miércoles, 4 de enero de 2012
Berkeley (no esencial) para principiantes.
Ante todo les pido que confíen. Nada de recurrir a libros o páginas especializadas para confirmar estas palabras. Además, piensen que Berkeley no se habría tomado esa molestia y pasearía por este escrito descuidadamente, rascándose incluso o silbando distraído, pues sabido es que sufría de picazón y que no podía mantener la concentración por más de tres minutos consecutivos.
A propósito, ¿les conté que Berkeley nació con bigote?
Es raro, pero es cierto. Él lo contaba como anécdota y yo pensé que trataba de demostrar con ello alguna de sus ideas, pero lo cierto es que se trató de un hecho concreto, documentado incluso por el pequeño hospital de Dysert, en Irlanda.
Con todo, lo extraño del bigote, tras ser afeitado por su madre –supongo que le incomodaba al dar de mamar al pequeño-, es que no volvió a salir, y más allá de los testimonios que el filósofo podía recopilar, éste no logró comprobar de ninguna forma empírica directa, que aquel conjunto de pelos presentes en su primera etapa de vida, fuese el centro de un hecho verdadero.
Ahora bien, debo reconocer que me gusta recordar este hecho pues sin duda está vinculado con el centro de las propuestas hoy en día asociadas a este pensador, y que dicen relación con la forma en que existiría el mundo para Berkeley, es decir, dado exclusivamente a partir de las percepciones de un sujeto, las que permitirían a su vez, pasar a formar parte de aquello que entendemos como conocimiento humano.
Pero volvamos mejor al bigote, para no aburrirnos. Y agreguemos incluso a la imagen tradicional que se tiene del filósofo, el dibujo artesanal del mostacho perdido.
(Yo mismo lo estoy haciendo ahora, en mi imagen mental)
¿No creen que se ve más simpático?
O sea, a mí en lo particular me cae bien igual, porque me agrada la justificación que da de Dios en sus escritos, pero con bigote cae bien hasta si te lo encuentras caminando por la calle mirando el mundo, ese mismo que en un principio, pensó, solo existía en sus sentidos.
Y es que era imposible que algo existiese -pensaba Berkeley-, si alguien no lo estaba percibiendo. Y claro, ahí estaba Dios, para que el mundo no desapareciese, percibiéndolo todo el tiempo para que nosotros pudiésemos preocuparnos de otras cosas más importantes, en vez de ser los responsables directos de la existencia de cuánto nos rodea…
Pero, ¿qué pasó con el bigote de Berkeley? ¿Dios dejó de percibirlo y entonces aquel bigote se desvaneció sin dejar rastro alguno? ¿Es ese el secreto…?
Mmm… Yo creo que no, sinceramente.
Y creo además que no es tan simple.
Quizá suene absurdo, pero para afirmar aquello me baso en los dos últimos libros escritos por Berkeley, luego de intentar desarrollar un proyecto educativo en las islas Bermudas. Se trata de dos libros donde aborda las virtudes medicinales de la infusión de resina de pino.
¿Suena estúpido?
Pues me crean o no los libros son excelentes.
Nada de diálogos, ni respuestas herméticas a Locke, ni ironías a los empiristas. Simplemente virtudes medicinales de la infusión de resina de pino (en el primer libro) y nuevas virtudes medicinales de la ídem (en el segundo).
Ahora bien, ¿por qué son excelentes?
Sencillo: porque refutan toda su teoría. Porque hablan de esencias, de virtudes privadas, de propiedades independientes… De virtudes que incluso no pueden ser percibidas, salvo por la infusión de resina de pino misma…
Es decir, Berkeley vino a decir que sí existen cosas fuera de la percepción de un otro, y que no pueden pasar a formar parte, desde este punto de vista, del conocimiento humano, aunque existen ciertamente, como propiedades de las cosas mismas.
Así, finalmente, el bigote del cuál hablábamos anteriormente, vuelve a tener esperanzas de vida –o esperanzas de existencia, más bien-, y todo aquello que fue perdido y que parecía ya inexistente para un sujeto, pasa también a tener una leve esperanza de existencia en sí mismo: en la cosa.
De hecho –y con esto me gustaría terminar-, la última virtud a la que hace mención Berkeley en estos libros, es la regeneración capilar del bello facial, y el consiguiente fortalecimiento –según él-, del proceso de madurez del hombre. Tanto así que podría conducirlo a la renovación de conceptos que ya son obsoletos, sobre el conocimiento humano.
¡Todo por un bigote…!
A propósito, ¿les conté que Berkeley nació con bigote?
Es raro, pero es cierto. Él lo contaba como anécdota y yo pensé que trataba de demostrar con ello alguna de sus ideas, pero lo cierto es que se trató de un hecho concreto, documentado incluso por el pequeño hospital de Dysert, en Irlanda.
Con todo, lo extraño del bigote, tras ser afeitado por su madre –supongo que le incomodaba al dar de mamar al pequeño-, es que no volvió a salir, y más allá de los testimonios que el filósofo podía recopilar, éste no logró comprobar de ninguna forma empírica directa, que aquel conjunto de pelos presentes en su primera etapa de vida, fuese el centro de un hecho verdadero.
Ahora bien, debo reconocer que me gusta recordar este hecho pues sin duda está vinculado con el centro de las propuestas hoy en día asociadas a este pensador, y que dicen relación con la forma en que existiría el mundo para Berkeley, es decir, dado exclusivamente a partir de las percepciones de un sujeto, las que permitirían a su vez, pasar a formar parte de aquello que entendemos como conocimiento humano.
Pero volvamos mejor al bigote, para no aburrirnos. Y agreguemos incluso a la imagen tradicional que se tiene del filósofo, el dibujo artesanal del mostacho perdido.
(Yo mismo lo estoy haciendo ahora, en mi imagen mental)
¿No creen que se ve más simpático?
O sea, a mí en lo particular me cae bien igual, porque me agrada la justificación que da de Dios en sus escritos, pero con bigote cae bien hasta si te lo encuentras caminando por la calle mirando el mundo, ese mismo que en un principio, pensó, solo existía en sus sentidos.
Y es que era imposible que algo existiese -pensaba Berkeley-, si alguien no lo estaba percibiendo. Y claro, ahí estaba Dios, para que el mundo no desapareciese, percibiéndolo todo el tiempo para que nosotros pudiésemos preocuparnos de otras cosas más importantes, en vez de ser los responsables directos de la existencia de cuánto nos rodea…
Pero, ¿qué pasó con el bigote de Berkeley? ¿Dios dejó de percibirlo y entonces aquel bigote se desvaneció sin dejar rastro alguno? ¿Es ese el secreto…?
Mmm… Yo creo que no, sinceramente.
Y creo además que no es tan simple.
Quizá suene absurdo, pero para afirmar aquello me baso en los dos últimos libros escritos por Berkeley, luego de intentar desarrollar un proyecto educativo en las islas Bermudas. Se trata de dos libros donde aborda las virtudes medicinales de la infusión de resina de pino.
¿Suena estúpido?
Pues me crean o no los libros son excelentes.
Nada de diálogos, ni respuestas herméticas a Locke, ni ironías a los empiristas. Simplemente virtudes medicinales de la infusión de resina de pino (en el primer libro) y nuevas virtudes medicinales de la ídem (en el segundo).
Ahora bien, ¿por qué son excelentes?
Sencillo: porque refutan toda su teoría. Porque hablan de esencias, de virtudes privadas, de propiedades independientes… De virtudes que incluso no pueden ser percibidas, salvo por la infusión de resina de pino misma…
Es decir, Berkeley vino a decir que sí existen cosas fuera de la percepción de un otro, y que no pueden pasar a formar parte, desde este punto de vista, del conocimiento humano, aunque existen ciertamente, como propiedades de las cosas mismas.
Así, finalmente, el bigote del cuál hablábamos anteriormente, vuelve a tener esperanzas de vida –o esperanzas de existencia, más bien-, y todo aquello que fue perdido y que parecía ya inexistente para un sujeto, pasa también a tener una leve esperanza de existencia en sí mismo: en la cosa.
De hecho –y con esto me gustaría terminar-, la última virtud a la que hace mención Berkeley en estos libros, es la regeneración capilar del bello facial, y el consiguiente fortalecimiento –según él-, del proceso de madurez del hombre. Tanto así que podría conducirlo a la renovación de conceptos que ya son obsoletos, sobre el conocimiento humano.
¡Todo por un bigote…!
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