“Mientras exista una clase inferior
perteneceré a ella.”
E. V. Debs.
-Nos llenaron de pura mierda –me dijo-. Igual que
esos pavos de navidad que salen en las películas gringas, solo que nosotros no
éramos comestibles…
Yo guardé silencio.
-Eso da rabia –continuó-. Rabia porque uno tiene
derecho al menos a estar vacío y esos conchesusmadres no respetan ni eso… ¡Como
veinte tarros de jurel vinieron a darnos pa sentirse buenos…!
-Disculpe, pero… ¿a quiénes se refiere? –pregunté.
-A la comida que nos dieron… -explicó-. Nos dijeron
que nos reuniéramos en la cancha… el domingo… Y entonces trajeron manteles de
plástico y vaciaron los tarros de jurel y pusieron panes en unos platos… de ahí
partió que se enojara el Claudio…
-¿Claudio estaba ahí…?
-Si po, ahí mismo… si fue él el que habló por
nosotros…
-¿Y qué dijo?
-Puta… no me acuerdo bien, pero era como de
justicia, bondad y esas cosas que no existen… y después fue que obligó a la
señora…
-No le entiendo… -interrumpí-. ¿A qué señora…?
-¿De verdad no sabe…?
-No.
El hombre hizo una pausa.
-El Claudio agarró a la vieja que es esposa del
diputado y la obligó a comerse como dos tarros de jurel –me dijo-. Estaba como
loco… Le gritaba que abriera el hocico y le metía pa adentro el pescado y la
vieja estaba toda chorreada de jugo y se ahogaba un poco…
-…
-Todos los demás mirábamos y algunos sujetaban a
las otras viejas que querían armar lío… Fue tensa la cuestión…
-¿Y qué pasó con la señora?
-¿Con la del jurel?
Yo asentí.
-Puta… la verdad se anduvo ahogando más o menos en
serio y como que se desmayó… Yo pensé que se había muerto, incluso… pero al
final vimos que se movía, cuando se la llevaron… O sea, las viejas gritaban y
la metieron a un auto… uno de esos grandes que tienen…
El hombre paró para encender un cigarro.
-¿Y el Claudio está bien, a todo esto? –preguntó
entonces.
-No sé… -le dije-. A mí me pidió que viniera y que
les dijera que le echaran la culpa no más, si venían a preguntar de algún lado…
El hombre asintió.
-¿Usted no es como el Claudio, cierto…? –me preguntó
luego de una pausa.
-¿Cómo…?
-Que usted no tiene rabia como el Claudio… -me
dijo, con desprecio-. A usted parece que le da lo mismo todo esto…
Yo no supe qué decir.
Por último, el hombre me miró como si pensara agregar
algo más, pero al final solo se dio media vuelta, y se alejó del lugar.
Mi rabia está dormida, pensé entonces, mientras el
hombre avanzaba.
-Sí –me dije-. Mi rabia está dormida.
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