recta, la unión entre dos puntos, ya sabes…

-¿Qué cosa?

-Que para entender es necesario ordenar, buscar el camino más corto… la distancia más corta entre dos puntos, ¿acaso no has escuchado esa frase?

-Claro que sí.

-Pues bien, yo creía eso respecto al tiempo… bueno, todos creemos eso, se supone, pero hay errores básicos al formular aquello.

-¿En la idea de líneas rectas?

-Claro, pero incluso antes de eso…

-¿Antes? ¿En la idea de avanzar?

-Sí, también en eso, pero me refería a los puntos.

-¿Qué puntos?

-Todos los puntos…. La idea del punto…

-¿Los que supuestamente unen las líneas rectas?

-Y los que las forman, no te olvides de eso.

-¿Y en qué crees si no crees en los puntos, ni en las líneas, ni en el tiempo…?

-Yo no he dicho que no crea en el tiempo, solo que no en la representación de este como una línea, o relacionado con la idea de avance…

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué?

-¿Qué sucede con el tiempo?

-Nada sucede –me dijo-. Absolutamente nada.


II.

Viajo con mi hijo en un bus. El bus se desplaza a 100 kilómetros por hora. Mi hijo camina por el pasillo del bus. Luego vuelve a sentarse.

-No camines tan rápido –le digo-. Ibas caminando a más de 100 kilómetros por hora.

Él me mira y luego se pone a leer una revista.

-Es mentira –me dice tras terminar la lectura.

-¿Qué cosa?

-Que esté caminando.

-Claro –le digo-, ahora estás sentado.

-Eso también es mentira –me dice.

Entonces el bus llega a un lugar desde el cual volverá a salir tras unos cuantos minutos.

Él sigue durmiendo.


III.

Vivimos en un mundo que se mata para no ser muerto, anoto en una libreta.

Inventamos líneas rectas, inventamos puntos, inventamos formas de entender, escribo.

Y es que el asunto es no vivir sin comprender, y sin llorar la muerte que acontece siempre, concluyo.

lunes, 30 de enero de 2012

Es trágico y triste y caótico y hermoso.

“Toda la vida es igual,
los límites animados están dentro
para ser eliminados y llorados
una y otra vez”.
David Foster Wallace.


Creo que salía en un libro de David Foster Wallace: “Es trágico y triste y caótico y hermoso”, decía.

Yo lo anoté en una libreta y con el tiempo olvidé a qué se refería, y las palabras se transformaron así en una especie de acertijo.

A veces jugué a preguntarlo, pero parecía muy rebuscado, muy poético, muy artificial.

Quizá por eso, la única condición que me ponía para preguntarlo era estar borracho. Y es que cuando se está ebrio hasta lo prefabricado parece recién inventado, y resulta, de cierta forma, natural.

-Es trágico y triste y caótico y hermoso –decía entonces, con tono de acertijo.

¿Y saben? Más allá de las respuestas obtenidas, la situación misma de la pregunta y el mirar directamente a los ojos, supongo que ayudaba a producir una sensación extraña. Sobre todo porque uno no suele defenderse ni poner barreras ante las preguntas de un borracho.

-¿Es la vida? –te decían.

-¿El mundo?

-¿Dios?

Y claro, yo decía siempre que no, fuese cual fuese la respuesta.

Con todo, tras cada intento, uno podía volver a mirar al otro y ver algo nuevo, algo que lo hacía buscar en su interior y quizá hasta encontrar una respuesta cada vez más íntima, y por lo mismo, más indecible.

-¿Y dices que es trágico y triste y caótico y hermoso? –repetían.

Y yo decía que sí, pero advertía que la respuesta debía decirse sin dejar de mirar a los ojos.

Era cursi, claro, pero uno estaba borracho y pueden darse esas libertades.

De hecho, ahora mismo estoy algo borracho, así que si son sinceros y pueden imaginar que los miro directamente, quizá resulte…

Es decir, yo digo el acertijo y ustedes buscan adentro, hasta sentir y no decir, y luego imaginan que yo miro, y que comprendo…

¿Están listos?



Pues bien:

-Es trágico y triste y caótico y hermoso.



Un abrazo.

domingo, 29 de enero de 2012

Pruebas y esperanzas.

“Donde hay una esperanza
siempre hay una prueba”
Haruki Murakami.


Sin duda hay más pruebas que esperanzas. Me baso en mi experiencia, claro, pero supongo que entre una vida y otra las diferencias terminan siendo mínimas.

Es por eso que a veces rechazamos la esperanza –porque nos cansamos de las pruebas-, y porque no todas las pruebas están ahí para validar una esperanza.

Puede sonar confuso, pero el asunto es simple:

Un hombre tiene una esperanza, le sobreviene una prueba. No hay más.

Existe un vínculo, por tanto, entre ambas, aunque no necesariamente una es resultado de la otra. Ni condición necesaria.

¿Tiene usted la esperanza de un mundo mejor, por ejemplo? Pues bien, ha de superar entonces una serie de pruebas.

Con todo, de superar correctamente las pruebas nadie asegura el “cumplimiento de la esperanza”; aunque supongo que la existencia de la prueba, viene a validar en parte la certeza de nuestra esperanza.

Y es que ante una esperanza poco cierta, no debiese sobrevenir –necesariamente al menos-, prueba alguna.

Con todo, hoy me encuentro dándole vueltas al asunto porque creo que la prueba existe ahí por algo –algo que va más allá de la “validación” de nuestra esperanza, por cierto- y ese es el punto en torno al cual me encuentro divagando, en este instante.

Por otro lado, he de confesar que de un tiempo a esta parte no soy consciente de tener algún tipo de esperanza, por lo que las distintas pruebas a las que siento me enfrento, vienen a funcionar justamente como “esperanza de una esperanza”, -ya que dichas pruebas son la única forma que tengo de suponer que una esperanza se encuentra tras de ellas-.

En resumen: identifico pruebas, pero no esperanza.

Aún así –y digo esto de una vez para no agotar más al posible lector-, enfrento esas pruebas como si tras ellas estuviese mi más preciada esperanza…

¿Y saben? A veces siento que hago bien.

sábado, 28 de enero de 2012

No son libres los colores.


“Existe, pues, una verdad esencial que hay que liberar
del espectáculo de objetos que se quiera representar.
Es la única verdad que importa”.
Henri Matisse.


I.

No son libres los colores.

Quieren serlo, claro,
pero no lo son.

No es que los aten las formas,
sin embargo.

No es eso.

Y es que el problema, más bien,
es que son puros.

Así,
su misma pureza
termina condenándolos
a ser siempre lo que son.

Sin cambios.

Sin posibilidad alguna
de libertad
ni rebeldía.

Yo los reconozco.

Descansan en el mundo,
mientras las formas perecen.

Son ojos.

Han visto al hombre.

Han visto a Dios.

También lo han olvidado.


II.

Los colores son pequeños
y se clavan a sí mismos
a cada una de las cosas.

Juegan a moverse.

Se saludan.

Se sonríen al pasar.

Los cargamos sin fijarnos:
nada pesan.

Igual que la vida,
los cargamos.

Igual que el amor
que no nos pertenece.

Un día se deslizan.

Los colores se alejan
de los muertos.


III.

No son libres los colores.

No se mueven.

Juegan al movimiento,
y hasta a veces parecen
arrancarse de los márgenes.

Me gustaría pensar en Matisse,
pero pienso en Rothko.

Pobre Rothko.

Valiente Rothko.

Descubrió el secreto
y quiso arrancarse los colores
para saber quién era
realmente.

Pobre Rothko.

Se desgarra el hombre los colores
y ni así
logra acercarse a la pureza.

Y es que el problema del hombre,
más bien,
es que no sabe qué hacer
con su propia libertad.

La comprensión es tan brillante
-y dolorosa-,
que enceguece.

viernes, 27 de enero de 2012

Un dragón me vigila.


I.

No me atemoriza
el dragón que me vigila.

Es más,
con el tiempo,
creo que me he ido acostumbrando
a su presencia.

Una vez, incluso,
intenté hablar con él
directamente,
pero él simplemente se volteó
y ejecutó un silencio
majestuoso.

En este sentido,
debo admitir
que soy indigno
del dragón que me vigila.

Tanto así,
que a veces,
me escondo de su vista,
para no ofenderlo.

Con todo,
creo que he aprendido
con el tiempo,
a interpretar sus movimientos,
y saber de esta forma
cuáles de mis acciones
le resultan agradables.

De esta forma,
he podido en parte
transformar la sensación de vergüenza
en un pequeño indicio de orgullo
cuando me siento visto.

Y es que un dragón me vigila,
me digo,
y pienso entonces que alguna importancia
debo tener
después de todo.

Y decido un día,
sin más,
indagar en ella.


II.

Disculpen mi soberbia,
pero he aprendido que soy fuerte.

Sé forjar espadas,
sé vivir sin ser amado
y hasta puedo a veces
dar más de mí
de lo que tengo.

Aún así,
hay tanta pequeñez
en lo que hago,
tanto error,
que el daño supera en ocasiones
mi propia fortaleza.

Cuando esto ocurre,
el dragón que me vigila
aúlla como un lobo
y se retuerce incluso
en mi propio corazón,
pues ese es el cielo
que atraviesa.

Y claro,
es entonces cuando el dragón
intenta convencerme,
silenciosamente,
para que me decida a vivir
con mi propio rostro,

y utilice mi fuerza
de la forma correcta.


III.

Soy Vian,
dragón compasivo.

Y este es el espacio
donde tengo mis dominios.

Un dragón me vigila,
sin embargo,
pues suelo olvidar
mi propia naturaleza.

¡Y es que todos olvidamos
nuestra propia naturaleza…!

Soy débil y fuerte
al mismo tiempo,
y puedo quemar acariciando
a quien se acerque.

Esa es mi naturaleza,
y ese es mi rostro.

No me atemoriza
el dragón que me vigila.

jueves, 26 de enero de 2012

Distancias.

“La verdad y la falsedad pertenecen propiamente
a las proposiciones, no a las ideas”
John Locke.


Visto desde una distancia considerable
nuestro mundo parece
un buen lugar para vivir.

De esta misma forma,
el espíritu del hombre
parece rebosar de “humanidad”
cuando no está en contacto
con los otros.

Visto así,
no sería una mala idea
dar unos cuantos pasos
que nos alejen
del contacto con aquello
que limita nuestra valoración
y apreciación positiva
de nuestro entorno.

Pienso por ejemplo
en algunas palabras de Locke,
o en el sabio hindú
que por amor al mundo
intentó abandonar la experiencia
para sumirse en el reino
donde supuestamente las ideas
permanecían puras.

Y claro,
quizá parezca un exceso
que el sabio hindú haya decidido
cortar sus extremidades,
pero lo cierto es que a veces
me acerco a comprender
el error que subyace
en abrazar parcialmente
al mundo.

Y es que nada es falso
o verdadero,
cuando se trata de mejorar
la forma que tenemos
de estar en contacto perfecto
con lo que amamos.

Dios lo sabía,
-dijo el sabio hindú-,
y por eso se alejó
de los hombres.

Asimismo,
dice Locke,
el hombre solo ama
verdaderamente
las estrellas que no alcanza a percibir
o que sabe muertas.

Ambos se equivocan.

miércoles, 25 de enero de 2012

Iba a ser un buen día.

“¿Sería una grosería por mi parte
decirle que se le está cayendo el bigote?
David Foster Wallace.


I.

No me gustan mucho los lugares públicos. A excepción de los bares, por supuesto. Y es que una cosa liberadora en los bares es justamente hacerse público. Emborracharse hasta olvidar por completo quién es uno, y enfrascarse desde ese desconocimiento en una pelea anónima o simplemente abrazar a todos antes de irse del lugar.

Una vez en un bar, por ejemplo, estábamos en medio de una pelea –un par de amigos, yo y un sinnúmero de otras gentes-, cuando me encontré de golpe con un tipo que era igual a mí. Ambos nos reconocimos, claro, justo cuando nos íbamos a golpear, y fue tal el asombro que tuvimos que detenernos.

-¿Qué pasó? –me dijo un amigo, apenas notó que me detenía.

Y claro, yo le indiqué a mi otro yo.

Así, pasados unos minutos, todos los del bar estaban en torno a nosotros, admirando el parecido.

-¡Son igual de feos los hueones…! –dijo entonces un viejo que se congració de inmediato comprando unas cervezas.

Acto seguido los demás rieron. Y finalmente se acabó la pelea.


II.

Nunca supe el nombre del tipo que se parecía a mí. Pero averigüé que era abstemio y que tocaba el clarinete.

-Es divertido lo que no se recuerda. O lo que se recuerda con dudas, como si fuese falso. Estoy seguro que cuando contemos esto parecerá cosa de borrachos… -me dijo.

Luego en medio de todos tocó el clarinete.

No era un lugar como para hacer aquello, pero recuerdo que todos escucharon con respeto, y lo aplaudieron como si hubiesen ido a verlo exclusivamente.

Luego habló de su familia. De sus composiciones. De su forma particular de vivir la vida.

-Es excepcional –decían todos.

-No es un simple borracho… -comentaban otros.

Y claro, yo fui relegado a un segundo plano, debo reconocerlo.

De esta forma, la noche fue pasando, hasta que uno de los viejos propuso algo.

-¿Qué tal si antes de irnos pelean estos dos para saber quién es el de verdad? –dijo.

Y los otros gustaron de la idea.


III.

Nos hicieron un espacio al centro del bar y todos se sentaron en torno a ese espacio, volteando las sillas.

Incluso hubo unos que apostaron sobre quien ganaba.

-Yo apuesto que gana el hueón interesante –decían unos, apostando por el otro.

-Yo apuesto por el hueón penca –dijo un amigo, y apostó por mí.

Y bueno, fue entonces que comenzó la pelea.

Al principio fue pareja, es cierto, pero pude botarlo al suelo y entonces saqué ventaja.

Lo malo, sin embargo, es que yo podía sentir el rechazo de los otros cada vez que lo golpeaba, mientras que cuando el otro lo hacía, todos parecían sentirse orgullosos por aquel tipo.

-Es injusto –escuchaba decir-, ese tipo toca clarinete y es un genio, no tiene por qué saber pelear.

-No podemos dejar que le gane un borracho cualquiera… -dijo otro.

Y bueno, comenzaron entonces las zancadillas y ya hacia el final un tipo me lanzó una botella que rebotó en mi espalda.

-¡¿Acaso no entienden?! –les grité a los otros-. Ustedes debiesen apoyarme a mí… yo estoy borracho igual que ustedes… ¡Él no es como nosotros…!

Pero nadie entraba en razón. Todos parecían admirar aquello que no eran, y querían incluso –pensé-, resultar derrotados.


IV.

No resulté tan dañado gracias a mis amigos y a que fuimos lo suficientemente rápidos como para encerrarnos en el baño.

Y claro, el baño resulta ser siempre el sitio donde recuperamos el control, sobre todo en los lugares públicos. La gente va, ingresa a ellos, se repone y, reordena piezas. Todo frente al espejo y mientras los otros se encuentran en grupo, ajenos a ese momento.

Supongo que eso fue lo que hicimos, ahí dentro.

Así, recuerdo haberme mirado al espejo, con el orgullo un tanto herido y con ganas de salir a gritarles a los otros que el genio era yo, y entregarles una serie innegable de pruebas que por lo demás, no tenía.

En cambio, esperamos a que el ruido cesara y solo cuando escuchamos que los otros se habían ido nos decidimos a salir del local, que abandonamos sin mayores inconvenientes.

Una vez fuera, ya de amanecida, buscamos un local para recomponer la resaca.

-¿Sabes, Vian? –dijo entonces uno de mis amigos- El hueón ese no se parecía tanto que digamos…

-De hecho, no sé si te diste cuenta –dijo el otro-, pero yo estoy seguro que tenía algo falso, como un disfraz… un bigote falso, o no sé, algo que no lo hacía verdadero…

Yo los miré y no dije nada.

Luego pedí un café cargado, tostadas, y huevos revueltos con ají.

Mis nudillos estaban rotos, pero mi orgullo empezaba a recomponerse.

Iba a ser un buen día.

martes, 24 de enero de 2012

¿Cómo se usa un chaleco salvavidas?



I.

Ante todo
nada de heroísmos innecesarios
pues el chaleco salvavidas
es exclusivamente personal
e intransferible.

No se tiente, entonces,
con la idea descabellada
de intentar salvar a otro;

si hemos de salvar a alguien
que sea a nosotros mismos.

Nada de tender la mano,
olvídese del prójimo
rehúya los sacrificios:

todo forma parte de un engaño.


II.

Está prohibido rezar
si usa chaleco salvavidas.

No funciona con crucifijos
ni con budas
ni con imágenes de cualquier tipo.

Por lo mismo
escoja bien su Dios,
o en qué creer,
antes de iniciar el viaje.

Yo le recomiendo,
por cierto,
el chaleco salvavidas.


III.

Si bien su funcionamiento
es 100% objetivo,
es posible que el chaleco salvavidas
no rinda de la mejor forma
si ha sobrecargado usted
su propia vida
de cosas innecesarias.

Por esto,
se hace recomendable
que no cargue con aquello
que no forma parte
de usted mismo.

Vacíe entonces los bolsillos,
la billetera
y hasta el corazón
y asegurará así
un perfecto funcionamiento
de este equipo.


IV.

Por último,
si conociendo usted los riesgos
asociados al mal uso
del chaleco salvavidas,
desea ir por el mundo
asumiendo sus peligros,
permítame advertirle
que no hay vuelta atrás
en su conducta.

No se aceptan alegatos
ni lloriqueos
ni otras conductas vergonzosas,
cuando sobrevenga la catástrofe.

Pierda la vida entonces,
crea en el prójimo,
tienda la mano…

Yo solo quería advertirle
sobre los riesgos
de su propia tibieza.

lunes, 23 de enero de 2012

Muchos personajes.

“Lo peor es que cada uno de ellos
creía tener, sinceramente,
una historia propia”
Alice Munro.


-La amiga de Juan y vecina de Miguel le dijo al tipo ese que su novela era una mierda porque tenía muchos personajes –dijo ella.

-¿Y era cierto? –preguntó él.

-No sé. Antonia dice que sí, pero ella solo repite lo que opina Pedro –dijo ella-, aunque a su vez, él repite lo que le dice Andrés, que es la pareja de la amiga de Juan… así que ya ves, todo se origina donde mismo.

-Como el big bang –dijo él.

-Claro –dijo ella-, aunque por otro lado, es fácil estar de acuerdo con ellos, porque bueno… tú ya sabes lo que pasa cuando en una novela hay muchos personajes.

-¿Qué pasa?

-¿No sabes qué pasa? ¿No has leído a Lipovetski?

-Hace mucho –dijo él.

-Pues bien –dijo ella-, Lipovetski habla de la excesiva cantidad de puntos de inicio para los discursos configuradores de mundo… y critica, tomando las palabras de Winggarden, la inestabilidad de los soportes en que se sustenta el mega discurso… y claro, su incapacidad, desde ahí, para oponerse a un sistema…

-¿Sabes? –dijo él-, ahora que lo nombraste, me acuerdo que Matías me tiene un libro de Lipovetski.

-¿Cuál Matías?

-El hermano de Juan, ¿te acuerdas…? Creo que está de pareja con Verónica, o al menos Patricio me contó que los vio juntos…

-Pues no creo –dijo ella-, yo tenía entendido que Verónica andaba con Samuel, el primo de la Mary…

-Mmm… quizás, Patricio no es muy confiable…

-Sí, yo también creo eso.

-…

-Oye, ¿y te animas a leer la novela, finalmente? –dijo ella.

-¿Qué novela?

-La del tipo ese, que te decía… la que tenía muchos personajes…

-¿No será muy enredada?

-No sé… la vida también tiene muchos personajes, si es por eso…

-Y justamente la vida es un enredo… -dijo él.

-Puede ser… pero es la vida…

-Sí, pero por lo mismo –dijo él-, en la vida puedo entenderlo, pero en una novela es inaceptable.

-¿Y qué le digo entonces a María Paz?

-¿Y qué tiene que ver María Paz?

-Es que ella me hizo el encargo, dijo que tal vez a ti te interesaría leerla y que le podías encontrar el centro.

-¿El centro de la novela?

-Sí, el centro –dijo ella-, como el tapón, para sacar todo el agua y ver si había algo en el fondo…

-¿Y tú crees que es llegar y decir si algo tiene un fondo?

-Todo debe tener fondo… y hasta un centro, si lo piensas –dijo ella-. El punto es saber no quedarse en el enredo de los nombres y ver realmente de qué se está hablando.

-¿Y qué pasa si encentro el centro ese y arranco el tapón y todo se va a la mierda? –dijo él.

-No entiendo.

-¿Qué pasa si encuentro el centro y logro vaciar la novela y se van con ella todos ustedes… María Paz, Samuel, Miguel, Lipovetski…?

-Eso es estúpido… -dijo ella.

-Quizá no –dijo él-, de pronto vaciamos de agua todo esto y solo quedan nuestros nombres saltando como peces fuera del agua…

-¿Y luego?

-¿Luego qué?

-¿Qué pasaría luego? –dijo ella.

-Luego nada –dijo él-. Luego nada.


domingo, 22 de enero de 2012

La pelea preliminar.


I.

-Esto es como el combate preliminar –me dijo-. Nadie vino a vernos, pero peleamos de todas formas.

-¿Peleamos?

-Bueno, es un decir -se excusó-, pero al menos alegamos y decimos que es injusto y golpeamos la muralla.

-¿Golpeamos la muralla?

-Bueno, ese también es un decir, me refiero a que nos desgastamos pegándole a algo que es más firme que nosotros, pero la gente en realidad espera la verdadera batalla.

-¿La verdadera batalla?

-Sí po hueón, la verdadera, esa que puede estar relacionada directamente con la vida de los otros… ¿qué es lo que te pasa hoy? Anday raro…

-¿Raro?

-¡Raro po hueón!, si sabís perfectamente a lo que me refiero… me estay haciendo quedar mal… como que le estay robando el sentido lo que digo…

-¿Robando el sentido?

-¡No me agarrís pal hueveo, conchetumadre…! ¡Yo te planteaba cosas serias, pero tú te conformay con andar borracho y dártelas de intelectual con un libro bajo el brazo!

-¿Dármelas de intelectual?

-¡De intelecual po conchetumadre…! ¡De un intelectual de mierda! ¡Y vay a tener que dejar el libro a un lado porque te voy a sacar la cresta apenas repitay otra frase…!

-¿Otra frase…?

-¡Te lo dije…!

Fue entonces que se vino encima.


II.

La pelea fue paupérrima.

Ninguno de los dos había peleado más de dos veces en su vida, pero él ni siquiera parecía tener fuerza, así que me limité a golpearlo con el libro en la cabeza.

Eran golpes de intelectual, una pelea de ñoños, quizá, aunque de todas formas nos sacaron fuera del bar golpeándonos entre los tres encargados.

-¿Te day cuenta hueón? –me dijo, mientras se limpiaba la sangre- ¿No sé qué mierda querís demostrar con tu actitud?

-¿Demostrar?

-Demostrar po, hueón… –dijo, y volvió otra vez.

Primero, me llegó una patada y un par de puños, pero no hicieron gran daño. Luego volví a tomar la iniciativa.

Lo golpee con el libro, en un inicio, pero me cansé, y además se rompió el libro. Así, apenas cayó, tomé una piedra y comencé a golpearle el cráneo.

Lo extraño, era que en vez de romperse por el lado que la golpeaba, su cabeza se hacía más daño por el costado que daba contra el suelo, recuerdo que pensaba.

Y es que realmente aquello se sentía como estar golpeando un objeto, me decía en aquel momento, uno que requería de toda mi fuerza para quebrarse, sin duda.

Recuerdo que fue entonces -cuando la nariz se rasgó y se salió hacia un lado-, que determiné que ya era suficiente y que todo estaba demostrado.

-No hay preliminares –le dije-. No soy un intelectual y no pierdo tiempo golpeando una muralla.

Y es que puede parecerlo a veces, pero lo cierto es que no soporto hablar de más y en el fondo, me gusta que hasta la palabra más pequeña sea tomada en serio.

Espero que ustedes también, tengan eso en cuenta, llegado el caso.

sábado, 21 de enero de 2012

Una noticia buena y una noticia mala.


“Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca”.
R. C.


-Tengo una noticia buena y una noticia mala –le dije-. La buena es que volvió el gato.

-¿Volvió Aliosha? –dijo ella.

-Sí –dije yo-. Volvió Aliosha, aunque tiene una cicatriz en el rostro y está tuerto.

Ella guardó silencio un momento.

-¿Esa era la mala noticia? –preguntó al fin.

-No –contesté-. La mala es que tiene tendencias suicidas y está nervioso. Además no come desde hace un par de días…

-¿Estás seguro?

-Por supuesto. He comprado comidas especiales, trato de animarlo, pero no hay caso…

-¿Y has intentado nuestro secreto?

-Eh… no, la verdad es que había olvidado aquello –confesé.

Por cierto, nuestro secreto consistía en leerle fragmentos de “Los hermanos Karamazov”, justamente aquellos en los que aparecía el personaje de Aliosha, su álter ego.

-¿Crees que resulte? –le pregunté.

-¿Sinceramente?

-Sí -señalé.

-Pues no –dijo ella-. Supongo que leerle era uno de esos juegos que practicábamos para preservar la fe.

-¿Y entonces?

-Mmm… ¿lo llevaste al veterinario?

-Sí, pero dijo que estaba bien, que había que dedicarle tiempo y ser paciente.

-¿Y lo has hecho?

-Claro… sobre todo ser paciente… pero nada.

-Pues entonces no sé qué decirte –dijo ella, con un tono extraño-. Después de todo, has hecho todo lo que podía hacerse, así que puedes estar orgulloso.

-Pues no sé si orgulloso, pero al menos satisfecho, claro…

Entonces quedamos en silencio.

Yo la imaginaba a ella, mientras veía el gato.

Ella supongo que imaginaba al gato.

-¿Y tú has estado bien? -me preguntó por fin.

-Sí –le mentí-. Si me comparo con Aliosha tengo aún los dos ojos y mi cicatriz es pequeña.

-¿Tienes cicatriz?

-Una pequeña, en la frente… pero no me pidas que te cuente.

-No iba a hacerlo –dijo ella, y rió.

Pasó otro momento en silencio.

-¿Sabes? El veterinario habló de la posibilidad de sacrificarlo… -le dije entonces.

-¿A quién?

-A Aliosha, claro –contesté.

Ella guardó silencio. Yo imaginé que estaba sollozando. Pero me equivoqué.

-Debe ser lo mejor –dijo ella.

Su voz era lisa y fría, como una grabación.

-¿Estás de acuerdo con sacrificarlo? -pregunté.

-Si el doctor lo dijo debe ser lo mejor, además ya lo has intentado todo, tú mismo dijiste que estabas satisfecho con lo que habías hecho…

-Era un decir –dije yo-. Todo ejército necesita una bandera.

-Pues quizá debas dar por perdido esto, simplemente… además yo no puedo ayudarte, por eso te lo digo… yo no voy a volver, Vian, supongo que lo sabes.

-Lo sé –le dije-. Ya han pasado años, yo te llamaba simplemente para darte dos noticias…

-Lo sé, lo sé… no quiero discutir… todo está mejor así, además… ¿o no?

Ella había ocupado nuevamente el tono extraño.

Por suerte fue entonces que el gato se movió y captó mi atención, y pude dar fin a la conversación sin enfrascarme en sinceridades.

-¿Te pido un favor…? -dijo ella-. No me cuentes si sacrificas a Aliosha…

-¿Tampoco te cuento si mejora?

-No –me dijo tras una pausa-. Si mejora también será triste no volver a verlo…

Luego nos despedimos. Y cortamos.

Respiré hondo.

Calenté leche para Aliosha, pero no hubo respuesta.

Entonces recordé lo del libro. Un simple juego para preservar la fe, es cierto… pero a veces esas cosas son necesarias, o simplemente sobra el tiempo, quién sabe.

Hacía tiempo que no tomaba aquel libro. Estaba en lo alto de la biblioteca, junto a otros tomos de novelas rusas.

Senté a Aliosha en mis piernas y busqué en el libro algunas palabras del personaje.

Entonces, cerca del final, encontré un fragmento que me gustaba. Eran unas palabras que Aliosha le dice a un estudiante, casi al final de la novela:

“Es cierto, lo más probable es que en su vida, sea usted un hombre muy desgraciado. Sin embargo, puedo asegurarle que en conjunto, bendecirá usted la vida.”

Y bueno, leí las palabras en voz alta, mientras sentía contra mi pierna las frágiles costillas de mi Aliosha.

Luego, para no molestarlo, decidí dejar el libro a un costado y cerré los ojos, para dormitar un poco.

Fue entonces que Aliosha dio un pequeño salto y fue a tomar su leche.

-Todo va a estar bien –le dije finalmente.

Todo va a estar bien.

viernes, 20 de enero de 2012

Nadie resulta herido. Nadie hiere.


“Porque esta –esta vida llena de pérdidas-, era yo.
Y era el único camino que tenía yo,
de ser yo mismo.”
O. V.


Estábamos en casa de una amiga. Ella preparaba unos tragos, un viejo estaba en el patio y yo miraba los libros que estaban sobre un mueble.

Entonces ella llegó con los tragos. El mío era un tipo de cerveza no destilada con un poco de leche evaporada, pimienta negra y una pizca de chocolate. Ella se sirvió algo más tradicional.

-El hombre del patio es mi padre –me dijo ella, antes que preguntase-, está haciendo un hoyo en el patio hace un par de días, pero no es problema, duerme en las piezas que están atrás y no molesta.

-Mmm… –dije yo, saboreando la cerveza.

-¿No vas a preguntarme para qué es el hoyo? –insistió ella.

-No –dije yo.

-Pues te lo digo igual: mi padre construye un agujero puro.

Yo la mire y esperé a que continuase.

-Que sea puro quiere decir que no tiene otro sentido –dijo entonces ella-, o sea que mi padre hace el hoyo sin ningún otro significado que hacer el hoyo mismo.

-Ya –dije yo-. ¿O sea que el agujero ese no tiene ningún sentido?

-¡Claro que lo tiene! –señaló-. Es puro. Tiene sentido en sí mismo.

-Mmm… -volví a decir, mientras terminaba mi cerveza.

-¿No te convence?

-No –contesté-. O quizá no entiendo… ¿existir sin hacer nada también sería puro?

-No –dijo ella-. Existir no tiene sentido alguno. O no como "permanecer" al menos. Existir se transforma en un estado, más que en el resultado de una acción…

-Ya –dije yo.

-Juegas a no darle importancia, pero a mí no me engañas –me dijo-, yo te conozco y creo que esto te parece maravilloso.

-¿Maravilloso?

-Sí, como todo lo puro -señaló-. Maravilloso porque nadie resulta herido, nadie hiere…

-Eso no es maravilloso –la interrumpí, aunque sinceramente no tenía ganas de debatir.

-¿Y qué es maravilloso entonces? –preguntó.

-No quiero responder –le dije.

Entonces ella contó una historia.

-Cuando estuve en Japón me asombré de muchas cosas –dijo-. Pero una de las más recurrentes eran las máquinas expendedoras. Podías encontrar de todo, realmente de todo, me refiero, pero te daré un único ejemplo: un día en una estación del metro, me encontré con una máquina expendedora de flores.

-¿De flores?

-Sí, flores naturales, frescas –dijo ella-. Eran pequeños ramilletes o al menos un par de ellas. Solo tenías que introducir un billete y marcar el botón que aparecía junto a los nombres, a un costado de la máquina.

-Ya –dije yo.

-Entonces yo fui hasta la máquina y vi unas flores hermosas –continuó-. Me recordaban a algunas que crecían cerca de la casa de mis abuelos, y me dieron unas ganas incontenibles de tener aquellas flores, y colocármelas en el pelo, como de pequeña.

-¿Y lo hiciste?

-No. No pude. Y es que había que apretar el botón que estaba al lado de las flores y bueno…

-¿Estaban en japonés?

-Sí, pero no era el problema… Es decir, estaba el nombre en varios idiomas, incluyendo el español, pero lo cierto es que no tenía idea cómo se llamaban aquellas flores.

-¿Y?

-¡¿Y…?! –exclamó-. ¡¿Acaso no te parece terrible no saber el nombre de las flores con que jugabas de pequeña?! ¿Has pensado cuántas hueás sin importancia sabemos…? ¿Te das cuenta en qué se nos va la vida?

-¿En qué se nos va la vida?

-Sí… ¿has pensado en eso?

-Mmm… -dije yo.

-Lo que pasa es que pasas por el lado de esas cosas importantes y no sabes cómo hacer… Es como con el cenicero que ves ahí –ella me indico uno-. ¿Te das cuenta que está sin uso?

-Sí –le dije yo.

-Pues ocurre que lo encuentro tan bonito que cada vez que fumo termino echando la ceniza en una servilleta, para no ensuciarlo…

-No entiendo –confesé.

-¿No? –dijo entonces, algo molesta-. ¡Así es como dejamos de lado las cosas importantes, las cosas que debieran parecernos maravillosas…!

-Pues no entiendo tu idea de lo maravilloso.

-No la entiendes porque para mí es algo cercano –me dijo-, algo que puedes hacer, con lo que te involucras… no algo que existe alejado a nuestra experiencia o que se manifiesta en otra esfera…

-O sea que tu padre al hacer ese agujero, está conviviendo con lo maravilloso, según tú…

-Sí –contestó ella-. Y más que eso. Él está creando lo maravilloso… lo fabrica… Y no guarda esa distancia con la idea de pureza o de importancia o de maravilla… ¡Todos los demás parecen sentirse indignos de usar aquello que sienten puro, o cuya belleza los excede…! Pero él no solo lo rehúye, sino que lo crea…

-¿O sea que todos los demás dejamos intacto aquello que nos parece puro o maravilloso?

-Exacto –dijo ella-. Pero es más que dejarlo intacto… es desperdiciarlo.

-Entonces desperdiciamos el mundo –dije yo-, ¿eso quieres decir?

-Quiero decir más que eso –continuó-. No solo el mundo de los hechos externos, sino que el interno…

-¿El corazón intacto?

-Pues sí –dijo ella-. No sé si lo dices en serio, pero me refiero a eso: al corazón intacto.

Y claro, recuerdo que la conversación siguió y que mientras hablábamos, seguíamos viendo al viejo que cavaba ahí en el patio. De vez en cuando humedecía la tierra y luego seguía cavando, nada más.

Ella preparó entonces otra cerveza y tomamos hasta que el viejo se fue a acostar.

Por último, ella se acercó y me contó que se iba del país.

-Yo no soy como el cenicero –le dije entonces-. Y no tengo el corazón intacto.

Fue la última vez que nos vimos.

jueves, 19 de enero de 2012

Una historia hueona, pero cierta.




Vaya uno a saber cómo empiezan las cosas.

O si empiezan o no.

O si todo se repite.

Yo creo que empiezan, de todas formas.

Lo que no sé es cuándo.

Ni cómo.

Ni por qué.

Hoy por ejemplo me invitaron a un zoológico.

Habían salido de sus huevos un gran número de pequeños cocodrilos.

Nueve, para ser exacto.

Entonces me llamaron.

Querían que sacara unas fotos y escribiera una historia.

Y yo fui.

Saqué las fotos.

Escribí la historia.

Conocí a los cocodrilos.

Entonces vino la madre de las crías a plantearme que estaba molesta.

Y me mordió un tobillo.

Llamaron a los guardias.

Convencieron a la madre.

Liberaron mi tobillo.

Por suerte, la madre tenía un problema en algunos de sus dientes.

Y solo fueron necesarios cuatro puntos de sutura.

Tuve entonces que firmar un papel para declararme culpable.

No quise hacer problemas.

Tenía sed.

Me dieron que era normal tener sed, después de la mordida.

Me dieron un par de cervezas.

Las tomé.

Pasaron las horas que debía permanecer en reposo.

Entonces llegó una mujer que alegaba.

Ella decía que la historia que yo había escrito no era para niños.

Es una historia triste y absurda, me dijo.

Y me la leyó en voz alta.

Yo le dije entonces que la vida era justamente triste y absurda.

Pero ella me gritó que no, y que yo era un auténtico amargado.

Yo le di las gracias.

Era una ofensa, me aclaró entonces.

Yo le aclaré que lo mío era ironía.

Así pasó un buen rato.

Finalmente ella dijo que no podía publicar mi historia, pero que se quedaba con las fotos.

Yo le dije que hiciera lo que quisiera.

Además nunca cobro por mis escritos.

Entonces entró corriendo un veterinario.

Me costó al principio, pero luego entendí lo que quería decir.

Las crías habían muerto, dijo.

Eso es absurdo, alegaba la mujer.

Y triste, agregué yo.

No era fácil la reproducción en cautiverio, comentó un tercero.

Luego hablaron de algunas cosas técnicas.

En especial de la reacción que habían tenido las crías con las vacunas suministradas.

Luego se quedaron en silencio.

¿Ahora sí va a publicar la historia? Le pregunté a la mujer.

Ella se enojó por la pregunta, pero luego lo pensó.

Quizá no sería mala idea, me dijo.

Luego llegó más gente y trajeron las crías.

Estiraron los cuerpos sobre una mesa de metal.

Me pareció ver que una de las crías se movía, pero no dije nada.

Parecía una venta de muñequitos de goma.

Nadie estaba triste realmente.

Peor aún, pensé, ni siquiera aparentan estarlo.

Miré entonces mi tobillo y saqué los puntos de sutura.

La herida sangró nuevamente.

Pensé en la madre cocodrilo, en sus dientes y hasta en el corazón de los hombres.

Nadie sabe cómo comienzan las cosas, me dije.

El origen de todo. La razón de todo.

Así, sin despedirme de nadie, me fui del lugar.

miércoles, 18 de enero de 2012

Fabrícate una vida, MacGyver.


“¿De qué sirve el ingenio cuando no nos divierte?
No hay nada más fatigoso que un ingenio triste”
Iván Turgeniev.


I.

“Fabrícate una vida”, le dijeron a MacGyver. Y el hueón lo hizo.

Tenía apenas un clip, una lata de cerveza y un libro en ruso, de Turgueniev.

Aprovechando aquello -y porque siempre quise aprender sus técnicas-, le pedí que me dejara ser su ayudante. Como plus, mentí diciéndole que sabía ruso.

-Si es así –me dijo él- dime cómo se llama este libro.

-Se llama “Fabrícate una vida” –le dije.

A él la frase debe haberle sonado pues se quedó pensando. Luego se tomó la cerveza de un sorbo y comenzó a desarmar el clip.

-Si eres mi ayudante, por el momento solo podré darte cerveza –me dijo.

-No necesito más –le contesté-. Además tenemos a Turgueniev.

Acto seguido introdujo el clip a la lata y con mucho cuidado escribió algo en el fondo y nos dirigimos a la botillería.

Así me enteré que había diseñado un perfecto “vale otro”, que siguió funcionando hasta la sexta lata.

-Propongo que vayamos a otra botillería –dijo entonces MacGyver.

-Y yo propongo que escribas “vale por un pack” y así nos ahorramos tiempo –dije yo.

MacGyver aceptó y la cerveza fue creciendo exponencialmente.

-Esto de emborracharse está bien –dijo más tarde, tendido en el banco de un parque-, pero quizá Turgueniev tenga razón… ¿podrías traducir un poco de “Fabrícate una vida”?

Y claro, yo inventé una historia, pero no recuerdo ahora de qué iba.


II.

Por la mañana MacGyver recogió un poco de pasto, capturó unos chanchitos de tierra y con la única cerveza que nos sobró preparó el desayuno.

-Esto evitará la resaca –me dijo.

Luego caminamos cerca de dos horas hasta llegar a un pequeño local de madera que MacGyver tenía en el barrio Franklyn.

“Reparación de ventiladores” decía el único cartel del lugar, que por lo demás estaba en muy precarias condiciones.

-Esto no funciona mucho –me advirtió-, y el local parece sucio, pero ten en cuenta que cualquiera de esos desperdicios puede ser un material esencial…

Yo asentí.

Entonces MacGyver sacó los restos de cigarro que estaban sobre una especie de plano que tenía unas cuantas manchas de aceite, y al parecer alguna también de palta.

-Este es mi gran proyecto –dijo, mientras me enseñaba sus apuntes-. Se trata de una máquina para hacer eso que decía Turgueniev…

-¿Una máquina para fabricarse una vida? –pregunté.

-No precisamente –contestó-. Es una máquina ascendente, funciona principalmente a base de ventiladores y nos permitirá llegar donde alguien que nos pueda decir cómo fabricarla…

-¿Te refieres a…?

-Sí, me refiero a Él –me interrumpió-, pero no lo nombres.

-Eh… de acuerdo… ¿Pero estás seguro que…?

-Sí –volvió a interrumpirme-. La máquina funcionará sin problemas.

Y claro, yo lo miré y lo vi tan entusiasmado qué preferí no contaminarlo con otras inseguridades.


III.

La máquina estuvo lista a los dos días.

De vez en cuando faltaba algún material, pero MacGyver se las arreglaba con cualquier cosa.

Yo, en tanto, apenas ayudé en la construcción, pues mi única tarea era seguir fingiendo que traducía a Turgueniev.

-Es genial ese escritor ruso –me dijo MacGyver poco antes de iniciar el vuelo-. Yo antes había hecho autos con libros, o hasta había cocinado alguno, pero la verdad es que nunca había leído una novela…

Yo me avergonzaba un poco, pero lo dejaba hablar.

-¿Sabes…? –continuó-, creo que de no haber sido por ese libro yo aún estaría sin ninguna perspectiva, construyendo cosas inútiles , malgastando el ingenio…

-Pero hacer esas cosas que tú hacías –le dije-, a base de tan poco… siempre fue maravilloso…

-¡Maravilloso una mierda! –exclamó-. Eso es sencillo… hasta una revolución puede originarse con un pedazo de pan, una bala y un vagabundo… lo importante es que el ingenio sirva para hacernos ascender, como decía Turgueniev…

Y MacGyver siguió un rato hablando sobre el asunto hasta que cargamos unas cervezas en la máquina y comenzamos el ascenso.


IV.

Todo comenzó a volverse oscuro después de unas cuantas horas.

Y claro, no me refiero a la típica oscuridad nocturna, sino a una especie de sombra espesa que comenzó invadirnos, mientras subíamos.

Por otro lado, MacGyver había tomado tan aprisa su cerveza que estaba dormitando, sobre la máquina, y yo debía ir atento de que no fuese a caer, en cualquier momento.

Fue entonces cuando escuché una voz hablar desde la sombra.

-¿De dónde vienen? –preguntó la voz.

-Eh… de abajo –contesté, mientras intentaba sin éxito que MacGyver reaccionara.

-¿Abajo? –dijo la voz.

-Sí… -contesté-, de la Tierra…

-Pero eso no está abajo –dijo la voz-.

-¿Y entonces?

-Acá no hay arriba ni abajo… -explicó la voz-, acá solo hay un modo especial de profundidad, una profundidad donde todo es menos denso, menos concreto… menos fijo…

-Ah –dije yo, por ganar tiempo, mientras insistía en despertar a MacGyver.

-Ahora me dirás a qué han venido –me ordenó entonces la voz, impaciente.

Yo pensé por un rato cómo plantearlo, pero al final se lo lancé de la peor forma.

-Vinimos porque él –aquí apunté a MacGyver-, quería aprender a fabricar una vida…

-¿Clonarse? –preguntó la voz.

-No, eh… cómo fabricarse una vida propia…

-No te entiendo –señaló la voz.

-Una vida con sentido –atiné a decir-, una qué signifique algo importante para uno, frente a los otros… una que dé gusto vivirla…

-Ah –dijo la voz.

-Sé que quizá no es algo que pueda llegar y decirse, pero mi amigo insistió en venir y…

-Comprendo –dijo la voz-, tú quieres algo así como un manual.

-Exacto –le dije-. Un manual para fabricarse una vida.

-Pues toma –dijo finalmente la voz, mientras me entregaban en una mano unas cuantas hojas, que no logré ver, debido a la oscuridad.

Yo agradecí y guardé las hojas dentro de libro de Turgueniev, y accioné el botón que MacGyver me había indicado servía para descender, en caso de emergencia.


V.

Apenas estuvimos en tierra MacGyver despertó y le conté lo sucedido.

Él parecía emocionado.

No paraba de preguntarme por aquella voz y qué había sentido y cosas de ese tipo. Luego, simplemente, se puso a llorar.

-Disculpa que me ponga así –me dijo, mientras lloraba-, pero creo que no sabes cuánto significa… Es como una nueva oportunidad, como un elemento faltante para la gran construcción…

Yo lo miraba y me alegraba por él, sinceramente. En tanto, él seguía llorando, sin poder contenerse.

-Sé que es una gran responsabilidad –decía-, construirse una vida propia… sentirse vivo, me refiero…

Y bueno, fue entonces que saqué las hojas que me habían sido entregadas y las miré perplejo.

-¿Qué sucede? –me preguntó MacGyver.

Yo miraba las hojas y lo miraba a él y no sabía cómo explicarle que el manual ese…

-¿Qué pasa? –insistió MacGyver.

-Está en ruso –confesé.

-Entonces leémelo, por favor –me dijo.

Y bueno, pensé en contarle sobre mi mentira, pero lo vi tan entusiasmado, tan preparado para vivir… que lo cierto es que no pude confesar mi engaño, y le inventé lo que decía aquel texto.

Así, apliqué sentido común e intenté ser honesto, nada más, pero a MacGyver parecía bastarle, pues me escuchaba sonriendo.

-Es sencillo –dijo MacGyver, una vez que terminé.

Yo asentí.

-Y es hermoso porque es sencillo –agregó finalmente.

De esta forma, mientras MacGyver sonreía, yo me dispuse a quemar los papeles e irme del lugar.

-¿Vas a destruir el manual? –me preguntó luego de despedirnos.

-Sí –le dije-. Además solo te servía a ti… todos los demás tienen que fabricarse la vida a su manera.

MacGyver lo pensó un poco y luego me dio la razón, comparando la vida fabricada con un traje hecho a la medida.

-¿No quieres que te construya algo, a modo de despedida? –me preguntó finalmente.

Y claro, por un momento pensé en un par de cosas, e incluso imaginé una lata que asegurara haber ganado cervezas de por vida…

-¿Y? –volvió a insistir, sonriendo.

-Pues no necesito nada –le dije.

De esta forma, por último, me alejé feliz, sonriendo por no haber tenido que engañar nuevamente a mi amigo, al menos en nuestra despedida.

martes, 17 de enero de 2012

Dos grupos / Ajedrez sin rey / 100 metros planos.


“Dado que las palabras muestran tal capacidad
para imponerse sobre el entendimiento,
estoy decidido a hacer tan poco uso de ellas
como me sea posible…”
George Berkeley


I.

-El chancho no está mal pelado sino que mal cortado –me dijo.

-¿Mal cortado?

-Sí poh, hueón, mal cortado –señaló-. Me refiero a cómo clasificar a las personas… Toda esa hueá por géneros o clases sociales está mal hecha… la cuestión debiese ser más simple: dos grupos y punto…

-¿Y qué grupos serían?

-Mmm… es que es complejo de explicar… ¿te acuerdas del chiste del niño que sabía escribir, pero no leer?

-No.

-Era de un niño que llega a casa contando que ese día había aprendido a escribir. Entonces, la mamá le pregunta qué fue lo que escribió y el niño le contesta: “no sé, todavía no aprendo a leer”.

-Qué fome la hueá…

-Es que no te lo conté por chistoso, sino por mi teoría de los dos grupos.

-¿Y?

-¿No entiendes?

-No po, hueón.

-Que un grupo debieran ser los que saben escribir, pero no leer y el otro el de los que saben leer, pero no escribir.

-¿Cómo una metáfora de eso decís tú?

-No poh, hueón… Literalmente.

-Pero los que escribirían no sabrían qué es lo que escribían…

-No poh… esa es la gracia, pero al menos los otros podrían saberlo y así nadie entendería si no es por medio de los otros…

-Y separadamente no entenderían nada.

-No poh, hueón…

-Mmm… Pero según tu teoría ¿por qué tendrían que escribir los que saben escribir y por qué tendrían que leer los que saben leer?

-Porque quieren entender, supongo, y porque uno busca lo que no sabe.

-Pero uno no lo busca en los otros po, hueón.

-¿Cómo que no…?

-No poh, hueón… todos, si es que buscan, lo hacen apenas en sí mismos…

-Dame un ejemplo.

-Vos mismo poh, hueón.

-¿Yo mismo?

-Sí poh… vos mismo.


II.

Un viejo que encuentro en Valparaíso me invita a jugar ajedrez en un parque. Nos sentamos frente a una mesa tablero que hay en el lugar y el viejo ubica las piezas de una manera extraña. Por último, retira los reyes de ambos "equipos".

-Vamos a jugar al ajedrez sin rey –me dice.

-¿Y en qué consiste? –pregunto yo.

-Es casi igual al otro –señala-, o sea, hay que matar al rey.

-Pero si no hay rey –le recuerdo.

-Sí hay –me explica-, lo que sucede es que es un rey encubierto…

-¿Otra pieza es el rey?

-Exacto, pero nadie sabe de cuál se trata.

-Pero entonces… puedo estar matando al rey cuando elijo matar otra pieza…

-Claro, pero también puedes elegir dejarlo vivo, sin saberlo.

-Mmm… pero ¿y uno mismo?

-¿Cómo?

-¿Cómo sabe uno mismo cuando le han matado al rey?

-Fácil: tus otras tropas se desmoralizan, todo pierde sentido para ellas…

-Pero siguen moviéndose.

-Claro… moverse no significa tener sentido, el sentido viene de otro sitio…

-Pero en lo concreto… ¿cómo podernos darnos cuenta?

-No puedo responderte eso –me dijo el viejo-. Tú mismo debes darte cuenta.

Luego se hizo un silencio entre ambos.

Nadie movía una pieza.

-¿No me está hablando de ajedrez, cierto? –le pregunté finalmente.

-No –dijo el viejo.

Y se marchó.


III.

-Hoy día hablé con un amigo que me propuso una forma distinta de agrupar a las personas –le dije al psiquiatra-. Luego me encontré con un viejo que me invitó a jugar al ajedrez sin rey.

-Mmm –dijo el siquiatra.

-Es extraño –continué-, pero siento que ambas cosas están ligadas, como que las atraviesa una misma idea de sentido, o de falta de sentido…

-Mmm –volvió a decir el siquiatra.

-Sé que es uno de mis problemas –señalé-, lo de cuestionar el sentido, me refiero… ¿Pero sabe? Es como si sintiera que secretamente me comí al rey de mi propio tablero y que está dentro mío…

-Mmm –insistió.

-¿Cree usted que ese rey sea recuperable? –le pregunté entonces.

-¿Cómo? –dijo el siquiatra.

-Si el rey que siento que me tragué, ¿será recuperable…?

-¿Siente usted que se tragó un rey?

-Eh… sí –contesté.

-¿Y siente que él gobierna dentro suyo? –preguntó.

-Eh… no –le dije-, de hecho no siento que nadie gobierna dentro mío.

-Pues bien –dijo el siquiatra tras mirar el reloj-, quiero que piense usted en qué es ello que se puede gobernar, dentro suyo, y que me lo cuente cuando vuelva la próxima semana. Buenas tardes.

-¿Eso es todo?

-Sí. Puede pasar a pagar con la señorita Bolt.

-¿Señorita Volt? ¿Como el potencial eléctrico…?

-No. Bolt -explicó-. Con b larga, como Usain Bolt, el velocista.

Luego el siquiatra me dejó en la puerta de su sala y me estrechó una mano.

Por último, tras analizar la situación, decidí irme del lugar sin pagar.

Así, cuando la señorita Bolt me llamó tras ver cómo me escabullía de la consulta, yo comencé mis propios cien metros planos.

Y claro, quizá piensen que exagero, pero estoy seguro que los corrí en 9.57, o poco menos.

Nadie, lamentablemente, registró el récord.

lunes, 16 de enero de 2012

Formas de usar el corazón.

“-El corazón no se usa –dije-,
el corazón está ahí y basta.”
H. M.


Creo que es en relación a la actuación de Laureen Bacall en la película Cayo Largo que el escritor Haruki Murakami señala que ella simboliza la necesidad de simplificar la existencia humana.

Y claro, esa es la primera frase que queda en órbita hoy: la necesidad de simplificar la existencia humana.

Mastico la frase mientras me ducho, mientras cocino y mientras tomo un par de cervezas, en un bar, hacia el final del día:

-Simplificar la existencia humana –repito entonces, en voz alta.

-¿Dijo usted algo? –pregunta de improviso una mujer, sentada en mi misma mesa.

Yo la miro y pienso si repetir o no la frase, pero al final no es necesario, pues ella continúa sin dar tiempo a una respuesta.

-Supongo que comentaba usted la noticia de los japoneses… -me dice.

-¿Qué japoneses? –digo yo.

Y ella entonces me cuenta la noticia.

-Ocurrió que dos japoneses se casaron de una forma especial –señala-, pero no eligieron ni el Taj Mahal, ni el faro de Alejandría ni una góndola en Venecia…

-Pero el faro de Alejandría no existe desde el siglo XV… -interrumpo.

-Pues con mayor razón –continúa-, pero como le decía, el caso es que ellos eligieron un quirófano…

-¡Un quirófano…!

-Sí, eso dije, ¿me va a dejar seguir con la historia…?

-Sí, disculpe.

-Pues bien –agregó-, el punto es que ellos decidieron casarse e inmediatamente hacerse un trasplante de corazón…

-¿Entre ellos?

-Sí. Ambos estaban sanos, pero decidieron que era necesario tener el corazón del otro…

-Qué extraña frase… -comenté, sin poder contenerme.

-¿Cuál frase…? ¿Tener el corazón del otro?

-No –aclaré-. Decidir que algo es necesario… ¿no le parece extraño decidir sobre la necesidad de las cosas?

La mujer entonces pareció molestarse y se paró bruscamente de mi lado, alegando que el extraño era yo y que ella prefería irse sola a casa antes de seguir perdiendo el tiempo con un loco.

Y claro, fue entonces que la frase pronunciada por Murakami volvió a mí, de improviso:

-La necesidad de simplificar la existencia humana –volví a repetir, aunque cuidándome esta vez que nadie me escuchase.

Así, tomé una última cerveza, y pasados unos minutos me decidí a volver a casa.

-Murakami tiene razón -me dije finalmente mientras apagaba la luz del dormitorio-. Esto es lo que intentamos hacer todos.

Luego, simplemente, cerré los ojos y me dormí.


domingo, 15 de enero de 2012

La gallina digna y la gallina indigna.


“Me pregunto si no seré una de esas personas
que perciben a su conveniencia
los diversos fenómenos del mundo,
las cosas y la existencia…”
H. M.

I.

Cada familiar cuenta la historia de una forma distinta, pero todos coinciden en que mi abuela tenía una gallina especial. La gallina Digna, según dicen.

Al parecer, mi abuela le había puesto este nombre a esa ave una vez que la llevó a vivir dentro de casa, separándola de las otras gallinas cuyo comportamiento tras el alambrado era prácticamente indistinguible.

Y es que la gallina Digna, según me cuentan, se había diferenciado desde un inicio del conjunto, a partir de un comportamiento que suscita distintas apreciaciones.

Por un lado, hay quienes señalan que Digna era simplemente olvidadiza, o descuidada. Y más estúpida aún que las otras gallinas.

Por otra parte, están los que no dudan en coincidir con mi abuela, señalando que Digna tenía una actitud distinguida, “poco terrenal”, incluso, en relación al resto de su especie.

Yo, sin embargo, me distancio y les describo una de las acciones –quizá la principal-, que motiva estas apreciaciones.

Les cuento así, que Digna nunca llegó a establecer algún tipo de lazo o “relación afectiva” con los huevos que ponía. Es decir, nunca se le vio empollar alguno de sus huevos y ni siquiera permanecía cerca de ellos, una vez que los había “expulsado”.

-Digna parecía pertenecer a un mundo distinto que los huevos que ponía –me contaba una tía-, y se paseaba al lado de ellos como si estos no existieran.

Asimismo, la gallina mantenía una actitud distante, que se manifestaba también en otras acciones, como tener horarios de sueño distintos a sus compañeras, y mantenerse alejada del grupo al momento en que las otras aves, por ejemplo, se amontonaban a comer, apenas les lanzaban el grano.

-Ella no era como el resto –me dice un tío que conoció de cerca a Digna-, y ella era consciente de esa distinción… Es decir, ella sabía que era de una naturaleza distinta al huevo, en principio, pero también se sabía de una naturaleza distinta al resto de las de su especie…

Y claro, yo voy escuchando testimonios. Y tomo nota.

Con todo, me gustaría hacer una pausa para formular abiertamente una pregunta que me nace a partir de todo esto: ¿en qué consistía la dignidad de esta gallina?

Y es que si bien puedo entender esa dignidad como el estatus conseguido una vez que pasó a vivir dentro de la casa, lo cierto es que Digna era considerada digna desde antes… Por esto, no queda más que admitir que la idea de dignidad estaría dada –al menos en su caso-, a partir de la diferencia que se establece entre ella y el resto de las otras gallinas.

De esta forma, estas otras gallinas -y esto es lo que siento injusto y no deja de incomodarme-, pasarían automáticamente a ser consideradas indignas, a partir de esta concepción.

-Lo peor es que todos alaban a Digna y ella era una irresponsable –señala una prima que conoció a Digna de pequeña-, un ave que simplemente estaba desligada del resto y que parecía ofenderse incluso por la mera existencia de los otros…

-¿Y cómo crees que se manifestaba esa irresponsabilidad? –le pregunto entonces a mi prima, aprovechando que es una de las pocas que se atreve a criticar a Digna abiertamente.

Ella se lo piensa un poco, mira a los otros y luego responde:

-Era irresponsable porque no asumió su propia naturaleza… su condición… ¡cada ser tiene su función, Vian, tú lo sabes…! –dice por fin, apelándome directamente.

Y claro, yo tomo nota de esas palabras, pero inmediatamente dejo de indagar, pues se me hace indispensable aclarar en mí algunas de las cosas, que han sido dichas.


II.

¿Cuál es la naturaleza de una gallina?

¿Cuál es su función?

Estas fueron las dos preguntas que en un principio pensé de una forma indistinta, pero que luego comprendí existían complementariamente.

Y es que si bien me era fácil resumir estas preguntas en una respuesta dada desde mi propia experiencia y beneficio –es decir la naturaleza y función de la gallina dada a partir de los alimentos que nos otorgan, principalmente-, pronto comprendí que su existencia no podía estar resumida a esta simple apariencia.

-La naturaleza de una especie no puede estar dada en la superficie de su existencia –recordé que decía Wingarden, en uno de mis libros de cabecera.

Luego complementé citando a Domenicus:

-Aún así, podemos extraer una correcta visión de su naturaleza fijándonos ya sea en uno de sus individuos, como en la totalidad de ellos.

Así, tras trazar estar coordenadas para situar mi acción reflexiva –y ayudado en parte por un par de botellas de alcohol-, comencé a reordenar datos basándome en Digna, claro está, como el individuo a analizar.

Me di cuenta de esta forma, que todos coincidían en que desde que Digna pasó a vivir al interior de la casa, la dura forma de ser de mi abuela había comenzado a “suavizarse”, al mismo tiempo que la actitud de Digna pareció agriarse cada vez más, llegando incluso a mostrase agresiva con quienes se le acercaban.

Fue entonces que me pregunté otro par de cosas.

¿Habrá “absorbido” Digna la dureza de mi abuela?

¿Sería correcto extraer de esta apreciación la función secreta que tenían las gallinas?

Le di vueltas al asunto, y medité. Las preguntas siguieron.

¿Acaso dormir con una gallina era el secreto para ablandar al mundo?

¿Era esa la forma de llevar al ser humano a ser realmente humano?

¿Poseían las gallinas una naturaleza similar a los suavizantes de ropa, que pudiese aplicarse a las almas…?

Estaba mareado. Mi libreta de apuntes se llenaba y yo sentía que me aproximaba peligrosamente al secreto de la naturaleza humana… pero entonces me di cuenta de algo terrible:

Digna era la excepción a las gallinas. Es decir, comencé a reflexionar y recordé que en realidad la mayoría de las gallinas eran laxas, pasivas… y por ende –concluí-, eran ellas las culpables de nuestra propia rigidez espiritual… ellas eran las únicas culpables de nuestra incapacidad de amar verdaderamente a los otros…

Había descubierto el secreto, comprendí.

Y me dispuse a compartirlo con los otros.


III.

Nadie creyó en mis palabras.

Cada vez que contaba la historia y llegaba a mis conclusiones señalaban que yo era disperso, que confundía razonamientos y hasta me acusaban de explicar a mi conveniencia los distintos fenómenos del mundo, las cosas y la existencia misma.

Y claro, yo intentaba discutir y explicar, pero todo fue en vano.

Los pocos que me tomaron en serio –hasta cierto punto, claro-, concluían que había un error de base en mi lenguaje, y consistía en que si bien la dignidad era una propiedad que podía llevar a alguien a ser digno, la indignidad no existía como propiedad, y por lo tanto, el ser indigno debía provenir de otro “sitio semántico”.

Así que bueno… ese sitio busco ahora.

-Quizá proviene de estar indignados… –dice entonces mi prima, quien aún intenta ayudarme.

Yo le pido que se explique.

-Me refiero a las otras gallinas… –señala ella-, las otras que sí son responsables con su naturaleza… Ellas están indignadas, Vian… y eso las hace indignas, tú debieses saberlo…

Luego ella sigue hablando, pero yo no entiendo nada.

¡Nunca entiendo nada…!

sábado, 14 de enero de 2012

¿Por qué cortar el césped?



Nadie lo admite,
pero nos engañaron:
no hay para qué cortar el césped.

Eso es parte simplemente
de las tareas que adormecen,
como cortarnos las uñas de los pies
o soplar velitas
en nuestros cumpleaños.

Algunos dicen que fue la CIA
para evitar que leyésemos a Marx,
pero yo creo
que el asunto ese
viene desde antes.

Con todo,
puede que este no parezca ser
un asunto serio,
pero si uno saca algunos cálculos
-tiempos empleados,
costos de máquinas e implementos-,
el hecho concreto
del que hablo
pasa a tener una importancia
a primera vista desmesurada.

Haga usted el ejercicio,
y aventúrese luego a reemplazar esta acción
por alguna otra
igualmente cuestionable:
esperar en los semáforos en rojo,
aprender la teoría del big-bang
hacer filas en el supermercado
o anudarse la corbata…

¿Han calculado cuántas veces en un día
ocupamos tiempo en estas cosas?

Pues bien,
déjenme contarles que yo hice el ejercicio
y más allá del resultado,
decidí realizar algunos cambios drásticos.

Nada de corbatas,
nada de cortar el césped,
nada de esperar frente a la luz roja…

¿Y saben…?

¡Fue un fracaso!

Tuve más tiempo, es cierto,
y leí a Hume,
y a Leibniz
y hasta a Spinoza…

Amplié mi vida social,
familiar,
y hasta lo intenté con la sexual…
pero al final sentí
que me seguía faltando algo.

Y claro,
terminé de todas formas
cortando el césped.

No lo dejo muy parejo,
es cierto,
pero en eso consiste hoy
mi única rebeldía.

Y es que si bien
descubrí que cortar el césped
era un engaño,
también descubrí
que tras ese engaño
existía un abismo
cuyas proporciones
excedían mi entendimiento.

Así,
si no va a usted a cortar el césped,
le recomiendo que tenga un plan alternativo,
o verá entonces aparecer
el verdadero rostro del mundo,
mientras que todo aquello
que parecía dar seguridad
va quedando cubierto por la maleza…

¿Por qué cortar el césped, entonces…?

Porque nos falta coraje
para ver el rostro real
del mundo…

Simplemente por eso.

viernes, 13 de enero de 2012

¿Dónde se encuentra el hombre que tropieza?




El hombre es el único animal que tropieza.

Y no estoy usando eufemismos ni apuntando a aspectos metafísicos. Me refiero simplemente al tropiezo común, o al encontrarnos con cualquier tipo de sorpresa incómoda que dificulte nuestra caminata.

Si no me creen hagan el intento de pensar en algún otro.

¿Han visto tropezar a una jirafa? ¿O a un oso? ¿O a un leopardo?

Quizá uno de ustedes tenga en la memoria alguna excepción, pero permítanme decirles que solo puede tratarse de un animal domesticado, sin duda.

Y es que el tropiezo, parece tener su origen en esa idea de “distancia” que suele caracterizar a nuestra especie. Una concepción un tanto absurda y que da como resultado una serie de eventos particulares que erróneamente destacamos por pensar que nos hacen mejores que el resto, cuando en realidad solo nos distancian de una norma que suele operar sin problemas al interior de la naturaleza.

Pero claro, el hombre se defenderá diciendo que su tropiezo se debe justamente a que él debe pensar en cosas superiores… o abstraerse incluso para poder llegar a conclusiones que…

¡Mentiras…!

¡¿De qué conclusiones me está hablando...?!

El hombre simplemente se tropieza porque no pertenece al mundo. Y porque ha entendido mal el proceso que puede llevar a la comprensión de aquello que es él mismo, y que son los otros.

Y claro, es este mismo error –esta distancia que erróneamente pone entre su experiencia y la comprensión de las cosas-, lo que lo ha llevado a distanciarse de su propia existencia, situándose como un satélite que gira en torno a quien es y siendo espectador de sí mismo.

Y es que es simple, a fin de cuentas.

Tropezamos al caminar, tropezamos al comprender y tropezamos al amar, por supuesto, simplemente porque elegimos una forma de entendimiento que nos sitúa fuera de nuestra propia existencia.

Así, por último, tropezamos también al elegir un tipo de lenguaje que desconoce por completo aquello que quiere contener, y que es incapaz de retener hasta el más simple de los significados, por ser de una naturaleza distinta de aquello que nombra.

El hombre es el único animal que tropieza, decía.

Y nada podemos llegar a comprender realmente, de esa forma.

jueves, 12 de enero de 2012

Pijamas.


Sobrio o borracho
siempre duermo sin pijama.

Sé que no les importa.
pero lo aclaro igual
de todas formas.

No es cábala
ni costumbre,
pero sin duda
es un ahorro de tiempo
que a fin de cuentas
se valora.

Los sueños son distintos,
la sensación es agradable
y hasta el sexo
-de haber-,
es algo que puede comenzarse
sin demora
y en cualquier momento.

De hecho,
si lo pienso,
estoy seguro que Dios
ha de dormir sin pijama…

Desnudo,
me refiero,
tal como él mismo,
se echó al mundo.

Y es que es natural,
sin duda,
y hasta supone un ahorro,
si lo miramos
desde el lado práctico:

Nadie nace con pijamas,
y nadie muere,
necesariamente,
con pijama.

Ese es un hecho demostrable,
sin duda.

Es más,
propongo desde hoy
que los pijamas deben ser
abolidos…

Nada de telas,
nada de pieles artificiales,
nada de palabras innecesarias
dichas antes de dormir.

En resumen:
nada de barreras entre el sueño
y el contacto directo
con aquello que somos.

¡Muerte a los pijamas!

Las cebras incluso,
como símbolo,
debiesen ser masacradas…

¡Nada de miramientos!

Hay que ponerse firmes
en este asunto.

Y es que una vida nueva
ha de nacer,
después de todo esto.

Así,
¡solo los que fingen el sueño
duermen con pijamas…!

Todos los demás
-entre los que me incluyo-,
sabemos que el pijama
funciona casi
como un eufemismo:

nada hay que temer,
por tanto,
si los eliminamos.

Esta es la verdadera revolución,
o al menos
no me negarán
que es el primer paso:

¡Sin pijamas!

¡Sin pieles!

¡Sin palabras!

Y es que un mundo nuevo se avecina,
-como dice la canción-,
y nada hay que temer
salvo la cobardía
de seguir siendo
quienes somos.

¡Sin pijamas!

¡Sin palabras!

¡Sin eufemismos…!

Se está pariendo un mundo nuevo…

No se hagan los estúpidos:

Vosotros conocéis,
desde hace mucho,

sus primeras condiciones.

miércoles, 11 de enero de 2012

"La vida ida"



Todas decían que él era un artista
mientras yo, simplemente,
me emborrachaba.

-¡Es tan sensible…!

-E inteligente…

-Y hasta huele bien…

Comentaban las mujeres.

Yo, en tanto,
buscaba respaldo en los otros hombres
para decir algo en su contra,
pero me di cuenta entonces
que yo era el único del género
que iba quedando en el lugar.

-Tú debieras ser como él,
me dijo entonces una chica.

-Todos los hombres debieran
ser como él,
la corrigió otra.

Y claro,
yo también había ido a ese lugar
a leer mis textos,
pero como siempre
había terminado por emborracharme
negándome a leer nada
y evitando incluso,
en última instancia,
el contacto con los otros.

-La vida…

Escuché entonces que decía el artista

-¡La vida ida!

Remataba.

-¡Impresionante!

-¡Profundo!

Y luego todos quedaban hablando sobre aquello:

“La vida ida”

repetían .

Y claro,
agregaban entonces que era indiscutible
el talento que tenía aquel hombre
para decir la verdad
en tres palabras.

-No podrás negar esa verdad,
me decían.

-Tienes miedo de reconocer su genio,
agregaba otra.

-Tampoco a Cristo lo comprendieron,
remataba una tercera.

El poeta, en tanto,
se iba hacia un cuarto de atrás
con una de las chicas
y todo volvía a quedar en calma.

Y claro,
esa era entonces mi oportunidad
si quería algo más que emborracharme,
pero lo cierto
es que no quería nada más
que emborracharme,
por aquel entonces.

De hecho,
ahora que lo recuerdo,
creo que esa rutina
se fue repitiendo varias veces,
y solo variaban
los versos profundos.

“El silencio silencioso”

“Los batipoemas”

“La oscuridad estomacal…”

Me hice mierda el hígado,
en resumen,
a diferencia de los otros
que supuestamente
arriesgaban el corazón
en todo aquello.

Hoy,
sin embargo,
debo reconocer que mi opción
no me hizo mejor
que ninguno de ellos,
y que no exponer el corazón
en esa farsa
tampoco me llevó
necesariamente
a un sitio verdadero.

Algunos publicaron sus libros.

Otros están becados en Europa.

Y es que ellos son los artistas
mientras yo estoy siempre al borde
de volver a ser
aquel borracho…

“La vida ida”,

pienso ahora,

no era un verso tan falto de verdad
después de todo…

martes, 10 de enero de 2012

Ruidos.


Hay alguien en mi pieza.

Además de yo mismo,
por supuesto.

Escribo para ahuyentarlo,
para decirle que no insista
y que descanse en paz.

Ese alguien se ahorcó,
pero además una vez
se quemó un brazo,
y no sé qué tengo que ver yo
con ese asunto.

Me mira tras la ventana,
y luego me toca un hombro,
pero yo no sé qué quiere
y no lo voy a preguntar.

Yo no soy de los tuyos,
le digo,
pero él me habla de una niña
que he visto también
en otros lados…

Yo no quiero entender,
pero él insiste,
pues creo que esa niña
leerá este texto
y sabrá entonces
que algo debe hacer
con todo esto.

Luego aumentan los ruidos.

Incluso una de las repisas
de la biblioteca,
está en este momento
tambaleándose.

Me gustaría decir más,
pero no puedo.

Borro incluso,
la entrada de hoy,
para escribir estas palabras.

Será como un paréntesis,
me digo.

Entonces,
por el reflejo que veo
en la pantalla de la tv,
me percato que yo mismo
soy el ahorcado.

Nadie más
está en la habitación.

Con todo,
los ruidos aumentan
y mi voz, incuso,
es parte de esos ruidos.

¡No des explicaciones
y termina este texto!
me dice entonces
esa voz,
buscando una salida rápida.

Y claro,
yo le hago caso,
como a nadie.

Luego borro otras cuantas
de las líneas ya escritas…
y dejo sin finalizar
-y lleno de fallas-
este escrito.

lunes, 9 de enero de 2012

Otra de esas entradas que a nadie le importan.


-¡Creía que eras un gran escritor! –me dijo- ¡Creía que ibas a ser grande como todos decían y que ibas a descubrir los secretos de la vida…! ¡Pero qué mierda…! ¡No haces más que empequeñecerte y dejar que te pisoteen y te meen encima…!

-Pero empequeñecerse tiene su gracia…

-¡Una mierda de gracia…! ¡Dostoievski tiene gracia! ¡¡Kazantzakis tiene gracia! ¡Puede que hasta Auster tenga gracia…! ¡Pero tú eres patético…! ¡Buscas excusas para justificar que no sabes escribir…!

-No necesito excusas.

-¡Necesitas todo, hueón…!

-Pero no necesito escribir...

-¡¿Cómo…?!

-Que ese es el problema, que necesito todo, salvo escribir…

-¡¿Me vas a decir ahora que escribir no te es necesario?!

-Pues no me es necesario, aunque te moleste escucharlo… Ese es mi último descubrimiento.

Ella me miró entonces sorprendida. Era una de las pocas que aún creía en mí y que había intentado hasta el final convencerme de “escribir en serio”.

Quizá por eso, yo esperaba que siguiese a todo esto una larga conversación, pero lo cierto es que no fue así, y simplemente hablamos de otras cosas y luego cocinamos espaguetis.

Eso fue hace algunos años, por cierto.

Extrañamente dejé de verla y de comer espaguetis, pero aún no dejo de escribir.

Con todo, aunque escriba a diario desde hace un par de años y haya finalizado –y perdido- un proyecto de “escritura seria”, lo cierto es que sigo afirmando que escribir no me es necesario.

Y es que existen algunas acciones que aunque parezca extraño, uno realiza porque siente que son parte de los deberes, o de compromisos, o simplemente porque terminan siendo lo único que tenemos, y claro, no queremos también perder aquello.

Hoy mismo, por ejemplo, milagrosamente invitado a un hotel a compartir habitación con una francesa que conocí casualmente y de pronto recuerdo que no había escrito la entrada del día de hoy, y comienza entonces la batalla interna.

Lo peor, sin embargo, es que sinceramente no sé qué mierda es aquello que en mí, combate a pie firme contra la testosterona –en este caso-, o contra una serie de otras sustancias en otras ocasiones…

¡Y para peor gana…!

Porque lo crean o no, si pongo en la balanza esta entrada y por otro lado a la francesa… estoy plenamente consciente del devastador resultado…

Pero no tengo opción.

Me conozco, y sé que si dejo de escribir en este blog un solo día, no volveré a retomarlo, y sé que con esto, también, perderé el significado que ha cobrado la escritura durante estos 22 meses ininterrumpidos…

Y no es que me sea tan importante, ni que lo disfrute, ni que tenga algo tan imperioso que contar cada día… pero quizá por lo mismo, siento que el único valor extra que puedo darle a este espacio, es la continuidad… y no quiero perderla.

Así, si bien sigo teniendo necesidad de un sinnúmero de otras cosas –“necesidad de todo” como me decían hace algunos años-, lo cierto es que no tengo necesidad de escribir, pues esto es lo único que no dejo de hacer, sin falta, cada día.

Y claro, sé que no tiene un significado por sí solo, y sé también que lo que aparece en este espacio no es la totalidad de aquello en que voy trabajando día a día… pero espero, sinceramente, que cuando esas otras cosas lleguen y me ayuden a tener la claridad necesaria, yo pueda decir orgulloso, que nunca dejé de “avanzar” ni de intentar moverme hacia los otros… y claro, entonces ese regalo –porque escribir es mi forma de hacer un regalo-, tendrá así un valor especial, pleno de significado…

Franqueza por francesa, en resumen… y otra de esas entradas que a nadie le importan.

domingo, 8 de enero de 2012

¿Es realmente un don, el don más estúpido del mundo?


A los 6 años, en la escuela, me pidieron que ayudara a decorar inflando unos globos. Y yo inflé.

Sin embargo, ocurrió que uno a uno mis globos reventaban mientras los inflaba. De esta forma, diagnosticaron los otros, resultó que no sabía yo cuando detenerme.

No fue en principio nada grave, se dijeron, pero de todas formas le informaron a mi madre quien decidió comprobar la afirmación casa.

Reventó así el primer globo.

Luego reventó el segundo.

Y por último explotó el tercero.

-¡¿No escuchas cuando digo que te detengas?! –alegaba mi madre.

Y yo admitía que escuchaba, pero sinceramente no podía detenerme.

Con todo, no hubo doctor ni nuevas pruebas. De hecho, mi madre ocultó el asunto como si se tratase de una malformación, o algo parecido.

-Solo recuerda que no debes intentar hacerlo –me dijo.

Y yo incluso olvidé el asunto.

Por otro lado, inflar globos no debe estar considerada como una de las acciones trascendentales, por lo que la existencia de un reventador de globos puede seguir, digamos, por los caminos trazados de antemano.

Pero entonces apareció el señor Ouspenski.

Decía ser descendiente de un filósofo famoso y haber sido amante de Giorgio de Chirico.

-Tú tienes un don –me dijo, y yo me creí importante.

Luego me llevo al pozo.

El señor Ouspenski me explicó entonces la forma de sobrevivir en el pozo, que era, a grandes rasgos, la misma forma de sobrevivir fuera.

-¿Crees que lo lograrás? -me dijo.

Y yo le respondí que sí. Porque había creído que tenía un don y que los dones sirven para sobrevivir.

Entonces me metí al pozo. Y desapareció el mundo.

No hubo tiempo ni obligaciones ni costumbres adquiridas... Pero tampoco hubo nuevos aprendizajes.

Y es que en la oscuridad se desaprende, se olvida, y se desenhebra el mundo… pero no se aprende nada.

A veces, es cierto, sentía la voz de Ouspenski venir desde lo alto, pero luego dejé de comprender qué decía… y luego no escuché nada.

Por último, un día, sentí caer desde lo alto un cuerpo que vino a dar también dentro del pozo.

Era el cuerpo del que había sido Ouspenski, concluí.

Más allá de eso, sin embargo, no cambió nada en lo absoluto.

De hecho, olvidé incluso que había existido alguna vez, fuera del pozo.

Debe haber sido entonces cuando un objeto extraño cayó desde lo alto y me golpeó en la frente.

Era un cuerpo extraño y maleable, que pronto descubrí tenía una abertura.

Y claro, yo soplé por esa abertura.

Así, a medida que soplaba, fui recordando que aquello era un globo, y recordé también que estaba en un pozo y hasta fui aprendiendo nuevamente, cada una de las leyes del mundo.

Lamentablemente, cuando estaba a punto de recordar el significado cardinal de la existencia, el globo reventó pues su tamaño estaba haciendo presión contra las paredes del pozo.

Así, además del globo, explotó también el pozo, y el impulso me hizo caer de nuevo en la superficie, como si nada hubiese pasado.

Camino en medio de los otros y sigo aprendiendo cosas que no puedo organizar, bajo un mismo significado.

Sé qué es lo que tengo, por supuesto, pero sé también que algo me falta.

Mi don, en resumen, es el don más estúpido del mundo.

sábado, 7 de enero de 2012

/ Cambiarse calcetines / Quebrar espejos falsos / Luces que no iluminan

“¿Por qué tiene que sufrir,
acaso no sabe que tiene el mejor don,
el don de la risa…?”
Woody Allen


-¿Te acuerdas…? Yo estaba con un bikini rojo, en la playa y tú llegaste hablando una estupidez…

-Sí, me acuerdo que te pregunté por qué me habías estado mirando toda esa tarde y fingí estar indignado…

-Y yo ni te había visto, ja,ja… Y además aunque lo hubiese hecho, te veías pésimo…

-¿En serio?

-Sí, acuérdate que andabas con un libro gigante, que estabas rojo por el sol y que caminabas con los pies chuecos…

-Era mi estilo…

-Ja, ja… y me acuerdo que andabas en la playa con calcetines… ja,ja…

-Sí… de hecho fue por los calcetines por lo que decidí acercarme.

-¿Cómo…?

-¿No te lo conté nunca?

-¿Qué cosa…?

-Me acuerdo que fue ese mismo día, había estado eligiendo calcetines… o sea, no sé si elegir sea la palabra, pero el caso es que me di cuenta que demoraba unos 20 minutos frente a los calcetines, y que solía cambiarlos dos o tres veces en el día…

-¿Y qué pasó con eso?

-Que ese día en la playa estaba pensando: me lleva veinte minutos elegir calcetines, luego en la tarde otros veinte minutos, luego en la noche otros veinte… y sumé…

-Y te dio sesenta.

-No solo sesenta, y eso fue lo terrible, porque empecé luego a multiplicar eso por cada día y entonces me di cuenta.

-¿Cuenta de qué?

-Que era mejor invertir tiempo en cambiar de vida que en cambiar de calcetines…

-¿Y entonces te acercaste?

-Sí, busqué a la más bonita y me acerqué…

-Y ahí fue que me hablaste…

-No. La más bonita ni siquiera me contestó y entonces fui hasta donde estabas…

-Ja,ja… siempre tan sincero…

-Sí, yo creo que por eso terminamos juntos.

-Para nada… te encontré chistoso, nada más…

-¿Chistoso?

-Sí… me acuerdo que inventaste algo de que habías enterrado a tu pareja en la arena y que no la encontrabas… Lo decías serio, algo de que había que contar hasta diez y buscarla y luego se te había hecho eterno…

-Sí, y te hablé de Aquiles y la tortuga…

-Ja,ja, de eso no me acuerdo, pero fue chistoso… contaste hartas historias y no parabas… pero me gustaste así…

-Era la técnica Woody Allen.

-Ja,ja… sí…

-Mmm…

-¿Qué pasa?

-Que ahora que lo pienso creo que me pasó lo mismo…

-¿Lo mismo que a quién?

-Lo mismo que a Woody Allen… eso de pasar de la comedia al drama, o de haberlos mezclado siempre, pero atraer a los otros solo por los chistes y esas cosas…

-Sí… ¿a ti te gustaban los dramas de Woody, cierto?

-Sí. Septiembre, Annie Hall, La otra mujer…

-Debiste haberme advertido.

-Sí lo hice, pero supongo que parecía broma.

-Sí, debo haber pensado eso… como con los espejos falsos, en nuestra casa…

-Eso fue distinto.

-No lo creo. Es decir, yo sabía que habías puesto de esos espejos para espiar desde el otro lado, y la verdad es que me pareció chistoso…

-¿Ya sabías?

-Sí, sabía, pero pensé que era algo erótico, no sé… un juego…

-Pues en realidad yo nunca supe bien para qué lo hice… solo sé que fue esa la razón de que nos separáramos…

-¿A qué te refieres?

-A que ocurrió un día en que me puse a espiar… tú estabas frente al espejo, te lavaste los dientes, te movías por la pieza, y bueno… cada cierto tiempo volvías a mirar el espejo… como que no existía el mundo, para ti… a mí nunca me había mirado con tanta atención, pensabas…

-Eso es estúpido…

-No. No lo es. Estúpido fueron esa vez las morisquetas y gestos extraños que hacías frente al espejo… movías la mandíbula, abrías y cerrabas los ojos… pero todo muy serio… y eso me asustó…

-¿Asustar? ¿Estás seguro que esa es la palabra?

-Sí, me asusté porque sentí que te desconocía… Puede parecer estúpido, pero para mí fue terrible… nunca entendí eso…

-Estaba ejercitando los músculos del rostro, hueón…

-…

-¿Te das cuenta? Lo que pasó al final es solo que no me habías visto nunca… Me desconociste porque nunca te interesó conocerme, solo cambiar de vida…

-No es eso… lo estás reduciendo todo…

-Pues es lo que se hace cuando se quiere transformar un drama en una comedia.

-¿Y por qué hay que hacer eso?

-Porque sí. Porque es más fácil… porque al final siempre vivimos con espejos falsos…

-Por suerte los quebramos entonces, al separarnos.

-No quebramos nada. Solo los cambiamos de sitio. Nos pasamos equivocando siempre en las mismas cosas.

-¿Crees eso de verdad?

-Sí. Y creo también que es mejor reír…

-¿Y por qué entonces nadie se aburre de todo eso?

-Claro que se aburren, pero hay que seguir, ja, ja… como en las películas de Woody Allen.

-¿Pero te das cuenta que es innecesario reír para decir eso?

-No sé si es innecesario… además no es tan importante, es solo como mantener encendida una luz en pleno día… no es una tragedia…

-¿Y tú puedes manejar eso?

-Claro, yo soy la mujer lámpara, ja, ja… muevo el interruptor y apago y enciendo sensaciones… La vida es así, lo que pasa es que siempre te la has tomado muy en serio…

-Es que es serio… de tanto jugar la ampolleta puede quemarse y luego no prender…

-También puede quemarse aunque no se prenda… ¿sabes…? Yo creo que ese es tu problema.

-¿Cuál?

-Quedarte a oscuras por miedo a prender la ampolleta.

-¿Y por qué crees que me da miedo encenderla?

-Porque podrías descubrir que ya no prende, y prefieres quedarte a oscuras…

-Eso es estúpido…

-Claro que es estúpido.

-Me refiero a tu teoría.

-No. No lo creo. De hecho, creo que te gusta escribir a oscuras…

-¿Escribir?

-Sí, esa es la forma en que crees que iluminas.

-¿Y no es así?

-No sé… quizá te ilumines un poco, algunas veces… pero eso no te lleva a que no sea un error.

-¿Y el error sería…?

-El error es no saber distinguir realmente qué sucede… y tener dudas sobre si lo que estamos hablando ocurre o no en un sueño…

-¿Y por qué habría de soñarte?

-Fácil, ja, ja… Porque te soy atractiva. Porque en tu imaginación doy la impresión de estar perdida y esa expresión a ti te gusta, porque crees que te manejas en lo oscuro y puedes ayudar en algo…

-¿Y yo sería como un perro lazarillo?

-No creo… serías más bien como un ciego llevando a alguien que no logra ver bien en la oscuridad… Te manejas mejor por costumbre, solamente.

-Entonces todo se resume en que soy ciego…

-No… ja,ja… ¿ya ves como ahora eres tú quien quiere resumir? Además lo dije mal, tú no eres ciego realmente… solo quieres guiar un tiempo y luego buscar que el otro crea tanto en ti que te convenza que el camino que siguen es el correcto…

-¿Entonces el problema es que me falta seguridad?

-No. El problema es que te falta amor, simplemente.

-Mmm… ¿Y tú no podrías…?

-Ja,ja… no… no podría… yo solo soy un texto.

viernes, 6 de enero de 2012

Encontrando a Wally.




Encontré a Wally. No recuerdo qué estaba buscando, pero lo encontré. Fue en medio de la multitud, por supuesto, aunque mi intención nunca fue distinguir a alguien al interior de ella. De hecho, creo que me siento más cómodo al interior de una multitud anónima, una multitud como un todo en el que es fácil disolverse, y no dejar rastro.

Con todo, el encuentro con Wally detuvo de alguna forma dicha disolución, y pronto fuimos dos individuos en medio de una multitud que parecía no vernos, y que pasaba simplemente junto a nosotros sin percatarse que aquella reunión, en el fondo, no era resultado de nada fortuito.

-Te estaba buscando –me dijo Wally, apenas me vio.

-¿A mí? –consulté.

-Sí –contestó Wally-, quería proponerte algo.

Así, decidimos alejarnos un tanto y conversar sobre su propuesta. Tomamos un par de cervezas y entonces continuó:

-Tú no sabes lo que se siente ser Wally –comenzó-. Muchos creen que es agradable esto de ser especial en medio de los otros, o la constante búsqueda de la que somos parte… pero no sabes cuánto envidio a los otros…

-¿A quiénes? –pregunté-

-A todos –me aclaró-. Pero sobre todo a esos padres y madres que no necesitan buscar a sus hijos, pues los tienen siempre a sus lados….

-No entiendo a qué te refieres.

-A qué me encuentran, es cierto –agregó-, pero así como me encuentran, terminan abandonándome, casi al mismo tiempo…

-Pero eso ya es algo –le dije, intentando darle ánimo.

-¡Algo y una mierda…! –exclamó entonces-, encontrar otro es mucho más que identificarlo… o apuntarlo con un dedo… Por eso te estaba buscando, de hecho.

-¿Y qué es lo que quieres?

-Quiero que intercambiemos ropas. Quiero que tú seas Wally y yo ser Vian, simplemente…

-¿Que yo me vista y camine entre los otros fingiendo que soy tú?

-O fingiendo que no eres nadie –completó Wally-, a nadie le interesa una mierda quién soy yo…

Yo me lo pensé un poco y seguí escuchando los argumentos de Wally, quien se mostraba desesperado.

-Sinceramente creo que no ganarías nada –le dije tras darle algunas vueltas- simplemente te ahorrarías ser identificado cada cierto tiempo…

-¡Eso ya es suficiente! –exclamó, pensando que me convencía-, eso al menos sería paz, tranquilidad… ¡No ser visto!

Así, mientras él seguía hablando, yo pensaba en esa idea de “no ser visto”, y concluí que tal vez yo ya era similar a Wally en muchas cosas, y que no valía la pena, para ninguno de los dos, realizar ese cambio.

-Creo que no lo haré –le dije finalmente-. Discúlpame.

Wally pareció venirse abajo apenas escuchó mis palabras, y comenzó a hablar apresuradamente:

-Tú no sabes lo que es vivir de esa forma –decía-. ¡Escóndeme, ayúdame a pasar desapercibido por el lado de los otros… tápame cuando vengan… protégeme…!

Fue entonces cuando sin previo aviso vi descender algo sobre el cuerpo de Wally.

En principio me había parecido una mano gigante que lo apuntó a partir de su dedo índice, desapareciendo luego de la misma forma como había aparecido.

-¿Vio usted aquella mano? –le preguntaba yo a la multitud, pero nadie parecía haber visto nada extraño, realmente.

Recién entonces, tras insistir con mis preguntas, me percaté que Wally estaba tendido en el suelo, aparentemente muerto, y que a su alrededor se había comenzado a reunir un gran número de personas, intentando auxiliarlo.

Quizá por eso –porque había una gran cantidad de personas en torno suyo-, fue que decidí alejarme de aquel lugar, y dejar a Wally enfrentar su propia suerte.

-Discúlpame –intenté transmitirle, mientras me iba-, pero supongo que a todos nos toca ser Wally, en algún momento, cuando no aprendimos a ser verdaderamente nosotros mismos…

Y es que así, supongo, es como nos llaman también a todos, en algún momento. Prácticamente por azar y sin ningún otro tipo de justificación.

Así es la vida, dicen algunos. Y se conforman.

Yo prefiero denunciarlo.

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