domingo, 11 de noviembre de 2012

El señor Barriga me viene a cobrar la renta.


Decidí hace poco no volver a pagar la renta.

Y no fue una decisión a la ligera.

Es decir, junté argumentos, saqué cuentas… y se las expuse al corredor de propiedades.

-Siempre he sabido que usted tiene una gran barriga, señor corazón… -le dije.

Pero al tipo aquel no le hizo gracia.

Así, fueron pasando las semanas hasta que un día llegó el corredor acompañado de tres tipos fornidos y un camión donde parecía iban a llevar mis cosas.

-Sabemos que está ahí señor Vian… -me decían-. Sabemos que está ahí.

-¿Dónde es ahí? –les pregunté, metafísico.

Y claro, ellos murmuraron algo, pero al parecer no se pusieron de acuerdo sobre la respuesta correcta.

Luego comenzaron a negociar.

-Si le embargamos enseres por el valor adeudado –me dijeron-, usted tendrá otros dos meses de plazo…

-¿Y para qué quiero seis meses de plazo?

-No dije seis, señor Vian… -aclaró-. Dije dos.

Yo saqué cuentas.

Mire mis posesiones.

Calculé mis posibilidades ante los tres tipos fornidos.

-Tengo un manuscrito… -señalé-. Es el prototipo de una novela que puede hacerme millonario en cualquier momento…

Del otro lado no se escuchaba nada, así que seguí.

-Se trata de un niño huérfano que descubre que sus padres habían sido magos importantes y que es llevado a un colegio donde se enseña la hechicería… y tiene una cicatriz en la frente...

-¿Está usted borracho, señor Vian?

-Sí –admití-, pero poquito.

-Pues yo no he venido aquí a hablar estupideces con un borracho… ¡Queremos cosas serias, señor Vian…! –gritó-. No nos haga perder el tiempo.

-¿Cosas serias? –pregunté.

-Cosas serias -repitió-. Si vamos a embargar algo necesitamos que tenga un valor concreto, traducible a dinero específico.

-Deme un ejemplo –pedí.

-Televisores, computadores… no sé, cosas de ese tipo…

Yo saqué cuentas, nuevamente.

-Tengo puros libros y un computador feo… -confesé.

-Pues revisaremos nosotros y veremos qué hay… déjenos entrar...

-¿Y qué sucedería si no los dejo? –pregunté.

Al otro lado de la puerta se hizo por un momento un silencio extraño.

-Quizá ganaría usted algo de tiempo… -aceptó el corredor-, pero luego lo desalojarían carabineros y usted terminaría en problemas…

-Pero es que de verdad no tengo nada más que libros… -le expliqué-. Y manuscritos. ¿No quisiera pensárselo mejor y aceptar alguno para saldar las deudas y ganar esos cinco meses…?

-Dos meses, señor Vian -me interrumpió- Dos meses.

Su tono, sin embargo, me indicó que estaba cediendo.

-¿Qué tan largos son los manuscritos? –preguntó entonces.

-Varios cuadernos y una resma de hojas escritas a ambos lados… -señalé.

-¿Son valiosos para usted…?

-Sí –confesé-. Ni siquiera tengo copia.

La voz del tipo parecía haberse suavizado.

-¿Y son buenos? –preguntó entonces.

-¿A qué se refiere con buenos?

-Me refiero a si son cosas publicables…

-Pues eso no dice mucho… -comenté-, pero sí, supongo que sí…

-¿Y no ha pensado enviarlos a concursos?

-No me gustan los concursos –señalé.

Nuevamente se hizo un silencio.

-¿Voy a buscarlos y se los paso? –pregunte entonces.

El tipo no contestaba.

Por la ventana pude ver que los tipos fornidos volvían al camión.

-No es necesario, señor Vian… -escuché que decía el cobrador-. Pero le advierto que esto traerá problemas si no soluciona la situación…

-¿Quiere decir que no se va a llevar nada?

-No –señaló-. No es necesario.

-¿Y puedo preguntarle por qué cambió de opinión? –pregunté.

El hombre hizo una última pausa.

-Yo también escribí una novela, señor Vian –dijo entonces-. Y tampoco me gustan los concursos.

Yo me emocioné un poquito.

-También los chicos del camión escribían poesía, en todo caso –agregó luego-. Y hasta eran buenos…

-¿Me está hueveando? –pregunté.

-No –contestó-. ¿Pero sabe…? Un día usted descubrirá que todos fuimos algo así como escritores ocultos, y que ese es el verdadero vínculo, que nos une…

-¿El haber dejado de escribir…?

-Algo así, señor Vian… -dijo sin contestar a mi pregunta-. Y hasta luego.

-Hasta luego –dije yo, contrariado.

Por último, los tres tipos del camión tocaron un par de veces la bocina, y yo me despedí, desde la ventana.

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