Vaya uno a saber cómo empiezan las cosas.
O si empiezan o no.
O si todo se repite.
Yo creo que empiezan, de todas formas.
Lo que no sé es cuándo.
Ni cómo.
Ni por qué.
Hoy por ejemplo me invitaron a un zoológico.
Habían salido de sus huevos un gran número de pequeños cocodrilos.
Nueve, para ser exacto.
Entonces me llamaron.
Querían que sacara unas fotos y escribiera una historia.
Y yo fui.
Saqué las fotos.
Escribí la historia.
Conocí a los cocodrilos.
Entonces vino la madre de las crías a plantearme que estaba molesta.
Y me mordió un tobillo.
Llamaron a los guardias.
Convencieron a la madre.
Liberaron mi tobillo.
Por suerte, la madre tenía un problema en algunos de sus dientes.
Y solo fueron necesarios cuatro puntos de sutura.
Tuve entonces que firmar un papel para declararme culpable.
No quise hacer problemas.
Tenía sed.
Me dieron que era normal tener sed, después de la mordida.
Me dieron un par de cervezas.
Las tomé.
Pasaron las horas que debía permanecer en reposo.
Entonces llegó una mujer que alegaba.
Ella decía que la historia que yo había escrito no era para niños.
Es una historia triste y absurda, me dijo.
Y me la leyó en voz alta.
Yo le dije entonces que la vida era justamente triste y absurda.
Pero ella me gritó que no, y que yo era un auténtico amargado.
Yo le di las gracias.
Era una ofensa, me aclaró entonces.
Yo le aclaré que lo mío era ironía.
Así pasó un buen rato.
Finalmente ella dijo que no podía publicar mi historia, pero que se quedaba con las fotos.
Yo le dije que hiciera lo que quisiera.
Además nunca cobro por mis escritos.
Entonces entró corriendo un veterinario.
Me costó al principio, pero luego entendí lo que quería decir.
Las crías habían muerto, dijo.
Eso es absurdo, alegaba la mujer.
Y triste, agregué yo.
No era fácil la reproducción en cautiverio, comentó un tercero.
Luego hablaron de algunas cosas técnicas.
En especial de la reacción que habían tenido las crías con las vacunas suministradas.
Luego se quedaron en silencio.
¿Ahora sí va a publicar la historia? Le pregunté a la mujer.
Ella se enojó por la pregunta, pero luego lo pensó.
Quizá no sería mala idea, me dijo.
Luego llegó más gente y trajeron las crías.
Estiraron los cuerpos sobre una mesa de metal.
Me pareció ver que una de las crías se movía, pero no dije nada.
Parecía una venta de muñequitos de goma.
Nadie estaba triste realmente.
Peor aún, pensé, ni siquiera aparentan estarlo.
Miré entonces mi tobillo y saqué los puntos de sutura.
La herida sangró nuevamente.
Pensé en la madre cocodrilo, en sus dientes y hasta en el corazón de los hombres.
Nadie sabe cómo comienzan las cosas, me dije.
El origen de todo. La razón de todo.
Así, sin despedirme de nadie, me fui del lugar.
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