domingo, 25 de noviembre de 2012

El marido imaginario.


Ellos estaban sentados al borde de la cama. La televisión estaba encendida, a un costado, pero apenas tenía volumen y no la miraban.

Él, aparentemente, estaba intentando explicar algo.

-Piensa en eso –dijo él-, en que cada mañana cuando nos miramos al espejo y nos afeitamos tenemos una oportunidad nueva… una ocasión de…

-Yo no me afeito –interrumpió ella.

-Lo sé… pero lo importante es el espejo –continuó él-, la oportunidad que tenemos frente al espejo… ese es el punto… no me refiero a ir a mirarse porque sí, sino verse al ir a hacer otra cosa… por eso hablaba de afeitarse y…

-Pero yo no me afeito –volvió a decir ella.

Él la miró, un tanto molesto.

-No te afeitas, lo sé… pero te maquillas.

-Tampoco me maquillo –replicó ella-. Recuerda que tengo un problema en la piel desde un año antes que nos casáramos.

Él guardó silencio unos segundos.

-¿A dónde quieres llegar? –preguntó entonces.

-A que das sermones al aire, a ti mismo… -dijo ella-, a que piensas que estás frente al espejo afeitándote todo el día…

-Yo no me afeito todo el día –dijo él.

-Da igual –dijo ella-, no importa si te afeitas, lo que importa que te hablas a ti mismo… todo el tiempo.

-¿Sí…? ¿Y qué se supone que me digo? –dijo él.

-No importa lo que te dices… hablas solo por no oír lo que yo tengo que decir…

-¿Y qué es lo que tienes que decir…? –volvió a preguntar él.

Ella pareció pensarlo. Luego habló.

-Tengo que decir que no me ves… que no me afeito… que no me maquillo hace más de siete años… –concluyó, mirándolo a los ojos.

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