jueves, 5 de enero de 2012
¿Han pensado qué puede llegar a entristecer a una nube?
Lo pregunto porque yo lo he hecho y he llegado a conclusiones que me perturban.
Por ejemplo, he pensado en el juego que tenemos los humanos de encontrarle formas a las nubes.
¿Lo han jugado?
Me refiero a mirar las nubes y, a partir de elementos que nos resultan cotidianos, buscarles parecido: una nube como un dinosaurio, otra como un barco, o una con la forma de una sandalia romana, por poner ejemplos.
Y es que más allá de lo agradable o no que sea aquello con lo que asimilemos una nube, me he preguntado qué tan agradable puede ser que nuestro interés para los otros esté dado por algo que está fuera de nosotros. Es decir, ¿por qué no conformarnos con la forma que por sí tiene cada nube? O en otras palabras: ¿qué ocurre si entristecemos a una nube que simplemente quería ser igual a sí misma?
Podría contarlo a partir de una historia o un cuento de esos que parecen para niños, pero me gustaría que esta vez hicieran ustedes mismos el proceso y se pusieran en el lugar de aquella nube… ¿se dan cuenta lo hermoso que es ser querido por lo que somos nosotros mismos?
Y no me refiero con esto a ser querido por los otros, necesariamente, sino a querernos nosotros mismos incluso, y estar contentos con aquello que somos: con nuestra propia forma.
Así, debiésemos preguntarnos quizá, sobre qué vemos cuando miramos aquello que nos rodea y qué vemos, por cierto, cuando nos miramos a nosotros mismos.
Y es que en todo lo que vemos debemos aprender a mirar también lo que no vemos, y cuestionarnos alguna vez sobre aquello que no queremos ver, y que muchas veces es la forma verdadera –llámele esencia usted si quiere-, de aquello que existe en, o junto a nosotros…
Aprendamos entonces a ver nubes en las nubes, y alegrémoslas incluso, reconociendo las diferencias que existen entre ellas.
Por último, recordemos también qué es lo que estamos viendo cuando observamos a un hombre y sigamos este mismo proceso.
Y es que la verdadera imaginación no es aquella que nos aleja de los otros, o de las cosas -o hasta de nosotros mismos-, buscando relaciones externas… sino aquella que nos permite ponernos en el lugar del otro y preguntarnos cómo valorar lo que realmente somos, y buscar propiciar así la alegría de ser finalmente aquello a lo que fuimos llamados, desde el interior de los otros, y de nosotros mismos.
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¿Algo así como un hombre con la forma de un ser humano...? quedo sintiendo, no pensando
ResponderEliminarEpígrafe tardío de Pico de la Mirándola, encontrado por casualidad luego de escribir el texto:
ResponderEliminar"Nec certam sedem, nec propriam faciem, nes munus ullum peculiare tibi
dedimus, o Adam, tu quam sedem, quan faciem, quae munera tute optaveris,
ea, pro voto, pro tua sententia, habeas et possideas. Definita ceteris natura intrapraescriptas a nobis leges coerceteur. Tu, nullis angustiis coercitus, pro tui arbitrio,
in cuius manu te posui, tibi illam praefinies. Medium te mundi posui, tu
circumspiceres inde commodius quicquid est in mundo. Nec te caelestem neque
terrenum, neque mortalem neque inmortalem fecimus, tu tui ipsius quasi arbitrarius
honorariusque plates et fictor, in quam malueris tute formam effigas..."
como se llama el arte de enconrarle formas a las nubes ?
ResponderEliminar