Ellos estaban sentados al borde de la cama. La
televisión estaba encendida, a un costado, pero apenas tenía volumen y no la
miraban.
Él, aparentemente, estaba intentando explicar algo.
-Piensa en eso –dijo él-, en que cada mañana cuando
nos miramos al espejo y nos afeitamos tenemos una oportunidad nueva… una ocasión de…
-Yo no me afeito –interrumpió ella.
-Lo sé… pero lo importante es el espejo –continuó él-,
la oportunidad que tenemos frente al espejo… ese es el punto… no me refiero a ir
a mirarse porque sí, sino verse al ir a hacer otra cosa… por eso hablaba de
afeitarse y…
-Pero yo no me afeito –volvió a decir ella.
Él la miró, un tanto molesto.
-No te afeitas, lo sé… pero te maquillas.
-Tampoco me maquillo –replicó ella-. Recuerda que
tengo un problema en la piel desde un año antes que nos casáramos.
Él guardó silencio unos segundos.
-¿A dónde quieres llegar? –preguntó entonces.
-A que das sermones al aire, a ti mismo… -dijo
ella-, a que piensas que estás frente al espejo afeitándote todo el día…
-Yo no me afeito todo el día –dijo él.
-Da igual –dijo ella-, no importa si te afeitas, lo
que importa que te hablas a ti mismo… todo el tiempo.
-¿Sí…? ¿Y qué se supone que me digo? –dijo él.
-No importa lo que te dices… hablas solo por no oír
lo que yo tengo que decir…
-¿Y qué es lo que tienes que decir…? –volvió a
preguntar él.
Ella pareció pensarlo. Luego habló.
-Tengo que decir que no me ves… que no me afeito…
que no me maquillo hace más de siete años… –concluyó, mirándolo a los ojos.
Relaciones tristes, huecas...imaginarias, en definitiva...cierto.
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