viernes, 30 de noviembre de 2012

¿Qué fotografía Peter Parker?


Dejando de lado que se fotografía como el hombre araña, siempre me he preguntado ¿qué es lo que fotografía Peter Parker?

No lo digo con pretensiones metafísicas ni con el propósito de cuestionar si se fotografía realmente a sí mismo y plantear un pequeño dilema en torno al concepto de identidad… lo digo más bien pensando en que acostumbramos fotografiar –al menos en mi caso-, algo externo a uno mismo, algo que no nos pertenece… algo que existe sin nosotros, digamos.

Mmm… igual suena metafísico.

Pero es que cuando vas con un traje tan pegado al cuerpo, pienso, no puedes cargar nada contigo… y uno debe acostumbrarse a vivir de esa forma… sin cargar con pertenencias, me refiero… llevándose puesto uno mismo, nada más.

Así, las fotografías pasarían a ser entonces una especie de vínculo… una demostración de que hemos estado en algunos lugares, aunque nunca, necesariamente, nuestras huellas hayan sido duraderas…

Y  es que hasta las fotografías terminan por parecernos extrañas y cada vez más lejanas, con el tiempo.

Y es difícil, entonces, encontrar nuestros propios rastros, e identificar nuestras huellas, en el mundo.

Ahora bien –y volviendo a lo inicial-, ¿qué es lo que fotografía Peter Parker?

Sencillo: Parker fotografía un mundo al que no pertenece, o no como un ser completo, al menos.

Es decir, Parker existiría entonces apenas como un visor, como un ojo.

Sí, Parker es un ojo.



jueves, 29 de noviembre de 2012

Una vaca aprende a hablar.


Veo un pequeño y extraño reportaje –o una nota televisiva, más bien-, a un estanciero uruguayo que insiste en que una de sus vacas sabe hablar.

-Es la Domitila –dice el hombre, apuntando hacia un grupo de animales que está al fondo de un terreno.

Entonces, la cámara que acompaña al hombre avanza hasta ubicarse junto a la vaca en cuestión.

-Habla poco –explica el hombre-, y se demora en decir algo… pero habla.

La vaca, en tanto, mira la cámara, indiferente.

-¿Por qué no le dice que nos cuente algo? –pregunta el periodista.

-¿Algo como qué? –señala el estanciero.

El periodista se lo piensa un poco.

-No sé… podría contarnos tal vez cómo es la vida de una vaca…

-De acuerdo –dice el hombre-, ya lo escuchó a usted... mañana tendrá la respuesta.

El periodista entonces parece tomarse a broma lo que cuenta el estanciero y agrega irónicamente que quizá el lenguaje de la vaca funcione tan lento debido a que cada palabra debe ser digerida por los distintos estómagos del animal.

Luego, la nota continúa con la visita del periodista al estanciero el día siguiente.

-¿Ahora sí va a responder Domitila? –pregunta el periodista.

-Ya respondió esta mañana –contesta el estanciero.

La nota entonces adquiere un tono jocoso, burlándose del hombre que, sin embargo, sigue hablando seriamente sobre la capacidad de su vaca.

-¿Y qué fue lo que dijo Domitila sobre la vida de las vacas? –pregunta hacia el final de la nota, el periodista.

El estanciero saca entonces un papel doblado de uno de sus bolsillos.

-Lo anoté para que no se olvidara… -comenta, mientras lo desdobla-, aquí está… dijo: “nadie hoy tiene derecho a hablar sobre la vida”…

Así, luego de esta pequeña nota freak, el presentador del noticiario dijo que pasaría a un tema serio y comenzó a hablar sobre los bombardeos en Palestina.

Yo apagué el televisor.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cosas que están demasiado lejos.



Son innumerables
las cosas que están demasiado lejos.

Cuesta distinguirlas, incluso,
en la distancia.

No es que se olviden.

No es que hayan sido abandonadas.

Lo que ocurre simplemente
es que no podemos
llevarlas con nosotros.

Nombres.

Fotografías.

Cuadernos apenas conservados.

Un dibujo de familia
hecho con lápices de cera.

Cosas, como decía,
que están demasiado lejos.

Poco importa incluso,
que estén distantes
de varias formas…

Poco importa que la transformación
renueve las distancias:

Un cuarto en que vives con tu hijo.

Un cuarto vacío.

Un cuarto lleno de libros.

Una biblioteca.

Después de todo,
lo único verdaderamente peligroso
es descubrir un día
que tú también te olvidaste
demasiado lejos.

Y es que las cosas,
en la distancia,
ya no resultan peligrosas…

Es decir,
pierden su peso,
su realidad
y hasta la forma tan extraña que tenían
de hacerte llorar
sin explicación alguna…

Ahora son huesos,
simplemente,
o eso al menos
parecen a la distancia…

Luces discontinuas.

Estrellas muertas.

¡Cosas que están demasiado lejos…!

Un dibujo de familia
hecho con lápices de cera…

No es que se olviden.

No es que hayan sido abandonadas.

Lo que ocurre simplemente
es que no podemos
llevarlas con nosotros.

martes, 27 de noviembre de 2012

Abrir la puerta y encontrar nieve.


Quiero abrir la puerta
y encontrar nieve.

Inclinarme,
tocarla suavemente con los dedos,
llevarme un poco hasta la boca.

No pido maletines con dinero.

Poco me importa una mujer despampanante.

Quiero simplemente abrir la puerta
y encontrar nieve.

Ni siquiera pido un paisaje blanco.

Ni siquiera pido un camino.

Con un poquito de nieve me basta.

Nieve fresca.

Limpia.

Nieve que pueda llevar hasta mi boca.

Y es que así es, finalmente,
cómo renuevas tu confianza…

Igual que cuando vez una acción de bien,
o escuchas hablar a alguien
que aún tiene fe en la humanidad.

No pido otro mundo.

No pido un imposible.

Pido simplemente
un poquito de nieve
al otro lado de la puerta.

Un milagro pequeñito.

Un regalo.

Encontrar nieve
así como se encuentra un corazón.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Raro.


Como los juegos de lucha libre de hoy permiten diseñar personajes, un amigo ocioso pasó tres meses creando toda una liga de escritores, filósofos y otros personajes afines, para realizar un encuentro memorable.

Así, ocurrió que hoy se realizó un torneo en la facultad de filosofía de una universidad privada, donde me fue posible participar ocupando a algunos de mis preferidos: Berkeley, Spinoza, Schopenhauer, Wittgenstein… y hasta obtener un segundo lugar en el torneo central (que pudo haber sido el primero si me hubiese abstenido de elegir a Woody Allen para la última batalla).

Con todo, el premio no estuvo tan mal, pues me tocó el libro La caza del carnero salvaje, que es para mí la novela más alta y constante de Murakami, con cuyas lecturas me obsesioné hace algún tiempo.

Así, el día fue sucediéndose de forma extraña, sumándose al torneo y al libro mencionado una serie de pequeñas anécdotas -cuyos significados desconozco-, y que colaboraron con extinguir, el poco tiempo de ocio del que dispuse hoy día.

Ahora bien, debo reconocer que tras llegar a casa y poner el libro de Murakami junto al otro ejemplar de esta novela -que ya tenía-, me sobrevino una sensación de falta de sentido… y hasta de culpabilidad… como si aquellas acciones –que ocuparon apenas un par de horas luego de la salida de mi trabajo-, fueran las que me obligaran ahora a renunciar a una serie de otras posibilidades, quizá mucho más fructíferas:

-Ver una película de Kiarostami.

-Salir a caminar.

-O simplemente realizar una de las labores atrasadas que terminar por hacerme colapsar, un día de estos.

Con todo, créanme que he tratado de buscar algo honesto qué decir, antes que eso ocurra.

Pero no hay caso.

Es decir, lo intenté narrando unas batallas entre filósofos.

Quise hablar de Murakami.

Y hasta pensé en algo lindo que decir, o recoger para ustedes el día de hoy…

Pero lo crean o no, lo único cierto es que los ojos se me cierran.

Igual como viene pasando hace días cuando intento escribir algo, y no me sale.

¿Insisto un poco más…?, pienso entonces.

¿Voy a mojarme la cara nuevamente y despertar un poco…?

Mejor nada de eso.

Simplemente dejo la honestidad cruda vencer aquí en el texto.

Pésimo texto, por cierto.

O al menos raro.

domingo, 25 de noviembre de 2012

El marido imaginario.


Ellos estaban sentados al borde de la cama. La televisión estaba encendida, a un costado, pero apenas tenía volumen y no la miraban.

Él, aparentemente, estaba intentando explicar algo.

-Piensa en eso –dijo él-, en que cada mañana cuando nos miramos al espejo y nos afeitamos tenemos una oportunidad nueva… una ocasión de…

-Yo no me afeito –interrumpió ella.

-Lo sé… pero lo importante es el espejo –continuó él-, la oportunidad que tenemos frente al espejo… ese es el punto… no me refiero a ir a mirarse porque sí, sino verse al ir a hacer otra cosa… por eso hablaba de afeitarse y…

-Pero yo no me afeito –volvió a decir ella.

Él la miró, un tanto molesto.

-No te afeitas, lo sé… pero te maquillas.

-Tampoco me maquillo –replicó ella-. Recuerda que tengo un problema en la piel desde un año antes que nos casáramos.

Él guardó silencio unos segundos.

-¿A dónde quieres llegar? –preguntó entonces.

-A que das sermones al aire, a ti mismo… -dijo ella-, a que piensas que estás frente al espejo afeitándote todo el día…

-Yo no me afeito todo el día –dijo él.

-Da igual –dijo ella-, no importa si te afeitas, lo que importa que te hablas a ti mismo… todo el tiempo.

-¿Sí…? ¿Y qué se supone que me digo? –dijo él.

-No importa lo que te dices… hablas solo por no oír lo que yo tengo que decir…

-¿Y qué es lo que tienes que decir…? –volvió a preguntar él.

Ella pareció pensarlo. Luego habló.

-Tengo que decir que no me ves… que no me afeito… que no me maquillo hace más de siete años… –concluyó, mirándolo a los ojos.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Los amigos de mis amigos.


La escena representa el techo de una casa. Debe existir una inclinación mínima. Puede identificarse porque hay sobre él algunas cosas envejecidas. Una pelota de fútbol, alguna prenda de vestir, unas botellas de plástico.

Sobre el techo está Vian, sentado.

MARIO: (Mientras termina de subir al escenario) No era tan difícil subir…

VIAN: No.

MARIO: (Observando la casa vecina) ¿Desde cuándo tienen piscina?

VIAN: No sé bien… creo que el año pasado la terminaron.

MARIO: ¿No has ido nunca?

VIAN: ¿A esa piscina?

MARIO: Claro… ¿o no te han invitado?

VIAN: (Volteándose hacia donde está M) No, no he ido… además es raro invitar… no somos niños…

MARIO: Pero la piscina esa tampoco es para niños…

VIAN: Sí, puede ser… pero tampoco somos tan amigos, para ser sincero…

MARIO: Pero son amigos de tu hermano, y de Juan…

VIAN: ¿Y eso me convierte en su amigo?

MARIO: Claro… los amigos de mis amigos son mis amigos… ¿no has escuchado el dicho?

VIAN: Sí, supongo que lo he escuchado… pero si es por eso todos estaríamos más o menos vinculados… es decir, al menos todos por aquí cerca… o los que alcanzamos a ver desde acá, al menos…

MARIO: No creo… o sea, hay amigos, claro… y enemigos, pero también hay gente con la que te cruzas, simplemente…

VIAN: Con tus amigos también te cruzas…

MARIO: Pero yo me refiero a esos que no distingues… esos que no ves envejecer.

VIAN: ¿Cómo…?

MARIO: Que no te das cuenta que envejecen, la gente con la que te cruzas… o sea, esa es la ventaja, no verlos envejecer… solo pasar…

VIAN: Pero envejecen igual…

MARIO: Claro, pero no los ves… no sabes…

Vian se para y da unos pasos, estirándose. Luego recoge la pelota y la mira.

VIAN: El otro día leía que los que saben nadar no suelen tener miedo al agua…

Mario se acerca a Vian y toma la pelota, con indiferencia.

VIAN: Y claro… los que tienen miedo al agua, en su gran mayoría, son personas que no saben nadar…

MARIO: Yo creo que es al revés…

VIAN: ¿Cómo…?

MARIO: Quizá porque saben nadar han perdido el miedo al agua… y porque no saben nadar, le temen…

VIAN: Pues yo creo que estás demasiado lógico, como para estar en un techo…

MARIO: (Alegre) Si… puede ser… pero así y todo suena correcto, ¿no crees?

VIAN: Sí… el sonido sí… igual que lo de los amigos, pero no siempre funciona…

MARIO: Lo que pasa es que no te conviene que funcione…

VIAN: ¿A qué te refieres?

MARIO: Si la lógica funciona y resulta correcta, casi toda la vida estaría equivocada…

VIAN: ¿Y por qué mi vida estaría equivocada…?

MARIO: No dije tu vida, sino “la vida”… piénsalo un poco como la frase de los que nadan…

VIAN: No te entiendo…

MARIO: Piénsalo así: “los que tienen miedo a la vida no saben vivir”… ¿qué pasa si sale ese estudio?

VIAN: Pues si sale habría que explicar qué significa primero “saber vivir”…

MARIO: Eso se explicaría por la frase inversa: los que no tienen miedo a la vida, saben vivir… es decir, vivir bien sería no tenerle miedo a la vida…

Vian parece molestarse, e incomodarse un tanto.

VIAN: ¿Sabes…? Pensé que ibas a subir para otra cosa… este espacio no es para pensar ni discutir ni hacer juegos de palabras…

MARIO: ¿No subes a leer libros acá?

VIAN: No, no lo hago… acá no subo nada, salvo yo mismo… y hasta trato, en lo posible, de no pensar en nada…

MARIO: Pues peor para ti… estás igualito que esa pelota, o que esas botellas… te vas a secar acá arriba.

VIAN: Si lo dices con preocupación, créeme que no es así… yo me seco más allá abajo… acá respiro, observo… Puede arecer extraño, pero lo cierto es que disfruto abrir y cerrar los ojos, acá arriba…

MARIO: Ojalá sea así… y no creas que te lo digo de mala forma… es solo que yo estoy aquí de paso, pero cuando tú hablas pareciera que tu vida estuviese aquí… (Mario se acerca hasta donde esta Vian, cercano) No te enojes y tómalo como el comentario de un amigo…

VIAN: ¿De un amigo o del amigo de un amigo?

MARIO: (Sonriendo y disponiéndose a bajar) Es lo mismo… al final es lo mismo… debes ser más lógico, Vian.

Mario se acerca al borde del techo para bajar, se agacha un poco aparentemente para reubicar la escalera. Cuando lo hace, le da la espalda a Vian. Este último, entonces, toma la pelota y la lanza con fuerza hacia Mario, quien pierde el equilibrio y cae desde el techo.

VIAN: (Acercándose hacia el sector donde cayó Mario, despectivo) No es lo mismo, hueón… (Vian hace una pausa, mientras comienza a cerrarse el telón) No es lo mismo... y vivir es otra cosa.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El hombre que explicaba dos veces.


Una vez conocí a alguien que explicaba todo dos veces… ¿Entienden lo que es eso…? Explicar algo dos veces, me refiero… Se trataba de un viejo que había sido profesor durante toda su vida… Yo lo supe porque se comentaba entre los vecinos, pero también porque él me lo contó directamente: “fui profesor durante la mayor parte de mi vida”, me dijo, y así corroboré la información.

Por cierto, cada vez que hablábamos sobre el tema él explicaba lo mismo y yo intentaba entender si había un objetivo tras aquella costumbre, o simplemente se trataba de un mal hábito.

¿Pueden imaginarse lo absurdo que es eso…?

Él hablando y explicando de la manera en que le era natural y yo preguntándole si tenía un objetivo o si era un mal hábito.

-¿Me estás preguntando si mi forma de hablar tiene un objetivo o es simplemente un mal hábito? –dijo el viejo.

-Sí –afirmé yo-. Sí.

Entonces él, con un tono de voz que nunca le había oído antes, intentó explicar:

-Es tan sencillo que avergüenza – confesó-, es decir, una típica malformación profesional… sencilla. breve… sin importancia prácticamente… Tanto así que la puse en práctica en los distintos colegios en que trabajé.

-¿Trabajó usted en muchos colegios –Le pregunté,

-Sí –contestó-. En muchos. Y en todos me toco repetir ese ritual de repetir las cosas.

-¿Por qué? –insistí-. ¿A qué se debía la repetición…?

-Lo que sucede –contestó-, es que las cosas importantes deben explicarse más de una vez.

-…

-Es como abrir una ventana –continuó-, es decir, si necesitas viento, o sentir realmente el aire en movimiento, lo que necesitas es abrir dos, para que se forme una corriente…

Yo escuchaba.

-La gente necesita ese aire, ese movimiento –agregó-, y solo se produce cuando existen dos aberturas… Y claro, si lo piensas, pasa lo mismo con la existencia de parejas, o con la gente que se ama… ¿Acaso no lo has pensado…? ¿Por qué tienen hijos las personas o por qué no tenemos un mundo cada uno…?

El viejo habló un poco más y entonces se detuvo.

Y claro, sus palabras me habían gustado tanto que le pedí que las repitiera, si le era posible.

Pero él se negó.

Por eso tuve que sacar yo mis propias conclusiones, reuniendo sus palabras.

Podemos repetir lo importante, me dije, pero lo esencial y verdadero debe pasar de uno en uno, por ventanas diferentes, de un corazón a otro diferente… igual que para formar corrientes de aire.

Luego pensé en mí.

Creo que por eso me hice profesor, me dije, para que lo esencial y verdadero que alguna vez escuché pueda transmitirse a otro, y claro, por eso también me hice padre y hasta por eso tenemos amigos y por eso amamos, o intentamos hacerlo…

Así, finalmente, podríamos concluir -si esto se tratara de una clase y alguno debiese tomar apuntes-, que las cosas esenciales y verdaderas no suelen repetirse, y solo se movilizan y sirven cuando somos capaces de llevarlas hasta los otros.

Sería cursi, lo admito, pero no estaría tan mal, como resumen.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Mi amigo y el perro Kazantzakis.

“Mira, lo peor que te puede ocurrir
es que termines aprendiendo algo 
acerca de ti mismo”.
Manhattan, Woody Allen.


Parece mentira, pero el único animal que he visto sonreír es el perro de un amigo, que se llama Kazantzakis.

El perro es pequeño y no tiene cola, pero posee en cambio ojos grandes y una sonrisa de la que no creía capaz a ningún otro de su especie.

El perro, debe su nombre a que una vez llegó a casa con un libro en el hocico de aquel autor griego, sin que nadie supiera de dónde lo había sacado. O al menos esa es la historia que se cuenta.

La historia parece mentira, claro… pero lo cierto es que yo he visto sonreír al perro y hasta una vez hicimos un experimento para comprobar si se trataba realmente de una sonrisa, o si simplemente era una reacción que aparecía sin un motivo concreto.

El experimento consistió en mostrarle una serie de imágenes y videos, y hasta realizar algunas rutinas humorísticas, para verificar si su sonrisa guardaba relación con alguna de ellas.

Así –si bien los resultados no nos dejaron 100% satisfechos-, descubrimos que Kazantzakis prefería cierto humor intelectual, y que no podía borrar su sonrisa cuando veía alguna imagen o película de Woody Allen.

Y claro, fue a partir de este descubrimiento que comenzamos a ver las películas de este director.

No sé si fue casualidad, pero recuerdo que en ese entonces solo cayeron en nuestras manos algunas de sus comedias: Bananas, Ladrones de medio pelo, El dormilón… cosas de ese estilo. Y claro, desconocíamos los dramas y pasábamos por alto el aspecto trágico –por llamarlo de alguna forma-, de sus films.

De hecho, pienso ahora, mi amigo murió sin conocer el aspecto trágico de Woody, e incluso, si me atrevo a ser enfático, sin conocer el aspecto trágico de la vida.

Y es que un día se sirvió un té tan caliente que correteó por la terraza tras quemarse la lengua, tropezó con Kazantzakis y cayó desde el séptimo piso. Justo sobre un grifo.

Todo parece mentira, claro, pero hasta salió en los periódicos y a mí me lo confirmó su madre, quien fue la que le sirvió el té, por cierto, en aquella ocasión.

-Podrías venir de vez en cuando para que hablemos de él –me dijo, durante el velorio.

Y claro, siempre que fui me sirvió té helado.

Esto duró como seis meses.

Le conté que veíamos películas de Woody Allen y hasta le propuse que viéramos juntos alguna, para que se animara.

-Su hijo siempre decía que le hubiese gustado ser como un personaje de esas películas –le comenté, incluso.

Fue así que vimos Annie Hall, Septiembre, Interiores… La otra mujer.

Luego ella, que era judía, me contó que se iría a vivir a Israel, para estar más cerca de Dios.

-¿No quisieras tener sexo conmigo, antes que me vaya? -me preguntó esa vez.

Yo, virgen aún, rechacé la oferta.

Luego me arrepentí.

Esto ocurrió hace poco más de quince años.

Creo que unos parientes suyos se quedaron con Kazantzakis.

Me gusta imaginar que el perro, al menos, sigue vivo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Emilio defiende sus amígdalas.


I.

Cansada de las continuas amigdalitis que sufre su hijo, la madre de Emilio decide operarlo para extirparle las amígdalas.

Esto, obviamente, guiada por el doctor de cabecera que su hijo ha tenido desde los cuatro años.

De hecho, fue el mismo doctor quien le explicó a Emilio sobre la pequeña operación a la que deberá someterse, descartando además cualquier tipo de complicaciones.

-Ya estás grande, Emilio –le dijo el doctor-. Además no necesitas tus amígdalas… ¿no creo que las vayas a extrañar, cierto…?

Y claro, Emilio tuvo que aceptar la decisión, pues plantear que no quería operarse resultaba equivalente a aceptar que extrañaría sus amígdalas… lo cuál era sin duda una idea absurda, pensaba Emilio… ¿o no…?

Así, en medio de extrañas sensaciones e ideas algo descabelladas, Emilio se atrevió a preguntarse algo que le pareció crucial:

¿Se pueden extrañar las amígdalas?


II.

Fue por esos días que noté a Emilio algo extraño en clases. Daba la impresión de estar enfermo y esforzándose además, por resolver algo.

Así, tras unas preguntas y evasivas, Emilio terminó reconociendo que estaba pensando en algo más, aunque o me lo planteó directamente.

-¿Le puedo hacer una pregunta, profe... pero nada que ver con la clase…? –me dijo.

Yo asentí.

-¿Se pueden extrañar las amígdalas? –agregó entonces.

-¿Qué…?

-Si acaso es correcto extrañar las amígdalas… -intentó explicar-. No querer que te las saquen…

-¿Te da miedo la operación? –le pregunté.

-No -me dijo-. Pero siento que después me va a faltar algo… y voy a extrañarlas.

Yo pensé entonces qué responderle.


III.

Durante esa misma conversación, Emilio me contó de sus continuas enfermedades, de la decisión de su madre, y hasta de la conversación que había tenido con el doctor, respecto a la extirpación de sus amígdalas.

-Me gustaría que se mejoren, no que me las saquen –concluyó, algo risueño.

De esta forma, escuchando hablar a Emilio –un estudiante que por lo general tiene bastantes problemas disciplinarios-, comencé a entender que en el fondo son bastante sencillas algunas ideas que se relacionan con la superación del dolor.

-¿Pero acaso no es incómodo o hasta doloroso cuando te enfermas? –le pregunté.

-Sí –aceptó-, pero es distinto que se te pase algo porque te mejoras, a que dejes de sentirlo porque te lo saquen…

Emilio tenía en ese momento una actitud seria, como si estuviese diciendo una verdad incuestionable.

Yo pensé que así era.


IV.

-Debe ser lindo extrañar las amígdalas –le dije finalmente a Emilio-. Extrañar algo que algún día fue parte de nosotros aunque su función, quizá, no haya sido del todo indispensable…

-No le entiendo, profe –confesó.

-Me refiero a que es valioso sentir que algo es parte de nosotros… querer que se mejore…

-¿No estoy loco entonces si extraño mis amígdalas?

-No, no creo que lo estés -le dije.

El pareció aliviarse.

-¿Y podría usted ayudarme a hablar con mi mamá para que no me las saquen? –se atrevió a preguntar entonces.

Yo asentí.

Así, finalmente –y de no haber novedades-, mañana tendremos entrevista. Los tres.

Emilio es un chico valiente, partiré diciéndole a su madre.

Luego veremos qué pasa.

martes, 20 de noviembre de 2012

La posibilidad de conexión con otro.

“Lo mismo que no nos es posible pensar
objetos espaciales fuera del espacio y
objetos temporales fuera del tiempo, así no
podemos pensar ningún objeto fuera de la
posibilidad de su conexión con otros”
Wittgenstein.


No soy un experto, pero resulta evidente que a pesar de la aparente perfección lógica del Tractatus de Wittgenstein, existen una serie de contradicciones en torno al concepto de mundo utilizado por este filósofo a lo largo del texto.

Aquí, sin embargo, no pretendo abordar dichas contradicciones –inconsistencias incluso, por momentos-, sino referirme a una frase a la que quedé adherido mientras realizaba un breve trabajo sobre algunas ideas de este personaje. A saber: la posibilidad de conexión con otros.

Y es que más allá de lo que parece sugerirnos esta frase, encontramos en el Tractatus una serie de referencias que apuntan a la necesidad de conexión de un objeto con otro, es decir, a la imposibilidad de la existencia lógica de un objeto que se encuentra desligado de los demás.

Esto ya que la posibilidad para Wittgenstein, está contenida desde antes en el objeto (la lógica trata de toda posibilidad y toda posibilidad es un hecho)… Por lo que, como el mundo es la suma de estos hechos (los hechos en el espacio lógico son el mundo), lo que parece plantearnos Wittgenstein, en definitiva, es que el mundo existe en el espacio lógico.

Ahora bien, lo que me gustaría hacer hoy –hoy que llevo horas tratando de escribir un breve trabajo por encargo sobre este filósofo-, es simplemente sacar esta frase del espacio lógico y llevarla hacia un espacio que podríamos denominar real/afectivo… Un espacio donde la posibilidad de conexión no se base necesariamente en los significados de los conceptos sino en sensaciones que existen en cada uno de nosotros.

Así, me permito escribir nuevamente una de los fragmentos donde se hace mención a lo ya señalado:

“No podemos pensar ningún objeto fuera de la posibilidad de conexión con otros”

Y claro, sé que es algo sacado de contexto –y por ende mal entendido-, pero me gustaría apoyarme en esta frase para mantenerme en pie lo que queda del día –de noche en realidad, de casi madrugada-, y terminar de una vez con ese trabajo que no sé por qué se me sigue escapando.

Y es que en definitiva, resulta que tampoco soy un experto en esto de mantenerme de pie, y cualquier ayuda resulta por ser bienvenida en estos días…

No puedo decir más.

Que descansen.

lunes, 19 de noviembre de 2012

¿Es usted voluble?


-¿Voluble?

-Sí, voluble.

-Por supuesto que no.

-¿Y cómo podría asegurarlo?

-¿Lo pregunta en serio?

-Sí. Muy serio.

-Espere… está vibrando el celular…

-Lo espero.

-Aló… ¿Amor? Sí… No… ¿Te llamo de ahí, mejor? Sí… es que me están encuestando… No sé… me preguntan si soy voluble… Ja,ja… no, no soluble, voluble… No, nada qué ver… ¿No sabes lo que es ser voluble…? Ja,ja… No, no me río por eso… es la situación… No, no me burlo… No te puedes molestar por tan poco… de verdad no tiene importancia… ¿Te digo mejor lo que es ser voluble? No… No me creo superior… Además es… ¡¿Qué…?! Por supuesto que es cierto… ¿Y qué saco con inventarte eso? ¿Humillarte…? Escucha, si quieres te paso con el encuestador… No, no puedes llegar y decir lo que se te antoje, ya estoy harto de tus conflictos inventados… No, no estoy agresivo, es solo que no quiero discutir, sabes… es una situación estúpida, además… No. No te llamé estúpida a ti, sino a la situación… Sí… Pero no soy irónico, cuando soy irónico uso otro tono ¿acaso no lo reconoces…? No… Uff… de acuerdo, pero mejor te paso con el encuestador para que quedes tranquila y reconozcas tu error… ¡Claro que es un error! ¿Qué sacas con no reconocerlos nunca? ¿Crees que perderás un premio si lo haces…? ¿Qué…? Sí… Tienes razón, eso fue irónico, ahora sí que eres perspicaz… ¿sabes lo que es perspicaz, cierto…? … ¿Estás ahí…? ¿Estás ahí…?

-¿Colgó?

-O se cortó, no sé… ¿me permite llamar?

-Por supuesto, aunque si quiere llamo yo…

-¿Usted?

-Sí, usted mismo lo decía, quizá yo pueda explicarle que la situación es real y que solo es un malentendido…

-De acuerdo… Además no tengo ganas de pelear. Marco el número y se lo paso… Espere… Tome…

-¿Aló? No... espere… no soy él… Soy Vian, el encuestador… Sí, soy la persona que estaba encuestando a… No, no es una broma… es solo que… ¿Qué? No, yo mismo me ofrecí, lo que pasa es que su esposo señaló que… ¿Qué? Ah, perdón, pensé que estaban casados y… No… no sé por qué lo pensé… No, no tiene que ver con la apariencia…  Ya… pero oiga, yo simplemente quería decirle que era cierto… lo de la encuesta… Sí… ¿A usted? Sí, sirve, pero…

-¿Qué pasa?

-Quiere que le tome la encuesta a ella…

-Pero…

-No, no le decía a usted… Sí… Mire se la haré brevemente, es solo una pregunta… Claro, solo una... ¿Es usted voluble…? Sí, voluble… Ya. ¿Y está segura? Sí, claro… ¿Y cómo podría estarlo…? Sí… Entiendo… No, no juzgo, usted tiene derecho a ser lo que quiera, yo solo pregunto… Sí… ¿El mundo? ¿Lo que cree el mundo se refiere usted…? Pues sí, supongo que también lo es… No… O sea, puedo escuchar las razones, pero no tengo casillas en la encuesta, para anotarlas… Sí… ¿Dios, voluble…? Quizá… No… Es que…

-¿Va a seguir mucho rato?

-Eh… espere… ¿qué me decía?

-Si va a seguir mucho rato…

-No le preguntaba a usted… No… No, tampoco le decía esto a usted… Sí, que enredo… Yo creo que hasta el lector menos voluble ya se rindió con esto… ¿Yo…? No, yo no… Yo soy constante… ¿Cómo…? Ah, sí… es que en el fondo creo también otra cosa… Sí… Eso mismo… Claro… En el corazón, por supuesto... Sí… ahí está el final... en el corazón.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Venecia.


Ella volvió de Venecia pensando que había un dato que no le habían dado.

Una fecha, una información… quizá un monumento importante que hubiese olvidado visitar.

Y claro, todo eso provocaba una extraña sensación.

-Debe haber sido el guía –le dijo a una amiga-. Sí… estoy segura que fue el guía… tiene que haber hecho el recorrido más breve, o tomar un camino equivocado… tú sabes cómo son… con eso de ahorrar tiempo lo más probable es que no nos mostrara realmente lo que queríamos ver…

-Pero las fotos del viaje son maravillosas… -la interrumpió su amiga-. No te quejes… ¿acaso no era hermosa Venecia?

La que había vuelto de Venecia hizo una pausa y lo pensó un poco.

Luego intentó explicarlo.

-Claro que es hermosa –dijo-, y las fotografías son bellas y puede que objetivamente no tenga nada que reprochar… pero me queda una sensación extraña… como si hubiese recorrido un decorado… o una Venecia falsa hecha de cartón…

-¡Qué tonta eres…! –dijo su amiga, alegremente-. Ya quisiera yo una vida de cartón con esa belleza…

-No lo entiendes –señalo la primera-, no se trata de si hay belleza o no hay belleza… el punto es la sensación que queda, como de estar estancada… Sí, eso es… como estancada, como si hubiese recorrido un mapa…

-¡No exageres…! Hablas como si hubieses asistido a una autopsia… -señaló su amiga-. Además se trata de Venecia… dime que cualquier ciudad está estancada menos esa que justamente está cruzada por agua…

-Pero el agua se nota más cuando está estancada… sale mal olor… no sé… Disculpa que le dé tantas vueltas… es solo que no me sé explicar.

-No importa… no me molesta… es solo que siento que estás ensuciando un poco ese recuerdo…

-Puede ser…

Ambas hicieron una pausa.

-¿Hablamos mejor de otra cosa? –preguntó la que no había ido a Venecia.

La otra no contestó.

Venecia estaba cada vez más lejos.

sábado, 17 de noviembre de 2012

El terrorista sin ideal.

“Decir que la vida no tiene sentido,
es lo mismo que estar frente a un montón de ropa
y decir que no tenemos qué ponernos”
Otto Wingarden.


Conocí al terrorista sin ideal en las afueras de una iglesia.

Él no entraba porque no creía y yo porque supuestamente creía demasiado.

Entonces, mirándolo, me percaté que tenía un detonador en una de sus manos, y bajo su chaqueta, algunos cuantos explosivos.

-¿A qué hora debe hacerlo? –le pregunté.

Él me miró, sorprendido.

-No se asuste –le dije-. No pretendo detenerlo ni advertir a nadie…

-Gracias –señaló.

Luego volvió a revisar el detonador.

-¿Necesita ayuda? –le pregunté.

El hombre negó con la cabeza.

-¿Sabe…? –continué-. Disculpe que lo moleste… ¿pero tiene usted alguna relación con el silencio de la naturaleza?

-¿Qué silencio…? –preguntó, interesado.

Yo expliqué:

-Verá… -comencé-. Hace un tiempo estoy durmiendo los fines de semana en una cabaña en la montaña… una pieza en realidad, apenas… Y bueno, una de las cosas que me gusta hacer cuando estoy ahí es levantarme temprano y ver el amanecer…

El hombre escuchaba, atento.

-Pues bien… -continué-. El caso es que descubrí que justo antes del amanecer existía un momento preciso en que todo se quedaba en silencio… Nada de pájaros, ladridos… ni siquiera el viento… todo se queda un momento mínimo en silencio antes que amanezca… Un silencio absoluto, me refiero…

-…

-Es extraño ese momento, ¿sabe?... –le dije-. Muy extraño. Es como si la naturaleza tomase unos segundos para pensar si seguir o no… es decir, como si decidiera si comenzar el día o dejar hasta ahí todo… y ponerle un final.

-…

-Y claro… no sé si se trata de una impresión mía –expliqué-, pero me parece que esos segundos de silencio se estuviesen alargando con el tiempo… como si la naturaleza estuviera dudando, me refiero… dudando más… cuestionándose… ¿qué cree usted?

-¿Respecto a qué? –me preguntó.

-Respecto a lo que ocurre en ese momento… -le aclaré-. Cuando todo parece muerto y no sabes si el mundo va a seguir o si todo va a llegar hasta ahí, simplemente…

-No lo sé… -dijo el hombre-. Quizá es solo cuestión de suerte…

-¿Cómo…?

-Suerte –repitió él-. Si es cierto lo que dice quizá la naturaleza toma una moneda y simplemente la lanza… si sale cara seguimos, si sale cruz se acaba…

-¿Y siempre sale cara, según usted?

-Sí –señaló-. Siempre, aunque la suerte puede cambiar…

-Eso es absurdo –lo interrumpí-. Es imposible que la suerte explique que por millones de años siempre salga cara y podamos seguir y…

-Los hombres tienen suerte –dijo entonces-. Los hombres tienen suerte aunque no lo sepan.

-¿Y usted cree que la suerte es lo que mantiene vivo a los hombres? –le pregunté, algo molesto.

-Eso dije –señaló-. Lo dije dos veces.

-Pero usted… -insistí-. Usted debe saber que la suerte no basta… es decir, ese detonador, los explosivos… usted debe tener ideales…

-No tengo ideales –dijo cortante-. Solo detonador y explosivos.

-¿Y entonces por qué lo quiere hacer?

-Porque ellos tampoco tienen ideales. Y además porque tampoco tienen detonador y explosivos.

-Eso es absurdo… -comenté-. Estúpido y absurdo.

Él sonrió. Como si lo hubiese halagado.

-Escuche –dijo entonces-. Ya que me cayó usted bien voy a proponerle algo.

Yo escuché.

-Vamos a tirar una moneda –continuó-. Si sale cara los explosivos no explotan… pero si sale sello usted mismo detonará los explosivos…

-¿Yo? ¿Pero qué tengo que ver yo…?

-Más de lo que cree –señaló.

Entonces, antes de explicar y sin previo aviso, lanzó una moneda al aire.

Instantes después la moneda caía, a mis pies.

-¿Ve que el hombre tiene suerte? –dijo el terrorista, tras recogerla.

Yo quedé en silencio.

-Hago lo mismo hace once años –comentó, finalmente-. De tener un ideal quizá hubiese podido vencer, alguna vez, a la suerte…

-No comprendo –le dije.

-No se puede comprender –concluyó-. Solo se lo digo para que tenga cuidado usted con sus propios explosivos…

-¿Qué explosivos? –pregunté.

Pero él no estaba.

viernes, 16 de noviembre de 2012

La matriz espiritual.


I.

F me dice que en alguna parte debe existir una matriz espiritual.

Y claro, yo le pregunto qué mierda quiere decir una matriz espiritual.

-¿De verdad no sabes? –pregunta.

-No –digo yo.

Él me mira entonces con una expresión seria.

-Es decir… me hago una idea –explico-. Lo que pasa es que prefiero una definición precisa.

Él vuelve a hacer una pausa.

Luego contesta con una única frase.

-Es algo contundente y puro -dice.

Luego se va.


II.

F siempre ha sido extraño.

De hecho, es una de las pocas personas que puede sorprenderme, con alguna acción.

Hoy mismo, por ejemplo, antes de que empezase con el asunto aquel de la matriz espiritual, él me estaba contando  de un hombre que sacaba melodías con un serrucho en una calle céntrica.

-M gustaría aprender a hacer eso –había dicho F.

-¿Tocar melodías con un serrucho en una calle céntrica? –le pregunté.

-No –señaló-. Me gustaría poder contar de buena forma que vi a un hombre que sacaba melodías con un serrucho, en una calle céntrica.


III.

Cuando se lo pregunté, F me explicó que para él, contar de buena forma alguna situación, significaba retroceder hasta un punto anterior al suceso, donde existiría una huella sensible anterior al hecho concreto que narramos.

-¿Te refieres a que el suceso se origina a partir de algo anterior, que existe en un sujeto? –le pregunté.

Él lo negó.

Luego respondió de una forma extraña.

-Cuando escuché al hombre tocar melodías con un serrucho algo en mí se activó. Entonces, comencé a llorar como si las melodías creadas hubiesen encajado perfectamente en una huella sensible que existía antes al interior mío.

-¿Cómo si alguien hubiese dejado esas huellas desde antes? –le pregunté entonces.

-No –contestó-. Como si alguien hubiese ejercido presión y esas huellas fueran fruto tardío de esa fuerza…

-¿No hay otra forma de decirlo?

-Sí –aceptó-. Grietas que descubrimos cuando la sensación producida por una melodía tocada en un serrucho, es llenada completamente y podemos llorar incluso, al sentirnos comprendidos.

Por último, F me dice que en alguna parte debe existir una matriz espiritual.


IV.

Cuando F definió a la matriz espiritual como algo contundente y puro, yo sentí que él había dicho algo verdadero.

Por lo mismo, no me molestó que se fuera, así como lo hizo, pues sentí que me había dicho ya todo lo que podía decir, respecto a ese tema.

Quizá no podría verbalizarlo, es cierto, pero sentí que había entendido…

Y claro: eso era lo importante, me dije.

Luego me fui de aquel lugar.

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