lunes, 2 de enero de 2012

Vian y Ricitos de Oro.



Miente quien cuenta la historia de otra forma.

Vino Ricitos, comió mis gnocchi, bebió mis cervezas, y leyó mis libros.

Nadie la invitó, que quede claro.

Es cierto, limpió un poco y planchó mis ropas, pero desde que se metió a mi cama no hay quien la saque.

Así, desde aquel lugar, me pedía libros, principalmente los rusos.

De hecho, terminó en pocos días con Tolstoi, Chejov, Turgueniev y Bulgakov.

-De Dostoievski prefiero su vida a sus libros –me dijo un día.

Yo no entendí a qué se refería.

- ¿Sabías que violó a una niña como de mi edad? –me preguntó luego, con una mirada extraña.

-Él se lo contaba a sus amigos –continuó-, solo después logró su mejor escritura.

Entonces Ricitos deja un espacio en la cama, mientras levanta las sábanas y me invita a su lado, quitándose la ropa.

-Tú podrías ser un poco como Dostoievski –me dijo en esa oportunidad, entre algunos gemidos.

Yo quise entonces distinguir bien a la chica que me hablaba. Y es que Ricitos, pasaba de ser una niña pequeña a una mujer totalmente diferente, en cosa de segundos.

-¿Quién eres? –le pregunté por fin.

-Soy Ricitos –me contestó.

Y claro, recuerdo que fue aquella oportunidad, la primera en que terminamos durmiendo juntos. Y yo dejé de preguntarme cosas.

Con todo, no tuvimos sexo con Ricitos. Recuerdo algunas veces en que le mordí la espalda o que nos tocamos mientras nos dormíamos, pero lo cierto es que todo aquello tenía más de juego que de hecho concreto, y sucedía en un clima en el que permanecía adormecido.

Y es que estar con Ricitos era como permitir una intimidad invasiva. Ella venía, se paseaba por tu interior, y supongo que iba comiendo una a una las sensaciones que estaban servidas en los platos.

-Me vas a dejar vacío –le dije un día, en que intuí lo que estaba sucediendo.

-Estarás mejor entonces –me dijo ella, volviendo a utilizar su voz de niña.

La forma de permanecer, sin embargo, que tenía Ricitos, era casi la de un bulto; tanto que hoy, de hecho, es la única forma en que permanece en casa.

No faltará quién me acuse y diga que se trata de una niña y prefiera hablar de la inocencia y hasta de asesinato, asegurando que el cuerpo de Ricitos comienza a pudrirse, ahí sobre la cama.

Yo, de todas formas, prefiero que hablen a que murmuren a escondidas, y, como verán, no tengo problemas en contar mi propia versión de lo sucedido.

Y es que finalmente, Ricitos sigue ahí, imperturbable… cambiando a cada momento su apariencia, pero asemejándose cada vez más una anciana moribunda que hubiese decidido, antes de morir, ponerse una peluca rubia.

-¡No quería este final para ti…! –le digo entonces, mientras muerdo su espalda.

Por último, esa misma noche, volteo el cuerpo de Ricitos… y comienzo a comprender.

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