lunes, 31 de agosto de 2015

Un mes armando muebles chinos.


Trabajé un mes armando muebles chinos.

De esos que vienen en cajas y donde cada pieza responde a un código.

Como te pagaban por mueble armado ganaba apenas una mierda.

Tres veladores y un escritorio me alcanzaban recién para el almuerzo.

Los que hacía en la tarde se transformaban en cerveza.

No era tan complejo, es cierto, pero yo era torpe.

Todavía soy torpe.

También teníamos un supervisor que nos veía trabajar

Él también ganaba comisión, así que de vez en cuando se lo tomaba en serio.

Fue como en mi tercera semana cuando llegó un camión naranjo directo desde el puerto.

Traía una partida de muebles chinos aparentemente a mejor precio.

Tenían un pequeño detalle, pero no era serio, dijeron.

Finalmente, resultó que los muebles esos venían sin instrucciones y tampoco traían el dibujo del modelo que debíamos armar.

Comenzó entonces el problema.

Los seis que trabajábamos ahí terminamos creando un mueble distinto.

Aunque claro, a todos nos sobraron piezas.

Yo, por ejemplo, hice un mueble de libros y me sobraron seis.

Pero ya nadie compra muebles de libros.

Tampoco libros.

Ya fuera del trabajo se enteré que los muebles sin instrucciones resultaron ser escritorios para niños.

Nadie siguió trabajando ahí.

Nadie armó uno nunca de esos.

domingo, 30 de agosto de 2015

Sopas chinas.


Compro siempre sopas chinas.

De esas que vienen con sobres de condimentos y de verdura deshidratada.

No es solo por el sabor, sino por el rito ese de ver crecer los trocitos de verdura.

Hoy por ejemplo preparé una de algas.

Era un poco más fina que las habituales, pero el sistema era el mismo.

Un sobre con picante y especias.

Otro sobre lleno de polvo y pequeños trocitos verdes.

Entonces añado agua caliente y revuelvo.

No toma más de cinco minutos.

Durante ese tiempo, por cierto, me concentro viendo crecer las verduras.

Nunca sabes qué va a salir.

Esta vez salieron algas y trozos de pimentón.

Las hojas de alga alcanzaban hasta diez centímetros, luego de haberse hidratado.

Antes me sorprendía este proceso.

Incluso podría decirse que me emocionaba, ver crecer las verduras.

Hoy, en cambio, me sorprenden cosas más sencillas.

Que alguien pose acá los ojos, me sorprende.

Cosas simples, decía.

Tostar el pan.

Ver hervir el agua.

El sabor mismo de la sopa, por ejemplo.

Con todo, mis amigos dicen que esas sopas no son naturales.

Deben tener razón, no lo niego.

Igual les invito un plato, cuando vienen por acá.

Nunca lo rechazan.

A veces, según el tipo de sopa, agrego un huevo.

sábado, 29 de agosto de 2015

Encuentros con la Mentira.


Ella se casó con la Mentira a los 27 años.

Se vistió de blanco e invitó a varios que también la conocían y no le hacían asco.

Fueron a Punta Cana y como a los dos años tuvieron un hijo.

La Mentira y ella hicieron lo que los padres hacen y lo criaron a su manera.

Hoy el hijo tiene algo así como 7 años.

Ni siquiera sé cómo se llama.

La última vez que hablé con ella fue poco antes que se casara con la Mentira.

Quería saber si sabía con quién se casaba y me pareció que sí.

Al parecer había hecho cálculos y decidió casarse con la Mentira fingiendo que no sabía quién era.

Yo se lo recriminé y alegó que todos nos casábamos bajo la misma circunstancia.

Ya me casé con la Mentira cuando me recibí de enfermera, me dijo.

Y cuando me compré ese televisor grande que estaba en la sala, agregó.

Yo no pude sino admitir que era cierto.

Incluso admití mis propias faltas.

Posteriormente la Mentira también se casó con unos amigos y hasta comenzaron a trabajar para ella.

Otros le dedicaron la vida entera.

Hubo tiempos en que dolió enterarme.

Otros simplemente me daba asco.

Después de todo, la Mentira era también una marca que se había tomado la ciudad entera.

Autos y casas la Mentira.

Desodorante ambiental la Mentira.

Globos con forma de corazón la Mentira.

Siempre estaba donde quisieras mirar.

Quizá fue por todo eso que decidí irme de aquí hace unos dos meses.

No se lo dije a nadie, pero de algún modo la Mentira se enteró.

Vino e intentó convencerme.

Me dijo que ella era el único camino.

Que sin ella no se aguanta.

Que yo ya sabía que era cierto.

Y bueno… casi me convence, es cierto.

Pero también es cierto que cayó en la trampa.

Sé quién es y sabe quién soy, en resumen.

Y eso duele, lo admito… pero es mejor que nada.

viernes, 28 de agosto de 2015

¿Qué historia?


¿Qué historia?

Pues mira…

Imagínala si quieres con un protagonista como vos.

En un contexto como este.

Con problemas similares a los tuyos.

No me compliques más allá.

Te lo digo en serio.

Hay cosas más importantes que leer una historia.

Eso nunca asegura nada.

Aunque te emocione hasta las lágrimas.

Aunque sus temas te parezcan trascendentes.

Aunque sus palabras se claven en ti como alfileres.

No busques el camino fácil.

No seas cómodo.

Pídeme mejor otra cosa.

Una receta de cocina.

El nombre de una fruta exótica.

Una clave para un puzzle.

Además yo también estoy cansado.

Siempre, digamos, pero desde hace un tiempo más.

Apenas hilo frases.

Apenas busco por ahí.

Apenas trato de mantenerme limpio.

Lo peor es que descansaría un poco…

Descansaría pero vos no sabrías valorar mi silencio.

Te escribo hace años y aún no te arriesgas a creer en mí.

Nada de esto es otra cosa que un regalo.

Incluso las malas palabras.

Incluso las fomes.

Incluso las trabas que hoy por hoy surgen a cada rato.

No te lo digo con rabia, pero trata de hacerte cargo.

Sal y mira la luna.

Busca el sentido en otro lado.

¿Quieres un final, ahora?

Pues tengo una idea.

Haz el esfuerzo y escríbelo tú mismo.

jueves, 27 de agosto de 2015

Mi primer robo.


Mi primer robo fue un trozo de papel celofán. Ocurrió cuando iba al jardín de niños. Nunca había visto uno y lo saqué desde el escritorio de la tía que estaba a cargo de nuestro curso. Se llamaba María Luisa.

Yo pensaba que era un gran robo. Creía que se trataba de una especie de papel único, al que nadie tenía acceso. Así, temeroso de utilizar de mala forma aquel papel, me tomé varios días antes de atreverme siquiera a mirarlo.

Ya a solas, en casa, saqué el papel del escondite y me dediqué a contemplarlo. Descubrí, por ejemplo, que mirando a través de él podías estar bajo el agua… o en un lugar lejano.

Y sí… sé que eran observaciones obvias, pero a esa edad y siendo además mi primer robo, cada cosa que percibía me parecía un secreto trascendente.

Por lo mismo, comencé a sentir cierta culpa por haber robado aquel papel. Me refiero a que, como creía que se trataba de un objeto tan especial, pensaba que podía haber ocasionado un gran daño a quien se lo había robado.

Así, recuerdo que pasaron un par de días en que intenté devolver lo robado, aunque sin ningún tipo de éxito.

Con el paso de los días, claro, ocurrió que en el jardín nos hicieron trabajar con papel celofán, con lo que me desencanté rápidamente de la importancia de aquel papel  y vi que se trataba -al menos económicamente-, de algo menor.


Lo mismo se produjo, con el tiempo, en una serie de eventos que abarcan una gran variedad de ámbitos… pero claro, esos eventos, por supuesto, no son parte de esta historia.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Piedras sobre el techo.



Siempre caen piedras sobre el techo.

Por lo mismo, supongo que alguien debe lanzarlas.

A veces de madrugada.

A veces a medianoche.

A veces durante un almuerzo de fin de semana.

Ya ni siquiera nos preguntamos quién será.

Las escuchamos caer, y seguimos comiendo.

Puede ser una piedra…

O pueden ser varias, por cierto…

Y es que ni siquiera eso, hoy en día,
viene a significar algo trascendente.

Se vaciaron de significado, podríamos decir.

Eso es lo que pasa.

Nada de intención.

Nada de objetivos.

Nada de significados.

Y hasta preferimos pensar que las piedras llueven,
a aceptar que hay alguien, concreto y objetivo,
lanzando todo aquello
contra nosotros.

No es agresividad, decimos.

No nos ha pasado nada, concluimos.

Así,
lo único que hacemos
es subir cada cierto tiempo hasta el techo
y sacar las piedras que han arrojado.

No reclamamos por eso.

Pensamos que es una labor más
y dejamos hasta ahí las cosas.

Para evitar esto, sin embargo,
un grupo de personas contrató
un buen servicio de cámaras,
para descubrir al menos quiénes
estaban detrás de aquello
que terminaba con las piedras sobre el techo.

No sabemos bien por qué, pero todas las grabaciones
salieron algo defectuosas.

Rostros desenfocados.

Movimientos discontinuos.

Colores poco claros.

Así, en resumen,
volvimos simplemente a sacar las piedras
y hacer como si nada de esto
estuviese ocurriendo realmente.

Esas fueron, en definitiva,
nuestras únicas conclusiones.

Dejarlo todo de esa forma.

Seguir
en lo que estábamos.

martes, 25 de agosto de 2015

Un puente de madera.


Encontramos en el bosque
un puente de madera.

En la altura.

De hecho,
pasaba por las ramas más altas
de un gran número de árboles.

Miramos el puente.

Hablamos.

Ella me dijo
que nunca había visto un puente
como ese.

Yo le dije lo mismo,
pero mentí.

Subimos con cuidado.

Soplaba un viento tibio.

El bosque estaba húmedo.

Así, llegamos hasta el puente.

O más bien,
llegamos hasta uno,
de los extremos de ese puente.

Desde él podía verse
gran parte del bosque.

Tal vez nos besamos.

Tal vez solo fuimos sinceros.

Como habíamos llevado
un termo con chocolate,
nos servimos unos vasos
sentados en el puente.

Ni siquiera,
pienso ahora,
hicimos el más mínimo intento
de cruzarlo.

Desde el puente, sin embargo,
nos detuvimos a observar
una serie de detalles.

El nido de unos pájaros.

La carrera de unas ardillas.

Unas hojas con diseños
que nunca habíamos visto.

Así,
se nos fue pasando el tiempo
hasta que oscureció.

Dejamos de ver los árboles.

Se nos volvieron invisibles
los animales.

Y hasta se nos acabó
al poco rato
el chocolate caliente.

Hubo un viento fuerte en ese instante.

Unos cuantos ruidos,
Ppoco más.

Ella cayó produciendo ruidos secos.

Yo,
sinceramente,
no lloré su muerte.

lunes, 24 de agosto de 2015

Esos tipos de allá.


Esos tipos de allá
están lloriqueando
desde la mañana.

Lloriquean para no moverse.

Lloriquean porque sale el sol.

Lloriquean porque nada saben
de sus mujeres.

La imagen es patética.

A veces incluso emiten gemidos.

A veces se arrancan el pelo con las manos.

A veces oscurece
y ellos están
en la misma posición.

No se ven sus rostros
desde aquí.

Tampoco tengo idea
de sus nombres.

Solo sé que están ahí
lloriqueando desde la mañana.

Quizá debiese acercarme a ellos.

Quizá debiese llevarles una taza de té.

Quizá debiese contarles dónde han ido sus mujeres.

Nada de esto hago,
sin embargo,
finalmente.

Espero.

Vuelve entonces a salir el sol
y ellos siguen lloriqueando.

El viento levanta arena
que se deposita
sobre sus sombras.

Apenas se mueven.

Apenas alcanzo a distinguirlos.

Apenas se diferencian
los unos de los otros.

Sobre una roca plana
se ven los restos de un pescado.

Nadie se acerca a ellos.

Nadie los observa desde lejos.

Nadie les dedica unas palabras.

Si hubiese aquí un reloj
ya se habría descompuesto.

Si hubiesen buitres
tal vez
darían vueltas sobre ellos.

Sobrevaloraron su corazón
y sus sentidos.

Esos tipos de allá
son todo lo que queda
de este mundo.

domingo, 23 de agosto de 2015

Todo el mundo tiene brazos (Tal vez necesitas otro mundo)

“Total tu hombre es un filósofo,
y no se dará ni cuenta”
D.


La culpa fue de ella porque se confundió. Porque en vez de pedir hora con un psicólogo le terminó contando sus problemas a una especie de filósofo.

Yo vi todo porque estaba en el bar, al fondo, fingiendo que tomaba unos apuntes desde un libro de Sam Shepard.

El resumen que anoté (de la conversación, no del libro de Shepard) es más o menos así:

Ella: (Sollozando) Lo que pasa es que no puedo estar sin él… Ni siquiera sé cómo explicarlo… Siento que necesito su voz… que necesito sus brazos…

Él: (Con aire de superioridad) Todo el mundo tiene brazos.

Ella: No me entiendes… El mundo no tiene sus brazos… solo él tiene sus brazos…

Él: Entonces tal vez necesitas otro mundo…

Ella: ¿Qué mundo?

Él: Un mundo en el que sus brazos sean los de otro…

Ella se quedó un rato en silencio, como si buscase la lógica de esa frase, y poco después alguien puso una canción en una máquina que no me dejó seguir la conversación.

Además, debo confesar que la letra me distrajo, y me puse a anotarla, para que no se me olvidara:

“Vente nena a dar una vuelta,
que te lameré hasta el esófago
total tu hombre es un filósofo
y no se dará ni cuenta…”

Así, un poco confundido con la canción, con la conversación arriba resumida y con un par de poemas de Shepard, terminó revolviéndose mi estómago y tuve que ir al baño, a vomitar un poco.

De regreso, por cierto, ya no estaba ni la chica, ni el filósofo, ni sonaba ya canción alguna.

Entonces, aún mareado, le pedí a la garzona la cuenta y le pregunté de paso por quién cantaba la canción anterior.

-¿No lo conoces? –me preguntó.

-No –contesté yo.

-Pues la canta Dionisio, el de las manos frías –me dijo.

-Ya –dije yo. Y anoté el nombre.

Cuando salí del bar, minutos después, me fijé que fuera de él estaba la chica, todavía escuchando palabras del que se creía filósofo.

-Tienes que buscar otro mundo –le decía-, otro mundo…


sábado, 22 de agosto de 2015

La cola del perro de Alcibíades.



-Creo que fue Alcibíades –me dijo-, el general que cortó frente al pueblo ateniense la cola de su perro.

-Hueón malo –dije yo.

-Hueón práctico, mejor dicho… -me explicó-, pues lo hizo para que hablaran del perro y no de otros problemas más graves de su gestión…

-Ya -dije yo.

-El punto es que, con el tiempo, la leyenda sobre de la cola del perro de Alcibíades fue aplicándose en distintos ámbitos… la menciona Maquiavelo, Schopenhauer… y creo que hasta Wingarden…

-¿Wingarden?

-Sí, pero desde el lado más sicológico… creo que él habla de un Alcibíades interno… que operamos de esa forma, o algo así, ante ciertas situaciones…

-¿Todo internamente?

-Sí… creo que eso dice… un Alcibíades interno le corta el rabo a un perro interno y ante un pueblo que también es interno…

-…

-El problema, sin embargo, –siguió-, es que aunque imaginario, el perro al que le cortas el rabo solo tiene uno…

-Luego podrías cortarle las patas -agregué.

-Puede ser… pero supongo que la cola era algo accesorio, y era menos terrible, después de todo.

-A lo mejor también podría haber funcionado con chistes… o con cosas absurdas…

-…

-Como pintarle la cola en vez de cortársela, o algo así...

-O escribir en un blog –atacó-. Al menos como en el último tiempo…

-…

-¡Aaaaaggghhh…! –gritó el, mientras le cortaba un brazo.

viernes, 21 de agosto de 2015

Esos juegos donde unes puntos.


Suena un gato.

Se oye el viento.

Alguien pisó unos lentes.

No fume en el ascensor.

La lluvia se fue de pronto.

La última página del libro.

Abrimos desde las 6:15.

Las galletas se molieron antes de sacarlas.

Eso fue años atrás.

La mañana está húmeda.

Esa pieza no va ahí.

Usted podría saludar.

La madrastra no era mala.

Cortaste la foto, no lo niegues.

Las botellas están vacías.

Se te enredó algo en el pelo.

Te viene bien, el silencio.

Esos juegos donde unes puntos.

La voz más desagradable que he escuchado.

No sé bien si te entiendo.

Los botones están a la vista.

Te olvidas del control remoto.

Solo me gustó la primera historia.

No voy a repetirlo.

Obviamente sé que está mal escrito.

Parece que se quemó la ampolleta.

Podrías entender, si quisieras.

¿Esa pistola lanza agua?

La ventana está trizada.

Se llenó de moscas.

Tú viste lo mismo que yo.

El orden no soluciona nada.

La verdad está siempre a la vista.

Yo no voy a lavar los platos.

¿Has entendido algo?

Alguna vez solucioné esos puzles.

El sol vuelve a salir por donde siempre.


Vuelve a sonar un gato.

jueves, 20 de agosto de 2015

Haces o no un bote.


Haces o no un bote. Eso piensas, pero no decides. Estás viejo, pero quedan fuerzas. Ellos dicen que no estás bien, que te detengas un poco, que pienses las cosas. Te acercan una silla. Llaman a tus hijos para que hablen contigo. Tú no hablas. Esos tal vez no sean tus hijos. Además el bote no es necesariamente mala idea. Te ejercitas. Calculas. Gastas tu última fuerza. Además nunca se sabe. No te tragas las pastillas. No renuncias a tu idea. Eso ocurre mientras las voces siguen un mismo discurso. Dicen que son tus hijos. Uno de ellos te lama loco. Debes reconocer que la voz se parece. Hablan de mamá. Hablan de tus años. Mencionan a aquellos que te cuidan. Luego te dejan solo. Haces o no un bote. Eso piensas. Si el bote es grande, caben incluso los que te piden abandonar la escena. Ojalá lo entiendan. Ojalá te dejen explicar. A escondidas tienes el plano, además. Lo dibujaste hace unas noches. Ellos tienen que escucharte. Tú los escuchaste, en su momento. Piensas en las tablas. En la pintura para el revestimiento. Piensas en la muerte, incluso. Arrancar de la tierra y quedar sobre el agua. Con los tuyos ¿Quiénes eran los tuyos? ¿Cuánta pintura bastará para el revestimiento...? Eso piensas mientras comienza la noche. Esta vez te olvidaste y tomaste las pastillas. Vas a dormirte en un momento aunque no quieras. Tal vez construyas un bote. Tal vez vuelvas a despertar.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Viene una luz y no dice.


I.

Viene una luz y no dice.

No necesita decir.

Me gasto la vida descubriendo aquello.

Luego lo digo:

Viene una luz y no dice.

No necesita decir.


II.

Conté piedras varios años.

Eso fue lo que hice.

Cuando llegué a la mil comprendí que no sabía, qué es lo que estaba contando.

Luego llegué a la diez mil y me di cuenta que seguía sin saber.

Para cuando llegué a la cien mil ya había aceptado que aquello era algo que nunca sabría.

Arrojé entonces las piedras hacia los vidrios de las catedrales.

Conté ciento doce catedrales.

Creo que logré acertarles a todas.

Eso también ocurrió por varios años.

Finalmente, me detuvieron unos hombres que me preguntaron quién era.

Yo no supe qué decir.


III.

No hay peor ejemplo que uno mismo.

Sobre todo para uno mismo.

Tal vez la luz lo sabe y por eso nada dice.

Y claro… yo intento comprender aquello.

Dibujo los contornos de mi sombra dando la espalda a la luz.

Eso es todo lo que hago.

Los que preguntaban quién era ya me han dejado en paz.

Nunca pedí otra cosa.

Mis bolsillos y mis ojos están llenos de vidrio.

Viene una luz y no dice.

No necesita decir.

martes, 18 de agosto de 2015

Un gato con un papel en el hocico.



Viene un gato con un papel en el hocico.

Se detiene frente a mí, a unos pocos pasos.

Nos miramos.

Yo creo que quiere hablar, pero no puede justamente por lo del papel en el hocico.

Le doy un tiempo.

Lo espero.

Él se sienta.

Mientras lo espero reviso unas pruebas del colegio.

Pasa media hora y reviso dos.

Por un momento se me olvida lo del gato.

Entonces vuelvo a mirarlo.

Al parecer, el gato ni siquiera se ha movido.

Aún tiene el papel en el hocico.

Así, como confío en su quietud, aprovecho de hacer algunas cosas.

Ordeno, reviso otra prueba, preparo comida.

Nada muy especial, por cierto.

De vez en cuando vuelvo a mirar al gato, pero él sigue ahí, como si nada.

Finalmente vuelvo a mi posición y lo observo.

Él me sostiene la mirada.

Es un gato gris que a veces he visto, rondando la casa.

Todavía tiene el papel en el hocico.

Para romper la situación me levanto a poner música.

Pongo un disco de los Beach Boys.

Doy vuelta el disco.

Se acaba.

Finalmente, me decido a acercarme a gato.

Un paso corto.

Luego otro.

El gato no se inmuta.

Así, más confiado, acerco la mano y él me extiende el papel, con el hocico.

El papel esta húmedo y parece haber estado escrito.

Lamentablemente, la letra se ha vuelto borrosa y resulta ilegible.

No logro leer nada, salvo la primera palabra, que era “Vian”.

Intento preguntarle al gato, pero él no sabe o no responde.

Igual se queda, para ver mi fracaso.

Vuelvo a poner el disco de los Beach Boys.

lunes, 17 de agosto de 2015

¿Escuchaste el timbre?


I.

-¿Escuchaste el timbre?

-¿Qué timbre?

-El que sonó… Alguien llamaba…

-Yo no escuché nada… Tal vez no sonó…

-Yo lo oí sonar… claro que sonó…

-Pues eso no quiere decir nada.

-¿A qué te refieres?

-Tú aseguras que sonó porque lo escuchaste… pero yo te digo que no lo escuché…

-¿Y?

-¿No se entiende?

-No.

-Pues las posibilidades son las mismas.

-Mmm…

-Tampoco escuché eso.


II.

-De nuevo.

-¿Cómo?

-El timbre… de nuevo sonó…

-…

-Mira, quédate en silencio, para que lo escuches…

-Eh… puede ser… ahí parece que escuché algo…

-Pues ya ves: alguien lo está tocando…

-Yo solo escuché el timbre.

-¿Qué…? Ahora vas a decir que…

-Exacto. No puedo afirmar que alguien lo tocó, aunque lo sospeche…

-¿Y acaso crees que puede tocarse solo?

-Yo puedo.

-Tú no eres un timbre.

-¿Estás seguro?

-¿Qué…?

-Cierra los ojos. Escucha:

-…

-¡Riiiiiinggggg…!


III.

-¿Fumaste, cierto…?

-¿Cuándo?

-Ahora.

-Ahora me estás viendo: no fumo.

-Me refiero hace poco… antes que sonara el timbre, por ejemplo…

-Puede ser… ya te dije que no percibí bien si sonó o no…

-¿Por qué no lo admites y ya…? ¿No es más fácil?

-De acuerdo. Está bien.

-¿Está bien?

-Sí. Está bien.

-¿Y?

-Sonó el timbre.

-¿Ahora?

-No. Me refiero a que admito que sonó el timbre.

-…

-¿No es lo que querías?

-No… Yo…

-¡Shhh…! Escucha… Parece que sonó el timbre…

-…

-Igual escuchémoslo tres veces, para asegurarnos…

-Esto no funciona.

-Shhhh… parece que ahí sonó de nuevo.

-…

-…

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Vamos a ver?

-Tres veces.

-¿Qué…?

-Todavía falta una… esperemos un poco.

-De acuerdo... Esperemos.

domingo, 16 de agosto de 2015

El trabajo de un Panda.



-Si es por envidiar, pienso en el trabajo de un Panda…

-¿De un Panda?

-Sí, de la serie esa que te conté el otro día…

-¿No era de un oso polar?

-No, el oso polar tenía un café, el Panda trabajaba de sí mismo y más encima a medio tiempo…

-¿Cómo?

-Eso… trabajaba de sí mismo… Lo que pasa es que buscando trabajo termina llegando a un zoológico, y lo contratan de Panda…

-No entiendo… pero era un panda normal o uno que hablaba…

-Las dos cosas… pero de todas formas no hay nada que entender… digamos que entra a trabajar los días de salida de otro de los pandas del zoológico…

-¿Y qué hace?

-Lo que hace un Panda en un zoológico… come bambú, juega un poco… duerme…

-¿Y eso es envidiable?

-Pues sí… como concepto sí…

-¿Como concepto…?

-Sí, me refiero a que esa es parte de la naturaleza del panda… de hecho eso es lo que le dicen… que sea natural… y él no entiende en principio lo que es eso…

-…

-Puede parecer exagerado ver todo eso en una serie infantil, pero me pareció que hablaban de estos temas todo el tiempo… de descubrir una propia naturaleza… de conocer nuestras necesidades y quienes somos y todas esas cosas…

-¿Como una serie de autoayuda?

-No, para nada… digamos que es sutil… chistosa y hasta cálida, si se quiere…

-¿Y le gusta al panda trabajar de sí mismo?

-Más o menos… o sea, no sabe ser de otra forma… pero de todas formas es un trabajo, y uno no es el mismo todo el tiempo… creo que dice que no podría trabajar de sí mismo si no fuese a razón de dos días por semana…

-Trabajo ideal entonces…

-Sí, y serie también…

-¿Se parece a alguna otra…?

-Pues no sé… tal vez por la sensación que deja se parezca a Usagi Drop… aunque para nada en historia…

-¿Usagi Drop?

-No importa… pensé que la conocías…

-…

-Piensa mejor que se parece a la vida, nada más.

-¿Y la vida, cómo se supone que es?

-Pues mira, te explico: 

(...)

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